♫ Paralelismos y Redes ♥
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Aira
‹‹Se dice que a un hombre se le conquista por el estómago, ¿no? ¿O no?››
Se hallaba en la cocina leyendo el recetario que su abuela le había dejado. Le había preguntado a doña Gladys por los dos tipos de sopa que Rodrigo le había pedido. Al final, por lo fácil de su elaboración y lo nutritivo que parecía para un enfermo de gripe, se había decantado por la sopa de tomate. Y allí se hallaba, muy contenta y poniéndole todo el empeño del mundo para prepararla.
‹‹Sólo espero que a Rodri le guste››, pensó a la vez que empezó a cortar con minuciosidad la cebolla. No obstante, el entusiasmo le duró poco.
Una lágrima cayó sobre la verdura. Sus hermanas parecían correr con la misma suerte. Pero una mano de la fuente de la que provenían las detuvo.
El ardor que tenía en sus ojos le era imposible de soportar. Finalmente, decidió parar lo que estaba haciendo e ir en búsqueda de su abuela para que la ayudara.
Estaba acostumbrada a llorar, era verdad. Y en cierta manera el hacerlo la ayudaba a desahogar todas sus penas, como cuando lo había hecho durante la práctica de la danza. Sin embargo, ahora no quería llorar... lo que menos quería era eso. Necesitaba estar entusiasmada, vivaz y con muchos ánimos para ayudar a su "enfermito favorito", como había comenzado a bautizar a Rodrigo desde su charla el día anterior.
—Abuela... —dijo a la vez que se encaminaba hacia la señora.
La mujer de pelos canos se hallaba sentada en la mesa del comedor tratando, por enésima vez, que su nieto hiciera la tarea que le habían dejado en el preescolar. Sin embargo, Lucas hacía un puchero mientras se negaba a obedecerle aludiendo que solo haría su tarea en presencia de su madre.
—¡No la voy a hacer! ¡No, no y no! —gritó el niño levantándose de su silla.
Pero, al momento que se dirigía a su cuarto a jugar, fue detenido por su hermana mayor.
—Oe, mocoso. ¿A dónde diablos te vas?
—Quiero ver "Esto es Guerra".
Aira meneó la cabeza. Su hermanito se refería a un reality show que pasaba en el horario de la tarde en un canal local. Se caracterizaba por tener dos bandos conformados por modelos y actrices, quienes competían en diversos retos, y ventilaban sus vidas privadas y amoríos a la prensa para tener mayor enganche entre su teleaudiencia.
—¿Quién te ha dicho que puedes ver eso? Estás muy "chibolo", ¿no crees?
—Mi mami siempre me deja —añadió el niño para luego darle la espalda a ambas, pero su hermana le impidió seguir con su cometido.
—Pues mamá no está ahora con nosotros —dijo Aira retándolo.
El pequeño la miró con el ceño fruncido. Hizo un puchero y se puso las manos a la cintura.
—No importa. Mami siempre me deja ver "Esto es Guerra" y lo veré —dijo el niño, pero nuevamente fue detenido por su hermana mayor.
—Debes terminar tu tarea primero, ¿no crees?
—¿Pa' qué? Si mami dijo que ya no es necesario que vaya al colegio.
—Pero, hijito —agregó la señora acercándose a él—. Debes ir. Todavía no han acabado las clases.
—Mami me dijo que estaba cansada de pagar mi pensión... —mencionó Lucas provocando que a Aira se le hiciera un nudo en la garganta—. Ella dijo que solo era una molestia, que... —Agachó la cabeza y comenzó a rascarse el pelo—. Le provoco muchos gastos y que preferiría que ya no estudiara más este año...
La abuela Gladys rodeó los ojos y meneó la cabeza. A Aira le pareció que algo iba a decir, pero se contuvo. Tuvo la idea de que en sus labios pudo leer "Mi hija nunca va a cambiar", pero se contuvo.
Una mirada sombría aquejó a su avejentado rostro. Aunque la mujer todavía no llegaba a los sesenta años, lo dura que había sido su vida —sobre todo en los últimos años— y ver cómo su única hija descuidaba a sus retoños en pos de de un destino con el que nunca estuvo de acuerdo, no la dejaba indiferente. Todo lo contrario. Había tratado en vano de que la madre de Aira dejara esa vida de juergas y de malas noches, encontrara un trabajo más acorde a una madre de familia, se asentara con una pareja estable y le dedicara más tiempo a sus hijos. No obstante, le aconsejara lo que le aconsejara a su hija, ésta hacía caso omiso a lo que le dijese. Y ahora, en una edad en la que ella tenía que descansar y solo vivir de la jubilación, tenía que fungir de niñera, aunque la paciencia y las fuerzas la abandonaran...
—Hijito, por favor... Ven y termina la tarea —añadió la señora.
Se acercó hacia donde estaba su nieto e intentó tomarle de la mano. Pero, el niño no le hizo caso y bruscamente se alejó de ella.
—¡Quiero ver "Esto es Guerra"! —levantó la voz
—Oe...
—Hijito...
—¡Tú no eres mi mamá para darme órdenes! —gritó alejándose bruscamente de su abuela.
—Lucas, ¿qué manera es esa de llamar a la abuela? —espetó Aira, pero su hermano no le hizo caso y la miró desafiante.
La señora miró tristemente a su nieto y después se retiró hacia la sala, con el paso lento y con una gran carga de culpa a cuestas.
—Abuelita... Yo... lo siento... —dijo Aira tratando de seguir a su abuela, pero luego recordó que tenía a su hermano frente a ella—. Ve y pídele disculpas, chibolo endemoniado.
—¡No, no y no! ¡No te haré caso!
—¿Qué dices? —le interpeló Aira
—Tú tampoco eres mi mamá para llamarme la atención, ¿no?
—Soy tu hermana mayor y me debes obedecer, ¿te ha quedado claro? —añadió Aira fuera de sí.
—No eres mi mami y solo a ella le hago caso.
—Mocoso del demonio, ¡ve y pídele perdón a la abuela! —gritó Aira conteniéndose las ganas de darle una bofetada a su hermano menor.
—¡No lo haré!
Ella levantó la mano. Se estaba conteniendo por un buen rato el pegarle a su hermano. Sin embargo, le era difícil. No quería sucumbir ante la furia que le recorría el cuerpo.
Sabía que si lo hacía sería igual que su madre, aquella mujer por la que sentía tanto rechazo. No obstante, el pequeño Lucas se lo ponía muy, pero muy difícil. Desde que prácticamente había sido puesto en cuidado indefinido bajo su abuela, había cambiado su manera de actuar. Del niño dócil y obediente de antes había pasado a ser desafiante e incontrolable. Siempre que se rebelaba ante alguna orden de su abuela, salía con el mismo argumento de que aquélla no era su madre, y que, por lo tanto, no debía obedecerla. Y aún con la ayuda que significaba la presencia de su hermana mayor, él no se inmutaba. Para él solo su madre era la única persona capaz de darle órdenes. Todos lo demás le estorbaban.
—¡No, no y no! ¡No lo haré! ¡Ella no es mi mami! —añadió Lucas.
—Pues mamá no está. Se fue... ¡se largó! ¿Ok? ¡Nos abandonó! —le refutó Aira ya fuera de sus casillas.
—¡Mentira! ¡Mami no me dejaría!
—¿Dónde está mamá? Que no llama desde hace días... Ya ni siquiera está pendiente de mi castigo —Aira soltó una sonrisa cínica.
—Mami iba a salir en la televisión cantando... —dijo Lucas con la voz entrecortada.
—¿Dónde está mamá? ¿Dónde está tu papá? Supuestamente ella se iba a quedar trabajando en las giras e iba a mandar a tu papá a Lima con más dinero para la manutención. Pero no se ha sabido nada de ellos desde hace días...
—¡Mentira! —dijo Lucas tapándose los ojos con las manos.
—Mamá se ha ido de parranda por ahí como siempre... —Meneó la cabeza—. Sólo que parece que ahora se cansó de tu papá, o se habrán peleado o qué se yo... y se ha ido con el empresario ese que la contrató.
—¡Mi mami no abandonaría a mi papi...!
—Ay, ¡cómo se nota que no conoces a nuestra madre!
—¡Mientes, chata! ¡Mientes! —gritó Lucas—. Mi mami no haría eso... Mi mami no haría eso... Mi mami...
—¡Aira, para ya!
Al escuchar los gritos de ambos hermanos, doña Gladys fue hacia donde ellos estaban e intervino.
—Lo... lo siento —dijo Aira levantando su mano y queriendo consolar a su hermanito—. Lucas... yo...
El niño apartó la mano de ella.
—¡Ya no te quiero, chata! ¡Me iré a ver televisión!
Él salió corriendo de ahí, queriendo ser detenido por su hermana en vano.
—Lucas... Lucas...
—Pero no seas tan bruta para hablarle así, por Dios —afirmó doña Gladys—. ¡Sólo tiene cinco años!
Aira quiso perseguir a su hermano, pero se contuvo. La vergüenza por causarle daño pudo más, a tal punto de que una lágrima cayó por su mejilla, obligándole a limpiársela. Si iba a llorar en ese instante, no estaba en condiciones para consolarlo.
—Lo... siento...
—Déjalo, ¡ya se le pasará!
—Pero, abuela...
—Ya se le pasará... Dentro de poco estará jugando como antes. Es lo bueno de estar en esa edad, te distraes con cualquier cosa, y también debes hacerlo tú. Así luego podrás hacer las paces con calma —dijo doña Gladys dirigiéndose a la cocina—. Más bien, quiero ver cómo te está quedando la sopa... Porque te está quedando bien, ¿cierto?
Ella tragó saliva.
—Justo para eso vine a buscarte...
Ya en la cocina, la señora le indicó a Aira un par de consejos para que no le ardieran los ojos mientras cocinaba. Luego de eso, su nieta le pidió que se quedara supervisándola por si necesitaba de alguna ayuda más.
Durante la preparación, la joven le formuló un par de preguntas que siempre había albergado dentro de su corazón:
—¿Por qué no le enseñaste a cocinar de estas cosas a mi mamá?
—Sí lo hice... —Hizo una pausa—. O por lo menos, lo intenté.
Aira se le quedó mirando para luego proseguir con lo suyo.
Le era difícil imaginarse a su madre preguntándole a su abuela el que le enseñara a preparar sopas nutritivas para sus hijos. Desde pequeña había crecido comiendo a punta de sopas instantáneas, platos de fácil preparación como frituras y demás. Ninguno que tomara de mucha dedicación.
Cuando terminó de licuar los tomates, formuló otra de sus preguntas:
—¿Mi mamá fue siempre así?
—¿Así? —Doña Gladys arrugó los párpados—. ¿Cómo así?
—Así pues... Tan superficial, tan dejada... O sea... —Respiró profundamente—. No es que pida que sea una madre tradicional. Pero creo que sabes bien a qué me refiero, ¿sí?
Doña Gladys se le quedó mirando. Pudo atisbar en sus ojos los recuerdos de unos días no muy lejanos en donde parecía ser todo como ahora.
—No creo que debas juzgarla. Ella ha pasado por mucho, aunque no lo creas.
—Me lo imagino. Pero si no me cuenta, ¿cómo me voy a enterar? Es decir... —Aira hizo una mueca y leyó el recetario que tenía frente a sí—. Mi mamá nunca me habla de ella. Más bien creo que, si no es para castigarme, nunca hemos hablado como estamos haciéndolo tú y yo ahora, ¿no?
—Hay algo que te voy a confesar de tu madre, y no es para justificarla, pero sí me gustaría que escucharas con atención y con la mente abierta, sin prejuzgarla ni nada... ¿ok?
La adolescente asintió.
Poco a poco, sintió que retrocedía veinte años atrás, en donde una versión más joven de su madre era la protagonista de dicha historia. Una muchacha muy parecida a Aira en el físico y en la estatura, a excepción del pelo castaño ondeado. Alguien llena de sueños y de proyectos, los cuales se vieron truncados por la malicia de terceros.
Doña Gladys le contó que Giovanna, su hija, siempre había sido bastante presuntuosa y vanidosa. Siendo hija única, había sido engreída por sus padres en todo, dentro de lo que su economía les permitía. Además, sabedora de su atractivo físico, desde pequeña había sido escogida como reina de la primavera o para las actuaciones escolares. Llegada a determinada edad, les había manifestado que quería ser modelo o cantante, por lo que deberían pagarle clases de etiqueta social, aeróbicos, clases de modelaje o de canto, comprarle buena ropa, etc.
Los abuelos de Aira, uno obrero y la otra lavandera, habían tratado de pagarle todo lo que su hija les reclamaba. Pero, como era obvio, pues había cosas que estaban fuera de sus posibilidades. Giovanna, al ver estas limitaciones, muchas veces se sentía frustrada. Sin embargo, cuando tenía catorce años y vio un aviso en el periódico en el que pedían un casting para modelo, creyó que ya era la hora de trabajar por su cuenta.
Después de mucho rogar, consiguió el permiso de sus padres para trabajar como aspirante a modelo para así tener dinero suficiente y poder pagarse sus gastos. Doña Gladys, al ver que era la única salida para que hija pudiera alcanzar sus sueños, accedió a ello luego de ciertos trámites legales. No obstante, su ignorancia y la falta de malicia no le hizo ver lo que se venía.
Giovanna trabajó como modelo en un catálogo de venta de ropa. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo en el que cayera encandilada por uno de los chicos con los que trabajaba, quien le llevaba más de diez años.
Al principio —como si fuera un karma que parecía seguir a las mujeres de su familia— ella se hizo pasar por alguien de mayor edad, temerosa de que él no la tomara en cuenta al saber que fuera tan joven. Y tal como quería, y gracias a que sus atributos físicos le permitían, no pasó mucho tiempo para que ese modelo se fijara en Giovanna y la relación entre ambos prosperara. Sin embargo, lo que comenzaría con una mentira no era algo que pudiera dar paso a una buena retahíla...
Poco tiempo después de comenzar su relación, la madre de Aira quedó embarazada. Su pareja al enterarse de eso, y junto con ello de su edad, no solo se negó a seguir con ella por ser tan joven y no tener problemas legales futuros, sino que negó su paternidad alegando que si le había mentido previamente, nada le garantizaba que el bebé fuera suyo. No obstante, la jovencita no se amilanó. Con el carácter fuerte que la caracterizaba, no dudó en desenmascararlo en frente de todos en el trabajo y hacerle ver que se estaba portando como un patán al no querer cumplir con ella. El modelo, al verse entre la espada y la pared, y para que el escándalo no pasara a mayores, armó un ardid para salir bien parado de este asunto. Y con consecuencias inimaginables para Giovanna y su bebé.
La invitó a su departamento para pasar un rato agradable, mediante falsas promesas de reconciliaciones y de futuros trabajos, sin que ella pudiera imaginar que la doparía y la violentaría a punta de patadas y demás golpes. Si Giovanna pudo sobrevivir a dicha golpiza fue porque uno de los vecinos llamó a la policía al escuchar todo el ruido proveniente de ese lugar, pero la misma suerte no corrió su bebé.
No está demás mencionar que el tipo fue apresado por sus actos, pero la huella que dejaría en la madre de Aira sería imborrable. Nunca más sería la misma .Le costó mucho tiempo sobreponerse a dicho acontecimiento y nunca más se le cruzó por la mente aspirar a ser modelo. ... Por lo que, solo le quedó aspirar a otro se sus sueños... el ser cantante.
Años después de lo que le pasara, y cuando ya estaba a punto de terminar la escuela, había un grupo juvenil que tocaba en su zona. Y ahí, tratando de recomponer las piezas que le quedaban, trató de sobrellevar su vida asistiendo a los karaokes y a los conciertos de los covers de dichos músicos. No pasó mucho tiempo en que llamara la atención del padre de Aira, y con eso, la esperanza de que sí existe el amor verdadero, que la ayudarían a sanar sus heridas poco a poco, y con ello, las promesas de que sus sueños podrían hacerse posibles. Sin embargo, su embarazo precoz y la frágil economía que traería este en una pareja tan joven, cambiaría por siempre su destino, desahogando todas sus frustraciones y viejas penas en los más débiles como su hija. Si para remate, el transcurrir de los años traería un poco de madurez en la joven mujer, haciéndole ver que su comportamiento no era el adecuado, poco tiempo tuvo para reflexionar sobre ello y tomar las decisiones adecuadas.
Enviudar con poco más de veintidos años de forma tan traumática, sin trabajo, con hipotecas y mil deudas encima, no ayudaría a recomponer la relación entre madre e hija. Todo lo contrario. Luego de la partida de su marido, Giovanna parecía querer encontrar aquella calma en cualquier otro hombre que conociera, pero sin darse el tiempo necesario para saber si era el indicado. Aira había visto, en más de una ocasión, cómo las parejas de su madre la maltrataban física y verbalmente, y cuando, por fin, creía haber encontrado el indicado —el padre de Lucas—, el tipo solo se había mostrado bueno al principio, para luego, tiempo después, mostrar su verdadera cara. El resto era historia conocida.
—Si hay algo que creo que le pasa a mi hija es que nunca puede estar sola... —Doña Gladys guardó el resto de las cebollas que habían quedado de la preparación en un bowl. Una lágrima caía por su mejilla y se fundían con aquéllas—. Ese tipo le hizo mucho daño en su autoestima, de tal manera que pareciera que no se siente completa si es que nunca tiene un hombre a su lado—. Ella volteó a observar a Aira—. El único que parecía hacerla feliz era tu padre.
—Mi papá era un hombre maravilloso, ¿no, abuelita?
La señora asintió.
—Él la adoraba. Tu mamá, cuando se enteró que estaba embarazada de ti, tenía miedo que se comportara igual que el otro... —La mujer miró a través de la ventana de la cocina que daba para un pequeño jardín de la calle—. Pero cuando vino a la casa pidiéndole matrimonio delante de todos, se veía tan feliz... tan radiante... tan completa... —Agachó la mirada—. Creo que, al final, nunca ha podido superar la pérdida de tu padre.
—Nadie... ni ella... ni yo... lo hemos superado... —Respiró profundamente a la vez que hacía un gran esfuerzo por no llorar—. Creo que... creo que... por eso me odia, ¿no?
Doña Gladys se le quedó mirando y luego meneó la cabeza.
—No creo que te odie. Pero sí hay cosas que deben conversar... deben sanar... deben arreglar... Y mientras no lo hagan, seguirán haciéndose daño, cada una por su lado y mutuamente.
Aira se quedó pensando en cómo sería la vida en un universo alterno en el que ella y su madre pudieran llevarse mejor, recordar con cariño a su padre, y pedirle consejos en cómo enfrentar su relación con Rodrigo. Sin embargo, cuando aquélla idea pasó por su mente, recordó lo que había pasado su madre y el miedo la embargó por completo.
Si la ex pareja de su madre la había rechazado por no querer tener problemas legales en una relación con una diferencia de edad de ese tipo, ¿cómo podría pensar Rodrigo, tan pendiente de estas cosas al tener un padre abogado? Se negaría sin dudarlo, si es que no se alejaría de su lado para siempre. Y la sola idea de perderlo le estrujó de tal manera el corazón, que la hizo sentir tan vacía... tan desolada... tan abandonada... provocándole que las lágrimas que había estado conteniendo minutos antes la vencieran, para preocupación de su abuela.
—Pero, hija... no llores... No te he contado esto para que te sientas mal... —afirmó Doña Gladys al tiempo que se acercaba a ella con preocupación.
—No es eso —dijo Aira observándola a los ojos.
Su abuela la miraba con una adoración infinita, pero ella no podía darse cuenta de ello. Su soledad, su baja autoestima y su depresión le impedían verse amada por otros que no fueran Rodrigo. Y la sola idea de perder aquella fuente única de amor que creía para sí le era imposible de sobrellevar.
—Creo que las cebollas tienen efecto retardado —señaló Aira limpiándose los ojos y dirigiéndose hacia donde estaba la tabla de picar.
—Vamos, te ayudaré a terminar la sopa para tu profesor de danza, ¿sí?
Ella asintió. Le había dicho a su abuela que su maestro se hallaba enfermo, y que, como gesto de agradecimiento por incluirla en la coreografía, quería llevarle una sopa casera. Experta en decir mentiras, una más no hacía la diferencia...
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Después de hacer las paces con su hermano, quien por fin había cedido en obedecer a su abuela en sus tareas escolares, Aira se dirigió al departamento de Rodrigo.
Si había un atisbo en ella de querer contarle la verdad, después de escuchar todo el relato de parte de su abuela, aquél había desaparecido para siempre. Sin embargo, Rodrigo era muy distinto a aquel hombre que había hecho tanto daño a su madre. Él no se portaría de dicha manera, a ella le quedaba claro. Había dado muestras de ser alguien muy sincero, generoso, amable e incondicional en todo sentido. No obstante, a pesar de todo eso, había algo que le incordiaba y que le hacía dudar de decirle la verdad.
Ella sabía que era muy apegado a las normas a rajatabla, y no solo legales. En más de una ocasión, en sus continuas charlas había demostrado que tenía un apego, casi obsesivo porque se cumpliera las normas legales y demás buenas costumbres.
Detestaba que alguien se le adelantara en la cola del banco. Manifestaba su desacuerdo cuando Aira se comía primero el postre y luego el almuerzo. Odiaba cuando se había enterado de que alguna norma legal había sido derogada porque consideraba que tendría un impacto negativo en la sociedad peruana, soltándole todo un discurso (aburrido) de por qué no debía ser así. Sin olvidar mencionar que se desesperaba cuando ella decidía servirse más bebida de la medida que él consideraba conveniente.
Ella había atribuido todo esto al ambiente en el que había crecido. Después de todo, no esperaría menos del hijo de un abogado y de alguien con su manera de ser. Tan formal... tan meticuloso... tan apegado a todo... No obstante, ¿sería capaz de decirle adiós para siempre si se enteraba de la verdad? No podía estar segura. Pero... cuando durante el trayecto al departamento de Rodrigo pasó por aquellas calles en las que ambos caminaban y ella se sentía tan feliz al estar a su lado... tan completa... tan viva... tan querida... se dio cuenta de que no podía dejar atrás todo aquello.
Rodrigo significaba para ella aquella felicidad que siempre había creído esquiva. Y Aira no quería dejarla ir. No todavía... Porque, cuando se está navegando en un mar de oscura depresión, con la autoestima por los suelos, y encuentras un pequeño ancla para poder dejar de ahogarte en aquellas aguas, aquella significa todo para ti. Porque cuando crees que todo es oscuridad, y eres capaz de ver un atisbo de aquella pequeña luz, simplemente te aferras a ella sin tregua alguna. Porque cuando aquellos que no sufren de depresión y no entienden que uno no escoge sentirse así, y te dicen que no debes llorar, no comprenden que aquella persona significa todo para uno...
Porque ella no escogió sentirse así... y si para Aira, Rodrigo era toda aquella felicidad y luz en su vida, ella no se iba a arriesgar a dejarlo ir así por así, aunque eso significara tejer una mentira tras mentira en aquella infinita red para cubrir su tristeza, su soledad y su nebulosidad.
Cuando llegó a su departamento, su resolución estaba tomada. Y al escuchar aquella voz —más ronca que nunca— en el intercomunicador, la alegría que sintió dentro de sí le hizo saber que aquellas hermosas emociones no eran algo que quisiera dejar escapar así por así. Y haría todo lo que esté a su alcance para atesorarlo lo más que pudiese.
—Rodri, soy yo. ¿Me abres, porfa? —dijo con una gran sonrisa en su rostro que escondía la gran red de mentiras que se encargaría de preservar ahora más que nunca.
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