𝓤𝓷𝓸: 𝓘𝓷𝓬𝓸𝓷𝓽𝓻𝓸 𝓪 𝓟𝓸𝓻𝓽𝓸𝓯𝓲𝓷𝓸
Hoseok se encontraba meticulosamente empacando las últimas prendas dentro de su maleta, mientras sus padres observaban con preocupación y decepción en sus rostros. No les agradaba la decisión que había tomado su hijo de abandonar todo lo que había logrado en Corea.
—No entiendo por qué quieres aventurarte por el mundo si ya eres reconocido aquí, hijo — reclamó el señor Jung. —¿No te basta con eso?
Hoseok suspiró, sintiendo la necesidad de explicarse una vez más. Caminó hacia sus padres y los miró directamente a los ojos.
—Sé perfectamente todo lo que he conseguido aquí, padre, y aprecio mis logros — respondió Hoseok con determinación —, pero Corea ya no es para mí. Detesto tener que seguir tantas reglas y acoplarme a un estilo tan anticuado. Quiero explorar y tener completa libertad para componer y tocar. — Miró a sus padres una vez que cerró su maleta.
Su madre se acercó y le tomó las manos, intentando transmitir su preocupación amorosa.
—Piensa bien las cosas, Hoseok. No podemos proveerte ni ofrecerte las comodidades a las que estás acostumbrado si te vas — dijo su madre con voz suave y preocupada.Hoseok apretó sus manos y las miró con cariño, reconociendo todo lo que sus padres habían hecho por él.
—Lo tengo claro, mamá — el pelinegro se acercó a sus padres —. Agradezco todo lo que me han dado y el apoyo que me han brindado a lo largo de los años, pero no puedo seguir así. Tengo 25 años y debo encontrar mi propio camino y seguir mis pasiones. Perdón si los decepciono, pero no cambiaré de opinión.
Sus padres lo miraron resignados, sabiendo que nada los convencería de que se quedara.
—Entendemos tus deseos, Hoseok, pero ten en cuenta que no podremos apoyarte económicamente — el señor Jung lo miró seriamente.
—No te preocupes, lo tengo claro. Encontraré la manera de salir adelante por mí mismo.
Aquella tarde, sus padres abandonaron su departamento, deseando fervientemente que su hijo reflexionara sobre sus decisiones. Hoseok se quedó solo en la habitación, sintiendo un torbellino de emociones en su interior. Estaba ansioso por perseguir sus sueños, pero también temeroso de las dificultades que podrían esperarlo en el camino.
Al día siguiente, a las 6 de la mañana, Hoseok observó por última vez su hogar. Se aseguró de dejar todo ordenado y en perfectas condiciones, ya que alquilaría su vivienda durante su ausencia. Necesitaba una fuente de ingresos, y el alquiler de su departamento parecía un buen plan. Con días de antelación, había trasladado sus pertenencias personales que no llevaría consigo a la casa de su amigo Yoongi, quien se encargaría del proceso de alquiler y de cuidar de todo.
—Bueno, Hoseok, ha llegado el momento — susurró para sí mismo mientras tomaba su maleta y cerraba la puerta detrás de él, aventurándose hacia su nueva vida.
Después de un vuelo agotador de más de 12 horas y un largo trayecto de 5 horas, Hoseok finalmente llegó a su primer destino: Portofino. Había elegido ese pequeño pueblo al azar, sabiendo que quería ir a Italia, y en su exhaustiva búsqueda, aquel pueblo pesquero lo había cautivado por completo.
Semanas antes, Hoseok se había encargado de alquilar un pequeño departamento cerca del centro de Portofino. Tuvo mucha suerte al encontrar ese lugar, con su vista al mar y todas las comodidades necesarias para su estadía de 5 meses.
Decidió que en su primer día descansaría un poco después del agotador viaje y luego se dedicaría a buscar trabajo en un restaurante o cafetería. Durante su investigación previa, había notado que un pequeño local en el pueblo contaba con un piano en el escenario, lo cual despertó su interés.
Un par de días después, Hoseok había conseguido una oportunidad para tocar en aquel pequeño restaurante/bar de martes a viernes. El lugar se encontraba en una encantadora calle adoquinada, rodeada de edificios antiguos y con una atmósfera acogedora que lo había cautivado desde el momento en que puso un pie en el pueblo.Cada noche, antes de su presentación, Hoseok se sentaba frente al piano, respirando profundamente mientras dejaba que sus dedos acariciaran las teclas. Sentía una mezcla de nerviosismo y emoción recorriendo su cuerpo, pero en cuanto comenzaba a tocar, todo desaparecía. El sonido del piano llenaba el espacio, envolviendo a los presentes en una atmósfera mágica. Hoseok se dejaba llevar por la música, cerrando los ojos de vez en cuando para sumergirse aún más en cada nota y melodía. El estrés y las preocupaciones desaparecían mientras sus dedos se movían con gracia y pasión sobre el teclado. El público respondía de manera entusiasta a su música. Los turistas y los habitantes del pueblo se congregaban en el pequeño local para disfrutar de la velada y dejarse llevar por las melodías que Hoseok creaba. Los aplausos y los elogios que recibía al final de cada presentación eran como bálsamo para su alma.
Cada noche, después de su actuación, Hoseok se sentaba en un rincón del local, observando a las personas que disfrutaban de la música. Notaba cómo la música tocaba sus corazones, cómo los hacía sonreír, reír y pasar un buen rato. Era un recordatorio constante de la capacidad que tenía la música para unir a las personas, para transmitir emociones y para crear momentos inolvidables.El piano se había convertido en su refugio, su forma de expresión más sincera. A través de las teclas, Hoseok podía transmitir sus alegrías, tristezas y anhelos más profundos. Sentía una conexión íntima con el instrumento, como si fueran uno solo. Cada vez que se sentaba frente a él, el mundo desaparecía y solo existían él y la música.El tiempo parecía detenerse mientras Hoseok se sumergía en su propia creación. Experimentaba una sensación de libertad absoluta, como si volara por encima de las preocupaciones y las limitaciones. En aquel pequeño restaurante, en medio de aquel pueblo italiano, Hoseok encontró una nueva inspiración, una chispa que avivaba su pasión por la música.A medida que los días pasaban, Hoseok descubría nuevas melodías, improvisaba en el piano y experimentaba con diferentes estilos y géneros. La música italiana, con su rica historia y herencia cultural, se mezclaba con su estilo propio, creando una fusión única que cautivaba a todos los que lo escuchaban. Cada noche que subía al escenario, Hoseok se sentía más en sintonía consigo mismo. Se daba cuenta de que su decisión de abandonar Corea y perseguir sus sueños había sido acertada. Allí, en aquel pequeño restaurante en Portofino, había encontrado su lugar en el mundo, un lugar donde podía ser él mismo y compartir su música con aquellos dispuestos a escuchar.
Una cálida noche de viernes, después de tocar su última pieza antes de su breve descanso, el reloj del lugar marcaba las 10:30. Fue entonces cuando la puerta se abrió, llamando su atención. El sonido de la música se desvaneció en su mente mientras sus ojos se posaron en la figura que entraba. El tiempo pareció detenerse para Hoseok cuando sus miradas se encontraron. Era un hermoso chico de piel tostada, cabello castaño ondulado, silueta delgada y hombros anchos. Hoseok quedó completamente hipnotizado por su presencia magnética.
Criado en una estricta sociedad coreana, Hoseok había tenido que reprimir su bisexualidad durante gran parte de su vida, ocultando sus amantes masculinos a lo largo de los años. Pero ahora, ya no estaba en Corea ni bajo la vigilancia de sus padres, cosa que en ese momento agradecía enormemente, ya no tenía nada que ocultar, y sí también había homofobía en aquel pueblo, poco le importaba; nadie lo conocía y su estancia era temporal.
El misterioso chico castaño pareció sentir la curiosa mirada de Hoseok sobre él. Sus ojos se encontraron por unos preciosos segundos, tiempo suficiente para establecer una conexión instantánea entre ellos. Hoseok no sabía si aquel hermoso castaño de ojos rasgados había sentido la misma electricidad recorrer su cuerpo, pero la mirada coqueta que le regaló segundos después dejó en claro que también había despertado interés en él.
Hoseok se encontraba inmerso en un mar de emociones encontradas, ¿por qué esa simple mirada causo en él más sensaciones que con cualquier otra persona con la que había estado?
—Oye Mattia— Hoseok le hablo a uno de los que atendía la barra del bar, el cual se había convertido en un amigo para él debido a que era de los pocos que hablaba inglés fluido. Hoseok aún debía practicar más el italiano, aquellas lecciones de 4 años en Corea no habían sido suficientes.
—Dime— el sujeto lo miró atento.
—Se que es tonto, y viene mucha gente aquí, y más que nada turistas, pero, ¿sabes quién es él?— pregunto mientras señalaba discretamente hacia Taehyung que se encontraba platicando amenamente con sus tres acompañantes.
—Ah, no es un turista, se llama Taehyung, a veces suele venir, pero hace mucho no lo hacía, es hijo de la dueña de la boutique que está a unas calles de aquí. También es músico como tú— Mattia observó la fascinación con la que Hoseok miraba al castaño —Está soltero—dijo con una sonrisa antes de regresar a sus labores de atender la barra. Mattia sabía lo atractivo que era Taehyung y que captaba la atención tanto de hombres como mujeres, y al parecer Hoseok también había caído por él.
—Taehyung— susurró Hoseok aún más fascinado debido al detalle de que ambos compartían la misma vocación por la música.
Le dio un trago a su botella de agua antes de ir hacía donde estaba él. Claramente no perdería la oportunidad de conocerlo.
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