♫ Pendiendo de un Hilo ♥
Aira
Ese día treinta y uno se había despertado desganada, sino más deprimida que nunca. Toda la mañana se la había pasado sin comer. Y, llegada la tarde, mientras sus lágrimas caían y observaba el techo, el cual deseaba que fuese estrellado como una galaxia, como el del cuarto de Rodrigo, recordó que le gustaría estar de nuevo a su lado como aquella tarde para hablar del destino, de los cielos, de los recuerdos, pero sobre todo... para experimentar de nuevo la sensación de eterna felicidad que él le proporcionaba.
Si bien era su cumpleaños y, por fin, había llegado el día tan deseado que había estado esperando durante semanas para poder encontrarse con Rodrigo, hacer las paces y decirle la verdad a Rodrigo acerca de su edad, sus planes no habían salido como deseaba.
Debido a todas las circunstancias que habían sucedido, sus planes inmediatos se habían ido al traste. Su cabeza había estado tan ida que, se había olvidado de tareas simples y cotidianas: como botar la basura a las siete de la noche, cuando pasaba el camión de la basura; comprar pan por la mañana antes de ir a la escuela; recoger el dinero de la venta de los periódicos del puesto de canillita de su abuelita, etc. Y todo esto se había trasladado a sus estudios... Por más que había intentado concentrarse y había contado con la ayuda de Xico para estudiar cada día de la semana de exámenes, sus calificaciones no habían sido las esperadas.
Al momento de rendir las pruebas más de una vez se había quedado en blanco sin saber qué contestar, aun a pesar de que cuando, el día anterior de cada examen, religiosamente había sabido responder al cuestionario rápido que Xico le había hecho antes de irse este a su casa. Esto había sido el común denominador en sus exámenes de las materias de letras y humanidades. De los de ciencias, prefería mejor no acordarse. Al ser alguien a quien se le hacía difícil aprenderse y aplicar las fórmulas en las asignaturas de Geometría y Trigonometría en épocas normales, ni hablar cómo había sido en una época de crisis como la de los últimos días. Y, tal como lo temía, todo este negro panorama se había visto reflejado en la libreta de notas que yacía sobre la mesa de su escritorio, y la cual decía lo siguiente:
Promedio anual: 9.9
Resultado: Repitente
¡Uno de sus peores temores se había dado! A pesar de la promesa que le había hecho a Xico de terminar la secundaria juntos y, a pesar de haberse esforzado por pasar las pruebas de fin de año, todo esto había sido en vano. Había obtenido un promedio que automáticamente la hacía repetir de grado.
Por ahí, luego de recibir los resultados de sus exámenes finales, antes del cierre de clases, el día veintitrés de diciembre, se le había pasado por la mente rogar, sino llorarles a los profesores de Historia y de Literatura —en donde había obtenido nota desaprobatoria de diez en las pruebas— y pedirles si podía subir su calificación porque eran materias en las cuales destacaba y sabía que no todo estaba perdido respecto a aquellas. Quizá mandándole un trabajo extra o lo que quisieran, para con esto poder subir su calificación de promedio final, pero ellos se habían negado. De manera categórica, le informaron que el examen final del trimestre era el último y que, a esas alturas, ya estaban entregando los registros y actas de notas a la Dirección, para luego ser entregadas a los alumnos el día de la clausura, el treinta de diciembre; e incluso se iban de vacaciones al día siguiente para pasar fiestas de fin de año con su familia, por lo que no había trabaja extra que valga.
Ante esto Aira se desesperó, lloró y les rogó. Sin embargo, ellos fueron contundentes: no había posibilidad de que le dieran oportunidad alguna, las notas finales ya estaban cerradas y entregadas, y poco podían hacer. De todas maneras, ambos profesores le habían dicho que no se preocupara. Sabían que ella gustaba y destacaba de esas materias, y que, a pesar del mal resultado que había obtenido en el examen final, lo más probable era que hubiera obtenido un promedio de aprobado de once o de doce en Historia y Literatura, porque sus notas de intervención oral, trabajos y prácticas compensaban la nota desaprobatoria que había sacado en el examen final.
Con esta tranquilidad que sus profesores le habían dado, Aira se había despedido de todos sus compañeros y de sus profesores del cuatro grado, a excepción de Xico, a quien seguía viendo hasta el día anterior, y había pasado las fiestas de Navidad sin novedad alguna, en compañía de su abuelita y de su hermanito. Su madre, para estas fechas, todavía seguía de gira en provincias con su grupo de música en compañía de su padrastro, y solo se había dignado en llamar a la casa de su abuela el día veinticuatro para saludarlos y hacerles saber que llegaría después de las fiestas de fin de año.
Ese día veinticuatro le había escrito una felicitación a Rodrigo por Navidad, a través de una tarjeta virtual a su correo. Incluso, en un ataque de impulso había estado tentada en más de una ocasión en reinstalar su WhatsApp para chatear con él como antes, pero luego recordaba que no tenía saldo para hacer uso de sus datos, ya que, al no haber vendido nada por catálogo en las últimas semanas, al estar tan desganada, pues no tenía dinero alguno. Luego de pasado aquel impulso, había meditado mejor y decidido que, lo ideal era seguirse adhiririendo a su plan inicial. Dejaría pasar los días, y sin la preocupación por los exámenes ya dados, tendría la tranquilidad para poder pensar con calma. Y en efecto, así había sido.
Con el transcurrir de los días, y en especial por la nostalgia que le había producido pasar las navidades lejos de él, había llegado a la conclusión de que, aún a pesar de que todavía estaba dolida por la desilusión que tenía de Rodrigo por su mentira, no se encontraba en posición de exigirle ser transparente. Ella se encontraba en una situación igual o peor que él. No solo le había mentido una vez, sino varias más. Como Xico le había dicho antes: no debía ser conchuda (sinvergüenza). Y era que así era como se había sentido a esas alturas. De esta manera, el sentimiento de remordimiento comenzó a abrumarla. Sin embargo, había algo más y mucho poderoso que había empezado a calar muy hondo dentro de sí: lo extrañaba... lo extrañaba y lo necesitaba como el respirar en su vida misma. Echaba de menos su apoyo, su preocupación, su compañía.
Si ponía en una balanza todo lo bueno que Rodrigo le había brindado desde que se había cruzado por primera vez con él en Wattpad, con el descubrimiento del amor y de luz de la felicidad que este le había traído a su vida durante tantos meses, y lo comparaba con la tristeza, el dolor y la oscuridad de la desilusión que había sentido por su mentira en las últimas semanas, la primera salía ganando, de lejos.. Nunca antes, desde que su padre había fallecido, se había sentido por alguien tan querida y tan amada, a tal punto que empezó a echar de menos aquellas sensaciones tan dichosas, agradables y placenteras que había experimentado a su lado. Rodrigo significaba para ella la felicidad misma que alguna vez había creído inalcanzable, y si en un arranque de egoísmo, de inmadurez y de incomprensión había rechazado aquella sensación de tan sublime ambrosía que había experimentado a su lado, todavía se hallaba a tiempo de arreglar las cosas. Para ello había decidido que, luego de recibir sus calificaciones, cuando cumpliese los dieciséis años al día siguiente, se sinceraría en su totalidad con él: le pediría perdón por sus mentiras a la vez que le diría que quería volver con la psicóloga. Quería sanarse, poner fin a su depresión y buscar la felicidad, que tan esquiva le había sido en su vida, junto a él... solo con él. No obstante, todos sus planes iniciales se habían ido al traste, y no solo por sus malas calificaciones...
Días antes, luego de la Navidad, su madre había regresado de viaje con su padrastro. Debido al poco éxito que había tenido su gira en las últimas presentaciones, el empresario que la había contratado había cancelado las giras programadas para fin de año. Y, aunque este hubiera decidido no continuar con la gira, la mamá de Aira le había reclamado por el pago de aquellas que, según decía, estaban estipuladas en su contrato, a lo que él se había negado. Ante ello, Giovanna se había enfrascado en una pelea verbal, en la cual su jefe no daba su brazo a torcer. Y como si fuera poco, el padrastro de Aira se había liado a golpes con el señor, produciéndose una gresca de tal magnitud, en la que el empresario había resultado muy herido, por lo que había decidido denunciarlos en la comisaría de la ciudad de Iquitos por acoso, lesiones y demás, siendo ambos encarcelados durante una noche. Pero, gracias a que unos conocidos les habían contratado un abogado, al día siguiente fueron liberados, no sin antes ser citados a declarar para dentro de una sema.na No obstante, ambos habían decidido escapar y regresar a la capital ni bien vieran la luz del sol. Cuando llegaron a Lima, de inmediato habían decidido quedarse en la casa de la abuelita de Aira, por el temor de que la policía los fuera a buscar en la suya.
En un principio, doña Gladys se había negado a hospedarlos, luego de enterarse del problema legal en el que su hija y su pareja se encontraban. Alegaba que Giovanna ya estaba lo suficientemente grande como para asumir las consecuencias de sus actos, y que no debía arrastrar ni a ella ni a sus hijos en aquéllos. Más todavía, aunque no tenía conocimiento de términos judiciales y demás, tenía la certeza de que esconder a dos buscados por la policía no le traería nada bueno; por lo que, fue bien enfática al pedirle a su hija que se retirara de su casa y que tratara de resolver sus problemas legales como correspondía.
Ante la negativa de doña Gladys, Giovanna se había enojado, sino alterado, y por poco se había liado casi a golpes con ella, acusándola de mala madre, de traidora, de egoísta, sino miserable y de otros adjetivos irreproducibles, provocando una gran ansiedad y terror en Aira y su hermanito al ser testigos de aquella gresca. Peor todavía, la pelea entre ambas había sido de tal magnitud y tensión, que había llevado a doña Gladys, debido a su avanzada edad, a más allá de sus límites. Su presión arterial se había disparado tanto, que le había producido un derrame cerebral y había sido llevada de emergencia al hospital más cercano.
Aira todavía recordaba, con lujo de detalles, cómo había acompañado a su abuelita durante el trayecto al hospital en la ambulancia, mientras le rogaba a su padre en el cielo:
‹‹Por favor, Dios, ¡no te la lleves››, se había dicho, mientras sus lágrimas caían por sus mejillas, quemándole su piel, sus entrañas y su alma.
‹‹Ella es la única pariente que tengo que me quiere y que cuida de mí. Si mi abuelita se va, ¿qué va a ser de mí?››, había pensado mientras su mano derecha agarraba la de su abuelita durante su viaje en la ambulancia.
‹‹¿Por qué siempre me tienen que pasar estas cosas, Dios? ¿Por qué? ¿POR QUÉ?››,
Mientras seguía lamentándose de su mala suerte, su vista se había topado con un dedo de la mano que agarraba fuertemente la de su abuelita, en donde podía verse el hilo rojo que había amarrado semanas antes, en el departamento de Rodrigo.
‹‹Si ella se muere, ¿quién va a cuidar de mí? ¿Quién se preocupará por mí y por Lucas? ¿Quién? ¿QUIÉN, DIOS MÍO? ¿QUIÉN?››, seguía pensando durante su trayecto al centro de emergencias, el cual, a pesar de ser cosa de diez minutos en vehículo, a Aira le había una tortuosa y cruel eternidad.
Su vida y su mente se hallaban al límite, pendiendo de un hilo su propia cordura, de la cual no sabía si podría salir bien parada. Para alguien de tan corta edad, llevar esa carga era simplemente demasiado... demasiado, y ya estaba cansada de luchar, de pelear y de continuar. Miles de posibles escenarios para acabar con su vida cruzaron por su mente; sin embargo, solo el llorar de su madre y los gritos de los paramédicos en alerta la desconcentraron, pero solo por breves instantes. Como nunca antes tenía deseos de resignarse, de dormirse y de nunca más despertarse.
Luego de llegar al hospital y ver con espanto cómo su abuela era llevada de emergencia en una camilla, esa madrugada se la había pasado en vela. Aun cuando los doctores le habían aconsejado que regresara a su casa a dormir, ya que era muy pequeña para eso, ella se había negado. Quería cerciorarse de que su abuelita se hallaba fuera de peligro para, por fin, regresar a su casa.
El transcurso de las horas había significado una tortura para Aira. Nunca antes había experimentado una ansiedad de tal tipo, ni siquiera cuando había sido testigo del fallecimiento de su padre. Esta solo quedaba en su memoria a través de retazos fotográficos o escenas sueltas que transcurrían como un tráiler de película. Pero ahora, la espera en ese hospital estaba acompañada de una opresión en su pecho que le era imposible de sobrellevar, de un aire que le era cada vez más difícil de inhalar, de un procesamiento de infortunios cada vez más incapaz de sobrellevar para alguien de tal corta edad. Sentía que se ahogaba en el mar eterno de sus lágrimas, de sus infortunios y de sus desilusiones. El pozo profundo de su depresión en donde estaba ya no solo era tal, sino era el infierno mismo, descomunal e implacable, que parecía estar destinado para yacer por siempre, sin salida alguna que valga. Ni aun cuando los doctores le habían informado a Giovanna que su abuelita por el momento se hallaba estable y fuera de peligro, había logrado aplacar al dantesco infierno interior que en la adolescente se se desataba.
Y era que Aira había llegado a su límite, el cual, si todavía era posible, se había acentuado en forma extremadamente dolorosa al día siguiente, al saber que había repetido de año y que todos sus buenos recuerdos, todos sus futuros proyectos, todos sus posibles anhelos nunca más se verían cristalizados. Y era que, parecía que el destino, y lo que este tuviese deparado para ella, quería solo ensañarse al máximo cada día de diciembre que pasaba, como cruel preámbulo para su décimo sexto cumpleaños.
Aira simplemente ya no podía más. Estaba hundida. Estaba perdida. Estaba malherida.
Esa tarde del treinta de diciembre, no sabía si volver al hospital al horario de visita de las dieciséis horas. No sabía si tendría éxito al poder ver a doña Gladys. El día anterior había ido y no le habían dejado verla, alegando los doctores que todavía era menor de edad y que podía impresionarse demasiado si la veían conectada a los tubos y demás. Y aunque le había pedido a su madre que presionara a los doctores para que cedieran, aquella se había mostrado incólume. Al contrario, a Giovanna le había parecido una pérdida de dinero, y había puesto el grito en el cielo porque en solo dos días había gastado bastante en medicinas y en pañales, los cuales no eran cubiertos en por el seguro médico de su abuela.
Peor todavía, cuando ambas salieron del hospital, se habían enfrascado en una pelea tal, ya que Aira no se había quedado callada y le había acusado del estado de salud tan delicado de su abuela. De esta manera, al llegar a su casa, la señora había descargado en su hija toda su tristeza, preocupación y frustración, por saberse culpable por el mal estado de salud de su madre. Producto de esto, en el cuerpo de la joven podían verse los moretones de los golpes que esta le había propinado, pero nada de esto se comparaba con las profundas y dolorosas heridas que estaban marcadas en su alma... y quizá en el cruel destino al que parecía estar relegada para siempre, si era que volvía bajo la tutela de su inmadura y cruel madre.
Aira simplemente ya no podía más. Estaba hundida. Estaba perdida. Estaba malherida.
Ese día treinta y uno de diciembre, a pesar de sus dudas, había decidido regresar al hospital a visitar a doña Gladys. No le había dicho nada a su madre sobre la entrega de sus malas calificaciones del día anterior, en el día de la clausura escolar. Había tenido suficiente castigo con los golpes físicos y psicológicos que había recibido de ella por algo que no había cometido, que no quería ni pensar en cómo sería la reacción de su madre al enterarse que había repetido de año. Al imaginarse siquiera ser otra vez objeto de una golpiza, sentía que un halo de congelamiento se apoderaba de todo su cuerpo, que el solo escuchar que Giovanna la llamase por su nombre le provocaba un estrujamiento en su interior, sino que le temblasen las manos y piernas.
Ninguno en su casa, ni el pequeño Lucas que no sabía todavía de fechas de calendario y demás, se había acordado de saludarla por su cumpleaños. Y, si bien se había sentido muy mal al ser ninguneada por sus parientes, esto solo era una guinda al pastel de toda la serie de crueles acontecimientos que parecían haberse ensañado en su triste destino sin fin.
Su madre le había informado que no iría ese día al hospital. Tenía una presentación para más tarde que le habían ofrecido a último momento en una fiesta de fin de año en una discoteca de los alrededores. Y, como había incurrido en demasiados gastos médicos en esos días, era algo que no podía rechazar. Así que, aprovechando que Aira iría al hospital, le había entregado un billete de cincuenta soles para gastos varios que los médicos necesitasen para su abuelita.
Esa tarde, antes de salir al hospital, había colocado de nuevo el chip en su celular y, con el dinero que le había dado su madre, se había recargado saldo para tener con qué navegar en su teléfono, recordando que había quedado en comunicarse con Rodrigo. Lo haría luego de ver a su abuelita y estar tranquila de que esta ya se hallara fuera de peligro.
Ya en el centro médico, los doctores de nuevo se habían negado a que viera a doña Gladys. Y, aunque la adolescente llorara, renegara y luego les rogara, aquellos se mantenían firmes: no podía ver todavía a su abuela, porque esta se halla en cuidados intensivos, lo que significaba que aún se hallaba en peligro.
Cuando caminaba de regreso a su casa, estaba pendiendo de un hilo: cientos de nuevas escenas suicidas pasaron por su mente, acompañadas de las lágrimas cayendo por su frustración, la respiración entrecortada por su desesperación y la serie de pensamientos suicidas por su alteración. Esto se acentuó cuando estuvo a punto de ser atropellada por un carro al cruzar una avenida y no fijarse en el cambio de luces de rojo a verde.
—¡Fíjate por dónde caminas! —le había reclamado el chofer para luego proseguir con su camino.
Al ver aquel coche rojo partir, la simple idea de ser arrollada por uno pasó por su mente... por su mente... Pero, felizmente, una pequeña vibración que sintió en su bolsillo izquierdo de su pantalón, en donde guardaba su celular, la trajo de vuelta a la realidad, produciéndole la primera de las esperanzas en varios días:
‹‹Hola,
Sé que hoy es tu cumpleaños, felicidades =)
Perdón por sonar tan impaciente y romper nuestro acuerdo, pero... No me había comunicado contigo hasta ahora, porque me habías pedido tiempo y tal hasta el día de hoy. Pero, si te confieso, he estado esperando muy ansioso tu mensaje durante todo el día de hoy, que no he hecho más que revisar mi buzón de mensajes cada minuto creo, y dada la hora pues... Discúlpame, por favor... Lo que sucede es que... ¡al diablo! Te diré cómo me siento.
¡Estoy desesperado por saber de ti y cómo estás! Tuve un mal sueño ayer. Y aunque no creo mucho en estas cosas, no puedo con la ansiedad que me carcome.
Sé que quedamos en que te comunicarías conmigo hoy para encontrarnos y hablar. Pero, como todavía no lo has hecho, estoy muy preocupado, ¿sabes? ¿Estás bien? Dime que sí, por favor.
No sé si tienes pensado en que nos encontremos más tarde, o quizá tienes planes de celebrar tu cumpleaños con los tuyos, lo más probable es que sí. Así que no te voy a interrumpir, porque de seguro debes estar en una reunión familiar o con tus amigos de la escuela, y por eso la demora y no me has escrito todavía como me prometiste. ¿Pero, podrías siquiera contestar a este mensaje para saber que estás bien? Estaré esperando tu respuesta con mucha ansiedad.
Me despido, no sin antes desearte que sigas pasando un feliz cumpleaños y que tengas un próspero año nuevo.
Saludos cordiales,
Rodrigo››
Luego de apagarse la pantalla en el que podía releer, por enésima vez, el mensaje que él le había escrito, su vista se volvió a topar con el hilo rojo que colgaba de su dedo. El rostro de Aira se iluminó. Si creía que todo era negro y sombrío en su vida, estaba equivocada. Delante de sí tenía a lo que sabía que traería luz y felicidad a su oscuro infierno de depresión y de infortunio, y, quizá con ello cambiar al cruel destino que parecía no querer dejarla en paz. Porque sabía el hilo rojo que seguía viendo tenía un destino... su destino.
No contestó al mensaje que Rodrigo le había enviado. Prefirió hacerlo de otra manera. Confiaba en que todo saliera como deseaba, a pesar de que temía que, por la cercanía del fin de año, quizá algo podría estropear sus planes.
Mas, cuando tuvo frente a sí el rostro sorprendido y sonriente de aquel joven que adoraba con locura, la alegría que la embargó en ese instante desapareció por completo todas las tristezas que había sufrido durante esos días:
—¿Eh? —dijo un asombrado Rodrigo al ver a la adolescente en la puerta de su departamento.
Aira simplemente ya no podía más. Estaba hundida. Estaba perdida. Estaba malherida. Pero ahora, al ver frente aquel joven que amaba con locura, luego de varios días, por fin, sonreía... Ya no pendía su vida de un hilo, aunque quizá sí, pero ahora del más maravilloso de los destinos...
*******
¿Anotaciones Finales?
Bueno, ya pueden intuir que nos acercamos al tramo final, el tan esperado clímax y desenlace.
¿Cuáles son sus teorías? ¿Le dirá Aira la verdad, por fin, a Rodrigo? ¿Se reconciliarán? ¿Podrá por fin ella conseguir la felicidad a su lado? ¿Se salvará doña Gladys? ¿Podrá sanarse de su depresión? ¿Qué pasará en el futuro para Rodrigo y Aira?
*Con voz de locutor en off*: "No se pierdan el tan esperado capítulo en los próximos días, por cortesía de un gato gordo (mi mascota), un hilo rojo del destino y muchos tomates para lanzarle a Nozomi por hacerlos llorar por tanto drama y tortura a sus personajes favoritos ¿?"
No se olviden de votar y de comentar. Gracias por su apoyo. Nos leemos prontito :3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro