En el jardín del amor, donde florecen pasiones,

Nació un romance con dulces tentaciones.

Dos almas se encontraron, perdidas en la noche,

Pero el destino, implacable, les dio un reproche.

En sus ojos brillaba un fuego sin igual,

El amor los unía en un abrazo celestial.

Pero también acechaba una sombra en su danza,

El dolor que aguardaba, como espada en la balanza.

Los días eran risas, noches de suspiros,

En susurros secretos, ardían los giroscopios.

Pero el tiempo, como ladrón implacable,

Robaba sus momentos, causando un quebranto insondable.

El dolor se infiltró, como un frío viento en invierno,

Y separó sus caminos con un cruel destino interno.

Cada lágrima derramada, cada palabra sin voz,

Eran las cicatrices de un amor, ahora atado a un adiós.

Aunque el romance ardiera en su memoria,

El dolor también escribía su propia historia.

Dos corazones rotos, dos almas quebrantadas,

En la balanza del amor, la tristeza se imponía marcada.

Pero en el eco de la distancia y el lamento,

Quedaba la esperanza, un suave aliento.

Que el tiempo, que todo lo cura y redime,

Pudiera sanar sus heridas y hacer que vuelvan a unirse.

Así es el romance, un sendero de rosas y espinas,

Donde el amor y el dolor se entrelazan en sus rimas.

A pesar del sufrimiento que el destino les dio,

El recuerdo del amor perdido siempre brillará en su rocío.

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 -Guille Burns