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♫ Curiosidades y Melodías ♥

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Nota de la autora:

El capítulo se lo dedico a @Vanilla_Pokie , quien me hizo el dibujo de Aira que acompaña el capítulo.

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Aira

—Pasa. Siéntete cómoda en donde veas y...

Rodrigo se hallaba en el umbral de la puerta de su departamento. Con un gesto de la mano estaba invitando a la joven a entrar. No obstante, fue interrumpido cuando ella, en un impulso incontrolable se lanzó a sus brazos y lo abrazó con ansiedad, con impulsividad y con frenesí...

—Rodri... ¡No sabes cuánto te extrañé! —decía Aira mientras lloraba desconsoladamente.

No le importaba enjugar sus lágrimas en la polera de él. Sólo quería tocarlo, abrazarlo y sentirlo cercano a ella.

Le había parecido una eternidad el estar separado de él. Había pasado noches en vela preguntándose por qué le había parecido en los últimos días tan lejano, tan frío, tan parco. Sabía que su Asperger podría ser el causante de alguna de sus actitudes que la dejaban "con la cara cuadrada", como ella se describía cuando él le respondía solo "Gracias" a sus arranques de emotiva impulsividad. Pero... cuando le explicó los motivos y le quedó claro que lo que él sentía por ella era un "sentimiento etéreo", parecía haberse tranquilizado. Sin embargo, esta leve calma solo le duró poco tiempo.

Desde hacía pocos días ella lo notaba más distante que nunca. Y aunque no sabía la verdadera razón del porqué de ese cambio, solo estaba segura de algo: la distancia, la ignorancia y la inexperiencia estaban haciendo mella sobre su joven espíritu, a tal punto de que ella ya no se consideraba un ser racional. Había perdido la moral que le dictaba que hacer ciertas cosas estaba mal. Había perdido la razón que le decía que estaba mal ir al departamento de soltero de un chico. Había perdido en cierto modo la vergüenza, que en otras circunstancias le impediría correr a los brazos del joven que amaba tanta intensidad... porque, en momentos así, la cordura se perdía para dar paso a las emociones que la embargaban resumidas en una simple impulsividad y locura insanas...

No supo por cuánto tiempo estuvo así. Pero, cuando la poca racionalidad que le quedaba le gritó dentro de sí que estaba mal lo que estaba haciendo, se separó pronto de Rodrigo, aunque esto no impidió que las lágrimas siguieran bañando su rostro...

—Discúlpame... Yo... no... sé que me pasó... —dijo a la vez que retrocedía.

—No te preocupes... Yo... Yo... —acotó Rodrigo, quien estaba hecho un tomate, y se rascaba la cabeza y la oreja derecha.

En ese instante, Aira se chocó con una pequeña mesita que estaba detrás de ella, provocando que algo cayera al suelo y que la tensión del ambiente se distrajera.

—¡Perdón! —dijo ella cuando se percató de lo que había hecho.

Sin embargo, cuando quiso agacharse para recogerlo, él se le adelantó, como no queriendo que ella osara tocarlo con sus manos. Rápidamente tomó en sus manos a un pequeño marco de fotografía de color rojo y lo colocó en un aparador metros más allá.

—¿Quieres un pañuelo...? ¿O algo? —le preguntó mientras seguía rascándose la cabeza cuando le hablaba.

Ella se le quedó observando. No sabía a qué se refería. Y cuando le respondió que no sabía para qué le ofrecía un pañuelo, se apenó más de lo que ya estaba.

—Lo siento... y encima mojé tu polera... —manifestó apenada señalando el lado izquierdo inferior de su pecho.

Sonrió en su interior al percatarse de que, la diferencia de tamaños entre ambos era tan amplia, que sus lágrimas habían dibujado un pequeño mapa en la polera verde del joven.

—No te preocupes... —agregó Rodrigo, quien se dirigía a una pequeña habitación para luego regresar con un pequeño paquete de kleenex—.Ya me iba a cambiar de todas maneras para ir a clases.

—¿A qué hora entras hoy?

—A las 5:30 pm.

"Genial", pensó. Esto le daba el tiempo suficiente para estar un buen rato con él antes de ir a su práctica de la danza.

—Te molesta si... —Rodrigo hizo una pausa—. ¿Si me aseo un poco y ya aprovecho para cambiarme para ir luego a clases y...?

—Adelante... —dijo Aira para luego pasar saliva.

—En un rato estoy contigo, es solo que... ya que tengo que cambiarme de polo... yo...

Ella meneó la cabeza.

—No te preocupes.

—No tardo... Yo voy solo... solo...

Él señaló con su mano una de las habitaciones interiores en un pasadizo.

—Ok. Yo te espero.

Rodrigo se retiró hacia su cuarto, aunque durante el trayecto chocó con un par de muebles, provocando que Aira se preguntara si ese día no estaba asignado en el calendario como el de los tropiezos.

Luego de que él se retirara, se quedó contemplando el departamento. Y la verdad es que le sorprendió sobremanera.

Siempre había creído que las casas de los hombres eran desordenadas. Pero la de él era todo lo contrario. Decorada con paredes de color azul claro, que contrastaban con un color celeste en el techo, todo objeto parecía estar perfectamente ubicado. Desde los muebles hasta los adornos y electrodomésticos de la sala y del comedor, cada uno de los objetos inertes de aquel lugar parecía guardar perfecta armonía en su sitio. Y lo mejor aún, representaban fielmente la personalidad de su dueño. Esto provocó que Aira sonriera porque, de lo que lo conocía, podía relacionar todo lo que tenía frente a sí.

"Parece la casa de un coleccionista", se dijo cuando sus ojos miraban de cabo a rabo aquel sitio.

Por un lado, frente a ella, tenía una colección poco habitual de verse en alguien de la edad de Rodrigo. Y al contemplarlo mejor, sonrió de par en par.

En alguna ocasión había conversado con Rodrigo sobre su fascinación por las películas de Akira Kurosawa. Si bien ella había escuchado de este y había visto una de sus películas , aquella vez él le había parecido una enciclopedia andante al contarle todo el repertorio fílmico del japonés y su devoción por las historias de samurais. A su vez, le había comunicado su interés de alguna vez hacerse de un kimono. Si bien esto le había parecido exagerado, viniendo de Rodrigo era algo de esperarse. Ella se había preguntado por qué no se había interesado en hacerse de una espada de samurai, para así tener su colección completa. Pero ahora tenía su respuesta.

Frente a ella no solo había una katana, ¡sino tres! y ordenadas por tamaño de mayor a menor.

"Mi pequeño samurai", pensó mientras se acercaba para verlas mejor. No obstante, cuando se encaminó hacia aquel estante, algo más capturó su atención.

En otro aparador había figuras de diversos tamaños, las cuales eran alusivas a diferentes películas famosas. Desde Optimus Prime de "Los Transfosmers" hasta el Joker de "Batman". Pero, hubo una en especial que le pareció fantástica: una figura de aproximadamente setenta centímetros del monstruo de Alien, produciéndole una mezcla de fascinación y de impacto a la vez, por lo bien hecha y detallada que estaba.

"Wow, ¿cómo te puede gustar el bicho este?", se dijo al retirarse de ese estante.

Metros más allá, en el mueble de entretenimiento observó toda una colección de discos de vinilo de LPs y 45.

Recordó que le había comentado a Rodrigo que le habría gustado aprender a tocar piano porque amaba la música instrumental. Esto bastó para que, al día siguiente, el joven le pasara por facebook todo un listado de música tocada a piano que le había recomendado escuchar, entre ellos a Richard Clayderman. Ella se había maravillado de que conociera aquel famoso pianista francés, a lo que él le respondió que le gustaba escuchar dicha música desde pequeño, y le había soltado esa noche todo un repertorio de conocimiento musical. Y como reforzando lo que le había comentado, ahí frente a ella, sobresalía la portada de un disco LP de Clayderman, quien lucía un terno blanco y posaba sonriente para el fotógrafo.

En un impulso irremediable cogió el LP y lo volteó. En la contraportada se hallaba el listado de repertorio del pianista. Y la primera canción de la lista capturó su atención, su mente y su corazón...

"Balada para Adelina", leyó mientras su mente retrocedía diez años atrás.

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—Papá, ¿esa una canción?

Una niña con trenzas se hallaba sentada en un sofá escuchando con atención aquello que provenía de un pequeño equipo de música, que estaba posado sobre una pequeña mesita negra.

—No exactamente —respondió un hombre joven con barba incipiente, quien se hallaba sentado metros más allá arreglando las cuerdas de su guitarra—. En términos musicales le llamamos "canción" a lo que es interpretado por la voz de un cantante. Así que lo que estás escuchando no es exactamente una canción...

—Uhm... Me gusta... —Ella apoyó su cara sobre sus brazos y apegó su oído derecho al equipo de música—. Es bonita la no-canción.

Él sonrió ante la ocurrencia de su hija.

—Se llama "Balada para Adelina" —acotó para luego volver a lo suyo.

—Me gusta la no-canción llamada "Balada para no Adeline" —indicó la chiquilla a la vez que cerraba los ojos para concentrarse mejor y dejarse llevar por la hermosa melodía que llegaba a sus oídos y corazón.

—Algo me decía que debería haber cambiado el orden de tus nombres —habló en voz baja el señor.

Observó con ternura a su hija mientras esta sonreía al hallarse inmersa en el mundo de aquella hermosa melodía tocada por el piano...

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Cuando sus ojos se toparon con el tocadiscos que se hallaba al costado de los discos de vinilo, tuvo un impulso irremediable de poner el de Clayderman para escucharlo. Pero prefirió primero pedirle permiso al anfitrión:

—¿Puedo poner el disco de Richard Clayderman que tienes aquí?

—¿Clayderman? —Se escuchó detrás de una puerta que Aira atribuyó que era del baño.

—Sí... —Hizo una pausa mientras sus ojos seguían viendo maravillados contemplando el LP—. Este que tiene una canción que me recomendaste y que me gusta mucho... "Balada para Adelina".

—Oh... ¿te gusta esa canción...? —oyó que Rodrigo le respondía. Parecía que había abierto una puerta para poder escucharla mejor.

—Sí, es preciosa.

—¡Adelante! A mí también me gusta.

Aira obedeció de inmediato. Y mientras se hallaba sumida en el mar de sus más profundos melancolías y recuerdos que aquella preciosa melodía le traía, algo captó su atención.

El marco rojo de la fotografía que había botado sin querer minutos antes, se hallaba frente a ella. Al acercarse al aparador para poder apreciarla mejor, se dio cuenta de que era Rodrigo, con unos cinco o seis años. Él estaba apoyado en una mesa, de lo que parecía ser un restaurante. Tenía su infantil rostro de lado, apoyando sobre sus manos, y estas sobre la mesa. Observaba con atención al fotógrafo y parecía querer soltar un esbozo de sonrisa, sin éxito alguno.

A su lado se hallaba sentada una joven mujer de aproximadamente unos treinta años, quien lo abrazaba y sonreía en la foto. Ella le pareció muy guapa, en especial, por su fina figura y su larga melena negra, la cual contrastaba con sus hermosos ojos celestes que se veían radiantes en la foto. Sin embargo, a Aira le pareció que, a pesar de que lucían felices, en ellos se escondían una gran tristeza y soledad inimaginables...

En ese instante, escuchó un pequeño ruido viniendo de los pasadizos, y dejó la foto rápidamente en el aparador. No deseaba que Rodrigo la viera husmeando algo que, según le pareció antes, no quería que ella prestara atención. Sin embargo, cuando quiso cerciorarse de que no fuera descubierta curioseando más de la cuenta, sus ojos se toparon con la puerta entreabierta de una habitación, y lo que vieron la dejaron helada.

Él se hallaba de espaldas, vestido solo con un pantalón y zapatos, dejando su espalda al descubierto. Estaba buscando en un mueble algo para vestir y parecía no percatarse de estar siendo observado por su visita.

"Rodri..."

Aira tragó saliva.

De lejos, la espalda del joven, ancha y al descubierto, le parecía muy masculina, produciendo que todo su cuerpo temblara de ansiedad, de nerviosismo y de curiosidad, a la vez que sentía que sus latidos iban a mil revoluciones por segundo. Ya había experimentado una sensación similar cuando lo había abrazado con anterioridad. Pero, solo ahora, al contemplarlo con más calma y detalle, se dio cuenta de todas esas nuevas sensaciones que albergaban a su joven espíritu y corazón.

Luego de breves segundos, y al darse cuenta de que las mejillas de su rostro le quemaban, agachó la cabeza y buscó un lugar para sentarse y distraerse con cualquier cosa que no fuera Rodrigo. No quería verse descubierta en una situación tan bochornosa.

Cuando él regresó hacia donde ella estaba, ya la canción de "Balada para Adelina" estaba a punto de terminar. Y ella le preguntó si podía volver a ponerla en el tocadiscos, a lo que él dijo que sí.

—Creo que no te lo conté, pero esa canción yo ya la conocía de antes...

—¿Sí? —mencionó Rodrigo, quien se había ido a la pequeña cocina que había metros más allá. Le preguntó si se le ofrecía beber algo, a lo que ella respondió que cualquier jugo o gaseosa le venía bien.

—La escuché por primera vez cuando tenía cinco años... —prosiguió luego de darle un sorbo a su vaso con Coca Cola—. Y en ese entonces mi papá me enseñó la diferencia entre una canción y una melodía.

—¿Y cuál es esa diferencia? —dijo Rodrigo, quien se hallaba sentado en un sofá a su costado.

Ella le explicó y él quedó asombrado.

—No sabía... Creía que eran lo mismo. 

—Yo también lo creía entonces... Pero como él era cantante, pues me enseñó varias cosas de su carrera. Aunque era tanta su obsesión con la música que me puso de segundo nombre "Melodía". —Rodrigo enarcó la ceja—. ¿Puedes creerlo?

—¿Aira Melodía? —dijo él en voz alta.

—No combinan para nada, lo sé... Pero... cosas de los padres, uno como hijo no escoge qué nombre tener...

Ella se encogió de hombros y sintió que él la observaba con curiosidad.

—Desde chica he estado relacionada con la música en cierto sentido. —Aira sonrió y levantó la vista hacia un costado, como recordando la gran influencia que su padre había marcado en su vida—. Me gusta escribir poemas porque quería imitar a los versos que mi padre hacía en las canciones que componía.

—No me habías contado eso... —mencionó bastante sorprendido.

—Mi primera rima la escribí con seis años —dijo muy orgullosa—. Mi padre cuando la leyó decía que tenía bastante talento.

—Y no se equivocó. ¿Recuerdas el comentario que te dejé el otro día en tu poemario?

—Así es. —Ella se le quedó mirando a la vez que se sonrojaba.

Ambos se desviaron la mirada a la vez que coincidían en el color de sus mejillas.

Luego de un momento de incómodo silencio, Aira trató de proseguir la conversación:

—¿Te conté quise aprender a cantar también por él?

—No que yo recuerde.

—Traté de unirme al coro de la iglesia de mi casa, pero no me admitieron —acotó con la mirada ensombrecida y estrujándose las manos con ansiedad.

Recordó que, entonces, cuando con doce años había sido rechazada por el coro, se había sentido una perdedora. Esto provocó que pasara por otra crisis de sus continuas depresiones.

—Me dijeron que tenía bonita voz, pero que me faltaba el timbre necesario para poder formar parte de ellos —agregó mientras sus ojos se topaban con una de sus uñas que lucía rota de tanto jugar con sus manos.

—Bueno... No sé nada de canto ni de esas cosas... Pero... —Tosió un poco—. Estoy de acuerdo con lo primero.

—¿Ah?

—Tienes bonita voz —mencionó provocando que ella levantara la vista de inmediato.

—¿En serio?

—Así es —dijo Rodrigo con timidez—. Es de timbre bajo, pero me gusta oírte cuando hablas...

Ella creyó que le desviaría la mirada, pero se equivocó. Y esto solo le animó a observarle como antes, fijamente, provocando que cientos de partículas eléctricas se dispersaran por todo su ser.

—Gra... gracias —atinó a decir y sonriendo con timidez.

Él le correspondió a su sonrisa, relajando el gesto serio que solía tener en su rostro.

"Ay, Dios. Nuevamente esa sonrisa", pensó a la vez que sentía que nuevamente las mejillas le quemaban, provocando que desviara la mirada. Pasar por la misma sensación dos veces en tan poco tiempo era demasiado para su inexperiencia en este tipo de temas.

—Pero, ¿sabes cuál es lo bueno de haber tenido un padre como el mío?

—No.

—Es que cuando estaba vivo me enseñaba tantas cosas relacionadas a la música, como la poesía o la danza o...

—¿Estaba vivo? —la interrumpió Rodrigo.

Ella tragó saliva. La culpa de haberle mentido desde el comienzo la comenzó a embargar y se maldijo por no tener el cuidado debido.

—No entiendo —prosiguió el joven. En ese instante se levantó de su sitio y se acercó hacia donde ella estaba—. ¿Ha fallecido?  ¿Le ha pasado algo? ¿Cómo...? ¿Cómo te encuentras? ¡Pero qué estúpido soy!, si ha muerto te debes sentir mal, yo... lo siento mucho...

Él se sentó a su lado. Pudo oler de nuevo ese perfume suyo que tanto le gustaba, pero... con la ansiedad que comenzaba a invadirla no se podía permitir disfrutar como antes.

—Rodri, hay algo que no te he dicho.

—¿Eh?

Aira levantó la vista. Cuando se topó con sus ojos verdes, se vio reflejada en ellos. Adoraba esa sensación porque hacía semanas que no había tenido la oportunidad de experimentarla. Sin embargo, ver la gran preocupación con la que aquellos la contemplaban, sólo hizo que se acentuara la culpa que tenía.

Respiró con profundidad. Quería darse ánimos. Lenta y cuidadosamente formuló lo que con tanto tiempo había querido confesar:

—Lo siento... Te he mentido todo este tiempo.

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