Capítulo 3
Para Zuko, el momento en el que su destino quedó marcado fue cuando Azula asesinó al Avatar Aang, unos meses antes de que llegara el cometa de Sozin, con él como cómplice. Sin embargo, a pesar del remordimiento y la fatiga emocional, sabía que el verdadero suceso que definiría sus años venideros había ocurrido unos minutos atrás, cuando cierta maestra agua le dio la oportunidad de redimirse y él... él simplemente le dio la espalda.
La vergüenza, la mancha que no se iba sin importar cuánto tiempo pasara, estaba ahí, justo cuando se enfrentaron Azula, Iroh, Aang y Katara. Cuando la vida le abrió un camino que jamás pensó que podría recorrer.
Fue ahí cuando tomó activamente la decisión de traicionar a su tío, quien siempre había estado ahí para él, amándolo como su propio padre jamás lo hizo. Pensar en ello era tan doloroso que lo dejaba paralizado durante horas, soportando una nauseabunda opresión en el pecho que a duras penas lograba calmar con trabajo.
Una vez que Ozai lo aceptó, aunque no con demasiada alegría, como sucesor natural a su trono, Zuko intentó no pensar más en ese día siniestro.
Por supuesto que era imposible no tener pesadillas al respecto, pero casi siempre consistía en él mismo mirando los ojos decepcionados de su tío, o la expresión cruel y satisfecha de Azula.
A veces soñaba con el niño que había perseguido durante medio año, y su cuerpo inerte sin rastros de vida.
Dentro de esta celda de hielo, sin nada más que frío y silencio a su alrededor, Zuko empezó a soñar con Katara... o mejor dicho, navegaba entre sueños lúcidos, lo que era un poco peor, ya que no podía distraerse con nada más.
Veía su mirada curiosa y titubeante, mientras tocaba delicadamente la cicatriz en su rostro. Veía sus lágrimas cuando le reprochó la muerte de su madre, y la sorpresa cuando él le hizo saber que también había perdido a la suya por culpa de la Nación del Fuego.
La opresión y las náuseas volvieron a ser su fiel compañía cuando soñaba con lo que venía después. Ya casi había olvidado su rostro de niña cuando él decidió atacar al Avatar, dándole a Azula las herramientas que necesitaba para darle fin a la esperanza del mundo.
Para ser honesto, Zuko no creía que su hermana fuera a asesinar al niño en ese momento, pero lo que pensara o no en aquel entonces había perdido toda su importancia. Lo hecho, hecho estaba... y él siempre sería recordado como el hombre que ocasionó la muerte del Avatar Aang, lo que a su vez le dio la oportunidad a Ozai de arrasar con el equilibrio del mundo.
Para las personas que seguían vivas y recordaban los tiempos antes del cometa Sozin, él provocó un infierno.
Para Katara... para la niña que luchaba ardientemente en aquellas catacumbas... él debía ser el monstruo que había asesinado a su amigo.
─ Agh...
Le dolía la cabeza, pero no era capaz de alejar las pesadillas.
Sabía que llevaba un tiempo metido en aquella celda de la tribu agua del sur, pero no podía especificar cuánto. Los guardias nunca le devolvían la palabra si les preguntaba, y no tenía ventanas para calcular si era de día o de noche.
Sólo estaba seguro de que no había transcurrido tanto tiempo desde la última visita de la Reina de Hielo, así que lo tomó por sorpresa cuando entró con un par de guardias musculosos.
Como de costumbre, no lo saludó ni le explicó nada de inmediato, sino que lo evaluó con la mirada antes de darle a sus hombres un gesto afirmativo.
Zuko se preguntó si no había empezado a alucinar cuando los hombres metieron en la celda un catre de madera, el cual encajaron en una de las esquinas de hielo. Como si esto no fuera bastante sorprendente, uno de ellos añadió un par de pieles a la estrecha cama.
La reina volvió a dirigirles un gesto y los guardias salieron para dejarlos solos, no sin antes mirar al Señor del Fuego con un mensaje bien marcado en los ojos: "no te lo mereces".
"Sí, definitivamente no lo merezco", pensó Zuko, desconcertado, "¿Entonces por qué...?"
─ Pensaba pedir que fabricaran un catre de metal especialmente para tí. ─Habló la reina con esa frialdad que seguía provocándole escalofríos. Sin la elegancia natural de alguien nacido en la realeza, se dejó caer en el catre, inspeccionando las pieles y la dureza del mueble─ Pero alguien me recordó que el metal no es muy diferente al hielo en estas temperaturas. Todos, sin excepción, usamos madera para nuestras camas aquí en el sur.
A Zuko se le ocurrían muchas formas de responder a la maestra agua, pero algunas de ellas podrían costarle la lengua o peor, la cabeza. Estaba tan anonadado por el inesperado añadido a su celda que no creía poder controlar su maldita vena sarcástica.
Por fortuna, el frío lo obligaba a pensar mucho mejor sus palabras, así que tuvo tiempo de calmar su carácter antes de hablar.
─ D-Debo sentirme agradecido por la amabilidad de su excelencia. ─Murmuró, observando la figura de la muchacha con cierto recelo─ Imagino que no es fácil encontrar madera en el polo sur.
─ Bueno, es mucho más fácil que fabricar metal. ─Respondió ella con una lengua afilada, sus ojos azules cortándolo como dos dagas de hielo─ En eso es muchísimo más hábil tu gente.
Tu gente.
Por Agni, no importaba cuán fría e indiferente quisiera parecer esta reina helada, en realidad ella lo odiaba tanto, a él y a toda la Nación del Fuego, como cabría esperar.
Desde este ángulo, Zuko pudo reconocer a una mujer peligrosa, y por primera vez desde que fue capturado, comprendió cuán seria era la situación.
Más allá de su autocompasión y episodios depresivos, debía recordar que aún quedaba mucha gente que aguardaba por él en la Nación del Fuego. No porque lo amaran, respetaran o temieran, sino porque dependían de él para sobrevivir a ese extraño invierno global que cubrió al mundo después del cometa.
Lo había pensado muchos años atrás, cuando su padre aún vivía. Cómo aquel clima y la disminución de poder de los maestro fuego podían implicar una ventaja bélica a los maestros agua.
Durante años, él había utilizado a su ejército no para continuar la colonización del mundo a manos de la Nación del Fuego, sino para proteger las colonias ya existentes de los maestros agua que poco a poco iban ganando terreno, convirtiéndose en enemigos extraordinarios y temibles.
Y ahora, delante de él, tenía a su líder.
─ Escuché muchas historias acerca de la Reina de Hielo de las tribus. ─Dijo, sosteniendo esa mirada impenetrable─ Si no fuera porque distintas fuentes lo corroboraron, creería que eran sólo cuentos de terror que exageraban las hazañas de los maestros agua.
Katara no dijo nada al respecto, pero Zuko pudo notar que sus dedos se cerraban en torno a las pieles hasta que los nudillos se le hicieron blancos.
Estaba enfadada y no podía esconderlo.
Bien.
─ Todo este tiempo oyendo sobre la aterradora reina del sur y del norte, capaz de manipular la sangre de sus víctimas... ─Zuko sacudió la cabeza─ Nunca se me hubiera ocurrido que se tratara de tí.
─ Siempre me subestimaste. ─Katara masticó las palabras─ A mí y a mi gente. Cada maestro fuego que se enfrentaba a un maestro agua... Nunca pensaron en nosotros como una amenaza. A nosotros, su contraparte natural.
No era necesario que Zuko asintiera, pero le daba la razón. Había pasado toda su vida escuchando cuán fuertes y peligrosos eran los maestros tierra, del reino que se había llevado toda la atención de su abuelo Sozin y su padre Ozai.
Porque, ¿quién se preocuparía por los maestros agua?
En el Norte, se mantenían ocultos dentro de su fortaleza de hielo, y en el Sur no había una resistencia real contra la Nación del Fuego, por no mencionar que ya no poseían maestros agua.
Ah, excepto que se les escapó uno.
Una pequeña niña que se encargaría de enseñar agua control al Avatar, y luego, a su muerte, habría de unificar a las tribus para aprovechar el cambio de clima a su favor.
Katara había sido extraordinariamente lista, asertiva y valiente. Y ahora representaba más peligro para su nación que cualquier otra persona en el mundo.
Sabía que no ganaba nada preguntando, pero tenía que hacerlo.
─ ¿Qué planeas hacer ahora? ─Dijo, irguiéndose tanto como podía─ Es verdad, el clima cambió y a estas alturas nada ni nadie puede enfrentarse a los polos con sus fortificaciones de hielo. Entonces, ¿qué sigue?
Katara volvió a observarlo desde arriba, fría y un poco despiadada. La pasión había abandonado su cuerpo y sólo quedaba una determinación capaz de aplastar montañas.
Sin prisas, ella se levantó del catre y se aproximó a la salida.
─ Sólo diré que el fin de la Nación del Fuego se acerca. ─Con una mirada, señaló el único mueble de la celda─ Te aconsejo buscar calor entre las pieles, son bastante cálidas.
Sin el temple de la joven, Zuko intentó ponerse de pie, todavía apoyado contra la pared de hielo en una postura dolorosa.
─ ¿Por qué me das esto? ¿Qué ganas tú? ─Preguntó con rabia─ ¿Es algún método de tortura psicológica?
Katara lo miró de nuevo, sin emoción y sin respuestas, y tal como antes, se fue en un silencio mucho más doloroso que cualquier tortura física.
Zuko sintió deseos de golpear la pared y quemar el catre hasta volverlo cenizas. En su lugar, conservó los estribos y se dejó caer sobre las pieles, percatandose de dos hechos sumamente perturbadores.
El primero, era la dolorosa necesidad de gritarle algo obsceno a la reina, sólo para que ella volviera y pudieran seguir discutiendo. En serio el aislamiento lo tenía mal.
Y lo segundo... Bueno... Maldición, ella había dejado su aroma entre las pieles.
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.
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A pesar del tiempo que pasaba entre consejeros y guerreros que la mantenían al tanto de las excursiones fuera de la tundra, Katara dedicaba suficientes horas a la semana para entrenar su agua control, ya fuera en el salón anexionado a sus habitaciones privadas o en entre los demás guerreros, en las extensas planicies a las afueras del pueblo, donde podían explorar las técnicas más destructivas.
Ese día había optado por el segundo escenario, pues deseaba un enfrentamiento directo con otro maestro.
Como era habitual, sus mejores guerreros no se acobardaban al enfrentarse a ella, pero no tardaban mucho en desanimarse al verse vencidos una y otra vez.
─ Esto me trae recuerdos.
La voz de Pakku desvió la atención de Katara, quien acababa de inmovilizar a un guerrero dentro de un enorme bloque de hielo ascendente.
El anciano seguía poseyendo aquella mirada crítica al observar los entrenamientos de maestros más jóvenes, y había que decir que el bastón con el que ahora se sostenía no hacía perder el efecto intimidatorio de su mirada.
Sin embargo, cuando observó a su nieta, una sonrisa socarrona se hizo presente.
─ ¿Sigues dándoles una paliza cuando te sientes frustrada? ─Le preguntó directamente, sin temer a su expresión helada como los otros hombres.
─ No estoy frustrada. ─Fue su simple respuesta, aunque el sudor en su frente, los mechones oscuros escapando de sus trenzas y el profundo ceño entre sus cejas dijeran lo contrario.
Los hombres de la tribu del sur habían aprendido a temer y respetar a partes iguales a su nueva reina, pero muchos seguían sin comprender el tipo de relación que la unía a Pakku. Es decir, se sabía que era su abuelo político, y que fue su maestro años atrás en el Polo Norte, pero era extraño que alguien pudiera hablar con tanta confianza y ligereza con la severa reina de hielo.
Pakku conocía esta consternación, pero prefería no mencionar que alguna vez, esa fuerte y hermosa mujer había sido una chiquilla obstinada, gritona y demandante. Una niña valiente que no se detenía ante nada cuando se enfrentaba a una injusticia; alguien que siempre velaba por los más débiles con una cálida sonrisa en su rostro.
No, incluso si Pakku intentara explicarlo, nadie le creería y lo tomarían por loco.
Para cuando llegó a su lado, casi todos los guerreros se habían excusado, aprovechando la distracción de la reina para huir de su entrenamiento espartano. Pakku sólo atinó a rodar los ojos.
─ No es raro verte entrenar con los guerreros, pero por lo general prefieres la soledad de tu sala privada. ─Insistió el anciano, acercándose a la muchacha para ofrecerle una cantimplora de agua. Ella lo aceptó con un cabeceo y bebió con ganas─ Te conozco, Katara, no sólo como antiguo maestro sino como tu abuelo. Dime, ¿qué ocurre?
La muchacha suspiró. A pesar de todo, le reconfortaba tener la compañía de Pakku, quien después de diez años era la única familia que le quedaba.
Y además de Yue, era la única persona capaz de leerla detrás de la máscara de hielo que usaba día y noche, lo cual hizo evidente cuando se sentó a su lado en un banco cercano.
─ Supongo que tendrá algo que ver con el Señor del Fuego que, por lo que he oído, sigue con vida.
Katara le lanzó una mirada severa al anciano.
─ Se supone que sólo mi Consejo sabe de eso. ─Musitó─ ¿Alguien ha filtrado la información?
─ Oh, Katara, subestimas mi habilidad para intimidar a los guardias. ─Pakku sonrió con suficiencia, lo que la hizo contener un bufido─ No soy ningún idiota. Sé que es un secreto de alta seguridad, pero para un ojo viejo y entrenado como el mío, es sencillo reconocer las señales.
─ Ahora mismo estás fanfarroneando.
─ Por favor. ─Pakku volvió a rodar los ojos, pero entonces su mirada se volvió más seria que antes─ No soy el único viejo lobo de mar en esta tribu, Katara. No puedes ocultar la presencia de un maestro fuego para siempre.
Ella sabía que su viejo maestro tenía razón, pero cuantas menos personas supieran de la presencia del Señor del Fuego en el Polo Sur, mejor.
No es que realmente le preocupara que alguien de la Nación del Fuego tuviera la osadía de orquestar un asalto para rescatar a su gobernante. No cuando sus costas estaban tan bien fortificadas y los días de sol eran tan cortos y escasos.
No, el verdadero problema surgiría de adentro, de las personas que querrían una ejecución pública tan pronto se supiera la noticia.
Katara había tenido más de una discusión con su Consejo cuando declaró que no mataría al Señor del Fuego Zuko, sino que lo mantendría como su prisionero hasta nuevo aviso.
A diferencia de la Nación del Fuego y del Reino Tierra, las tribus del agua nunca habían poseído reyes totalitarios, así que no estaban acostumbrados a lidiar con las decisiones de una sola persona.
En su tiempo, Hakoda había liderado la tribu del sur como un guerrero, cazador, amigo y vecino. No era raro verlo andar entre las casas, viendo si alguien necesitaba algo. De hecho, casi todas sus decisiones se tomaban después de haber consultado a todos los demás, lo cual no era tan difícil en una época donde la tribu del sur apenas contaba con menos de mil habitantes.
Diez años después y con apoyo de la tribu del norte y nuevas fortificaciones, la tribu estaba más próspera y poblada que nunca. Habían creado una ciudad en toda regla y pueblos adyacentes, además de caminos y zonas de caza designadas para mantener la población de animales a salvo de la extinción.
No era raro pensar que con ese tipo de prosperidad, las personas aceptaran ser gobernados por un monarca... pero debía recordar que ella era la primera con dicho título, al menos ahí en el Sur, y no podía salirse con la suya a base de caprichos como sucedía en otras naciones.
─ Ellos querrán que lo mate. ─Soltó en voz baja, encogiendo los hombros hacia adelante en señal de cansancio─ Querrán una ejecución rápida y que se corra la voz por todo el mundo.
─ Para muchas personas, eso sería como declarar el fin de la guerra. ─Opinó Pakku en tono pragmático, acariciando la espalda de la menor en un gesto que había aprendido de Kanna años atrás─ Este Señor del Fuego nunca ha tenido hijos, así que si muere, la Nación del Fuego tendría una inestabilidad política tan grande que ni siquiera haría falta atacarlos.
Katara no respondió. Ella ya sabía todo esto y por esa razón es que se hallaba tan frustrada.
El fin de la guerra estaba en sus manos. Literalmente ella podía tomar la decisión y años y años de sufrimiento habrían acabado. O al menos, eso pensaba.
No dejaba de sentir que había algo más, algo que se ocultaba bajo la superficie y que Yue parecía entender mejor que ella.
Para su sorpresa, Pakku continuó con una sombría seriedad.
─ Algunas veces, los líderes deben tomar decisiones difíciles, Katara. ─Al levantar la mirada, Katara se encontró con unos ojos cargados de misterios─ Siempre has sido una dama protectora, y sacrificaste tu propia bondad y tu propio ardor de lucha para mantener a salvo a tu pueblo. Siempre estaré orgulloso de tí por ello.
Katara se estremeció, irguiéndose con una emoción desconcertada en el pecho.
─ ¿Pero?
─ Pero quizá sea hora de escuchar una vez más a tu corazón.
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