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MEMENTO MORI
PRELUDE
en el que Melissa Gold
la caga
BOSTON, ESTADOS UNIDOS
primavera 2014
Un par de botas pisaban con desesperación los pocos escalones que le quedaban para llegar al suelo. Detrás suyo, allí donde acababa de encontrarse solo milisegundos antes, balas golpeaban el suelo. A su derecha, una mujer castaña, enfundada en un traje idéntico al que Melissa llevaba puesto en esos momentos —negro, ajustado, con protección para ese tipo de momentos— corría con un maletín en sus manos. A su izquierda, un hombre de al menos dos cabezas más de altura que Melissa misma, de cabellera oscura y corta barba, vistiendo un traje similar al de las otras dos mujeres, disparaba a ciegas a sus espaldas en un vano intento por darle a alguno de sus enemigos.
Frente a ellos tres, un carísimo Mercedes Benz los esperaba con un joven pelinegro detrás del volante. Antes de siquiera abrir la puerta del copiloto y saltar dentro frenéticamente, Melissa ya estaba gritando órdenes con un preocupante tono de urgencia.
—¡Arranca! ¡Por el amor de Dios, arranca!
Blake Duncan miró a la mujer que se había sentado a su lado, de seguro pensando en lo demente que se veía en esos momentos. Sus celestes ojos indicaban locura y de su pecosa frente caía un hilo de sangre a partir de un corte que un enemigo le había hecho al golpearla. El joven estudió a la rubia a su lado, para luego mirar hacia atrás, donde sus otros dos compañeros en un estado muy similar al de Melissa se subían al vehículo con igual desesperación.
Hannah le enseñó el maletín al tiempo en que una bala impactaba contra el parabrisas trasero. Esto pareció ser suficiente indicador para Blake de que era hora de hacer caso a lo que Melissa le había pedido en un principio y poner en marcha el auto de escape.
Al instante, se encontraron atravesando las calles de Boston a una velocidad demasiado elevada que, en otras circunstancias, habría preocupado a Melissa. Pero ahora tenía mayores inquietudes, como por ejemplo que la mafia a quienes acababan de robarle unos códigos nucleares ahora los perseguían y habían sacado armas de gran calibre por las ventanas.
Durante un ingenuo momento, Melissa creyó que por encontrarse en el mismísimo centro de la ciudad ellos se abstendrían de disparar. Luego recordó que estaban tratando con la mafia y que a ellos no podría importarles menos el bienestar de los civiles y que sería solo cuestión de segundos antes de que los volaran en mil pedazos.
—Blake, toma la siguiente calle —ordenó Melissa, su cuello todavía retorcido mientras observaba con cautela a sus perseguidores.
Blake no cuestionó ni por un segundo a la (autoproclamada) jefa del equipo y, en cuanto llegó al siguiente cruce, giró el volante hacia la izquierda de manera violenta y repentina, provocando que las ruedas derraparan sobre el asfalto y crearan una pequeña cortina de humo con olor a caucho quemado que logró asquear a todos los pasajeros del vehículo.
De todas formas, Blake supo mantenerlo estable y continuar su trayecto a la misma exacta velocidad que llevaban viajando hasta esos momentos. Él podía ser un nuevo recluta en sus veinte —si no es que tenía menos años—, quien siempre llevaba anteojos de sol con vidrios de colores y vestía camisetas de bandas punk que sonaron únicamente a principios de milenio, y a simple vista podía parecer que no se encontraba a la altura del peligroso trabajo que significaba ser agente de SHIELD, pero Melissa podía asegurar que Blake era uno de los mejores agentes de campo con los que había trabajado y, sin lugar a dudas, un excelente piloto de escape.
Aunque tenía que admitir que, al momento en que el cabecilla de Strike, Adrian Pierce, le había presentado al equipo con el que la enviaba en aquella misión a Boston, Melissa había querido estrangularlo con sus propias manos. El hombre pretendía obligarla a trabajar con un niño recién graduado, una agente de campo con suficientes muertes bajo su nombre como para comenzar a rozar la fina línea entre espía y asesina a sueldo, y su mejor amigo de la secundaria quien, por más que quería mucho, solía sacarla de quicio en misiones.
De todas formas los cuatro habían logrado trabajar juntos para recuperar un maletín con códigos nucleares que la mafia de turno había robado del Pentágono, por lo que le debía a Fury una disculpa por no haber creído en su visión y cincuenta dólares por una apuesta perdida.
—¿Los perdimos? —preguntó Jason al tiempo que le colocaba un silenciador a su pistola de mano—. Por favor díganme que los perdimos.
Melissa miró por el retrovisor y vio al vehículo de sus perseguidores atascado en el tráfico al menos una cuadra detrás suyo.
—Todavía no —anunció ella—. Blake, vas a tener que conducir mejor que esto si pretendemos escapar.
—¿Eso es un reto?
—Si decirte que sí va a hacer que dejes de manejar como un abuelo, sí, es un puto reto. Ahora pisa a fondo ese acelerador que estamos a media cuadra de que nos vuelen en pedazos.
El más joven de los cuatro apretó el volante entre sus manos cubiertas por los clásicos guantes sin dedos de los uniformes de SHIELD e hizo exactamente lo que su copiloto le había pedido. El contador de millas subió tan rápido en tan poco tiempo que hizo que los pasajeros soltaran una exclamación de sorpresa a la misma vez que eran empujados contra los respaldos de sus asientos.
Detrás de ella, Melissa oyó como Hannah aullaba de felicidad ante el cambio de velocidad y como Jason murmuraba que Blake los iba a hacer chocar en cualquier momento.
El joven de rulos negros pareció oírlo pues, llegado el siguiente cruce y sin aminorar la marcha, tiró a la preciosa Mercedes plateada por una nueva y aún más estrecha calle, la cual convenientemente se encontraba flechada hacia el lado contrario. Melissa volvió a oír como Jason Kirk juraba que iban a morir a manos de un niño y ella tuvo que admitir que estaba un poco de acuerdo.
Blake condujo de manera demasiado precisa esquivando a todos los vehículos que venían en su dirección, a la misma vez que miraba por todos los espejos para asegurarse de que sus perseguidores seguían lejos.
—No los puedo perder —anunció después de haber hecho la misma maniobra en cinco esquinas distintas sin obtener el resultado esperado—. Van a tener que hacerlo ustedes.
Como respuesta Jason recargó su arma y Hannah levantó una semi automática que habían escondido en el suelo bajo el asiento en el que Melissa iba sentada.
—Voy a necesitar el collar. Por favor díganme que ya está listo —pidió la rubia dirigiéndose hacia los asientos traseros, más precisamente, hacia la mujer detrás suyo.
—Ni cerca —Hannah negó con la cabeza—. Necesita calibrarse en una computadora de verdad, la del coche no sirve.
—¿Y qué sucede si lo uso como está ahora?
—Perderás tu voz, en el mejor de los casos.
—¿En el peor?
—Nos matarás a todos.
Melissa golpeó el asiento frustrada y volvió a sentarse con normalidad. Necesitaba ese collar, era la mejor arma que tenían contra la mafia y sus potentes y peligrosas armas.
Tenían que tomar el riesgo. Quizás Hannah estaba equivocada y sí había logrado calibrarse por completo o quizás Melissa viviera lo que su aliada había llamado como mejor de los casos. Podía vivir sin su voz, la cuestión era vivir.
El aparato sónico se encontraba conectado al computador del Mercedes en el que se movían por la ciudad. Aquella había sido un arma que Melissa había recibido como agradecimiento luego de haber ayudado a salvar a un grupo de agentes de campo nivel nueve. Al llevar como nombre en código Songbird, a los técnicos amigos de aquellos a quienes había salvado se les ocurrió la brillante idea de inspirarse en la protagonista de unos cómics y brindarle un aparato que le hiciera honor a su nombre.
Ahora Melissa podía crear ondas de sonido con su voz tan fuertes como para dar vuelta una SUV, lo que se trataba de un muy útil accesorio para sacarla rápidamente de los problemas en los que habitualmente se metía en misiones.
Por lo que, insatisfecha con la respuesta que había recibido por parte de una persona que sabía mucho más que ella sobre el tema, desconectó el dispositivo y lo cerró alrededor de su cuello.
—Está bien, demostrémosle a estos idiotas por qué no hay que meterse con SHIELD .
Los otros dos que no tenían sus manos atadas al volante entendieron a la perfección a lo que se refería su líder. De manera ágil y coordinada se giraron en sus asientos para quedar de rodillas sobre estos y dispararon una vez cada uno contra el parabrisas trasero, haciéndolo trizas al instante y permitiéndoles tiros limpios hacia aquellos que los perseguían.
Por su parte, Melissa bajó la ventanilla y sacó medio cuerpo para afuera. No quería utilizar el llanto de Songbird hasta que no fuera estrictamente necesario pues tampoco estaba tan emocionada por perder su voz (o matar a todo su equipo), así que utilizó la misma pistola con la que había ingresado a los tiros al edificio del que habían escapado solo minutos atrás para abrir fuego contra la camioneta detrás de ellos.
—Apunten a las ruedas —les dijo Blake—. O asesinen al conductor.
—Sí, porque es tan sencillo —se quejó Jason y desperdició una bala al disparar hacia adelante, rozando el brazo de Blake, creando un agujero en el parabrisas delantero y ganándose un insulto por parte del más joven.
—¡Eres un imbecil!
—¿No querías que asesinara al conductor?
—¡Dedícate a sacarnos de este lío!
—¡Chicos! —los regañó Melissa metiendo su cuerpo dentro del vehículo al quedarse sin balas, buscando una nueva pistola en cualquiera de los lugares donde solía esconderlas—. Primero nos aseguramos de terminar con esto, luego pueden matarse mutuamente.
—Será todo un placer asesinar a este idiota.
—Vas a hacerme reír, Duncan, ni siquiera puedes sostener un arma entre tus delicados dedos —se burló Jason.
—El que ríe ultimo ríe mejor.
—Juro que voy a meterles una bala en la cabeza a cada uno de ustedes si no se callan —se quejó Hannah.
Gracias a que la habían hecho enojar, Hannah disparó con tanta precisión que le dio a una de las ruedas delanteras, lo cual causó que la SUV perdiera el control, se hiciera a un lado y volcara.
Todos vitorearon y le indicaron a su conductor que los llevara al punto de extracción, donde un quinjet los esperaba para volver a Washington DC y dar por finalizada la que esperaban fuera su primera y última misión juntos.
Sin embargo, al cruzar la siguiente avenida, todavía conduciendo a altísima velocidad, ninguno de los cuatro reparó a tiempo que un Jeep arremetía contra ellos a propósito. Para cuando lo hicieron, Blake pisó el freno de manera brusca, pero ya era demasiado tarde y la colisión fue inevitable.
Melissa, al ver al vehículo a tan solo centímetros de ella, segundos antes del impacto, gritó de terror y olvidó por completo que llevaba un dispositivo sónico con un enorme desperfecto técnico colgado en su cuello.
Las ondas que escaparon de su collar causaron quizás más desastre del que causó el choque.
Poco recordaba del incidente, apenas sí tenía flashes de lo que había seguido a la colisión.
Podía ver lo poco que había quedado de ambos vehículos; el maletín que habían robado se encontraba todavía cerrado a unos pocos metros de Hannah, cuyos oídos sangraban al igual que sus ojos, los cuales tenía abiertos hacia el cielo. Melissa supo que la había matado. Recordaba haber visto a Blake en el mismo estado que ella un poco más lejos.
Sus oídos pitaban y su cabeza todavía estaba ligera, pero podía moverse lo suficiente como para alcanzar el maletín y chequear en qué estado había dejado a Jason quien, para su sorpresa, estaba con vida.
En muy mal estado, pero con vida.
Jason le habló, pero ella no lo oyó, no podía escuchar absolutamente nada. Lo que sí pudo hacer fue leerle los labios y el mensaje en ellos le heló la sangre. Había sido una sola palabra, pero el miedo y la traición en sus ojos le habían dado un valor agregado.
SHIELD.
Melissa siempre había sospechado que la agencia estaba corrupta, pero jamás imaginó que se volverían en contra de sus propios agentes. Sin embargo, todo cuadraba a la perfección: el desperfecto en su collar la noche antes de la misión, el equipo extraño escogido a mano por Pierce, el hecho de que la mafia local los persiguiera para hacerse con unos códigos que no les servirían de nada para su rubro.
Melissa apretó el maletín contra su pecho y corrió lo más lejos que pudo, dejando atrás a la mitad de su equipo muerto y a otro más para que siguiera por ese camino. Corrió hasta que las piernas le dolieron y sus oídos volvieron a la normalidad, corrió porque no sabía qué otra cosa hacer para salvar su vida.
Corrió tanto que únicamente se detuvo al llegar a las afueras de la ciudad donde recordaba que habían ocultado el quinjet. Allí buscó los aparatos de comunicación y geolocalización y cortó los cables de ambos. Luego se deshizo de todo lo que podía ser ubicado por cualquier técnico de SHIELD y finalmente puso a prueba sus pocos conocimientos de pilotaje, sacó la nave de los Estados Unidos y desapareció en aires internacionales con más nada que unos códigos nucleares como su copiloto.
Nadie había oído o visto a Melissa desde entonces.
Hasta que el pasado tocó su puerta dos años más tarde.
Nadie:
Yo: mata a dos personajes en el prólogo.
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