Capítulo 4
Nuestras prioridades y necesidades cambian con el paso del tiempo. Pueden preguntarle eso a cierto príncipe orgulloso.
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Como casi todos los meses después de visitar a Yue, Katara visitó la academia juvenil para maestros agua. Esta era una de las pocas reformas que no podía atribuirse a ella, sino a Pakku, quien apenas se mudó al Polo Sur, puso un gran empeño en reintegrar el agua control en la tribu del sur. Al principio, el viejo maestro había tenido la esperanza de que con el pasar del tiempo, más maestros sureños nacieran de manera natural, pero no tuvo mucho éxito con eso.
Por fortuna, no hizo falta llevar consigo la obsoleta tradición norteña de los matrimonios arreglados, pues muchos de sus estudiantes y guerreros se enamoraron de inmediato de varias chicas sureñas. Como resultado, diez años después tenían una academia fructífera llena de mocosos listos para mojarse y enterrarse en la nieve unos a otros.
De ninguna manera el maestro Pakku pudo haber previsto que sus acciones contribuirían al ciclo natural del Avatar, que después de haber muerto años atrás, como un dulce maestro aire, debía haber reencarnado en un bebé maestro agua.
La pregunta era, ¿quién?
─ Siempre debes tomar en cuenta que esto tiene mucho que ver con la intuición. ─Le dijo Pakku, con quien se reunió después de unos días de su última discusión.
Katara lo miró, mientras ambos yacían de pie observando los entrenamientos de los chicos más jóvenes de la academia. Recientemente se habían unido tres niños de cinco años y dos niñas de cuatro y querían tenerlos bien vigilados.
Ella pensó que las palabras de su abuelo se parecían peligrosamente a las de Yue. ¿Acaso el anciano podía conversar con los espíritus?
─ Según investigué, hubo ocasiones en las que fue imposible determinar quién era el Avatar en turno... al punto de confundir a los chicos y causar daños irreparables. ─Él continuó hablando, su mirada todavía fija en los niños─ No puedes apresurarlo.
─ Sé que no. ─Katara volvió la mirada hacia los pequeños, quienes corrían en círculos grandes en su afán por perseguirse los unos a los otros.
A diferencia de los maestros de más edad, estos eran poco más que bebés que recién comenzaban a descubrir sus poderes, felices de poder expresarlo entre amigos. Ella no tuvo esa fortuna hasta que conoció a Aang, e incluso entonces, había sido durante un viaje complicado. Debía reconocer la importancia de permitirles a estos niños disfrutar su infancia, pero aún así...
─ Aún así ─hizo eco de sus pensamientos con dureza─, ha pasado suficiente tiempo. El Avatar debe tener al menos diez años ahora, así que no entiendo por qué no hemos podido identificarlo. Aang tenía sólo 12 años cuando fue capaz de manifestar su segundo control...
─ 112 años, para ser más exactos. ─La corrigió el anciano con una mirada severa─ En ese entonces, todos pensábamos que el Avatar estaba muerto... o en el caso contrario, que sería un anciano de 112 años de edad. En cambio, a todos nos tomó por sorpresa descubrir que un niño había hibernado durante un siglo entero. ─Con un gesto silencioso, Pakku le pidió a Katara que se alejaran un poco de la sala de entrenamiento, ganando un poco de privacidad en el pasillo interior del salón.─ Debes aceptar que tal vez el Avatar no sea como tú piensas, Katara... O que incluso, esté fuera de tu alcance.
La joven reina no hacía rabietas cuando se enojaba, como bien recordaba Pakku de su infancia. Ahora bastaba una mirada dura y gélida para entender cuánto la había enfadado.
─ Ningún maestro agua está fuera de mi alcance ahora. ─Replicó, cerrando con fuerza los puños─ Todo lo que acontece en los polos, me es notificado de inmediato.
Pakku sólo la miró impávido, sin señalar que también existían maestros agua fuera de los polos. En cierto modo, empezaba a preocuparle esta obsesión de su nieta y alumna por encontrar al Avatar.
Había una ironía cruel en ello.
─ Tal vez deba viajar al Polo Norte para verificarlo por mi cuenta. ─Musitó Katara, ya más pensativa que molesta.
─ No te lo recomendaría, en especial ahora. ─Pakku le lanzó una mirada afilada, esa que a pesar de ser tan intimidante, expresaba lo mucho que se preocupaba por ella─ A pesar de tu influencia y lo mucho que se ha extendido el territorio controlado por maestros agua, debes ser consciente de tu situación, Katara. Haz hecho al Señor del Fuego tu prisionero, así que cruzar el ecuador te haría un blanco irresistible para la Nación del Fuego.
Katara odiaba reconocerlo, pero él tenía razón. Si algo caracterizaba a los maestros agua era la prudencia de elegir cuándo y dónde librar una batalla. No tenía sentido correr el riesgo de ser capturada, ahora que tenía tremenda ventaja con Zuko como su prisionero.
Suspiró, sabiendo que no le quedaba de otra más que seguir esperando.
─ Sigue observando a los chicos por mí, Pakku. ─Le pidió a su abuelo antes de acercarse a él. Para sorpresa del anciano, que ahora medía casi lo mismo que la joven, sintió la calidez de su abrazo alrededor de los hombros─ Gracias por seguir aquí. ─La escuchó susurrar contra su cuello.
El anciano, que rara vez se conmovía, le devolvió el abrazo con fuerza.
─ Siempre estaré aquí contigo, Katara... igual que tu abuela, tus padres y tu hermano.
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No iba realmente tarde a la reunión de su consejo, pero Katara sabía que encerrarse en su habitación no la ayudaría a lidiar con la ansiedad de aquel día. Prefería caminar, observar el paisaje invernal que cubría la ciudad del Sur. Tantas personas viviendo en paz, capaces de desarrollar su cultura a su antojo.
Valía la pena todo el tiempo que tuvo que pasar sola, se dijo, incluso si una parte de ella no lo creía completamente.
¿No valía la pena sacrificar su corazón por el bien de su pueblo?
Pensar en Hakoda, en Sokka, en Aang... era tan doloroso que durante un tiempo incluso le parecía más sencillo, sólo dejarlos ir. Dejó de preguntarse a dónde habría ido Toph y qué habría pasado con Suki. Empezó a trabajar impulsada por la inercia y, después de años, sus esfuerzos dieron frutos hermosos.
Pero ella seguía siendo infeliz... y por alguna razón que no lograba entender, no conseguía ignorarlo desde que se enfrentó de nuevo al Señor del Fuego Zuko.
Quizás era esa la razón por la que seguía yendo a verlo, aunque no tuviera realmente nada que decirle. Aunque él no mereciera su presencia ni sus palabras, sino sólo su indiferencia y desprecio.
"Todavía queda algo de tiempo", pensó, caminando en dirección a las lejanas prisiones de hielo que se levantaban a la falda de una extensa montaña.
A decir verdad, no había demasiados prisioneros allí. La criminalidad en la ciudad era poca y, por lo general, no tomaban prisioneros cuando encontraban espías o soldados extranjeros en las islas aledañas.
Muchos rumores sobre guerreros usando sangre control eran, de hecho, reales.
Katara les había enseñado la técnica que en un principio la horrorizó... pero que de un modo u otro, resultó ser una gran medida disuasoria para cualquiera que quisiera aventurarse demasiado al sur o demasiado al norte.
Pakku tenía razón al decir que no podía ocultar por mucho tiempo a un maestro fuego en el polo sur, pero definitivamente no esperaba encontrar lo que vio al ingresar a la celda de Zuko.
Uno de los guardias que esperaban afuera captó el fulgor dorado cuando Katara abrió la puerta, moviéndose para enfrentar al prisionero que de algún modo u otro, había logrado usar el fuego control dentro de su celda de hielo.
Afortunadamente Katara tenía unos reflejos incomparables, de modo que pudo apresar en hielo la mano de su guardia, quien notó que estaba listo para tomar medidas letales contra Zuko.
─ ¡Excelencia! ─Exclamó el guardia, aturdido más que molesto.─ ¡Por favor, aléjese!
─ Él no está tratando de atacarme, Panuk. ─Su mirada inexpresiva barrió al guardia en una orden clara: "no te entrometas". El otro, Anik, observó la situación con una expresión tensa. Los tres maestros agua miraron al interior de la celda, donde un acalorado maestro fuego observaba la situación, con una expresión conmocionada y un poco confundido. Para sorpresa de los guardias, Katara sonrió de medio lado─ El Señor del Fuego sólo estaba entrenando, ¿o me equivoco?
Zuko abrió la boca para responder, pero no se le ocurrió nada que pudiera sonar sensato. No esperaba que la reina apareciera justo cuando él estaba lanzando bolas de fuego al aire.
Después de un incómodo silencio, la mujer suspiró y derritió el hielo que había atrapado a Panuk, despachándolo con un simple gesto.
─ Déjennos solos. ─Les ordenó, ignorando las miradas que compartieron los guardias antes de cerrar la puerta detrás de ella.
Como en ocasiones anteriores, ambos maestros se observan entre sí, calibrándose en silencio. En esta ocasión, sin embargo, Zuko parece más incómodo que molesto o agonizante. Como si tuviera palabras en la boca, pero no el valor para decirlas.
─ ¿Qué es? ─Le preguntó Katara directamente, apoyándose en la pared junto a la puerta.
Zuko tragó en seco y después de unos instantes, suspiró.
─ Todavía me queda algo de orgullo. ─Dijo en voz baja.─ Lo suficiente para no caer de rodillas frente a tí... Pero supongo que al menos podría darte las gracias.
Katara no pudo controlar la sorpresa en su rostro, abriendo mucho los ojos mientras observaba al maestro fuego.
Zuko, que ya poseía la altura y la robustez de un adulto en el inicio de su plena madurez, llevaba el cabello atado en lo alto de su cabeza, de un modo parecido a cuando recién se conocieron años atrás. Sólo que ahora, algunos mechones rebeldes escapaban sobre sus sienes, negros como el carbón.
─ ¿Por qué? ─Le preguntó sin sarcasmo, verdaderamente confundida por la expresión de su rostro. Sus ojos dorados, que acostumbraba a recordar llenos de ira y orgullo, eran dos pozos de miel al mirarla─ ¿Creíste que te mataría por hacer fuego control?
A pesar de que la amenaza no era en absoluto ridícula, Zuko sonrió con un repentino arranque de humor negro.
─ No, aunque me sorprende que no lo hicieras... ─El humor se volvió tan amargo que ella casi podía saborearlo─ En la Nación del Fuego... E incluso en las colonias, según oí, estaba penado con la muerte usar cualquier control que no fuera el fuego.
A la mente de Katara llegó el recuerdo de su viejo amigo Haru, que había sido encarcelado junto a su padre sólo por usar en secreto la tierra control.
─ A veces creo que estás pidiéndome que te mate. ─Dijo ella, levantando una ceja.
Zuko se encogió de hombros, secándose el sudor de la frente con la manga de su traje. No quería correr el riesgo de pillar una hipotermia ahora.
─ Dijiste que no necesitabas una excusa. ─Él le recordó, no con cinismo pero sí con una franqueza que la desconcertó─ Soy tu prisionero, Katara... ¿A quién le sirve que sea político para suavizar la verdad?
Ella podría enfadarse con él por su falta de respeto, pero al pensarlo mejor, estuvo de acuerdo con su lógica. Si él intentara lucir como un inocente corderito, si intentara justificar sus actos... Bueno, ella probablemente reconsideraría aquello de la ejecución pública.
De todos modos, no estaba segura de por qué le parecía bien que él la llamara por su nombre. Puede que al oírla llamar "su excelencia" no sintiera nada más que sarcasmo y condescendencia.
Así estaban las cosas.
─ Bueno, y si no es por tu vida, ¿qué te tiene tan agradecido que podrías ponerte de rodillas? ─Ella le preguntó mordaz, un poco burlona.
Pero Zuko, en vez de ponerse a la defensiva, le rindió una profunda reverencia que ella ya había visto antes entre otros miembros de la Nación del Fuego. Una muestra de honor, le habían dicho.
─ La cama.
Fue todo lo que él dijo, y ella volvió a sentir que estaba siendo burlada de algún modo.
Con una mirada escéptica, miró la cama que permanecía en un rincón de la celda.
─ ¿En serio? ─Ella lo miró de vuelta, ladeando la cabeza─ Está tan ordenada que cualquiera diría que no la has usado desde que te la di.
Zuko se sobresaltó ligeramente, sin saber muy bien si era una broma o algo así.
─ La ordené esta mañana. ─Dijo él muy serio.
Vaya que era denso, pensó ella, todavía sin creerle del todo.
Al percibir su incredulidad, Zuko se pasó las manos por el cuello, buscando las palabras correctas para explicarse.
─ Mi tío me enseñó cómo sobrevivir en un ambiente helado. ─Le dijo, suponiendo que era correcto empezar por ahí. El recuerdo de su tío lo hizo estremecer.─ El fuego control viene de la respiración, así que practicamos lo que él llamaba "el aliento de fuego".
Katara recordó haber oído que algunos soldados en el Reino Tierra llamaban al General Iroh "El dragón del Oeste". Supuso que de ahí debía venir dicho apodo.
─ Puede que esa técnica me mantuviera con vida... ─Continuó el hombre de la cicatriz, mirando un punto indefinido del suelo. No parecía particularmente alegre en ese momento─, pero el hecho es que, de seguir durmiendo sobre el hielo sólido, mi insomnio empeoraría hasta el punto de matarme. O peor, volverme loco.
Katara había sido prisionera un par de veces a lo largo de su viaje con Aang. Podía decir que nunca había sido tan malo, al punto de caer en la desesperación.
Supuso que debía sentirse satisfecha con la efectividad de sus celdas de hielo, pero al ver el rostro de Zuko, no sintió satisfacción en absoluto.
Parecía haber envejecido en esas pocas semanas, aunque notaba un poco más de color en su rostro a la última vez que lo vio. Debía haber estado durmiendo mejor.
─ Te dije que serías mi prisionero por el tiempo que yo quisiera. ─Le dijo con cierta frialdad─ No me interesa dejarte morir de hipotermia por ahora.
Para su consternación, el pelinegro sonrió con cierta ironía.
─ No me dejo morir tan fácilmente, su excelencia. ─Al usar aquel título, percibió un deje burlón no del todo ofensivo. Casi parecía... cariñoso.─ Tengo esta manía de permanecer vivo a pesar de las adversidades, como cuando esos piratas intentaron volarme en mil pedazos.
─ ¿Los piratas? ─Katara abrió mucho los ojos, sorprendida.
Casi había olvidado ese asunto, pero Zuko no parecía preocupado por ello.
─ Dicen que la hierba mala no muere tan fácil. ─Dijo, encogiéndose de hombros─ Pero ese no es el punto. He pasado los últimos diez años durmiendo en una cama enorme, en aposentos reales, rodeado de sirvientes veinticuatro horas al día. Yo... por un momento, fue como si pudiera olvidar los años que pasé como un paria de mi propia nación.
El silencio cayó entre ambos, la voz de Zuko apagada hacia el final.
Katara no había ido ahí para escuchar las lamentaciones del Señor del Fuego, pero mentiría si dijera que no le daba curiosidad.
No era del todo consciente de lo mucho que estaba
lo que él le contaba, casi en su propia carne. Y no es que tuvieran demasiado en común ellos dos (seguía pensando eso), sino que igual que aquella vez en las cuevas de cristales debajo de Ba Sing Se, la conmovió la franqueza derrotada de Zuko.
Él no intentaba causarle lástima... Él sólo quería hablar.
Y ella quería escucharlo.
Caminó los pasos que la separaban de la ordenada cama con pieles, sentándose en un extremo y señalando con la mano el otro en una clara invitación.
─ Continúa, por favor.
Zuko la miró, preguntándose no por primera vez si aquello era algún truco de tortura psicológica. Él era su prisionero y ella lo odiaba. Y aún así...
─ Si esto fuera un interrogatorio, odio admitir que este sería el momento en el que aceptaría confesarlo todo. ─Suspiró, resistiéndose a sonreír con amargura mientras iba a sentarse a su lado. Ya se había dicho que dejaría la maldita autocompasión.
─ ¿Y de qué se declararía culpable el Señor del Fuego? ─Katara levantó una ceja, aunque se le ocurrían muchas respuestas a esa pregunta.
─ De negligencia. ─Él no fue capaz de sostenerle la mirada por más tiempo, así que recargó los codos en sus piernas y se inclinó hacia adelante, con la vista en el suelo─ De comodidad y apatía. Si el pecado de mi padre fue la crueldad, el mío fue la indulgencia.
Zuko podía sentir la tensión de la mujer a su lado, incluso cuando no estaban ni cerca de tocarse. Desde que se reencontró con ella, podía saber lo que pensaba de él, incluso si su rostro no expresaba ninguna emoción. No era necesario decirlo para saberlo.
Pero ella se equivocaba.
Él jamás había disfrutado con la crueldad de Ozai, ni siquiera en tiempos anteriores a su exilio.
Ella no necesitaba saber cómo se había hecho aquella cicatriz, pero su tío Iroh alguna vez había dicho que no se trataba de una marca de la vergüenza, sino la prueba de que él tenía un corazón noble.
No sabía cuánto de eso importaba ahora.
De cualquier modo, Katara no parecía dispuesta a interrumpirlo, así que se permitió seguir explicándose.
─ Pasé tres años en el mar, rodeado de marineros a los que les importaba muy poco las cortesías y comodidades de la corte. ─Le contó, casi sonriendo al recordar a la tripulación que lo acompañó todo ese tiempo─ Y luego, justo cuando creí que finalmente podría volver a casa... Me convertí en un fugitivo de mi propia nación. En ese entonces, pensé que no se podía caer más bajo.
─ ¿En ese entonces? ─Katara buscó su mirada, pero él no estaba listo para explicar que, desde su perspectiva, había pisado fondo el día que le dio la espalda a ella y a su tío en aquellas cavernas.
Zuko suspiró.
─ Lo que intento decir es que pasé mucho tiempo alejado de cualquier comodidad, ¿sabes? En este punto, te puedo decir que una simple cama puede proteger tu cordura más que un buen plato de comida.
Bueno, uno no esperaría escuchar eso del actual gobernante del mundo.
Katara debía reconocer que aquello rompía con el paradigma que representaba Zuko en su mente. Eso, si decidía creer que no era una manipulación para ganar su confianza o algo así. No era sencillo ver con buenos ojos al hombre a quien le dio el beneficio de la duda, sólo para ser apuñalada por la espalda.
Su mente era un lío, y su corazón...
Zuko debió notar su incomodidad, levantándose para darle cierto espacio.
Cuando ella levantó la mirada, lo descubrió observando con un profundo ceño sus manos.
─ Si es tu decreto, no volveré a hacer fuego control mientras sea tu prisionero. ─Le dijo, pillándola por sorpresa. ¿Él creía que ella estaba molesta por eso?
Bueno, por su expresión sombría, Katara no pensó que estuviera bromeando.
Esa mirada le hizo recordar cuando la Luna se ensombreció y ella se quedó sin poderes. Le hizo pensar en Hamma, que había pasado la mitad de su vida encerrada en una prisión, sin posibilidad de usar su agua control, hasta que finalmente se volvió loca y escapó para buscar venganza.
Imaginar a cualquier maestro cediendo su uso del control era suficiente para estrujarle el corazón.
Oh, este corazón.
─ Pedirte que no hagas fuego control... sería como prohibirte respirar. ─Ella dijo, después de un largo silencio, poniéndose de pie igual que él, enfrentándolo─ Matarte sería menos cruel.
Zuko no respondió. Parecía confundido y afligido, y ella decidió que nadie era tan buen actor como para fingir esa mirada.
─ Sólo no practiques tus bolas de fuego hacia la puerta, la próxima vez. ─Ella suspiró, cruzándose de brazos.─ Mis guardias podrían volver a malinterpretarlo.
Él asintió una vez, lentamente, como si apenas pudiera creer que ella le estuviera dando pase libre para hacer fuego control en su celda de hielo.
Tropezando un poco con el ambiente incómodo, Zuko se movió hacia un lado, calentándose las manos con un soplido de fuego muy suave.
─ Eh... Gracias. ─Tosió, deseando tener un poco más de encanto. Luego la miró de nuevo─ Parecías algo estresada cuando entraste.
─ Ah, ¿se nota? ─Contra todo pronóstico, Katara sintió una pequeña sonrisa tirando en la comisura de sus labios. Sin embargo, no era un gesto de alegría en absoluto─ Supongo que siempre es así cuando estoy a punto de acudir a una reunión con mi Concejo.
Zuko levantó ambas cejas con sorpresa, mirándola casi con emoción.
─ Oh, te entiendo perfectamente. ─Le confesó, preguntándose qué tan retorcido era compartir aquello en común con su mayor enemiga política.─ Eh... Quiero decir, siempre es un fastidio. En especial cuando los hombres más allegados a ti te odian.
─ Me perturba pensar que tenemos eso en común. ─Dijo ella, levantando una ceja.
Zuko le dio la razón en eso.
Sin embargo, aunque no tenía ninguna esperanza de que ella compartiera con él secretos de Estado, de pronto tuvo un mal presentimiento.
─ Ah... Supongo que quieren saber por qué no me has ejecutado. ─Murmuró.
Katara, que tenía la guardia baja debido a aquella extraña y reveladora conversación, se sintió mal por él.
De todos modos, eligió ser honesta.
─ Sí, es lo más probable. ─Le dijo. Él pensó que su intuición era una perra.─ Muy pocos saben que estás aquí, y sin duda los ancianos desean terminar con esto de una vez por todas. Tu muerte los tranquilizaría bastante.
Zuko se quedó quieto en su lugar. Por un momento llegó a pensar que podría aceptar la muerte como un castigo justo. Que lo aceptaría con la cabeza en alto y con su orgullo intacto. Sin embargo, de pronto el frío empezó a calarle los huesos.
Katara no pasó por alto su repentina palidez.
─ No me hagas repetirlo. ─Lo reprendió, acercándose a él unos pasos, tomándolo por sorpresa─ No vas a morir mientras...
─ Mientras tú lo decidas. ─Él concluyó. Katara no podía asegurar si él estaba molesto, asustado o simplemente resignado. Había una expresión peculiar en su rostro, y sólo entonces se dio cuenta que se había acercado demasiado─ Su excelencia, por mucho que quiera congelar la cara de esos sujetos, creo que debe ser prudente. ─Él añadió después, cuando ella se apartó de nuevo.─ No pienso entregar mi propia vida en vano, pero no beneficiaría a nadie que los haga enojar.
Aunque sus naciones podían ser muy diferentes, Katara pensó que él hablaba por experiencia. Al final del día, Reina o Señor del Fuego, eran monarcas con una espada afilada encima de sus cabezas.
─ Hablas como Pakku. ─Ella murmuró, ganándose una mirada curiosa.
─ ¿Quién?
─ Mi abuelo.
Para sorpresa de la maestra agua, Zuko se llevó una mano al pecho, como si acabara de golpearlo. Y luego, él sonrió como un niño emocionado. Cielos, Zuko no podía decirle cuánto le recordaba eso a su tío Iroh... pero hizo todo lo posible para no llorar. Debía reconocer que lo extrañaba muchísimo.
Cuando se dio cuenta, la mujer morena parecía dispuesta a irse así sin más, igual que lo había hecho en ocasiones anteriores.
Esta vez, los instintos de Zuko fueron veloces. A pesar del riesgo, se adelantó y la tomó de la mano, lo que sorprendió a ambos y les envió una repentina corriente eléctrica.
Katara se zafó de su agarre, atravesándolo con una mirada furiosa cargada de desprecio.
Lo último que él quería era asustarla o hacerla enojar, así que se apresuró a explicarse.
─ Lo lamento, no pretendía... ─Gruñó, horrorizado de sí mismo. Se pasó una mano por el pelo, sintiendo una pequeña migraña emerger en sus sienes─ Sólo... Por favor... no hagas eso, te lo ruego. Es incluso peor que el encierro, peor que no hacer fuego control. Yo... cada vez que te vas, sin una palabra, siento que me voy a volver loco.
Katara se sobresaltó por su honesta declaración, mirándolo como si... como si esa fuera la primera vez.
Como si no lo conociera.
Sus ojos dorados eran otra vez pozos de miel, dulces y líquidos, pero su boca estaba deformada por el temor y la desesperación. Él estaba completamente vulnerable ante ella, pero también poseía un magnetismo extraño, casi animal.
Sobrecogida, le dio la espalda, preguntándose si él volvería a tocarla.
Cuando el silencio se alargó y quedó claro que él no insistiría de nuevo, Katara intentó calmar su ritmo cardiaco con una respiración profunda.
─ Te veré de nuevo en tres días, Señor del Fuego.
Habiéndose despedido apropiadamente, Katara se marchó, dejándolo solo en su celda.
Pero en esta ocasión, Zuko sintió que lograba respirar de nuevo.
Volvería a verla en tres días.
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