♫ Razón y Corazón♥
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Rodrigo
El viento de esa tarde movía los árboles y arbustos del campus universitario. Nubes de color gris cubrían con su manto la ciudad, dando la sensación de que querían desahogar toda su furia sobre los demás. La temperatura del lugar había bajado a niveles insospechados a pesar de ser la estación más feliz del año. La cercanía del sitio al mar producía estos cambios bruscos en aquél, caracterizándolo por ser húmedo, frío y despiadado sobre los jóvenes que asistían a estudiar...y él no era la excepción. Sin embargo, había algo más que golpeaba a su ser, su cuerpo y a su corazón...
Preocupado como estaba por no recibir una respuesta de ella a sus mensajes de esa mañana ni a contestar a sus llamados del teléfono como era su costumbre, había decidido ir temprano a la universidad. No obstante, luego de dirigirse a la biblioteca y tratar de distraerse estudiando, esto no había sido posible. No pasaba ni cinco minutos en que le fuera imposible de coger el celular para ver si es que llegaba algún mensaje de Aira; y ante su no respuesta, no podía evitar enviarle algún mensaje para preguntarle por qué no le contestaba. A su vez, aunque había puesto su teléfono en vibrador, ante el más mínimo movimiento de éste, no podía evitar fijarse si era, por fin, la tan ansiada respuesta de ella, y al no ser así, estallaba en rabia y frustración azuzando los brazos y botando sus separatas. De este modo, no pasó mucho tiempo para que fuera retado por el vigilante, y este lo invitara a apagar su teléfono si es que quería seguir en la biblioteca.
Otra persona, en una situación parecida, hubiera optado por obedecer y tratar de guardar la compostura. Otra persona, en una situación parecida, hubiera optado por apagar su teléfono, estudiar durante un rato y luego tratar de comunicarse. Otra persona, en una situación parecida, hubiera optado quizá por mandar un mensaje, y esperar hasta la noche por una respuesta para sino volver a insistir. Pero él no era cualquier otra persona.
El vínculo que lo conectaba a Aira a través de ese teléfono era lo más vital para su corazón... y su razón... Tan acostumbrado a cómo estaba por saber de ella todos los días, en la mañana, tarde y noche... a leer no solo sus letras, a escuchar no solo su voz, sino su alma, su mente y su corazón... el no tener contacto con ella por dieciocho horas y once minutos -según había contado la última vez que miró su reloj antes de hacer lo propio con el celular por enésima vez- le estaba minando todos aquellos frenos que se estaba poniendo... Su paciencia, su madurez, pero sobre todo, su raciocinio se estaban yendo al tacho en pos de saber algo de aquella muchacha. De este modo, cuando el vigilante le dijo que si no iba a apagar su teléfono que mejor se retirara, Rodrigo no solo levantó la voz para oponerse, sino que en sus palabras dejó escapar toda su frustración, su rabia y su pena, siendo obligado a dejar la biblioteca de mala manera. Luego de ello, y de caminar como un autómata por los senderos de la universidad, había dado con el aula de su primera clase de ese día. No obstante, prefirió sentarse en un jardín a pocos metros de aquélla.
Necesitaba estar solo para respirar un nuevo aire que trajera nuevas ideas para su cabeza... Necesitaba estar solo para reflexionar acerca del curso de su relación con Aira... Necesitaba estar solo para saber si debía hacer caso a lo que le dictaba su corazón o su razón; porque la batalla continua entre ambos estaba minándolo por completo sus fuerzas, dejándolo sin la capacidad de saber qué hacer o decir sin que ella o él mismo pudiera salir dañado ante aquello.
En ese instante, pasó por su lado Fabián, quien lo estaba llamando, pero no le respondía por estar inmerso en el mar de sus cavilaciones.
-Oye, ¿no vas a entrar a clases?
Rodrigo no le contestó.
Su amigo cogió un pedazo de papel que había arrancado de su cuaderno, la arrugó y la lanzó sobre su cabeza, volviéndolo de nuevo a tierra. Cuando iba a reclamar quién había osado molestarlo, al percatarse de quién era, un esbozo de sonrisa se pudo ver en su rostro, alzando la mano como saludo.
-¿Vas a entrar o no, huevón?
-No tengo ganas -dijo cabizbajo.
-¿Qué te parece si nos "tiramos la pera" y nos vamos a conversar a la cafetería? Está haciendo bastante frío, y un café nos vendría bien. Te vas a resfriar estando ahí sentado como zonzo...
-No tengo ganas.
-¿Y si nos vamos esta noche a una discoteca a buscar "flaquitas"?
-No tengo ganas.
-No tengo ganas, no tengo ganas... -afirmaba Fabián mientras cortaba la distancia que había entre él y Rodrigo.
Cogió el maletín que su amigo había colocado sobre el jardín. Guardó las separatas y libros que estaban desperdigados a su alrededor en aquél, para luego ponérselo al hombro y con un ademán de su brazo decirle adiós a Rodrigo.
-Oye, ¡esas son mis cosas! -reclamó Rodrigo.
-Pues si quieres que te las devuelva, levántate de ahí y deja de dar pena, ¿bien?
Ya en la cafetería de una facultad, Fabián llenó de preguntas a Rodrigo sobre lo le que ocurría. Éste, con mucha dificultad, luego de mostrarle en su celular la última conversación que había tenido con Aira, en el que podía leerse el mensaje de despedida de ella ("Lo siento, estoy cansada después de venir de la danza, hoy no podremos conversar"), le contó todo lo ocurrido el día anterior...
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-¿Puedo comer un helado de vainilla?
Ambos estaban en una juguería cerca de la universidad de Rodrigo. A Aira se le había antojado comer ensalada de frutas aduciendo que, a partir de la fecha, trataría de comer cosas más saludables porque, desde que se había hecho costumbre que ambos salieran a almorzar, se le había dado por comer muchas frituras y dulces, produciéndole una subida de peso. Él había objetado mencionándole que la veía con la misma contextura física de siempre. Pero, le dijera lo que le dijera, la muchacha aducía que había subido de peso porque su ropa no le quedaba como antes, por lo que él decidió dar por finalizada la argumentación. Sin embargo, minutos después, al pedirse ahora helado, le pareció contradictoria su actitud y así se la hizo saber.
-¿Estás diciendo que estoy gorda? -arguyó Aira con el ceño fruncido.
-No. Estoy diciendo que si afirmas que estás subiendo de peso y que por eso quieres comer cosas más ligeras, me parece contradictorio que luego quieras comer helado. Este tiene calorías y...
-¡Estás diciendo que estoy gorda! -lo interrumpió ella, ahora cabizbaja.
-Pero, ¡¿qué hablas?! ¡Nadie ha dicho que estás gorda!
Aira negó con la cabeza. Le dio la sensación de que iba a hablar, pero en ese momento la mesera llegó con su pedido y le sirvió una copa con dos grandes bolas de vainilla bañada en chocolate y decorado con dos wafers.
-¿Usted no vas a pedirse nada, joven? -preguntó la mesera.
-Por el momento no, gracias.
Luego de retirarse la camarera, la pregunta que le dijo Aira lo dejaría boquiabierto.
-Rodri, ¿tu ex novia era más delgada que yo?
-¿Qué?
-Te pregunto que si era más delgada que yo -afirmó ella sin todavía animarse a darle un bocado a su helado.
-¿Por qué lo preguntas? -dijo rascándose la cabeza con la mano derecha, sorprendido por el inesperado cambio de tema.
-Curiosidad, nada más.
-Bueno...
Miró a un costado como tratando de hacer memoria. Y mientras su mente regresaba a aquellas tardes y noches en las que se perdía entre besos y abrazos de aquella delgada figura de quien fuera su primera mujer, la sangre se le subió al rostro. De inmediato, meneó la cabeza para tratar de borrar aquéllos recuerdos y regresar al presente. Sintió culpa de tener aquellas remembranzas estando en compañía de Aira. Sin embargo, si antes se había sonrojado por aquéllos, lo que tenía frente a sí tampoco le ayudaba mucho a volver el raciocinio a él.
Su vista se había topado con las pecas incipientes de su pronunciado pecho, provocando que su libido aumentara. No pudo evitar recorrer con su vista la curva de aquéllos para luego percatarse de que, a través de aquel blanco polo que los cubría, se podía apreciar un hermoso encaje, el cual le dio ganas de explorar... el cual le dio ganas de tocar... el cual le dio ganas usufructuar...
‹‹¡Basta!››, se dijo a sí mismo mientras desviaba la vista y movía la cabeza.
No era la primera vez que tenía ese tipo de sensaciones. Más de una vez había experimentado este tipo de emociones, sí. Pero, para su autoculpa, esto no parecía querer detenerse más, aunque quisiera ponerle freno a como dé lugar.
Desde que la había consolado por primera vez en su departamento... Y cada vez que ella se deprimía para luego llorar, al abrazarla para calmarla... el leve toque de su piel con la de él... el éxtasis que su perfume provocaba en sus sentidos... el percibir junto a su pecho aquellas pronunciadas curvas... el color carmesí de sus labios mezclados con el sabor salado de sus lágrimas, los cuales deseaba secar con los suyos... La conjugación de todos estos estímulos le hacían perder la cabeza, haciendo que su autocontrol y que su pensamiento de "Quiero ir más despacio contigo" se desvaneciera por completo, y solo quisiera saciar la sed que por ella sentía, la cual iba aumentando cada vez más... y más...
Quería expresar en palabras todo lo que experimentaba, pero se contuvo. Sabía que soltar aquello no era lo más apropiado, aun cuando le costara interpretar el lenguaje no textual de los demás. Decirle a alguien tan preciado para él como Aira, toda esa mescolanza de sensaciones que podían resumirse en "Te deseo" sería la hecatombe para los propósitos de la relación que quería con ella entonces... Y cuando se dio cuenta de ello, se odió a sí mismo por esto, sintiendo un profundo ardor en la garganta por reprimirse tanto de acción como de palabra.
Cuando menos se dio cuenta, el ardor que sentía en su garganta era tan insoportable, que simplemente no pudo más y tuvo que toser de improvisto.
-Perdón... -Volvió a taparse la boca para toser-. Yo diría que ambas son... -Hizo una pausa-. Distintas.
-¿Distintas?
-Así es.
-¿En qué sentido somos distintas? -dijo con una mueca.
-Uhm... no sé. Sólo distintas.
-Así que distintas. -Frunció el ceño y arrugó los labios-. ¿Eso es lo único que tienes que decir?
Él asintió.
-Ok. Ya no quiero helado. Cómetelo tú si deseas.
-¿Eh?
Se levantó de su asiento, cogió su mochila y se retiró hacia la salida.
-¡Aira!
Rápidamente, fue en su búsqueda, pero fue interrumpido por la mesera, quien le hizo saber que no podía retirarse sin antes pagar la cuenta. Como pudo, sacó un par de billetes de su cartera y se fue sin esperar el vuelto.
Cuando alcanzó a la muchacha, esta ya se encontraba en la esquina del paradero para tomar el bus.
-¿Por qué te fuiste así? -le preguntó.
Ella no le contestó. Seguía sentada con la cabeza gacha, indiferente a que, en ese instante, estaba recibiendo un par de comentarios groseros de un cobrador de un microbús.
Pudo ver que decía algo entre dientes y le preguntó a qué se refería.
-¡Que tengo ganas de mandarlos a la misma mierda!
-¿Cómo?
-Que tengo ganas de mandar a la mierda a todos los hombres... Al tiparraco ese vulgar... -Indicó con el brazo al bus que ya partía-. A mi padrastro por ser un idiota conmigo... -Levantó la cabeza para observarlo-. Y a ti te mandaría a la mierda por no ser sincero conmigo, pero sólo por ser tú no lo hago, aunque ganas no me faltan....
Rodrigo frunció el ceño y se sentó a su lado.
-¿Por qué dices esto?
Aira volvió a agachar la cabeza, pero esta vez se la cubrió con las manos para luego añadir:
-¿Para qué me seguiste? Déjame tranquila, que ya me voy -dijo entre lágrimas.
-Pero, Aira...
Se acercó y la abrazó. Ella se desahogó en sus brazos, sin ser capaz de darse cuenta de lo que con ello le provocaba.
La ternura y el consuelo daban paso a encender otras sensaciones que se habían apagado momentáneamente en Rodrigo. El olor de su perfume de vainilla se filtraban por sus pupilas olfativas dejándolo mareado. El leve tacto de su piel enviaba mil cargas eléctricas por todo su cuerpo alterándole todos los sentidos. El roce de sus pechos sobre él empezaron a causarle estimulaciones que eran inadecuadas para una situación de ese tipo. Y cuando se dio cuenta de ello, de inmediato se alejó de Aira, dándole la espalda, bastante anonadado y sin saber qué hacer o qué decir a continuación.
-¿Estás enojado por lo de antes? -le preguntó.
-No es eso -contestó Rodrigo sintiendo vergüenza de sí mismo y sin ser capaz de mirarle a la cara.
-¿Entonces qué? ¿Por qué? -exclamó exaltada-. Dime, ¿qué te pasa?
-No te lo puedo decir.
-Ok... -Miró su reloj-. Ya me retiro. Hoy debo ir a mi práctica más temprano... -indicó a la vez que alzaba su brazo para parar al bus que hacía su aparición en esa ocasión.
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Después de que Rodrigo le contara, bastante abochornado, todo lo que le pasaba, se cogió la cabeza con las manos y la movió tantas veces hasta quedarse mareado.
Fabián se hallaba divertido ante la situación. Sin embargo, aunque quiso soltar una carcajada, se contuvo. Sabía que su amigo no necesitaba de alguien que se burlase de él en ese instante. Comprensivo como era, trataría de ayudarlo en las buenas y en las malas, aunque el hablar atinadamente no fuera una de sus habilidades...
-Así que la flaca te tiene tan loco hasta el punto que te pones calentón cuando la abrazas.
-¿Quieres dejar de ser tan vulgar al hablar de mí, por favor? -dijo Rodrigo tapándose la boca.
-Ok, lo siento -afirmó Fabián para luego darle un sorbo a su café-. Lo que no entiendo es que... ¿por qué últimamente llora tanto?
-Es su depresión. A mi madre también le pasaba. Por cualquier cosa se bajonea y llora...
-¿Y así la soportas? -preguntó Fabián con una mueca de decepción.
-Será porque ya tengo experiencia en estas cosas -dijo Rodrigo mirando a un costado recordando los momentos anteriores que había pasado con su madre-. Sé que en un momento así, pues solo hay que tenerle paciencia, consolarla y animarla, y ya luego se le pasa.
-No sé cómo la aguantas. ¡Yo ya me hubiera abierto por mi cuenta!
-No es que siempre esté llorando también... -Volteó a observarlo y habló con decisión, azuzando los brazos, imaginándose que Aira estuviera a su lado-. Hay momentos en los que la pasamos muy bien. Vemos películas, hablamos de literatura, es muy culta, buena, amable, y sobre todo... divertida. Me sale con cada ocurrencia, que me alegra la vida como no tienes idea.
En ese instante, sacó su celular. Buscó en su galería y le enseñó una foto. En ella había una hoja de papel con un poema lleno de corazoncitos y de estrellitas. Uno de los versos que se leía con mayor nitidez decía: ‹‹Hoy en la noche soñé que yo este verso te escribía, pero eras tan pesado que hasta en sueños me corregías XDDD››.
Fabián soltó una carcajada.
-Pues sí que te conoce bien la flaca. Pero eso no le quita lo depresiva.
-Ya sabía a lo que me atenía cuando me interesé en ella.
-Pues vaya que te admiro. Yo ya me hubiera aburrido en tu situación y la hubiera dejado -dijo Fabián azuzando los brazos. Rodrigo lo miró con el ceño fruncido y su amigo se encogió de hombros-. La firme pues, compadre. La flaca es pues... rayada. Tienes que darme la razón.
-Si fuera así, me comportaría igual que mi padre lo hizo con mi madre, quien la abandonó por una temporada. O peor todavía, le haría más daño, al no tenerle paciencia y tratándola mal. Y ambos sabemos en qué desembocó todo eso, ¿sí?
Fabián asintió ante su pregunta.
-Si simplemente voy a renunciar a estar con Aira por eso, sentiría vergüenza por fallarle a ella, a mi madre... y a mí mismo.
Hizo una pausa y volteó a la ventana que tenía al lado. Se quedó contemplando a sí mismo. Su reflejo en aquélla lo mostraba tal cual... Cansado, meditabundo, pero sobre todo, frustrado.
-No quiero fallar dos veces. -Meneó la cabeza-. No quiero. No me lo perdonaría nunca, pero nunca.
-La quieres, ¿cierto?
-No lo sé...
-¿Cómo que no lo sabes, huevón?
-Es que para mí querer significa mucho más, ¿entiendes? Y no sé si todavía he llegado a ese nivel con ella.
Fabián se le quedó mirando fijamente. Sus dedos toqueteaban la mesa con intensidad, captando la atención de Rodrigo.
-¿Quieres dejar de hacer eso? Me pones nervioso.
Luego de decir eso, sacó su celular de su bolsillo, digitó un par de teclas y lo dejó en la mesa.
-Perdón -agregó Fabián mientras levantaba los brazos escandalosamente-. Dime, ¿qué te provoca ella?
-¿Aira?
-¿De quién más estamos hablando? -habló con una sonrisa de burla, para luego toser y evitar carcajearse.
-Pues no sé... A veces quiero saber de ella, dónde está, qué hizo, y cuando no sé de ella ni un día... me desespero tanto como ahora.
-Se nota. ¡Ni siquiera te has afeitado, huevón! Mírate esa barba de varios días. -Levantó el brazo hacia él. Rodrigo se tocó la quijada con desconcierto-. ¡Y eso en ti da miedo!
-En la noche lo hago. Ayer olvidé de hacerlo -afirmó digitando su celular.
Su amigo esbozó una sonrisa.
-Dime, ¿qué más te provoca esa chica?
-Bueno, quiero que sea feliz... que esté siempre alegre, y cuando no lo está, pues quiero consolarla, quiero animarla, quiero abrazarla. Siempre lo hago, ¿ok? Pero... -Frunció el ceño-. Ese es el problema, cuando sucede, pierdo la cabeza.
-Quieres besarla, quieres tocarla, quieres hacer...
-¡No lo digas así tan fácilmente! -Lo interrumpió-. No quiero llegar a ese punto con ella todavía. Ya te he contado.
-Pero entonces, ¿no me digas que no estoy en lo cierto?
Se cubrió la boca con ambas manos mientras el color de sus mejillas se enrojecían.
-Comprendo que quieres ir de a poco con ella, por lo de su depresión y porque te preocupas por ella, y es admirable. Pero... yo por menos me he besado con una flaca en algún tono de la facultad. ¿Te acuerdas de Milagros? Estuvimos toda la noche de la encerrona de las olimpiadas. Aunque tú que vas a saber, te fuiste antes de que la gente se emborrachara y la "acción" comenzara. -Rodrigo asintió-. Pero, ¡no jodas! ¿Ni siquiera un beso? ¡Por favor...!
-No te entiendo -dijo mirando por enésima vez su celular. Todavía no tenía ningún mensaje de respuesta de Aira.
-Sé que quieres cuidarla, ser su apoyo y toda esa vaina para que ella salga de su depresión. Te entiendo. Y aunque digas que no la quieres, es mucho más de lo que yo haría por una flaca que me gusta, ¿sabes?
Rodrigo quiso replicarle. Creía que el sentimiento que tenía por Aira no era el equivalente a lo que él consideraba querer a una mujer. Sin embargo, ante la mar de dudas, de cavilaciones y de frustraciones, creyó que lo mejor para salir de esa situación era callarse y escuchar lo que su amigo tenía que decirle. Así que sólo atinó a preguntar:
-¿A dónde quieres llegar?
-Que tu cariño, tu gusto o tu amor por ella, aunque no quieras reconocerlo, no va a ayudarla a sacarla de su depresión. Eso solo lo va a hacer un profesional y tú lo sabes. Te lo dije antes de que te involucraras con ella, ¡pero no me hiciste caso! Al final, fuiste como loquito a la primera cita que ella te pidió.
-No pude evitarlo. Me moría tanto por verla... por conocerla... -Rodrigo azuzó los brazos y habló como si diera una orden presidencial-. Y no me arrepiento, ¿sabes? Desde que la vi por primera vez, mi vida cambió por completo. Quiero que sepa que estoy ahí para ella... siempre... Pero también sé que si no sé de ella por un tiempo, me volvería loco.
-Pues ahí tienes tu respuesta, compadre.
Él movió la cabeza con un gran signo de interrogación en el rostro.
-Te dejaste llevar por el impulso de lo que sientes por ella, como cuando fuiste a buscarla en las comisarías.
Fabián se tapó la boca con mano tratando de no reírse, pero fue en vano.
-No te rías. ¡La pasé muy mal esa vez! -dijo a la vez que miraba, nuevamente, su celular sin obtener la respuesta que esperaba.
-Como ahora...
El joven bajó la mirada. Sin embargo, luego de digitar un par de teclas de su teléfono, se levantó de inmediato. Por fin, tenía la respuesta que tanto ansiaba de Aira. Y el gesto de felicidad en su rostro era tal, que Fabián no pudo evitar sonreír ante la alegría de su amigo.
-¿Lo ves? -continuó Fabián.
-Dios mío, ¡gracias! Ya estaba pensando lo peor. -Observó a su amigo, para luego leer el mensaje-. Dice que ha estado ocupada y que por eso no me contestó antes...
Fabián movió la cabeza al darse cuenta de que no creía la justificación de Aira.
-No te ha respondido porque ha estado enojada por lo que me contaste.
-No comprendo -dijo Rodrigo guardando su teléfono.
-Ella quiere saber de tu ex. -Rodrigo lo miró con ojos interrogativos-. Es normal. Es casi tu enamorada.
-Pero...
-Si hay cosas de las que te sientes incómodo de contarle, genial. No soy de la idea de que uno deba contarle todo a su pareja, ¿ok? Siempre uno debe ser reservado en ciertas cosas. Pero, según me cuentas, casi ni tocas el tema.
-No te comprendo.
-¡No te reprimas en lo que sientes por ella! En lo que le quieras contar... en lo que quieras hacer...
Rodrigo abrió los ojos ampliamente ante lo que escuchaba.
-¿Eso significa que tenga sexo con ella? No, no, no... -dijo espantado-. Ya pasó eso una vez con Noelia, todo fue tan rápido que...
-No te digo eso, zonzonazo -lo interrumpió Fabián-. Ay, Dios. A veces me dan ganas de ahorcarte... -Levantó las manos con el ademán de hacerlo-. Y luego recuerdo que tienes Asperger.
-¿Cuál es tu punto? No entiendo.
-Pues que por sincerarte un poco con ella y contarle algunas cosas como por ejemplo, cómo era físicamente tu ex, no pasa nada. O yendo más allá, por besarla o por acariciarla de vez en cuando si se te antoja, no se va a ir al tacho tu relación, ¿comprendes?
Él negó con la cabeza.
-¿Yo acaso tuve sexo con Milagros luego del tono de la facultad? No. ¿Tuve sexo con mi ex enamorada? No. Duré un año con Anita, y estuve a su lado a superar la pérdida de su hermano. Que luego lo mío no funcionara, no significa que ahora no podamos ser amigos. ¿Entiendes?
El joven de ojos verdes apoyó su mano sobre su rostro escuchando con atención lo que él le decía, como si un mundo nuevo se abriera a sus pies.
-Y no por simplemente besar a tu chica significa que debas tener sexo con ella ahora, ¿te queda claro?
Rodrigo asintió.
-Si quieres ir de a poco con Aira para que todo vaya bien, perfecto. Te deseo la mejor de las suertes y deseo que funcione. Pero te recuerdo, tu amor no va a ayudarla a superar la depresión, sólo un psicólogo.
-Le he dicho que vaya, pero siempre desvía el tema.
-Insístele hasta que lo haga. Es urgente que lo haga porque todos esos bajones de siempre llorar no son normales. Pueden desembocar en algo peor.
-Lo sé -dijo Rodrigo con un dejo de tristeza-. Claro que lo sé.
-Tu amor no la sanará, pero sí puede ser su apoyo. -Hizo una pausa-. Así que no hagas las cosas más complicadas para ambos, ¿ok? No te cierres ante lo que sientes. Si quieres decir o hacer esto o aquello, hazlo. Porque si no será peor... Fíjate ahora, se enojó contigo ayer, seguro que al llegar a su casa lloró al sentirse dolida, y por eso no te contestó. Peor todavía, te tuvo en vilo todo el santo día...
-Me siento fatal... -afirmó mientras se apoyaba la cabeza en una mano y su mirada sombría se perdía en la escena imaginaria que Fabián le describía.
-No siempre es bueno cerrar a la razón lo que le dicta el corazón... -dijo Fabián para luego resoplar profundamente, confiado en llevar una luz de claridad ante la mar de incertidumbres y de frustraciones de su amigo.
Rodrigo iba a hablar, pero un estornudo lo interrumpió.
-Cuidado, ¡que me vas a soltar la peste! Eso te pasa por quedarte como zonzo afuera con tanto frío.
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Él percibió el dulce perfume de vainilla de ella. La calidez que sintió con el toque de la suavidad de la piel de Aira contra su cuerpo despertó millones de cargas de electricidad sobre sí. Su corazón palpitó a mil ante la cercanía de ella sobre su pecho y la presión que ejercía sobre él.
Algo dentro de sí se había encendido. Se sentía relajado, pero a la vez tan ambicioso, que quería levantar las barreras invisibles que la alejaban de ella y probar más de aquella ambrosía, aunque la situación no fuera la adecuada.
-Todo fue por mi terquedad. ¡Por mi maldita forma de ser!
-¡Aira!
-¡Por mi culpa! Por mi maldita...
En un impulso Rodrigo se dejó llevar por lo que reprimía, por lo que ansiaba, por lo que sentía... La besó como quiso, en la boca con deseo, con ambición, con ansias... Y decidió, por primera vez en su vida, hacer caso al consejo de que no era malo a veces abandonar a la razón por el corazón.
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