Capítulo 5
Narra Kimberly:
Mientras conducía, sabía que Apolo me esperaba en el restaurante. No era la primera vez que sentía un nudo amargo en el estómago al pensar en los cuatro días de viaje que le esperaban, pero lo que realmente me preocupaba en esté momento son mis sentimientos.
No podía negar que seguía enamorada de Brad, aunque también sabía que me había hecho daño; mucho daño. En nuestra relación nunca tuvimos problemas serios, él siempre me trató bien. Sin embargo, después de unos meses, todo ese amor cambió drásticamente. Comenzamos a discutir por cosas insignificantes, y no era solo él, éramos los dos. Lo admito, pero no quería terminar con él; no lo deseaba ni lo culpaba. Pero no pasó un año antes de que se involucrara con Vanessa y llegara al compromiso.
Al llegar al restaurante, vi a Apolo a lo lejos, leyendo el menú. Al verme, esbozó una sonrisa cálida.
Se levantó y me dio un beso desprevenido en los labios.
—Pensé que no llegarías—me dijo mientras rodaba la silla para que me sentara.
—Salí un poco tarde—le respondí, y no era mentira; había salido una hora más tarde de lo planeado.
—Está bien—dijo al volver a sentarse.
—¿Te irás?—pregunté en un murmullo.
Él frunció los labios y asintió.
—Sí, pero te prometo que no tardaré. Solo tengo que ir con la marca. Todavía estamos esperando que tu amiga acepte.
Alcé las cejas.
—Julia no aceptará; tiene su propia tienda.
—Eso lo sabemos, pero diseña demasiado bien como para no emprender.
Me encogí de hombros. Conocía a Julia; desde hace unos días Apolo le había propuesto trabajar con la marca donde él es miembro, pero Julia se había negado. No la culpaba; le tocaría viajar constantemente.
—¿Cuándo regresas?—le pregunté.
—En tres días. Igual, hablaré contigo todos los días. Solo son cuatro días.
Cuatro días...
—¿Estás bien?—me preguntó, frunciendo el ceño.
Asentí mientras tomaba el menú de la mesa.
—Kimberly, puedes confiar en mí.
—Estoy bien.
—Sé que el regreso de Brad no te tiene muy bien.
—No es eso, es que...
—Sí lo es, Kimberly. No soy tonto.
—No, no lo eres. No quiero que pienses que todavía sigo enamorada de él...
—¿Sigues enamorada de él?—me preguntó, serio.
Suspiré y, gracias al cielo, la mesera nos interrumpió.
—¿Desean algo?—preguntó, sin quitarle la mirada de encima a Apolo.
—Sí, ensalada de frutas y una pasta al horno para mí. ¿Y tú, amor?
—Igual.
La chica anotó el pedido y, antes de irse, le guiñó un ojo a Apolo.
Puse los ojos en blanco.
—Allí donde va, lleva las bragas mojadas—le dije a Apolo.
Él se echó a reír, olvidando nuestra antigua conversación.
—No me cambies el tema—mencionó, volviendo a la conversación.
—Apolo, no hablemos de Brad, por favor.
—Sí, hablaremos de él. Sé que en la fiesta hablaron; los vi. No soy tonto, vi el brillo en tus ojos. Kimberly, no puedo estar tranquilo sabiendo que sigues enamorada de él.
—No sigo enamorada de él. No. Lo nuestro quedó en el pasado.
Me siento muy mal en realidad. No quiero sentir más nada por él.
Apolo suspiró pesadamente y tomó mi mano. Lo miré y él me miró a los ojos.
—Si sigues enamorada de él, lo entendería; fue alguien muy especial e importante en tu vida. No quiero que te hagas daño. Te amo demasiado, pero no quiero que estés conmigo amándolo a él. Eres una mujer hermosa, talentosa y profesional; no te hagas tanto daño. Piensa las cosas.
Le sonreí con dulzura.
—Tú también eres una persona increíble, Apolo. Te aprecio muchísimo y te prometo que lo pensaré. Pero no hablemos de Brad en estos momentos; quiero saber cómo te fue hoy...
Él asintió y comenzó a contarme cómo le fue mientras esperábamos el almuerzo.
Narra Brad:
Necesitaba alejarme de la presión que tengo. Estoy tan confundido y jodido que decidí hacer ejercicios. No puedo detener mi compromiso con Vanessa; no debo. Pero tampoco quiero hacer la mayor ridiculez.
Si contara cada vez que jodo las cosas, seguramente nadie me creería.
Hago abdominales mientras tengo mis auriculares puestos.
Estaba a punto de llegar a los sesenta abdominales cuando alguien quitó los auriculares de mis oídos. Me detuve y me giré hacia atrás.
—Sabía que te encontraría aquí.
Suspiré y me levanté, tomando un pañuelo y pasándolo por mi piel sudada.
—Es el lugar donde vienes a desatar furia.
—No estoy para coñas, Dom—le digo.
Él se echa a reír, toma una silla, le da vueltas y se sienta en ella.
—Tenías tiempo sin venir a hacer ejercicios—me dice burlón.
Elevé ambas cejas y miré a mi alrededor.
—La verdad sí. No vengo desde que...
Me detuve de golpe; no sabía si era lo correcto decirlo, pero como soy un experto en arruinar las cosas...
—Sí, puedes terminar de hablar. No vienes desde que Ally se fue. No hace falta que te quedes callado. Eso fue pasado, Bro.
Era cierto. Es un garaje no tan viejo, donde Dom y yo veníamos todos los días a hacer ejercicio, o quizás cuando ambos teníamos una decepción amorosa y necesitábamos descargarla con las bolsas de pelea. Nunca tuve decepciones amorosas, pero la de Ally sí lo fue.
—Todavía no puedo creer que estén juntos...
Dominik se echó a reír y apoyó la mandíbula en la silla, mirándome con los ojos entrecerrados.
—Déjame adivinar, Kimberly Curie es el motivo de esa molestia, joder, Brad.
Negué lentamente, pero Dom no era idiota; me conoce demasiado bien.
—No debí venir —dije finalmente, sentándome en otra silla frente a él. Le lancé un cigarrillo y él lo atrapó con la mano.
—No, no debiste y te lo advertí.
Encendí el cigarrillo y le lancé el prendedor, que atrapó al instante.
—Vine por el nuevo emprendedor y mi padre se puso impulsivo.
—Pascual y tú son iguales.
Fruncí el ceño.
—En mi cumpleaños hablaste con ella. ¿En qué quedaron? —me pregunta.
Exhalé el humo del cigarrillo y lo miré.
—Nada. Me dijo que no me acercara a ella y que no me metiera con el idiota de su novio.
Dominik se echó a reír nuevamente.
—Apolo se ve un tipo duro; tiene sus pintas.
Hice una mueca y lancé el cigarrillo al suelo, pisándolo con mi zapato.
—Conozco a Jonas y sé que Apolo es peor que él.
—¿Peor que como era Kyler? —me pregunta.
La mención de Kyler me hizo mirarlo rápidamente.
—Kyler era una estrella monumental del hombre mujeriego; era el claro ejemplo. Pero le gustaba Leire...
Dominik dejó de fumar y me miró rápidamente con el ceño fruncido.
—¿Le gustaba Leire? —dice él, tan sorprendido que pensé que se iba a caer de la silla.
—Sí. ¿No lo sabías? —digo frunciendo el ceño.
Dominik negó lentamente.
—Iguál, quiero terminar de realizar el papeleo y firmar la asociación con el nuevo promovedor para largarme de aquí con Vanessa —digo.
Negó lentamente.
—En cuatro meses te casas. Tienes tiempo de pensar. Vanessa, no la conozco, pero...
—A Vanessa le importa más el dinero, su trabajo, la ambición. Casarse conmigo es la mezcla perfecta de la familia Pascual y Degli Sposti.
—¿Y en su relación qué? ¿No hay amor?
Me encogí de hombros.
—La pasamos bien.
—Qué idiota te has convertido, Brad. Debes ser un hombre maduro ya. No eres un adolescente, eres un hombre, Brad.
Tenía razón en todo, soy un hombre y debo pensar con la cabeza fría, pero lo que menos hago en este jodido mundo es pensar antes de actuar; al final, siempre la termino cagando.
—¿Crees que no lo he pensado? ¿Crees que no me dolió dejarla? ¿Crees que nada de eso vale para mí? Bro, ella es la única mujer que me ha jodido la vida, me ha destrozado el corazón. La única que me hizo creer en el amor, siempre estuvo ahí y no se merece que un tipo como yo esté en su vida. Soy un idiota; ella se merece ser feliz con ese capullo. Pero no puedo, bro, no puedo. Ayer quería besarla, tenerla en mis brazos, dejar el compromiso, olvidarme de todo y solo estar con ella. Quería volver a ser nosotros dos. Ella hizo mucho por mí; me ayudó a cambiar mi estilo de vida, a dejar de ocultarme tras una identidad falsa y a dejar el maldito orgullo. Fue un error venir, porque sabía que esto iba a pasar y me conozco.
Dominik suspiró pesadamente.
—Atrévete y habla con ella.
—Estaba pensando en visitarla esta noche.
—Sigues siendo orgulloso con tus sentimientos —me dice—. Atrévete, bro.
Fruncí los labios y tomé un sorbo de agua.
—Si fuera tan fácil, así como te dejaste de Shina..
—¿Porqué siempre tienes que nombrarla? Yo quedé en buenos términos con ella, no compares mi antigua relación con la tuya.
—¿Ah sí?
—Esta noche hay una carrera —me dice cambiando de tema—. Matteo va a participar.
Dejé caer el envase de agua y lo miré como si hubiera dicho una ridiculez.
—¿Todavía Matteo corre? Ese imbécil ¿no recuerda lo que pasó en la última carrera? ¿no recuerda que Kyler murió en esas carreras? y sigue corriendo...
—Cambiaron a carreras de motocicletas.
Lo miré con el ceño fruncido.
—Me importa una mierda. ¿Y Julia qué dice? ¿Lo deja? No saben el maldito peligro que son esas carreras. ¿No les bastó ver a Kyler muerto?
Mis manos estaban en puños.
—Ahora todo es más pasivo. Ya no es como antes; Robert no permite coches, solo motocicletas, sin pareja.
—¿Corriste? —le pregunté molesto.
Su silencio me lo dejó todo claro.
—Son unos capullos. Matteo tuvo un accidente, tú igual; Kyler está muerto y ahora corren carreras de motocicletas. ¿Y dices que el maldito inmaduro soy yo?
—No pasa nada, ahora hay nuevas reglas.
—Si lo hicieran por dinero lo entendería, pero lo hacen por diversión, por matar el tiempo libre. ¿Por qué no te concentras en la empresa y dejas esa mierda? Matteo se las verá conmigo.
—Sabes que no me gusta la administración, lo sabes muy bien. Lo hago para seguir las reglas de mi familia, al igual que tú.
Puse los ojos en blanco. Era cierto que a Dom no le gustaba la administración, pero a diferencia de mí, mi padre no me obligó; yo mismo me enredé en mi propio lío.
—Dentro de dos días llegan los promotores —anuncié.
Él elevó ambas cejas y se quedó pensativo unos segundos.
—Me he contactado con Kevin y parece muy interesado en la oferta.
Lo miré mientras me colocaba la sudadera.
—¿Y?
—No ha querido realizar la videoconferencia con mi padre; siempre pone una excusa. ¿Vas a la carrera más tarde?
Tomé las llaves del auto y lo miré como si hubiera dicho una idiotez.
—Vale, solo preguntaba. Cambiaron de sitio, si te interesa ir.
Suspiré y asentí. No quiero ir a una puta carrera nunca más; todavía tengo imágenes del accidente grabadas en mi mente. Ahora entiendo perfectamente a Curie cuando le daban ataques de pánico solo con pensar en su antiguo accidente.
—Pásame la ubicación. Seguramente voy con la policía.
Y salí dejándolo con la palabra en la boca.
Tenía que ver a Curie esta noche sí o sí. Al subirme al auto y ponerlo en marcha, recibí una llamada al móvil. Contesto colocándolo en altavoz.
—¿Hola? —digo.
—Agustin...
Detengo el auto abruptamente y miro el teléfono pasmado.
—¿Curie?
—Necesito verte.
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