002
MEMENTO MORI
VOLUME ONE, ISSUE #2
en el que los datos
no cuadran
ROMA, ITALIA
verano 2016
Decir que Steve estaba aturdido era un eufemismo. No tenía idea de qué acababa de suceder, sus pensamientos parecían haberse desordenado por completo. En un momento había estado frente a frente con dos terroristas y, al segundo siguiente, un agudo grito se había oído, y una extraña fuerza lo había empujado al suelo como si no fuera más que una pluma. Sus huesos habían vibrado, su boca sabía a cobre, probablemente porque se había lastimado tras golpear el pavimento, y sus oídos tenían un fuerte pitido a una frecuencia que no parecía humana. Al llevarse una mano al costado de su cabeza, notó que estaban sangrando.
Se incorporó con dificultad, con su equilibrio flaqueando, y miró a sus lados en busca del par de criminales que, por error, habían terminado persiguiendo. Por supuesto que ya no se los podía ver por ningún lado, la distracción les había funcionado de maravilla pues, incluso si no hubieran demorado tanto en erguirse, ninguno de los tres estaba en condiciones de pelear. No después de semejante golpe.
Visualizó a Sam cerca suyo, se agachó a su lado y lo movió del hombro para llamar su atención. La respuesta que obtuvo fue un gruñido seguido por un manotazo para apartarlo. Steve no lo culpaba, eso había sido su culpa.
Tanto Sam como Lizzie le habían dicho reiteradas veces que apresar a Songbird y Deadshot —como Melissa Gold y Jason Kirk eran conocidos en SHIELD— no era su trabajo ni la razón por la que habían tomado un avión al viejo continente. Sin embargo, él había insistido en que, ya que estaban allí, podrían ayudar a sacar a un par de terroristas de las calles.
Ahora habían pagado el precio por su terquedad.
—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole una mano a su amigo para ayudarlo a ponerse de pie.
—¡¿Qué si estoy qué?! —gritó el moreno, en parte porque estaba enojado, en parte porque no se escuchaba ni a sí mismo.
Steve apretó la mandíbula y tiró del cuerpo de Sam cuando este aceptó su mano. Una vez de pie, Steve vio los rastros de sangre cayendo de los oídos de su amigo.
Era todo un milagro que no se hubieran quedado sordos.
Sirenas comenzaron a oírse en la cercanía junto con los pasos de decenas de agentes que, probablemente, al igual que ellos, le habían perdido el rastro a Gold y Kirk. Mientras los agentes se encargaban del control de daños, Steve y Sam se acercaron a la tercera parte de su grupo.
Elizabeth West se había unido al equipo tras su incomparable ayuda durante la caída de SHIELD. Arquera por vocación, Vengadora por convicción, había ayudado a salvaguardar lo poco real que quedaba de la agencia de espionaje que la vio crecer, y se había unido a la cruzada de Steve y Natasha para detener una insurgencia nazi dos años atrás. Desde entonces se había tornado un fundamental pilar en la vida del Capitán, quien la consideraba la hermana menor que nunca tuvo.
—Lizzie —la llamó, estirando su mano en su dirección. Ella lo miró con desdén, pero de todas formas la aceptó—. ¿Estás bien?
—Se necesita más que una mujer gritona para derribarme —espetó la joven, su atención siendo atraída por el gran pelotón de agentes que se habían arremolinado sobre la escena que habían causado—. ¿Los perdimos?
—Sí —afirmó Steve con un resoplido—. Ninguno mencionó que ella podía hacer eso.
—En teoría, no podría —habló una nueva voz. Steve se giró a mirarlo, genuinamente curioso por lo que tuviera para aportar. El hombre, quien más temprano se había presentado como Adrian Larson, cargaba con una tableta entre sus manos, y le enseñó la pantalla al trío de Vengadores. Ellos se apiñaron para poder observar lo que el agente les enseñaba—. El collar es tecnología de SHIELD y evidencia de una de nuestras peores escenas del crimen. Gold se la llevó consigo cuando desapareció. Quién sabe qué están planeando hacer con ella ahora.
—¿Me refrescan la memoria? —preguntó Sam, todavía con un tono de voz más alto al normal—. ¿Qué fue lo que hicieron la primera vez? ¿Qué deberíamos esperar que hagan ahora?
El agente Larson no perdió el tiempo en enseñarles imágenes del atentado de Gold y Kirk dos años atrás en Boston, lo que causó un gusto amargo en la boca de Steve. Era como si hubiera anticipado esa pregunta, como si ya tuviera toda una presentación sobre los crímenes de aquellos dos para enseñarles en caso de que preguntaran.
De todas formas, miró las imágenes que Larson enseñaba.
La primera era un video de una cámara de seguridad, y podía verse lo que parecían los restos de un impactante accidente automovilístico. Entre el humo, una figura femenina se movía con un maletín en sus manos, acercándose a los cuerpos tendidos en el pavimento, uno por uno, para luego correr lejos, siendo seguida por dos personas que no parecían pertenecer a SHIELD. Steve, quien solo conocía la historia por lo que había leído y lo que había oído de sus superiores, se encontró teniendo sentimientos encontrados acerca de aquel video.
De nuevo, lo golpeó una extraña sensación de que algo no andaba bien.
La siguientes imágenes las pasó rápido: fotos del equipo de Gold y Kirk saliendo de un establecimiento gubernamental, de ellos subiéndose a un vehículo de escape —el mismo que había acabado destrozado en el video del accidente—, del maletín que contenía los supuestos códigos nucleares, de los restos de los vehículos involucrados en el accidente. Fue cuando les enseñó las fotos de los fallecidos en la misión, que las cosas dejaron de tener sentido para Steve.
Por más rápido que el agente Larson pasara las fotos, era imposible ignorar el hecho de que los cadáveres tenían rastros de sangre cayendo de sus oídos. De inmediato, Steve se tocó el costado de su rostro, sus dedos alcanzando la ahora seca y pegajosa sangre sobre su mejilla.
—¿Qué pasó exactamente? —inquirió él.
—Gold consiguió unos compradores en el mercado negro para los códigos que fueron enviados a robar. Con sus compradores orquestaron todo esto para que pareciera un accidente.
—¿Y sus compañeros? ¿Estaban al tanto?
—Al parecer, Kirk sí lo estaba, a pesar de que se llevó la peor parte del trato —explicó Larson, regresando al video para hacer zoom en uno de los cuerpos, el cual se reconocía como Jason Kirk. Incluso con la baja calidad, era reconocible la sangre cayendo de sus oídos, y esta vez fue Sam quien tocó su propio rostro para luego mirar sus dedos ensangrentados. Steve lo vio alzar las cejas, probablemente llegando a la misma conclusión que él—. Los otros dos, Duncan y Thorne, suponemos que no tenían idea, pero no tenemos forma de saberlo pues murieron en el lugar.
—¿Por el accidente? —preguntó Sam.
—Sí, una tragedia. El choque les arrebató la vida a ambos, pero dejó a Gold y a Kirk con vida. Y ahora están aquí, juntos, planeando quién sabe qué en quién sabe dónde.
—Aquí no —recordó Lizzie con una mueca de disgusto—. Se fueron hace rato.
El agente Larson la miró molesto.
—Lo sé, ustedes los dejaron escapar, así que ahora van a ayudarnos a atraparlos.
Había algo cínico en la forma en la que Larson había dicho aquello. Steve no podía sacarse la el feo gusto que la situación le causaba. Los datos no cuadraban, las evidencias no cuadraban. Que todos estuvieran en Roma ese día no cuadraba.
—No —se negó la más joven, Elizabeth—. Vinimos a Italia por otra cosa, estamos ocupados.
—No, lo haremos —la contradijo Sam, aunque miraba directamente a Steve—. Los seguiremos, ¿verdad?
—Sí —coincidió el rubio siguiendo la idea de su amigo—. Brindaremos la ayuda que precisen.
—Eso quería oír.
—Pero vamos a necesitar toda la información que tengan sobre ellos. Sus datos, sus informes de misiones previas, incluso esa carpeta de evidencia que tiene allí, agente.
—¿Por qué? —lo cuestionó, sus manos apretando su tableta con un poco más de fuerza.
—Tenemos que conocer a nuestro enemigo, saber cómo piensan. De otra forma, no los encontraremos nunca.
—Háganos una copia —insistió Sam—. Y no omita ninguna imagen. La sangre no nos impresiona fácil.
Adrian Larson apretó los labios en una sonrisa, murmuró una respuesta poco cordial y pretendió que otros agentes estaban requiriendo su asistencia para periciar el coche deportivo que Gold y Kirk habían abandonado.
Cuando el trío de Vengadores estuvo solo, Steve habló en voz baja.
—Algo no cuadra —les dijo.
Sam asintió al instante.
—Ella causó el accidente, pero no de la forma en que ellos dicen que pasó.
—¿De qué hablan? —preguntó Elizabeth.
—La frecuencia del grito de Gold causa que nuestros oídos sangren —le explicó Steve. De inmediato, la joven lo chequeó por su cuenta, sorprendiéndose cuando sus dedos quedaron manchados carmesí—. Es su culpa, ella causó el accidente, ella los mató, entonces, ¿por qué mienten al respecto de lo sucedido? No tiene sentido.
—Su historia involucra a más personas —apuntó Sam—. Los pasajeros del otro vehículo, los que escaparon con ella. En su historia, el accidente fue premeditado, pensado para que sucediera. Pero no hay forma de asegurarse que en el choque Gold viviera y los demás no.
El video comenzó a reproducirse en la memoria de Steve a medida que Sam hablaba. El humo era suficiente para cubrir toda la imagen, aunque no lo suficiente para ver detalles que hacían trastabillar la supuesta historia verídica. El choque se había dado por la derecha. En la foto del equipo escapando, Gold y Kirk se subían al vehículo de escape por la derecha.
Si su plan era que los chocaran y salir de allí sanos y salvos, ese era el peor lugar en el que podían estar. Los dos absorbieron el impacto de su lado.
Para tratarse de un elaborado plan maestro, esa era, sin duda, una estúpida decisión.
—No confían en SHIELD, ¿cierto? —preguntó Lizzie.
Steve no se sorprendió cuando se encontró a sí mismo negar.
—No.
—Bien, solo quería estar segura de que vamos a cometer traición. De nuevo.
Steve y Sam se miraron y asintieron lentamente, comprendiendo que ambos estaban de acuerdo en volver a adentrarse en terreno peligroso y romper todas las reglas que tuvieran que romper si eso significaba destapar la verdad y brindarle un poco más de paz al mundo.
Habían llegado hasta allí siguiendo los pocos rastros de Bucky, creyendo que las conversaciones sobre conocidos terroristas se referían a él. Luego habían oído el nombre de Jason Kirk, a quien habían vinculado con Bucky unos meses atrás en Londres, y todo parecía indicar que realmente habían dado con él.
Pero se habían equivocado de terrorista, y ahora su moral le pedía que resolviera aquel problema primero antes de continuar con su búsqueda. Además, si lograba encontrar a Kirk, quizás él pudiera encaminarlo en la dirección correcta hacia Bucky. Era una posibilidad demasiado remota a la que estaba dispuesto a apostarle.
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FLORENCIA, ITALIA
Jason había estado convencido de que Melissa lo abandonaría en la siguiente parada. También había estado convencido de que SHIELD subiría al tren en la siguiente parada. Y por esas dos cosas, Jason había hecho su mayor esfuerzo por no dormirse. Sin embargo, solo habían bastado unos pocos minutos con el ruido mecánico del tren y el constante movimiento para que el cansancio le ganara.
Llevaba tanto tiempo sin dormir, con la paranoia a flor de piel, creyendo que el mínimo descuido significaría la muerte, que no recordaba la última vez que se había permitido descansar con tranquilidad. Y, francamente, le costaba entender por qué había decidido hacerlo ese día, en ese momento, con su vida en juego.
Pero Melissa no lo había abandonado y, milagrosamente, nadie los había encontrado.
Despertó recién cuando la rubia lo sacudió.
—Kirk, llegamos —le anunció con adormilada voz.
Así que él no había sido el único que sucumbió al cansancio.
Jason se desperezó, consciente de cada músculo contracturado en su cuello y espalda debido a su mala postura y a los rígidos asientos, y observó a su impaciente amiga. Seguía exactamente igual que la última vez que la vio, solo que con ojeras más grandes y una mirada agotada. Jason sabía que él se veía igual o incluso peor.
Era el precio a pagar por ser fugitivos durante tanto tiempo.
—Vamos, con suerte podremos salir del país sin que nos detecten —insistió ella.
—Sí, sí. Vamos.
Se levantó con rapidez, pretendiendo que no estaba tan dormido y adolorido como se sentía, y procuró a verificar que no dejaba nada detrás, a pesar de que se había embarcado en aquella descabellada aventura sin equipaje alguno. Todas sus pertenencias todavía estaban en aquel sospechoso departamento londinense que se había visto forzado a abandonar al momento en que dieron con él. Al momento en que James lo ayudó a escapar.
Le debía la vida, incluso más que eso. James no solo había prevenido que lo asesinaran, sino que también le había dado un nuevo propósito, lo había hecho sentir de nuevo. Lo mínimo que podía hacer era devolverle el favor y arriesgar su cuello por él, costara lo que costara.
Siguió a Melissa fuera del tren y a través de la estación. Ella cargaba con un morral de cuero —el mismo que llevaba consigo desde que la conoció, cuando no eran más que unos niños— y su collar había desaparecido de su cuello, probablemente guardado una vez más. El solo hecho de pensar en ese aparato le dio escalofríos al hombre, recordando con horror el accidente en Boston, y todas las desgracias que le siguieron.
—¿Dónde está? —inquirió ella en voz baja, tomándolo desprevenido.
—¿El qué?
—El quinjet, idiota —dijo en tono obvio, rozando el sarcasmo—. ¿Precisas un café para despertarte? Porque te necesito al cien por cien si queremos volar lejos de nuestros problemas.
Un café no le venía mal ahora que lo sugería, pero temía decirle que sí y descubrir que se trataba de una pregunta retórica.
—No, gracias —se negó, dejando bajar la máscara de pretenciosa seguridad sobre su rostro. Sonrió de lado, se arregló su cabello con su mano y le guiñó el ojo a un grupo de turistas que pasaron a su lado—. Solo quería asegurarme de que no estabas buscando otra cosa que puede matarnos. Ya fue suficiente con una.
—¿Disculpa? Los códigos nos pueden salvar la vida en estos momentos.
—SHIELD intentó asesinarnos por ellos, Gold. Y como no les funcionó como esperaban, nos incriminaron y arrebataron nuestras vidas —le recordó—. ¿Qué te hace pensar que, si saben que los tenemos, no nos pondrán una bala en la cabeza a cada uno para quedárselos? Nos quieren muertos, de una forma u otra.
—Podemos negociar. No tienen por qué saber que los tenemos encima, solo tienen que saber que sabemos dónde están.
Al pasar junto a una tienda de regalos, Melissa dejó de hablar y, con una destreza que solo un espía experimentado podía poseer, robó dos gorras de visera, dándole una a Jason.
—Nos matarán de todas formas —apuntó él mientras se escondía bajo la gorra florentina—. Les diremos dónde están y luego nos enterrarán seis pies bajo tierra. SHIELD no negocia, Gold, deberías saberlo más que nadie.
Ella lo miró de reojo y él se encogió de hombros. Ella no le daba miedo.
Salieron de la terminal y tomaron el camino hacia el aeropuerto. Jason había dejado un quinjet en una zona abandonada que, actualmente, se encontraba en peligro de derrumbe. Había conseguido la aeronave por medios de los cuales no estaba orgulloso, pero ahora contaba con un método para moverse rápido y seguro por el globo que era justo lo que necesitaban en esos momentos.
—¿Cómo sobreviviste, de todas formas? —le preguntó ella tras varias cuadras en silencio—. De verdad creí que te había dejado a morir.
Jason puso las manos en los bolsillos de su chaqueta y miró al cielo. Responder a esa pregunta era como reabrir una dolorosa herida y echarle sal dentro. Melissa merecía la verdad, pero eso no lo hacía más fácil de hablar.
Inspiró profundamente y procedió a contarle parte de su historia, la que menos daño podía causar y la que mejor podía comprender.
Invierno 2015
Tras ocho meses en coma, Jason abrió los ojos. Estaba confundido. No reconocía sus alrededores, tampoco entendía por qué se sentía tan miserable. Su cuerpo estaba entumecido, adormilado, y su mente no parecía poder enfocarse en un solo pensamiento coherente. ¿Qué había pasado?
Se relamió los labios secos y entrecerró los ojos para escudriñar el lugar en el que estaba. Un hospital, dedujo. Las maquinas cuidándolo, los monitores enseñando sus signos vitales, el fuerte olor a alcohol y desinfectante. Poca luz entraba por la ventana a su derecha, y la única lámpara encendida en la habitación era aquella sobre la pequeña mesa junto a su cama. Era de noche, supuso.
Dedicó su atención a la pantalla que marcaba el compás de su corazón y se percató de la fecha en ella, frunciendo el ceño ante el año. Algo andaba mal. Intentó incorporarse, pero un agudo dolor de cabeza, como una aguja clavándose sin anestesia en su cráneo, lo detuvo. Cerró los ojos, tratando de dejar que el dolor pasara, y sus últimos recuerdos lo atacaron. Estar en los asientos traseros de un coche de escape, disparando por las ventanas. Un Jeep de asalto golpeando la puerta a su lado y un ensordecedor grito que le destrozó los tímpanos. Una explosión de metal y un fuerte golpe contra el suelo le siguieron. Recordaba el primer rostro que se acercó a ver si estaba con vida: Adrian Pierce. Recordó su sonrisa socarrona al notar que se estaba muriendo. Cuando desapareció para corroborar el estado de los demás, un nuevo rostro apareció en su campo de visión: el de una aterrorizada Melissa. Intentó decirle que estaba en peligro, pero la única palabra que pudo pronunciar antes de perder la consciencia fue SHIELD.
Sus párpados se abrieron de golpe y un escalofrío le recorrió la espalda. SHIELD lo había dejado en una cama de hospital tras tratar de acabar con su vida, lo que solo podía significar que lo necesitaban para cuestionarlo. Jason tragó con fuerza, conociendo a la perfección los eficaces métodos de tortura de la agencia, y supo que no podía quedarse a esperar que supieran que había despertado. Se sostuvo del portasueros para ayudarse a erguirse, ignorando el hecho de que el esfuerzo le estaba distorsionando la vista y amenazando con desmayarlo y logró sentarse al borde de la camilla, con sus pies colgando en el aire.
Inhaló profundamente y comenzó a quitarse de encima todas las intravenosas y el pulsoxímetro en su dedo, lo que inmediatamente alertó a las máquinas que ya no tenía pulso ni estaba recibiendo oxígeno. Sería solo cuestión de tiempo para que los médicos llegaran a revivirlo y, para entonces, Jason tendría que haber desaparecido. Detrás de los médicos llegaría SHIELD y eso sí que, bajo ningún concepto, podía permitir.
Apoyándose nuevamente en el portasueros con toda la fuerza que su débil cuerpo le permitía, intentó pararse. Al momento en que sus pies tocaron el suelo y sostuvieron el peso de todo su cuerpo, sus rodillas flaquearon y cayó de bruces al suelo, causando todavía más entumecimiento en su cuerpo ya adolorido.
—¡¿Qué haces?! —oyó gritar a una enfermera que acaba de llegar en su auxilio.
La mujer se agachó junto a él para brindarle asistencia, cosa que no pensaba permitir. La empujó de un manotazo y tanteó el suelo en busca de una de las tantas intravenosas que se había quitado.
—Aléjate —logró vocalizar aunque sin el mínimo ápice de amenaza.
—No, no, tienes que volver a la cama. Déjame ayudarte.
Jason blandeó la aguja por el aire causando que la enfermera se alejara de él. Cuando lo hizo, procedió a apoyarse en el mobiliario para ponerse de pie y, esta vez, logró mantenerse así.
—SHIELD, ¿dónde? —dijo, incapaz de modular una pregunta coherente.
—Las autoridades están... de camino. Sabían que te despertarías pronto y que harías esto... Por favor no me lastimes —lloriqueó ella.
—Muévete. Tengo... —La vista de Jason se desenfocó por unos instantes y unas intensas ganas de vomitar lo abrumaron. Trató de hacerlas a un lado—. Salida, ¿dónde?
—Si te vas, morirás. No estás en condiciones. Estuviste en un coma por mucho tiempo, recibiste un gran daño cerebral, no hay forma de saber las secuelas si no...
—Me voy, ahora —insistió, desesperado—. Van a matarme.
—No, te quieren con vida, pagaron para que tuvieras el mejor cuidado. Estás a salvo, Jason. Tienes que calmarte.
La enfermera parecía genuinamente creer sus palabras, pero ella no conocía a SHIELD como él, no sabía de lo que eran capaces.
—¿Estoy...? —Jason sintió su lengua pesar en su boca, lo que comenzó a dificultarle el habla todavía más—. ¿Bajo arresto?
—No, eres libre de irte. Pero, Jason...
—Muévete.
Muy a su pesar, y asustada por lo que el agente pudiera hacer, la enfermera le dejó paso. Apoyándose sobre el portasueros y arrastrando sus pies, Jason salió al pasillo y miró a sus lados, buscando el camino más rápido y eficaz para escapar. Lo aterraba no poder pensar con claridad ni analizar sus alrededores para tomar una decisión coherente, pues eso significaba que podía caminar directo en las garras de SHIELD.
Esperó tomar la decisión correcta y confió en sus adormilados instintos. Se movió lo más rápido que pudo, ignorando las miradas posadas sobre él. Era consciente de que probablemente se viera como la mierda, y de que la bata estaba abierta por detrás. Podía sentir la fría brisa del aire hospitalario sobre su desnuda piel. Si iba a escapar, necesitaba dejar de verse como un moribundo en vida.
Se adentró en el primer closet de servicio que visualizó y se recostó contra la puerta, exhausto. Estaba por desmayarse y lo sabía, pero de todas formas pensaba obligar a su cuerpo a seguir luchando hasta que estuviera a salvo. Soltó el portasueros y lo utilizó para trabar la puerta, bloqueándole el paso a cualquier doctor, enfermero o agente que pensara ingresar. Una vez seguro, procedió a buscar ropa con la que pudiera cambiarse, dejando caer cajas a su paso y causando un estruendo que de seguro atraería la atención de varias personas.
Una de las cajas que cayeron dejó rodar varios lápices de epinefrina, lo que le dio a Jason una muy estúpida idea. Se agachó, agarró uno y, sin pensarlo más de lo necesario, se inyectó con uno en la pierna. De manera casi que instantánea, comenzó a sentirse más vivo que nunca, estando alerta y preparado para enfrentarse a lo que fuera. Su corazón golpeaba su pecho a un artificial ritmo que debería haberlo preocupado, pero que no lo hizo.
Al menos ahora tenía unos cuantos minutos para escapar antes de que el efecto de la adrenalina cesara.
Frenético, dio vuelta otro par de cajas hasta que encontró una estantería con las ropas de los pacientes dentro de bolsas. Abrió un par descuidadamente hasta que encontró aquellas que podían servirle y las cambió por la fea bata que vestía. Una vez luciendo como un ser humano decente, se hizo con un par de jeringas que podía usar como armas y salió del closet con ellas entre sus dedos.
Tal y como si el universo lo odiara, en cuanto pisó el pasillo, los agentes de SHIELD enviados en su búsqueda —y liderados por Adrian Pierce— doblaron la esquina y lo visualizaron. Incluso a la distancia, Jason vio la sonrisa en el rostro del rubio, la misma que le había dedicado cuando estaba muriendo en Boston.
—¡Jason, detente! —le ordenó Pierce.
Los demás agentes junto a él le apuntaron con sus armas, causando que los enfermeros y doctores que se encontraban por allí buscaran refugio.
—Solo queremos hablarte —siguió diciendo el líder del equipo—. Tienes información valiosa, Kirk, no te puedes ir ahora.
—¿Qué no puedo qué? —inquirió él devolviéndole la sarcástica sonrisa, sintiendo su corazón latir a extrema velocidad, tanto por la adrenalina que se había inyectado como por la adrenalina natural que estaba experimentando en esos momentos.
—Jason... no me hagas enojar.
—¿O qué? ¿Vas a intentar matarme de nuevo? SHIELD...
—SHIELD no existe —le dijo él socarrón. Jason dio un paso atrás. ¿De qué estaba hablando?—. ¿No te has enterado? Hay un nuevo orden mundial.
—¿Qué...?
—Hail Hydra.
Un nudo se formó en el estómago de Jason y una sola reacción se apoderó de él: corre.
Sus descalzos pies se deslizaron por el frío y pulido suelo del hospital y arrastraron su cuerpo a gran velocidad en dirección contraria a los agentes, los cuales, ni bien lo vieron echar carrera, comenzaron su persecución.
Hydra. No podía ser cierto. Llevaban años derrocados, un legado que había acabado cuando el Capitan America les dio fin en la Segunda Guerra. ¿Cómo podía ser...? Tenía sentido, siempre habían habido bajos en el mundo, más todavía en el área del espionaje, las reglas libres y los asesinatos bajo la excusa de daño colateral eran sin lugar a dudas dos cualidades que los nazis podían aprovechar a su favor. ¿Pero dentro de SHIELD? No, se tendrían que haber dado cuenta, había muchas mentes inteligentes a cargo de la agencia. Mentes que bien podrían haber estado con Hydra todo este tiempo. Adrian Pierce era Hydra, lo que solo podía significar que su padre, Alexander, el mismísimo director ejecutivo de la agencia, también era nazi.
Tenía sentido.
No tenía sentido.
Llegó a unas escaleras y no se preocupó en utilizar los escalones, pues su increíble subidón de adrenalina lo llevó a saltar por encima del pasamanos y caer en el piso de abajo con perfecto equilibrio. Miró hacia arriba y, aunque no los veía, escuchaba perfectamente el estruendoso sonar de su unísono caminar. No los iba a esperar.
Bajó otro piso de la misma manera, y luego otro más. Tras caer en la planta baja, varios enfermeros notaron su deplorable estado y la jeringa que todavía sostenía entre sus dedos. Uno de ellos incluso atinó a llamar a seguridad.
—Haz esa llamada y te mato —espetó Jason, caminando hacia el hombre, sin romper contacto visual en ningún momento—. No me tientes.
Él bajó su celular lentamente y Jason le agradeció con un ladeo de cabeza.
—La salida, ¿dónde?
—Pasillo, dos vueltas a la izquierda. Saldrás a la sala de emergencias —le indicó el enfermero con manos temblorosas—. Por favor no me hagas daño. Tengo familia.
—No me importa —le espetó y, realmente, no le importaba en lo absoluto. Acercó su rostro al del enfermero y le puso la jeringa lo suficientemente cerca del ojo como para que, con un mínimo movimiento, se clavara en su iris—. Si me estás mintiendo, me aseguraré que toda tu familia sufra.
El hombre tragó fuerte y lágrimas cayeron por sus mejillas. Jason no estaba de humor para ver a la gente llorar.
—No estoy mintiendo, de verdad. Dos vueltas a la izquierda y luego sales por la entrada de emergencias. Por favor...
Jason asintió y lo empujó fuera de su camino, provocando que trastabillara y cayera al suelo. Otros médicos y enfermeros se vieron con ganas de asistirlo, pero se abstuvieron, demasiado temerosos de lo les pudiera pasar. Jason no iba a matar a nadie, pero precisaba asegurarse de tener el verdadero camino a la salida, y una fuerte amenaza era mejor que causar daños físicos.
Siguiendo las instrucciones del enfermero, rápidamente se adentró en emergencias, y empujando a todos fuera de su camino, salió al aire libre. El golpe del fresco nocturno lo impactó por unos momentos, dejándolo consciente de que el efecto de la adrenalina estaba pasando. Tenía que desaparecer y rápido.
Tal y como si el universo se hubiera confabulado a su favor, un auto frenó en la entrada vehicular de emergencias, y de éste una mujer embarazada bajó con el apoyo de su pareja, quien estaba tan nerviosa que ni siquiera se preocupó en apagar el vehículo.
Solo le llevó a Jason segundos en saltar dentro del vehículo y conducir por la ciudad, buscando el camino más rápido hacia la autopista, sin quitar la vista del retrovisor en ningún momento a la espera de los vehículos de asalto de SHIELD. No sabía muy bien a dónde iba, pero algo era seguro: tenía que encontrar a Melissa.
Actualidad
—La gente no suele estar más de cinco semanas en coma —fue lo primero que Melissa dijo cuando terminó de relatar su historia.
Jason no pudo evitar soltar una carcajada.
—Tantas cosas que te acabo de decir, ¿y eso es lo que más te llama la atención?
—No, Jason, pero piénsalo —insistió ella, extremadamente seria—. Nadie está, naturalmente, en coma por tanto tiempo.
La sonrisa se borró del rostro del hombre.
—Sí, lo sé. Es muy probable que Pierce lo haya hecho a propósito. Me necesitaban con vida de una forma u otra.
—Eso está jodidísimo. Merece... —Melissa guardó silencio, pero Jason había entendido perfectamente lo que quiso decir.
—Morir, sí. Ese es el plan a largo plazo —le confirmó él—. Buscar a James, asegurar su bienestar y luego ver a Pierce morir lentamente.
—Suena a un plan sólido.
—Me alegra estar en la misma página.
—Por cierto —añadió Melissa en tono más jovial—. ¿De dónde sacaste el quinjet?
—Mercado negro, te sorprendería lo que... encuentras... por ahí... ¿De qué mierda te ríes, Gold?
Melissa lo miró como si estuviera a punto de decirle el chiste más gracioso de la historia, de esos chistes que no puedes ni contar de la gracia que causan. Así, sonriendo, parecía mucho más joven y tranquila, como si no cargara con el peso del mundo sobre sus hombros.
—Déjame adivinar, te lo vendió con las comunicaciones cortadas y el radar con el norte al sur —aventuró ella.
Era un poco demasiado específico como para ser una conjetura al azar.
—Es el mío, Kirk —terminó diciendo, de vuelta con una agradable risa que se le contagió a él.
—¿Cuáles son las chances?
—En realidad, bastante altas. Yo se lo di a un contrabandista a cambio de que me diera una identidad falsa y me sacara del país sin ser vista. La idea era que lo vendiera por partes, pero asumo que prefirió sacar más ganancia vendiéndolo entero.
Jason recordó el día en que se había hecho con el quinjet. De nuevo, no lo había obtenido por los métodos más honestos, y eso ignorando que se había adentrado en el mercado negro para hacerlo. En realidad, tras escapar del hospital, todo el dinero que tenía con él eran los pocos dólares que sacó de las carteras de las dueñas del vehículo que se había apropiado; le harían falta unos cuantos cientos de miles como para poder pagar por semejante nave.
—No lo compré —le informó—. Lo contacté para verlo en persona y... ahora lo tengo yo.
—Y espero que recuerdes dónde lo dejaste exactamente.
Frente a ellos, el aeropuerto se materializó. Más que el aeropuerto, el gran predio vacío que lo componía. De pie en un puente sobre la autopista, Melissa analizaba el lugar, buscando exactamente el lugar en el que Jason había escondido su quinjet.
Él llamó su atención y la redirigió hacía una estructura que parecía a una tormenta más de caerse en pedazos. Lo que había dentro era a penas visible en la luz del atardecer, pero era posible distinguir una figura cubierta por un nylon oscuro.
—¿Lo dejaste ahí? ¿A la vista de todos?
—A plena vista es el mejor lugar para esconderse. Creí que lo sabrías más que nadie, pasando desapercibida en una de las ciudades más visitadas del mundo.
—Esto es diferente.
Jason suspiró exasperado.
—¿Te vas a seguir quejando o vas a pilotear esa cosa lejos de aquí?
La opción de pilotear emocionó a Melissa lo suficiente como para que dejara de reclamarle cosas por un buen rato. Bajaron del puente, fueron hasta la vieja estructura, destaparon el quinjet y se prepararon para desaparecer una vez más.
lo crean o no escribí ese flashback con mayoclinic y medilineplus abiertos ahre.
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