♫ Shoganai ♥
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Aira
—¿Puedo pasar?
Aira se hallaba en el umbral de la puerta del departamento de Rodrigo. Con mucha dificultad, el joven le había abierto la puerta. Su incipiente asma hacía que su respiración fuera agitada. Y el gesto en su rostro, que en otros días le había parecido a ella un poquito más expresivo que de costumbre, ahora era todo lo contrario. Se hallaba bastante desencajado, dándole la sensación de que si había sido buena idea de que fuera a verle esa tarde.
Él contestó a su pregunta con un movimiento afirmativo de cabeza, dándole luego la espalda. Esto provocó que ella dudara, nuevamente, en entrar a su departamento. Sin embargo, decidió proseguir su camino aunque las piernas y los pies le temblaran.
—¿Puedes cerrar, por favor? —agregó Rodrigo de una manera tan parca, a la vez que un viento frío se colaba por el pasadizo que daba para su casa, congelando la piel de todo el cuerpo de Aira.
—Dis... disculpa... —contestó ella, obedeciendo en el acto.
‹‹¿Qué le pasa? ¿Habré hecho algo malo? Quizá...››
Una tos muy ronca se escuchó al fondo del pasadizo, interrumpiendo a sus pensamientos en el acto. Ella se encaminó rápidamente donde él para ver cómo estaba:
—¡Rodri!
El joven estaba apoyado sobre un sofá. Su respiración agitada y el rostro pálido en su rostro le hicieron ver a Aira que su salud no era muy buena. En ese instante, un silbido profundo y constante provino de su pecho, provocando que se sentara. Gotas de sudor que caían de sus sienes a la vez que sacaba un inhalador de su bolsillo y se lo aplicaba para tratar de normalizar su respiración.
Por un momento dudó en acercarse a él. No obstante, dejando atrás sus temores, en seguida dejó su mochila a un costado y se sentó a su lado.
‹‹Yo pensando en babosadas y él... él... ¡realmente la está pasando mal!››, pensó a la vez que le contemplaba mientras Rodrigo esperaba que transcurriera el tiempo necesario para aplicarse el inhalador por segunda vez.
—¿Quieres que te traiga algo? ¿Un jarabe? ¿Una pastilla? ¿Algo?
Él le indicó que le trajera un par de medicinas de la gaveta más cercana. Fue por un vaso con agua, se lo acercó junto con sus pastillas y un jarabe. Luego de tomarlas, apoyó su cabeza en el respaldar del sofá y cerró los ojos.
Aira se le quedó mirando en silencio.
Al contemplarlo, sintió toda una mezcla de sensaciones dentro de sí. Ya no solo de cariño, de amor y de preocupación, sino de lástima. En una situación tan crítica como la que se encontraba, le pareció increíble que estuviera solo en casa, sin nadie que lo atendiera. Sabía que su hermana iba a ir a visitarlo en la mañana. Pero, en la condición en la que estaba, se le hacía extraño que no se hubiera quedado más rato con él. Y fue en ese instante que se dio cuenta de que la soledad que caracterizaba a Rodrigo era mucho mayor a la que tenía ella sobre sí.
Si bien era rechazada por su madre y era huérfana de padre, su hermano Lucas, a pesar de ser tan difícil de convivir con él en ocasiones, siempre se había mostrado preocupado cuando había caído enferma y había tratado de hacer todo lo posible por ayudarla. No obstante, en el caso de Rodrigo, aunque tenía dos hermanas menores, ninguna parecía dignarse a hacer acto de presencia para ayudarlo en tan críticas situaciones.
En ese instante, tuvo ganas de abrazarlo. Quería consolarlo y brindarle todo el apoyo que sentía que necesitaba en aquella soledad infinita que podía ver en aquellos párpados cerrados, pero se contuvo. No era la ocasión adecuada. Sin embargo, si no podía hacer aquello, por lo menos, estaba segura de una cosa. Él la necesitaba más que nunca. Y ella le brindaría toda la ayuda que fuera necesaria para que su salud mejorara.
Cuando vio que una gota de sudor bajaba por su sien izquierda, supo de inmediato lo que tenía que hacer.
Sin pedir permiso, se dirigió hacia el baño. Recordaba que había visto en una gaveta pequeña que Rodrigo guardaba toallas de diversos tamaños. En una ocasión, cuando había querido asearse y al no haber ninguna a su alcance, él le había indicado en dónde podía hallar más para ello.
Al buscar en dicha gaveta hubo una toalla que captó su interés. De pequeño tamaño, de color blanco y con flores rosadas bordadas en un extremo y en el otro con las iniciales S.M. sobre ella, resaltaba sobre el resto. Tenía toda la pinta de ser una decorativa, por lo que decidió coger otra de las toallas. Sin embargo, no pudo evitar prestarle la atención necesaria. Aquélla no parecía ser de propiedad de Rodrigo... no era algo que él usaría por muy apegado al orden en su departamento.
‹‹¿De quién será?››, se preguntó. Pero no tuvo mucho tiempo para cavilar. Un sonido de tos proveniente de la sala le hizo recordar cuáles eran sus prioridades en ese instante.
Al regresar donde Rodrigo, este todavía se hallaba tratando de regularizar su respiración de nuevo. Su pecho se hinchaba y disminuía a medida de que el aire entraba con dificultad a sus pulmones. El sudor en su frente era tan abundante, que Aira no dudó ni un minuto en tocarle para ver si tenía fiebre.
—No tienes calentura —dijo Aira algo aliviada—. De todas maneras, creo que sería bueno medirte la temperatura...
—No es nada.
—¿Cómo que no es nada? —contestó ella mientras cogía la toalla que había traído consigo y le quitaba el sudor de la frente.
Él no le respondió. Solo seguía con los ojos cerrados al tiempo que sus músculos se relajaban al leve contacto de la toalla y de la piel de Aira.
Mientras ella lo aseaba, se quedó extasiada al contemplarlo. Aún en esa condición, Rodrigo le parecía muy atractivo. Sin el cabello recogido como era su costumbre, diversos mechones de pelo negro caían por su rostro acentuando sus finas facciones. Asimismo, sin los lentes que solía usar, sus pobladas cejas y sus largas pestañas parecían presentar sus mejores poses para ser observadas por ella. En especial, las últimas eran algo que a Aira siempre le gustaba mirar, porque a diferencia de las suyas —que eran pequeñas— creía que hacían perfecto juego con sus grandes ojos verdes. Sin embargo, al tener estos cerrados, igual las pestañas hacían perfecta armonía con sus párpados, quienes lucían tan calmos en un mar profundo de pensamientos, de deseos y de sueños, provocándole que quisiera aprender a leer la mente en esos instantes.
En un impulso irremediable, guiada por sus ansias de saber qué era lo que aquellos párpados cerrados escondían, no se dio cuenta de la distancia que los separaba, la cual era acortada por ella cada vez más...
Rodrigo
Al sentirse observado abrió los ojos.
A diferencia de anteriores ocasiones, no se apartó de su lado. Todo lo contrario. Sería porque su enfermedad había minado sus defensas que se había autoimpuesto entre él y ella... sería por el efecto de relax que la medicina provocaba en su cuerpo en ese instante... sería por la cercanía del olor de su perfume a vainilla que tanto ansiaba degustar desde tiempo atrás... sea lo que fuere, lo único importante era que la distancia entre ambos era de apenas centímetros por no decir milímetros...
No obstante, cuando sus ojos cristalinos parecían fundirse en los de color negro y sus ansias por probar de aquella ambrosía iban a verse concretadas al fin, algo los interrumpió. El ardor en su garganta fue tal, que lo obligó a separarse de ella para tratar de expectorar aquello que lo fastidiaba.
—Perdón... —dijo luego de toser.
—¿Por qué mejor no te echas en tu cama? —sugirió Aira—. Ahí te sentirás más cómodo. Si quieres te ayudo...
Él meneó la cabeza. Sin embargo, cuando quiso levantarse del sofá para dirigirse a su dormitorio se hallaba tan mareado, que tardó en darse cuenta de que Aira lo estaba cogiendo de una mano para ayudarlo a ir a su dormitorio.
—Gracias... —afirmó a la vez que trató de acariciar el pelo de ella a modo de agradecimiento, pero no pudo. Sólo atinó a tocarle el hombro y apoyarse como pudo en su compañera.
Al llegar a su dormitorio y luego de ser ayudado a ser arropado por Aira, le preguntó si no tenía práctica de danza esa tarde.
—Sí, pero quiero quedarme contigo hoy... —dijo ella alzando la voz desde la cocina. Se encontraba calentando la sopa que le había traído a Rodrigo—. Es imposible que te deje solo en la condición actual en la que te encuentras —añadió regresando a su dormitorio—. ¿Cómo es posible que nadie de tu casa venga a cuidarte? —preguntó frunciendo el ceño.
—Mi hermana Milena vino en la mañana y me trajo algunas medicinas, pero no pudo quedarse... —Hizo una pausa—. Tiene un examen de simulacro mañana. Y me dijo que en la noche vendría mi hermana Claudia luego de sus clases.
—Ya veo —dijo para luego hacer una mueca y hablar más relajada—. ¿Quieres que te caliente mucho la sopa o solo tibia?
—Tibia está bien. Tengo hipersensibilidad en las encías.
—¿Ah? ¿Qué significa eso?
Iba a contestar, pero la tos lo volvió a interrumpir.
—Ok, no me contestes. ¡Ya luego lo busco en internet! —añadió para luego volver a la cocina.
Mientras esperaba que Aira regresara, tuvo un triste dejavú.
Había pasado un largo tiempo desde que fuera atendido de esa manera, tan atenta... tan servicial... tan desinteresada... Y la evocación de recuerdos que creía que yacían enterrados en lo más profundo de su ser le trajo una sensación de amarga melancolía que quiso dejar escapar... Para ello, prendió rápidamente la televisión.
En el canal local estaban pasando un dibujo que había visto de niño, "Marco", una serie japonesa que contaba la historia de un niño italiano que buscaba a su madre. Rodrigo admiraba mucho la cultura del Japón en parte a la gran influencia que había tenido de su madre. No obstante, si al prender la televisión creyó que con ello se irían aquellos amargos recuerdos, se equivocó.
‹‹Detesto estar enfermo, mamá››.
‹‹Deja de quejarte y toma tu sopa, anda››.
‹‹¡No quiero! ¡Está muy caliente!››,
‹‹¡Está tibia! Yo misma la he calentado a la temperatura adecuada para que puedas tomarla...››
‹‹¡No quiero!››
‹‹Pero, Rodrigo...››
‹‹Estoy aburrido... ¡No debí comer ese helado en invierno! ¡No quiero estar enfermo!››
‹‹Shoganai, Rodrigo. Shoganai››
‹‹Shoganai››, pensó a la vez que cambió de canal y meneaba la cabeza. ‹‹Como si fuera tan fácil aplicarlo a la vida››
—¡Regresé! —Vino Aira con una bandeja y provocando que desaparecieran momentáneamente aquellos tristes recuerdos—. La probé y creo... que está tibia...
Rodrigo probó de la sopa para asegurarse de que tuviera la temperatura adecuada para su paladar.
—¿La preparaste tú?
Ella asintió.
—¡Está muy rica! Gracias.
Aira soltó una gran sonrisa, formando al lado de sus labios aquellos hoyuelos que a él tanto le gustaban.
—¿Me...? ¿Me puedo sentar a tu lado? —preguntó ella tímidamente—. Me es muy... incómodo estar aquí... parada... —Hizo una pausa y tragó saliva—. Digo, me siento como tonta estando aquí...
—Adelante... —le contestó.
Mientras engullía su sopa de tomate, la adolescente le contó que su padre una vez se la había preparado cuando también había tenido gripe. Entonces le había prometido que cuando se hiciera mayor, cuidaría de él tan cariñosamente como lo había hecho con ella en su niñez.
—Lástima que no tuve oportunidad —dijo ella cabizbaja.
—Lo sé.
—Me... Me hubiera gustado tanto, pero tanto... cuidarlo cuando llegara a viejito, ¿sabes? —Hizo una breve pausa—. ¡Odio que la vida me lo haya arrebatado tan rápido! —expresó arrugando la tela de su falda. Una pequeña lágrima caía por su mejilla, captando su atención de inmediato.
Rodrigo colocó su plato junto con la bandeja a un lado.
—Shoganai.
—¿Ah? —dijo ella mirándolo a los ojos.
—Es una palabra japonesa que no tiene significado en nuestro idioma. —Aira seguía observándolo con ojos interrogativos, mientras otro par de lágrimas caían de ellos—. Quiere decir que es algo que no se puede evitar...
—Sé que la muerte de alguien no se puede evitar, Rodri. Y yo... yo no puedo evitar sentirme mal por lo que pasó...
Él negó con la cabeza.
—No significa eso.
—¿Entonces?
—Es más como aceptar que algo está fuera de nuestro control, Aira, que no tenemos la culpa de eso y hay que aceptarlo nada más.
—Es muy fácil decirlo, Rodri... pero yo... yo... —Su respiración se volvió entrecortada—. Hubiera querido hacer tantas cosas por él...
Colocó su mano sobre la cabeza de ella para tratar de animarla, pero ella seguía en lo suyo.
—Estoy seguro de que si te viera cómo me atiendes ahora, estaría orgulloso —dijo pacientemente—. Te has portado como una excelente enfermera, la sopa te ha salido exquisita...
—Si no hubiera sido mi culpa ahora estaría vivo... podría atenderlo al igual que a ti... pero ¡no! ¡NO!
—Aira...
La abrazó en ese instante, mientras ella seguía desahogándose sobre su pecho, dejando escapar al mar de penas, de melancolías y de autotorturas...
—Todo fue por mi terquedad...—dijo con lágrima en los ojos y aferrando sus manos a sus hombros, observándolo fijamente. Detestaba verla así y algo dentro de sí se quebró de nuevo—. ¡Por mi maldita forma de ser!
—Aira...
—¡Por mi culpa! Por mi maldita...
En ese instante, no supo cómo ni por qué, pero lo hizo. Sería por el efecto de la enfermedad que le quitaba cierto raciocinio a su cabeza... Sería por el efecto de la medicina que lo tenía mareado desde minutos antes... Sería por el olor de aquel perfume de vainilla que lo embriagaba al borde de la locura... Lo cierto era que la cercanía entre ambos esa tarde produjo algo más que un simple beso en la boca.
Sus recuerdos, sus culpas y sus heridas... sincronizadas en una misma armonía de padres lejanos, de lamentaciones de antaño y de ansias acumuladas durante tanto tiempo se concretaron en un primer beso que daría paso a algo más puro y fuerte que ya no tendría marcha atrás...
—Shoganai —terminó por decirle Rodrigo a la vez que le besaba en la frente y en las mejillas para desaparecer con esos besos algo más que simples culpas.
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