Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

♫ Encuentros y Preguntas ♥

  ♫ ♥ ♫ ♥ ♫ ♥ ♫ ♥ ♫ ♥ ♫♥ ♫

Aira

—Rodri... —Se acercó al joven y lo tocó del hombro—. ¿Te pasa algo?

El aludido no le respondió.

Sintió que algo había hecho mal. Al darle la espalda Rodrigo y sin obtener respuesta de él, su depresión comenzó a manifestarse. El pensamiento recurrente de que era una molestia para alguien, cuando otra persona simplemente se preguntaría qué ocurría sin sentir culpa alguna, empezó a invadirla.

En ese instante, un nudo en la garganta se apoderó de ella.

—Hi... ¿hice algo que te molestó? —dijo con la voz entrecortada.

Y esto bastó para que los mecanismos de alerta de él se encendieran y volteara de inmediato para contemplarla.

Rodrigo

Cuando la observó, pudo ver que Aira fruncía el ceño. A su vez, sus mejillas lucían arrugadas. Como un impulso irrefrenable, levantó su mano derecha y con dos de sus dedos acarició su mejilla izquierda.

—Tienes los cachetes grandes y rosados. —Fue lo primero que se le ocurrió decir.

—¿Mis cachetes? —habló la muchacha con los ojos rojos.

—¿Eh?

—¿Acaso no te gusta mi rostro porque tengo los cachetes grandes?

Él enarcó la ceja.

—¡No quise decir eso!

—No te... no te gustan las chicas cachetonas... —dijo Aira con dificultad y agachando la cabeza—. Eso quiere... eso quiere... decir que no... no te gusto por eso, ¿sí?

Intuyó que quería llorar y trató de arreglar la situación de inmediato.

—Yo...

No obtuvo respuesta. Ella seguía cabizbaja mientras veía cómo estrujaba el asa de su pequeño bolso con ambas manos.

—A mí me... —Pasó saliva—. A mí me... gustan las chicas cachetonas como tú... —dijo a la vez que sintió que sus mejillas se encendían.

En otra ocasión se hubiera avergonzado y se hubiera separado de ella de inmediato. Pero, animándose para servir de apoyo a aquella chica a la que quería alegrar, volvió a repetir el gesto que ya era característico en él.

Aira alzó su cara. Sus ojos brillaron al contemplarlo y al sentir la calidez de sus dedos sobre su mejilla.

Una pequeña sonrisa se esbozó en su rostro. Con esto, la sombra de baja autoestima que su depresión pugnaba por sembrar en ella desapareció en ese instante, para tranquilidad de Rodrigo.

—¿Vamos a comer? —se animó a decir.

Ella asintió.

Con un movimiento de cabeza, la invitó a cruzar la pista junto a él. Aira le obedeció. Y así, ambos se encaminaron a los restaurantes que estaban al otro lado de la avenida para tratar de pasar una velada divertida, dejando así atrás a las depresiones, bajas autoestimas y malentendidos que parecían querer fastidiar a su segunda cita.

Aira

Ya en un restaurante frente al campus, ambos se encontraban leyendo la cartilla de pedidos.

Rodrigo le había preguntado qué se le antojaba comer. Aira le había dicho que se le antojaba ají de gallina. Entonces, él había sugerido ir al restaurante "El Tronquito".

El sitio era uno grande y espacioso que fungía de bar y de restaurante a la vez. Durante el día repartía desayunos y almuerzos, a la vez que a partir del mediodía solía vender cervezas a los estudiantes que acudían a él. El lugar era famoso por preparar varios platos exquisitos y a un precio módico, por lo que solía ser uno de los más concurridos de la zona. Y para su buena suerte, ambos se habían hecho de la última de las mesas que quedaban disponibles.

Al contemplar el sitio, Aira pensó que estaba en otro planeta. Si bien había salido con sus amigos del colegio a pubs y discotecas, a pesar de su corta edad, nada se comparaba con el trajín de un restaurante concurrido por estudiantes universitarios.

Al fondo del restaurante, había una habitación en donde se podía observar varias mesas de billar. En estas los estudiantes jugaban, fumaban y bebían de lo más relajados. Aira nunca había entrado a una sala de aquel juego. Se preguntó si Rodrigo gustaba de jugar billar. Por lo que, después de almorzar, se le pasó por la cabeza pedirle que le enseñara a hacerlo.

Ya cerca de ellos, en una esquina pudo ver cómo un par de chicos almorzaban a la vez que leían un buen puñado de fotocopias. Parecían estar muy concentrados, porque no se inmutaban a nada de lo que ocurría a su alrededor.

Metros más allá, en otra esquina, una chica de pelo crespo discutía con otros estudiantes al lado de unos folletos grandes de publicidad que estaban colocados al centro de la mesa. Parecía ser la líder de ellos, porque discutía y azuzaba los brazos, a la vez que daba indicaciones con el dedo a la gente que la rodeaba.

Rodrigo reparó en que aquélla era observada por Aira y añadió:

—Oh, ella es mi vecina.

La joven frunció el ceño.

—¿Es tu amiga?

—No —respondió con tranquilidad—. La conozco porque vive a un par de departamentos de donde yo vivo...

—Uhm —dijo Aira haciendo un puchero—. ¿La conoces mucho?

—No. Creo que... —Contempló al techo para recordar qué decir—. Hace meses tuvo no sé qué problema. Quien es más cercano a ella es mi vecino. Los he visto conversar varias veces en la universidad y en el edificio en donde vivo.

—¿Es su novio? —dijo Aira con una amplia sonrisa y ya más tranquila.

—Uhm... ¿Novios? La verdad, no lo sé. —Se encogió de hombros. Ella volvió a fruncir el ceño—. No suelo conversar mucho con ellos, así que no te sabría decir.

—O sea, ¿que no eres cercano a ella?

—Pues no —dijo con total seguridad.

Aira respiró tranquila, mientras Rodrigo sólo atinó a enarcar las cejas. Luego volvió a concentrarse en la cartilla de pedidos y le preguntó qué se le antojaba beber. Cuando ella respondió muy suelta de huesos, él se sorprendió.

—¿Cerveza? ¿Con el almuerzo? —Ella asintió con total seguridad—. ¿No te parece un poco temprano para beber?

—Bueno, eso es lo que suelen beber por aquí, ¿no? —indicó señalando a una mesa contigua en donde dos jóvenes estaban sentados. Uno de ellos cogía la jarra de cerveza y le servía un vaso al otro.

—Sí, pero... ¿No crees que eres muy joven para beber tan temprano?

‹‹¡Otra vez con lo mismo!››

Iba a contestarle que tenía la edad suficiente para beber, y si no lo creía le mostraría el DNI que estratégicamente guardaba en su bolso. No obstante, alguien se lo impidió.

—Eh, disculpa... ¿Ya terminaron de comer?

Cuando Aira volteó a ver quién les hablaba, se sorprendió.

‹‹¿Y este quién es?››, pensó de mala gana.

—No, recién acabamos de llegar —contestó Aira.

—¡Puta madre! Otra vez llegamos tarde.

—Te dije que te apuraras en hablar por teléfono con tu novia, huevón. Ahora por tu culpa nos hemos quedado sin lugar. Quitémonos a otro lado, que me muero de hambre —señaló el que parecía ser el amigo de quien los había interrumpido.

—No, compadre. Se me ha antojado comer ají de gallina aquí y quiero comer ají de gallina.

—Pucha, ¡qué terco eres! Vámonos a otro lado.

—¡Que no!

Los dos jóvenes seguían discutiendo.

A Aira le pareció que el joven que los había interrumpido era guapo, de no ser por la pinta que tenía. De ojos marrones claro, con una mirada que le recordó a Rodrigo, el resto de su facha podía calificarse de estrafalaria. En especial, le molestó las trenzas rastas de aquél, las cuales eran largas y rubias, y le hizo preguntarse cuánto tiempo le tomaría asearse para mantenerla limpias.

Cuando observó a Rodrigo y lo comparó con aquel muchacho, no pudo menor que sonreír. Al ver cómo llevaba su cabello en una ordenada cola y en unos flequillos que caían sobre su rostro que acentuaban sus finas facciones, ella suspiró.

La verdad era que le agradaba contemplarlo. Le gustaba sobremanera y fue ahí que se dio cuenta de lo mucho se sentía atraída por él, y no solo físicamente.

—¡Quiero comer ají de gallina! —continuó diciendo el joven de trenzas—. Si tú quieres, te vas a comer solo, pero a mí se me ha antojado comer ají de gallina y no hay ningún otro lugar en el que lo hagan mejor que aquí.

—¡Ta' madre! ¡Qué pesado eres, huevón!

—Si quieren y si tienen tiempo para esperar, cuando terminemos de comer les guardamos sitio —añadió Aira.

El joven de trenzas le enseñó el dedo gordo.

—Gracias —le respondió—. ¿Ya ves, huevón? Nos van a guardar sitio y todo. Anda, vamos a jugar un rato billar mientras esperamos.

Su amigo hizo una mueca de desagrado, no obstante, terminó por obedecerle.

Ambos jóvenes se encaminaron a la habitación del fondo. Pero, en ese instante, el joven de trenzas regresó donde ellos:

—Oye, bro...

—¿Qué quieres? —contestó Rodrigo frunciendo el ceño y retrocediendo su rostro.

—Tranquilo, bro...  —añadió el joven ante el gesto de ¿fastidio? del aludido.

Aira se dio cuenta en ese instante de lo que Rodrigo le había dicho cuando se vieron en el Mc Café. Parecía dar una impresión de alguien distante o pedante a quien lo conociera a primera vista. 

 —¿Qué pasa? —agregó Rodrigo. 

—Bueno... Para agradecerles por el favor, si quieren comer un postre o algo, yo les invito. El dueño me conoce, así que dile que me lo apunte a mi cuenta. Recomiendo en especial los helados de chocochip. —Volteó a observar a Aira—. A una bella dama como tu novia, seguro que le gustará.

‹‹¿Su novia?››, retumbó en las orejas de Aira a la vez que se sonrojaba.

—Ella... no es... mi novia —aclaró Rodrigo también con las mejillas rojas y volteándole la mirada a su interlocutor. 

‹‹¿No lo soy?››, pensó al tiempo que sentía que una pequeña espina se había clavado en su corazón.

—Oh, lo siento —dijo el muchacho de trenzas—. Bueno, como sea, les invito cualquier postre que se pidan, ¿ok? —añadió para luego guiñarle el ojo derecho a ambos y seguir con su camino.

‹‹¿No soy su novia?›› seguía repitiéndose Aira a la vez que la saliva de su garganta se le hacía más imposible de pasar.

El joven de trenzas se despidió de ambos para luego proseguir su camino. Rodrigo se le quedó viendo y no reparó en la pequeña tormenta que empezaba a desatarse frente a él.

‹‹Pues sí... ¡No soy su novia! No obstante... No obstante... Si no somos novios... ¡¿Qué somos?! ¿Amigos? ¿Conocidos?››

Aira siguió llenándose de preguntas que solo torturaban su corazón. Y en vez de formularlas a Rodrigo, quien volvía a concentrarse en la cartilla del menú, optó por callarse.

Prefirió guardar sus dudas. Prefirió guardar sus temores. Prefirió guardar sus sinsabores. Porque su depresión y su baja autoestima la predisponían siempre a reaccionar de modo distinto a cómo lo haría una persona cualquiera. De este manera, la pequeña sombra que Rodrigo había disipado parecía querer retornar y con más fuerza para ahondar en su pesar...

  ♫ ♥ ♫ ♥ ♫ ♥ ♫ ♥ ♫ ♥ ♫♥ ♫


  ♥ ♫ ♥ ♫♥ ♫♥ ♫♥ ♫♥ ♫ 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro