001
MEMENTO MORI
VOLUME ONE, ISSUE #1
en el que los muertos
vuelven a la vida
ROMA, ITALIA
verano 2016
A Melissa nunca le gustaron las multitudes. El gentío le daba sensación de claustrofobia, le bloqueaba los sentidos, la mareaba. Las voces superponiéndose una sobre otra la confundían y la sacaban de su concentración.
Las multitudes también tenían cientos de ojos. Melissa había aprendido a temer a los ojos ocasionales que posaban como turistas y luego aparecían cerca de su escondite seguro. Había aprendido a temer a las inocentes sonrisas de visitantes primerizos que intentaban, en un pobre italiano, pedirle direcciones a la atracción turística más cercana, pues luego se los cruzaba a dos cuadras de donde dormía por las noches, acechándola, persiguiéndola, esperando por el mínimo momento de despiste para acabar con su vida.
Las multitudes ocultaban a asesinos y espías que, como ella, buscaban mezclarse con la gente y lograr que su rostro se volviera una mancha más del paisaje. Pero Melissa conocía el juego. Mierda, Melissa había creado el juego; conocía las reglas al pie de la letra, sabía distinguir perfectamente cuándo alguien estaba rodeando la Plaza Venecia para admirar la edificación desde todos los ángulos posibles y cuándo alguien lo hacía para pasar desapercibido.
Esa tarde se había sentado en el pasto de la plaza, frente al gigantesco monumento, con un bloc de hojas sobre su regazo, decidida a tener una tarde tranquila como buena local que tan desesperadamente quería aparentar, cuando notó movimiento inusual entre los turistas.
Normalmente se tomaban su tiempo en dejarse entrever, se escondían cerca de familias con niños para que Melissa los pasara por alto a la hora de estudiar sus alrededores, pero ese día se estaban dejando a la vista. Los delataban sus anteojos de sol y sus muy formales ropas para estar en pleno verano europeo, así como también sus estoicas poses y el hecho de que no se estaban moviendo.
SHIELD entrenaba mejor a sus agentes, ella lo sabía de primera mano, por lo que si estaban siendo tan obvios, era porque querían que ella supiera que la habían encontrado y que no tenía escapatoria alguna. Querían que supiera que ellos contaban con la mano ganadora en aquel vigorizante juego del gato y el ratón. Melissa decidió complacerlos.
Cerró el bloc y lo guardó en su desgastado morral verde militar junto a su lápiz, y rápidamente se lo cruzó sobre sus hombros, asegurándolo para que no se cayera en cuanto comenzara a correr.
Una bulliciosa intersección la separaba de sus persecutores. Si confiaba en sus conocimientos de la ciudad y en la horrible conducción de los romanos, entonces todavía tenía una gran oportunidad de desaparecer de su radar antes de que pudieran llegar a ella. Se puso de pie, sin quitarles la vista de encima, y procedió con normalidad: se limpió los pastos y restos de tierra que habían quedado pegados a la tela de su pantalón y se acomodó los anteojos de sol sobre su cabeza para mantener fuera de su rostro a su dorado cabello, sin perder de vista a los agentes, sabiendo que podrían atacar en cualquier momento.
Luego estudió el tránsito. Roma estaba poco concurrido en esa fecha y hora, había pocos turistas en verano y los locales —menos aquellos que trabajaban durante la estación— se habían ido a la costa. De todas formas, todavía quedaban un par de autobuses internos que poco favor le hacían a la mala fama de los conductores romanos, y fue uno de estos buses rojos el que Melissa optó utilizar para ayudarse a escapar.
Esperó hasta el momento más crítico para lanzarse a cruzar la calle. Las bocinas no tardaron en llegar junto a unos muy merecidos insultos de los pobres locales que un gran susto se llevaron al casi atropellarla. Melissa se disculpó con un ademán y milagrosamente llegó al otro lado de la calle sana y salva. Miró hacia atrás y vio a sus persecutores tratando de descifrar cómo cruzar aquella desastrosa intersección sin morir en el intento.
No se quedó a averiguar cómo lo hicieron.
Corrió por las empedradas calles en subida agradeciendo su decisión de llevar calzado deportivo ese día. Los adoquines sonaban bajo sus pies con cada paso que daba, y las quejas en una amplia variedad de idiomas la perseguían como un fantasma con cada persona que pechaba al pasar. No tenía tiempo de pedir perdón o esquivarlos. No tenía tiempo para más nada que escapar.
Subió una empinada escalera, salteándose varios escalones con cada pisada, y una vez arriba se detuvo por unos cortos segundos para recuperar el aliento y analizar su panorama. Detrás suyo, sus persecutores también se habían detenido al pie de la escalera, observándola tras sus oscuros anteojos y con sus manos sobre sus caderas, probablemente sobre sus armas. Se estaban debatiendo entre disparar o no. Conociendo a SHIELD, se abstendrían de utilizar fuerza letal con tanto civil a su alrededor.
Eso, por supuesto, no fue seguro suficiente para que Melissa se quedara quieta. Habiendo recuperado el aliento —con sus días de espía detrás suyo, había perdido su agilidad— continuó su escape y sus persecutores no dudaron en seguirla.
Si era honesta consigo misma, no estaba cien por ciento segura de a dónde estaba yendo. Volver al lugar que había llamado hogar ya no era una opción, no con ellos pisándole los talones, y no se le estaba ocurriendo otra alternativa. Corrió con su morral pegado a su pecho, desesperada por no perderlo ni nada de lo que llevaba allí adentro. Era lo único que le quedaba de su vida real, prefería morir antes de perderlo.
Por un momento se cuestionó si debía pedir ayuda. Con solo apretar un botón tendría una mano amiga en la que apoyarse en solo horas, alguien que podría alejarla de sus problemas. Se llevó una mano a su oído derecho, donde el pendiente especial aguardaba a que presionara su pequeño botón para enviar la señal de ayuda, pero enseguida se arrepintió. No podía involucrarlo en sus problemas. Habían quedado en que solo lo llamaría en caso de extrema emergencia, y Melissa era más que capaz de sobrevivir a una pequeña persecución por su cuenta.
Bajó la mano, se sacó la idea de la cabeza y siguió con lo suyo, sola.
Tomó la primera calle a la derecha y, desde el primer callejón repleto de basura, un par de brazos la tomaron por sorpresa y la arrastraron dentro de una de las viejas edificaciones. Con una mano sobre su boca y la otra estratégicamente sosteniéndole los brazos a su espalda, la rubia movió con brusquedad su cabeza hacia atrás, alcanzando su objetivo, golpeando a su secuestrador en el rostro.
Su violenta acción causó que la soltara, pero antes de que pudiera atacarlo nuevamente, él habló:
—Detente, soy yo.
Melissa sintió cada músculo de su cuerpo convertirse en piedra al momento en que oyó esa voz. Se encontró incapaz de moverse, incapaz de darse vuelta para corroborar que no estaba teniendo un ataque psicótico. Sabía que no estaba demente, pero también sabía que él estaba muerto.
Lo había dejado morir en una calle de Boston dos años atrás. Mejor dicho, lo había matado en Boston dos años atrás. No tenía sentido que estuviera allí, junto a ella, escondido en una casa romana abandonada, mientras un enorme equipo de asalto inundaba las calles de la capital italiana en su búsqueda.
—Gold —volvió a llamarla, ahora con alarma en su voz—. Tenemos que irnos, no tardarán en encontrarnos aquí.
Su mano tocó el hombro de la rubia causando que se sobresaltara y, como si estuviera saliendo de un trance, Melissa se giró sobre sus talones para confirmar su teoría: Jason Kirk estaba vivo. Aquel agente a quien supo llamar amigo por gran parte de su vida, y a quien creyó haber asesinado accidentalmente en su última misión para SHIELD, estaba ahora de pie frente a ella, vivo, como si el incidente de Boston jamás hubiera sucedido.
—¿Cómo? —preguntó, incrédula.
Jason se mostró inquieto, apurado. Sus dedos repiqueteaban sobre el arma que llevaba colgada al hombro, sus ojos se movían por toda la habitación vacía y sus pies apuntaban hacia la escalera a su derecha, indicando que ansiaba tomar esa ruta de escape.
—Prometo explicártelo todo, pero tenemos que irnos ya del país.
—No —se negó Melissa, perfectamente consciente de que se estaba comportando como una idiota poco profesional—. Dos años, Kirk, dos años. Merezco una explicación.
—Y te la daré, solo que no ahora. Tengo un quinjet en un aeropuerto privado de Florencia —habló agitado, casi que desesperado por que entrara en razón y aceptara sus palabras—. Te explicaré todo lo que quieras saber cuando estemos en el tren de camino a la ciudad, preferiblemente sin asesinos persiguiéndonos.
A sabiendas de que era lo más razonable y dejando atrás su inmensa confusión, Melissa asintió en acuerdo, lo que provocó un suspiro de alivio por parte de Jason. Luego, la rubia sacó una pequeña pistola de su morral. No serviría a largo plazo, pero sí para abrirse paso por un par de cuadras, que era todo lo que necesitaban.
Jason giró su arma para apoyarla sobre su hombro y abrió el camino, subiendo la desvencijada escalera con largas zancadas, manteniéndose alerta por cualquier enemigo que los pudiera estar esperando en el segundo piso. Tras asegurarse de que estaban solos, se asomó por la ventana y le señaló a Melissa con su cabeza un viejo coche deportivo aparcado en la acera de enfrente.
—¿Qué dices?
—Rápido y fácil de puentear —resumió ella, aunque su preocupación no era tanto la vía de escape, sino que la locación de sus persecutores. Una rápida mirada a la esquina siguiente la puso alerta—. Cámara de videovigilancia a tus seis.
—Si somos rápidos, saldremos antes de que nos detecten —apuntó tras visualizar lo que la rubia le había marcado. Luego miró el reloj en su muñeca—. El próximo tren a Florencia sale en veinte minutos. Con buen tránsito, llegaremos sin problema.
—Tenemos que hacer una parada antes. Y antes de que digas algo —lo detuvo al notar que estaba dispuesto a discutirle—, no es negociable.
—Melissa...
—Créeme, es importante —lo calló ella.
—¿Qué tienes? ¿Un gato al que alimentar?
Melissa rio incómoda. Ojalá tuviera un gato al que alimentar, ojalá sus preocupaciones fueran las de una mujer promedio. ¡Cuánto deseaba no tener que pronunciar con seriedad las siguientes palabras que escaparon sus labios! Pero su vida hacía rato que se había salido del curso ideal por el que le hubiera gustado llevarla y ya no había razón para lamentarse por lo que pudo ser.
—Necesito ir a buscar los códigos.
Ahora fue turno de Jason de reír. Había palidecido al oír la explicación de la mujer y la forma en la que su rostro se contorsionó le dio a entender que acababa de recibir dolorosos recuerdos. No lo culpaba, todos habían pagado un alto precio por culpa de esos códigos. Y algo le decía que él había sufrido bastante desde la última vez que lo vio, dos años atrás, muriendo en una calle bostoniana.
—¿Por qué mierda los tendrías todavía? —inquirió con pesar, sosteniéndose el puente de la nariz—. Después... después de todo lo que pasó... ¿por qué...? —Se detuvo, movió su cabeza de lado a lado y alzó sus manos, como si se hubiera rendido—. ¿Sabes qué? No quiero saberlo. No me importa.
—Son mi carta para ganar la partida. Si los sigo teniendo, los puedo usar para negociar un destino que no implique terminar tras las rejas o seis pies bajo tierra —explicó ella, tratando de tranquilizarlo—. En momentos como estos, es mejor tenerlos conmigo, por si tu plan de escape no funciona.
—Sabes que siempre funcionan —remató Jason con aquella irónica sonrisa suya que parecía estar tatuada en su estupido rostro desde que Melissa lo conocía.
Era una mueca sarcástica y seductora que Melissa nunca entendió cómo le funcionaba cada vez que la usaba. No que Jason intentara seducirla a ella, pues la rubia no podía estar más alejada de sus intereses, pero aún así, jamás entendió el atractivo.
Quizás tenía más que ver con su constante aspecto peligroso, su cabello cuidadosamente peinado para que pareciera arreglado por el viento matutino, el pícaro brillo en sus ojos que, incluso en la actualidad, persistían como un llamado a realizar travesuras a su lado sin importar las consecuencias. Ahora las cicatrices de años como espía agregaban a su apariencia peligrosa, pero en el fondo siempre había sido así, incluso en la secundaria.
Ya, quizás Melissa sí entendía el atractivo después de todo.
—¿Dónde vives? —volvió a hablar Jason, regresando a su tonalidad seria y grave.
—Un par de cuadras al noroeste. Nos queda de pasada a la estación.
—Entonces podemos robar el viejo Maserati. —Melissa negó con la cabeza casi que al instante, lo que provocó una reacción disgustada por parte de él—. Vamos... ¿En qué otro momento voy a tener esta oportunidad?
—Llamará mucho la atención. Es un auto clásico, no deben existir muchos de esos por aquí. Alertarán a la policía cuanto antes y caeremos antes de poder decir ciao —apuntó, dejando entrever el acento italiano que se le había pegado con el tiempo.
Tras años viviendo bajo el seudónimo de Francesca Russo, la falsa identidad se había apropiado de ella como una segunda piel, y con ello había adquirido una tonalidad local al hablar italiano. Su personificación debía ser perfecta o, de lo contrario, volaría su cubierta y se encontraría con grandes problemas.
Jason bufó, casi que con un deje de pena.
—¿Qué sugieres entonces? —preguntó, completamente consciente de que su plan de conducir un Maserati clásico ya no era viable.
Melissa sonrió: tenía la idea perfecta para escapar y sabía con certeza que Jason lo odiaría.
Quizás esa era su venganza por haberle hecho creer que estaba muerto durante dos años y aparecérsele de la nada, acarreando consigo un equipo de asalto. Melissa no era tonta, sabía que no era coincidencia alguna que los dos aparecieran al mismo momento. Pero también sabía que Jason no estaba con ellos.
Si algo caracterizaba a su amigo, eran sus códigos, y sabía que a pesar de todo jamás intentaría atacarla. Seguro, habían tenido sus altos y bajos a lo largo de su vida, pero eso no implicaba que Jason no estuviera dispuesto a hacer lo que hiciera falta para protegerla; y ella a él.
—Gold... —suplicó él al verla tan feliz—. ¿Qué mierda quieres que hagamos?
A modo de respuesta, Melissa se asomó por la ventana y señaló unos metros más allá del viejo coche deportivo, más específicamente a la Vespa verde mal aparcada. Jason soltó una risa nasal y negó reiteradas veces con su cabeza, los mechones de su cabellos castaño claro que descansaban sobre su frente acompañando el movimiento.
—Eso no es un vehículo de escape y lo sabes. ¿Qué quieres? ¿Que nos maten?
—Eres libre de quedarte y hacer lo que quieras, pero yo me voy en eso —señaló la rubia—. No será lo más rápido, pero sí lo más eficaz para movernos por esta ciudad.
—Haz lo que quieras —dijo Jason encogiéndose de hombros—. Te veo en la estación en quince minutos. Si no llegas, asumiré que estás muerta y me iré a Florencia sin ti.
Eso era, por supuesto, una mentira, y Melissa no dejó pasar la oportunidad de hacerle saber que lo conocía lo suficiente como para darse cuenta.
—No, no lo harás —le dijo burlona.
Jason frunció el ceño.
—¿Y eso por qué?
—Porque viniste a buscar mi ayuda —se explicó y, por la expresión en su rostro, supo que estaba en lo correcto. Jason era un buen mentiroso, pero no con ella. Nunca con ella—. No sé en qué te metiste, asumo que en algo grande porque trajiste contigo a todos estos agentes. Sea lo que sea, necesitas mi ayuda, y no te irás de la ciudad sin mí.
—Entonces deja que escapemos a mí manera. Yo te metí en este lío, lo menos que puedo hacer es sacarte de él.
Melissa se mordió el labio. Sí, era cierto que con su plan escaparían más rápido, pero con el de ella tenían más chances de salir vivos. Aun así...
—Las calles son angostas y algunas sin salida, si te pierdes o tomas una curva errónea... No podemos permitirnos ese tipo de errores.
—No lo haré —prometió él, de nuevo con aquella ancha y estúpida sonrisa—. ¿Entonces? ¿Seguimos con mi plan?
La rubia miró hacia arriba, temiendo arrepentirse.
—Sí. Andando.
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Tras casi una vida conociéndose, Melissa podía decir con seguridad que jamás había visto a Jason tan feliz como esa tarde. Parecía un infante con un juguete nuevo.
Habían puenteado el auto con facilidad —ambos sabían realizar ese tipo de maniobras incluso desde antes de unirse a SHIELD— y habían comenzado a transitar las antiguas calles romanas a una velocidad que podía matarlos y que seguro iba a llamar la atención de absolutamente todos. Por supuesto, esto no le importaba en lo absoluto al conductor, quien confiaba ciegamente en que su plan no tenía lugar para fallar.
Por un momento, Melissa había creído lo mismo.
Habían llegado a su edificio casi que enseguida, ella había recobrado la pequeña tarjeta que tenía impresos los códigos nucleares que la metieron en problemas en primer lugar, para luego poner a quemar su apartamento entero, esperando que las llamas consumieran toda evidencia de que alguna vez ella existió. Aunque no sin antes llevarse las pocas pertenencias a las que tenía afecto: la foto familiar de las últimas navidades que había pasado con sus padres, un viejo libro de arquitectura repleto de anotaciones, su viejo collar de cuando era Songbird y su computador portátil. Guardó todo en el morral que llevaba consigo, dejó su móvil atrás y esperó que el fuego se propagara rápido.
No podía permitirse que algo sobreviviera allí adentro.
Pero tras salir de su departamento, embarcándose hacia la estación de trenes, con los minutos contados y con Jason conduciendo como un maníaco, se toparon con la única variante que no habían considerado. Algo golpeó el auto con demasiada fuerza, abollando la puerta del lado de Melissa y causando que la ventanilla se hiciera añicos. Esquirlas del vidrio llovieron sobre la rubia, raspándole la piel de sus descubiertos brazos y de su pómulo.
—¡¿Qué carajos?! —gritó Jason, quien pisó el acelerador con un poco más de fuerza.
Melissa se giró en su asiento, tratando de encontrarle una explicación al reciente ataque, cuando Kirk a su lado frenó de golpe. De no haber tenido el cinturón para detenerla violentamente, Melissa era consciente de que hubiera acabado en el medio de la calle tras atravesar el parabrisas.
—¡¿Qué te pasa?! —se quejó, regresando su atención a su amigo, a quien encontró desesperado tratando de poner reversa.
Y cuando prestó atención a lo que estaba frente a ella, un nudo se formó en su estómago. Justo lo que le faltaba: las mascotas de SHIELD.
Melissa conocía a una de ellos personalmente, había trabajado con ella en alguna ocasión. Los otros dos los conocía de la misma forma que los demás: por haber salvado al planeta en varias ocasiones.
—Tenemos que irnos —soltó la rubia, incapaz de quitarle la vista de encima a aquel inesperado trío.
—Oh, lo siento, pensé que querías quedarte a ver cómo nos matan —atacó Jason, todavía luchando con la reversa—. ¡Por supuesto que tenemos que irnos! ¿Crees que soy idiota?
—¿Siquiera sabes lo que estás haciendo?
—¡Está rota! —exclamó él, rindiéndose con la palanca de cambios—. Vamos a tener que correr.
—¿Correr? —Melissa rio agria—. No llegaremos.
—¿A cuánto estamos? ¿Cinco cuadras? —calculó Jason. Ella asintió, era una buena estimación—. Si corremos nos da el tiempo.
—El tiempo no me preocupa —dijo la rubia, observando cómo aquel pequeño grupo de Vengadores caminaban hacia ellos, seguros de sí mismos, sabiendo que sus presas no tenían escapatoria.
¿Qué carajos estaban haciendo ahí?
¿En qué se había metido Jason?
—Vámonos —insistió su amigo.
—Tienen alas, un escudo y flechas, no hay forma de ganarles... —Melissa se llevó una mano al cuello y una idea extremadamente estúpida tomó forma en su cabeza— Excepto...
Jason se oyó adolorido cuando preguntó:
—Todavía tienes el collar, ¿no es así?
—Sí.
—Y vas a usarlo.
—Sí —volvió a decir, esta vez sacando el collar de su morral y cerrándolo alrededor de su cuello—. A la cuenta de tres, salimos del auto, y en cuanto grite, corremos. Si no hay más agentes a la vuelta, llegaremos antes de que se vaya el tren.
Jason golpeó el volante con frustración, se pasó una mano por sus ahora sudorosos cabellos para despegarlos de su frente y miró a su amiga, con una silenciosa súplica de que no lo hiriera de gravedad nuevamente. Melissa apretó los labios. No podía prometerle nada. Ambos lo sabían.
Volvió la vista al frente. El Vengador alado —Falcon, se recordó— les apuntaba con sus pistolas. La arquera —Elizabeth West, ex agente nivel uno de SHIELD a quien había entrenado— tenía una flecha tensada en su arco, lista para atravesar sus cráneos de hacer falta. El tercero, el Capitán, parecía querer tener una conversación civilizada con ellos antes de matarlos o apresarlos.
Lo que ninguno de los tres parecía querer era dejarlos ir. Iban a tener que ser rápidos si querían burlarlos.
—Uno... dos... —Melissa tomó aire para llenarse de coraje y sintió a Kirk hacer lo mismo a su lado—. Tres.
Abrieron sus puertas y salieron despacio, con sus manos en alto, pretendiendo que se estaban dando por vencidos y que no tenían ganas de pelear.
—¡No disparen! —pidió Jason.
—Jason Kirk, Melissa Gold, están bajo arresto —les informó el dueño del escudo.
La rubia se mordió la lengua y se guardó las ganas de responderle si sabía por qué, exactamente, los estaban apresando. En su lugar, le sonrió, de manera que los tres supieron al instante que ese arresto no sería tan fácil y, antes de que pudieran actuar, Melissa gritó.
Se había olvidado de la potencia que poseía aquel aparato. Sus cuerdas vocales ardieron y su voz fue amplificada de forma tal que invisibles —pero potentes— ondas de sonido tomaron desprevenidos a los tres Vengadores y los empujaron con fuerza, levantándolos unos centímetros del suelo y lanzándolos varios metros hacia atrás.
Incluso antes de que tocaran el suelo, Melissa y Jason ya estaban corriendo lejos, sus pies a penas tocando el piso. Corrieron cinco cuadras bajo la mirada curiosa y juzgona de los romanos, oyendo sirenas por todos lados, esperando encontrar agentes escondidos detrás de cada esquina, listos para capturarlos de una vez por todas.
Pero el camino estaba libre, milagrosamente, y alcanzaron la terminal con solo segundos de sobra. Saltaron los controles de boletos y saltaron dentro del tren que parecía estar por salir primero. En esos momentos, ninguno se preocupó en chequear que fuera el que necesitaban. En esos momentos, todo lo que importaba era dejar Roma atrás y desaparecer.
Cuando el tren comenzó a moverse por la vía, el par de amigos se permitió tomar asiento en uno de los últimos vagones. Exhaustos, ambos cerraron los ojos.
—Me debes la explicación del siglo, Kirk —habló ella mientras trataba de regular su respiración.
—Sí, eso tampoco te va a gustar.
Melissa abrió los ojos rápidamente y él sonrió inocente. Eso no podía significar nada bueno.
—Necesito tu ayuda para localizar a alguien. Más concretamente, alguien que trabajaba para Hydra.
Estaba tan drenada de energía que no llegó a sentir ni una sola pizca del enojo que debió sentir. Sabía que tenía que estar ahorcando a su amigo por haberla puesto en peligro y dejado sin hogar por una razón tan de mierda, pero en su lugar solo tenía un vacío en su interior que la dejaba entumecida.
Se encogió de hombros, porque fue toda la respuesta que tuvo la capacidad de conjurar.
—¿Eso es todo lo que me vas a decir? ¿No me vas a criticar? ¿A decir que estoy loco?
—Estás loco y es una pésima idea —acordó ella—. Cuéntame más.
—Él... me salvó la vida hace unos meses —comenzó a explayarse Jason, oyéndoselo tan cansado como Melissa se sentía y, quizás, un tanto nostálgico—. Hydra, la CIA, el MI6... todos han estado detrás mío desde que desaparecí en Boston. Creían que yo sabía dónde estabas y que estábamos confabulados para vender los códigos nucleares al mejor postor. Logré evitarlos por un buen tiempo, hasta que me encontraron.
—¿Cómo?
—Mal momento, mal lugar. Un equipo táctico estaba tratando de desmantelar un imperio de drogas en Londres y yo salté en las cámaras de videovigilancia por caminar cerca de la zona que custodiaban. De todas formas —se cortó a sí mismo—, casi me matan mientras intentaba escapar. De no ser porque él estaba ahí. Me salvó la vida, Gold. —Para enfatizar sus palabras, Jason levantó su camiseta lo suficiente para dejar al descubierto una cicatriz de una herida de bala en su cadera—. Unos centímetros a la izquierda y no caminaba más.
—Bonita historia, pero tengo un código. No ayudo nazis —dijo Melissa y volvió a cerrar los ojos.
Oyó a Jason suspirar con frustración.
—No es un nazi.
—Casi segura que cualquiera que trabaje voluntariamente para Hydra es un nazi.
—Él no. —Melissa abrió un solo ojo para juzgarlo. Jason se vio incluso más exasperado que antes— Trabajó para ellos a la fuerza, lo obligaban a hacer su trabajo sucio. Control mental o algo de eso. Gold, por favor —insistió—. Antes de salvarme en Londres, estaba pasando desapercibido, pero por mi culpa lo están persiguiendo, cazando. Necesito devolverle el favor. Y sé que puedes ayudarme.
Por supuesto que podía. Melissa nunca había sido la mejor de su clase en su tiempo en la Academia, pero sí había aprendido un poco de absolutamente todo lo que pudo. Cada electiva que SHIELD le dejó tomar, ella estaba allí. Aprendió a dislocarse sus propios huesos y ponerlos de nuevo en su lugar, a hackear cosas básicas, a leer coordenadas en el espacio. Aprendió idiomas que jamás pudo usar, artes marciales de diferentes zonas y un poco de química, lo suficiente para aprender a hacer una bomba.
Quizás Melissa no sabía mucho sobre algo, pero si sabía algo sobre muchas cosas. Y sabía lo suficiente sobre rastrear personas que no querían ser encontradas, sobre todo porque, por dos años, había perfeccionado la técnica más allá de lo que le habían enseñado. Conocía todos los trucos porque había aplicado cada uno de ellos durante 785 días.
Jason se oía demasiado desesperado y se vio incapaz de decirle que no, a pesar de que este intrigante agente de Hydra la preocupaba. De verdad que lo último que quería era involucrarse con nazis, pero no podía negarle ayuda a su amigo, no después de todo lo que habían pasado.
—Está bien. Te ayudaré.
tengo que hacerles una pequeña aclaración porque ajá ya me pasó con otro fic y no quiero que se repita ah.
hay cosas que no las van a entender de entrada y así es como debe de ser. los personajes les van a mentir y ocultar cosas tanto a demás personajes como a ustedes. hay cosas que no voy a explicar a fondo por varios capítulos, a pesar de que personajes van a estar hablando de ello como si todos conocieran del tema.
es probable que ustedes deduzcan lo que está pasando, tampoco es poco obvio, pero si no lo hacen, sepan que se los voy a explicar todo a su debido tiempo!!! recuerden que al final del día los narradores son espías y mentirosos, no confíen mucho en ellos!!!
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