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Capítulo 1


Hubo una vez, ya mucho tiempo atrás, en el que su tío Iroh lo regañó por ser tan imprudente y no pensar las consecuencias de sus acciones a largo plazo.

Zuko, ahora Señor del Fuego y Rey Fénix, debía reconocer que su tío tenía razón.

Parecía una mala broma, encontrarse de nuevo en esta situación y casi por los mismos motivos, pero sabía que ningún tío compasivo vendría a salvarlo esta vez. Temblaba de rabia, más que de frío, pero las cadenas a su alrededor no le permitían ir y destrozar todo lo que tuviera al alcance.

Por otro lado, no importaba mucho cuán enfadado se sintiera. No había nada en esa celda más que hielo.

Diez años habían transcurrido desde que se coló en la enorme fortaleza que era el Polo Norte, soportando las bajas temperaturas para encontrar al niño que se había vuelto el centro de su existencia, sólo para terminar como de costumbre... derrotado, magullado y humillado.

Y con hambre. Maldición, ¿por qué tenía tanta hambre?

No creía estar tan cerca de la hipotermia para divagar entre recuerdos tan inútiles, pero había que reconocer que la situación era cuanto menos irónica.

Él y sus hombres habían sido emboscados muy cerca de la Isla Kyoshi, después de recibir el aviso de que una familia noble y varios de sus soldados desaparecieron sin dejar rastro. Zuko les había encomendado desde años atrás investigar la zona en busca de cualquier señal del Avatar, ya fuera rumor o avistamientos.

Si ir personalmente a la misión fue la cumbre de la estupidez, Zuko no necesitaba que nadie se lo dijera a la cara. Suficiente tenía consigo mismo y su autocompasión.

Por supuesto que tenía que verlo con sus propios ojos. Aquella era la familia de Mei.

En ese momento, Zuko decidió que podía odiarse un poco más por no haber resuelto ese asunto. Si la familia de su ex novia había sido capturada o algo peor, nunca encontró la respuesta.

─ B-Basta. ─Se dijo a sí mismo entre temblores. Aunque intentó sentarse contra la pared de hielo, no fue capaz de incorporarse. Si no se levantaba pronto del suelo, tendría otra cicatriz en la cara─ Deja de pensar en eso. Tienes que levantarte y s-salir de aquí.

Apenas un minuto después, sin que pudiera al menos pensar en una vía de escape, se abrió la única puerta del lugar. No había mucha más luz afuera que adentro, pero un vaho blanco se levantó, iluminando brevemente a la persona que entraba a su celda.

No, dos personas... O tres.

Dos hombres entraron primero y flaquearon la entrada, y detrás de ellos, una mujer se detuvo frente a él, observándolo desde lo alto.

─ Levántenlo. ─Ordenó la mujer con una voz de témpano.

Zuko sintió a los hombres sujetándolo de los brazos para acomodarlo contra la pared sin demasiada cortesía. De no estar tan afectado, podría incluso darles las gracias.

Entonces, enfocó la vista y se llevó una enorme sorpresa al reconocer a la mujer que tenía en frente.

Sabía quién era... Es decir, ya le habían avisado que la Reina de Hielo iría personalmente a verlo, puede que a interrogarlo o a torturarlo. O quizá sólo le dijera unas cuantas palabras antes de ejecutarlo. Había oído rumores de que esta reina podía congelar la sangre del cuerpo incluso sin extraerla, lo que era tan perturbador como cualquier otro tipo de sangre control.

Lo que no esperaba en absoluto, es que pudiera reconocer el rostro de la reina que de alguna manera había logrado unificar a las tribus agua del norte y del sur.

Un rostro que después de diez años había perdido su redondez e inocencia, y toda clase de alegría que recordaba haber visto de lejos antes de un enfrentamiento. También era más alta, pero no creía que tanto como él.

Como muchos otros maestros agua, poseía una piel morena ligeramente curtida por la temperatura glacial, un cabello castaño oscuro peinado hacia adelante en dos largas trenzas y un par de ojos azules que en ese momento lo perforaban como una estalactita de hielo.

Katara. ─Susurró Zuko sin pensar, recibiendo un fuerte golpe en la parte posterior del cuello por uno de los hombres que aún lo sostenían.

─ Muestra algo de respeto o podría cortarte la lengua, bestia de fuego. ─Gruñó el hombre, quien parecía desear tener cualquier excusa para cumplir con su amenaza─ No tienes ningún derecho de pronunciar el nombre de su excelencia, la Reina del Agua.

Hum. Sí, el título oficial era Reina del Agua, pero ahora entendía por qué todo el mundo se refería a ella como la Reina del Hielo. Su mirada era fría de un modo que nunca antes había visto.

No era como Mei, que siempre estaba aburrida, o como Azula, que era cruel y despiadada.

Esta reina Katara, que ahora parecía una completa extraña, lo miraba como si pudiera perforarlo incluso si no le produjera el más mínimo placer. Parecía incapaz de sentir nada; ni gozo ni miedo, ni anhelo ni angustia.

Sólo era fría y nada más.

─ Fuiste muy imprudente al haber viajado tan al sur. ─Dijo ella, todavía sin emoción.─ Pero eso no sería algo nuevo.

Zuko sintió que sus propias mejillas se encendían por la rabia y la vergüenza.

─ ¿Q-Quieres hacerme perder los estribos para tener una excusa para matarme? ─Musitó con sus dientes castañeando, sufriendo un escalofrío cuando ella dio un paso hacia adelante, todavía sin ponerse a su misma altura.

─ No necesito una excusa, Señor del Fuego Zuko. ─La vio fruncir el ceño, el único indicio de humanidad en su rostro de hielo─ Por tus crímenes y los de tus ancestros, cualquiera aplaudiría mi decisión de ejecutarte.

Zuko tragó con dificultad, sabiendo que ella tenía razón.

Ozai había puesto al mundo de rodillas y había dejado a Zuko en una posición de poder que nadie había ostentado antes, pero eso no significaba que mereciera dicho poder. Sabía, desde el día que su padre se proclamó Rey Fénix, que él y su descendencia tendrían siempre una diana roja en la frente.

El mundo lo odiaba... y él no podía culparlos por ello.

─ Que aplaudan, entonces. ─Suspiró, resignado a su destino.

Durante mucho tiempo pensó que una vez que capturara al Avatar, volvería a casa y recuperaría su título como príncipe heredero. No pensó demasiado sobre qué pasaría después, o cómo querría gobernar. No hizo expectativas de su futuro, ni se le pasó por la cabeza la manera en la que iba a morir, entonces... de algún modo, esto no parecía tan injusto ni irracional.

Su fin había llegado y lo único que lamentaba era no poder despedirse de su tío.

Después de un largo silencio, Katara hizo un gesto con la mano y los hombres lo soltaron, un poco a regañadientes. Al momento siguiente, estaban solos en esa celda.

─ Dije que no necesitaba una excusa, no que planeaba matarte.

Zuko levantó la mirada con sorpresa y desconcierto.

Ella no parecía menos severa que antes, sin atisbos de burla o crueldad. Sólo estaba diciendo las cosas tal y como las creía y él supo que era honesta.

─ ¿Por qué me dejarías con vida? ─Preguntó sin poder evitarlo. Aunque sabía que era estúpido cuestionar su expectativa de vida, le resultaba extraño que esa mujer, que lo había perdido todo por su culpa, no quisiera matarlo ahí mismo con sus propias manos─ ¿Seré linchado por una multitud, entonces? ¿Aquí en el Polo Sur? O quizás en el Reino Tierra...

Y no es que todavía existiera un Reino Tierra para empezar, pero casi prefería que lo enviaran al continente para que un maestro tierra lo aplastara con una roca, en vez de sufrir a manos de los sanguinarios maestros agua.

─ Serás mi prisionero. ─Fue la respuesta de la reina, quien retrocedió como si no necesitara seguir intimidándolo. Alguien debía decirle que era intimidante aún a la distancia.

─ ¿Por cuánto tiempo? ─Quiso saber él, cada vez más curioso.

Ella le lanzó una mirada imposible de interpretar.

─ Por el tiempo que me dé la gana. 

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