Castiel le dijo a Nathan que se encontraban cerca del lago y que Nigel parecía estar bien, aunque tuviera algunos raspones. Nathan le sugirió que Fred y él debían indicarles el camino con ayuda de la linterna, alejándose un poco de Nigel para que Ana no pudiera verlos.
Cuando Castiel explicó su ubicación, Greyson —que tenía un buen sentido de la orientación— guio a Nathan para que lo siguiera hasta ver la luz, lo que no tardó demasiado tiempo en ocurrir.
Varios minutos más transcurrieron, mientras Greyson y Nathan seguían el camino, esta vez hacia el norte. Sus piernas estaban comenzando a quejarse por el esfuerzo, cuando la silueta de Fred se pudo distinguir en la lejanía; a su lado, Castiel mecía el celular sobre su cabeza como si se encontrara en un concierto.
Greyson sintió una inmensa tranquilidad al ver a su hermanito menor sano y salvo, así que no evitó llegar directamente a él y abrazarlo. Nathan lo abrazó también en cuanto Greyson lo soltó para dirigirse esta vez hacia Fred, quien tenía la vista fija en ellos.
La expresión seria en el hombre despertó un tenue sentimiento de nerviosismo en Greyson, preguntándose qué habrían visto en realidad.
— ¿Dónde están? —se apresuró a preguntar el joven.
Fred no respondió, en cambio, caminó a paso veloz rumbo al lago. Los tres muchachos lo siguieron en silencio, adentrándose más en el bosque. Conforme se acercaron al lugar, la voz de Nigel comenzó a sobresalir entre la maleza.
—Entiendo tu miedo —decía con voz tranquila—, su amor terminó por condenarte. Pero fue porque no supo lidiar con el dolor de perderte; estoy seguro que jamás quiso hacerte daño.
El silencio fue lo único que le respondió a Nigel. Greyson sintió la boca seca, Castiel apretó las manos y Nathan tragó pesado. Cautelosos se asomaron sobre los arbustos. Nigel estaba ahí, en cuclillas. El chico tenía toda la atención puesta en James, quien mantenía la cabeza baja.
Ambos jóvenes lucían sucios, bañados en sudor y con algo de sangre seca en el cuerpo. Estaban distraídos, así que Greyson decidió prepararse para lo siguiente. Abrió ambas mochilas dejando al aire las sábanas y cuerdas y las dejó en el piso. Despacio, dio un paso hacia adelante, acercándose a su hermano.
Nigel escuchó las hojas crujir tras él, girando la cabeza de inmediato y, al ver a Greyson, hizo señales bruscas con las manos indicándoles que se alejaran en silencio.
—Todo estará bien, Jenny, lo prometo —continuó diciendo, esperanzado en que la niña no se asustara y volviera a esconderse.
Una vez más, la mudez acompañó la calma del bosque, llenando el lugar sólo con el silbido del viento al cruzar por las hojas de los árboles; la tierra gemía bajo sus pies, con uno que otro pequeño animalito haciendo acto de presencia de vez en cuando.
—No —respondió por fin James con una voz infantil y aguda—. Estoy castigada.
—No se castiga a las niñas buenas —dijo Nigel tratando de ocultar la frustración.
—Si soy tan buena ¿por qué estoy sufriendo tanto?
De nuevo, el lugar se quedó callado. Nigel no supo cómo responder, cómo explicarle a una niña tan pequeña, que el hombre que juró amarla y protegerla siempre, la había condenado al infierno.
Jenny, de alguna forma, había realizado una conexión con Nigel la noche en que él intentó huir de casa, lo que permitió a la niña comunicarse con él mediante sueños. El muchacho la había escuchado llorar asustada en más de una ocasión, clamando por su madre, preguntando si acaso había sido una niña mala. Su dolor se volvió tan penetrante para Nigel, que podía escucharla suplicando auxilio incluso cuando estaba despierto.
Jenny no era más que una pobre niñita, obligada a estar en el averno por culpa de un hombre demente. Nigel sentía pena por ella y quería ayudarla; sin embargo, en ese instante, su presencia se desvaneció por completo, dejando sólo la de Ana.
Al darse cuenta, por la cabeza de Nigel cruzó la imagen de la pequeña siendo amordazada por la bestia, causándole graves heridas en la piel al obligarla a callarse. Se estremeció.
—Nena, por favor, háblame —suplicó Nigel dando un paso hacia atrás. Sentía el peligro corriendo en sus venas—. ¿Jenny?
Hubo silencio.
Un rayo bajó rabioso del cielo y cayó cerca de ellos, rugiendo ensordecedor mientras su intenso brillo los forzaba a cerrar los ojos. La tierra se cimbró y segundos después, la lluvia se arreció.
Greyson fue el único que logró ver cómo James alzaba la vista, cuando el resplandor disminuyó. Su cara estaba desfigurada, con una enorme cantidad de líquido café escurriendo por sus cuencas vacías; lucía pálido, escuálido y cada parte de su cráneo perfectamente definido sobre la piel. El labio superior se le hundía hasta la nariz y sus dientes tenían un color putrefacto.
De pronto, la boca de James comenzó a abrirse como si intentara gritar, forzando a la mandíbula de tal manera que la piel se desgarró hacia las orejas, dibujando una sonrisa gigantesca.
De la boca de James estaba naciendo una silueta negra, estimulándole el reflejo vomitivo y haciendo que se quejara de dolor. El sonido de líquido cayendo en el piso le revolvió el estómago a Greyson, sin embargo, James no vomitaba comida digerida, sino cabello bañado en sangre.
Un nuevo rayo cimbró el suelo y ocultó a James en medio de la cegadora luz, lastimando de nuevo los oídos de los presentes con el trueno. Cuando el resplandor disminuyó por completo, Greyson notó que James estaba intacto. Aterrorizado, pero intacto.
— ¿Papá? —pronunció el joven, gimoteando.
— ¡Hijo mío! —gritó Fred con los ojos humedecidos, aunque incapaces de llorar—. ¡Ya estoy aquí, pequeño!
Fred intentó correr histérico hacia James, pero antes de avanzar, fue detenido en el acto por Nathan y Castiel, con quienes forcejeó por soltarse.
Desde su lugar, James contemplaba la escena con la mirada perdida, sin entender lo que acontecía a su alrededor. No tenía idea de en dónde se encontraba ni cómo había llegado ahí. Recordaba haber visto a Fred saliendo de la habitación rumbo al baño y después, todo estaba confuso. En su pecho, el guardapelo todavía la causaba un ardor terrible, aunque en ese momento se percibía ajeno a su propio ser.
Lo único que sí podía sentir con total claridad, era cómo el demonio seguía adentrándose en él, carcomiendo más y más de sí mismo. Pronto, terminaría siendo un simple cascarón vacío.
Los rayos llenaban el cielo con mucha frecuencia, aunque caían tan lejos, que el trueno ni siquiera llegaba a sus oídos. La fría lluvia se estaba encargando de limpiarle el rostro, retirando las manchas cafés pero incitando a la depresión.
Cuando Greyson percibió que de nuevo era James quien controlaba su cuerpo, se agachó despacio sin despegar la vista de él, colocó en el suelo su linterna. Se levantó con la misma calma anterior, escondiendo su mano izquierda tras la espalda para hacerle una señal a Nathan. Debía estar preparado.
—Todo va a estar bien, James —susurró Greyson caminando decidido hacia él, con la mirada fija en los ojos del muchacho—. Confía en mí. Te prometí que no te dejaría solo, y pase lo que pase, no me iré de aquí sin ti.
Los ojos de James se humedecieron ante las palabras de Greyson, naciéndole un fuerte sentimiento de culpa. Ellos se estaban esforzando en ayudarlo a salir de la tortura, pero en su cabeza, los pensamientos de suicidio se incrementaban.
Habían vuelto a torturarlo el día que visitaron el museo. Ana se dio cuenta, así que se aprovechó de eso para hacerle creer que no estaba solo...
Lo manipuló y él, en su estupidez, cayó.
—No te asustes, James —continuó Greyson acercándose al chico, notando cómo se tensaba—, sólo dame tu mano y te sacaré de aquí.
James lo miró durante unos segundos y sin más, las lágrimas se deslizaron por su rostro. Estaba tan arrepentido por todas las peleas estúpidas con Greyson, por su actitud grosera, por ser el causante de la muerte de su madre y tantas cosas más, que no podía dejar de llorar. Era una basura. Una basura humana. Y una basura no debería ser salvada.
—No —susurró entre gimoteos—. Estoy pagando lo que hice.
— ¡No digas tonterías! —le gritó Castiel acercándose más hacia él, dejando a Fred hincado en el suelo—. ¿No lo ves? No eres tú quien lo cree, es ella. Quiere que te sientas así.
James miró a Castiel con incredulidad, inseguro del significado de esas palabras. Sin embargo, Castiel había escuchado la conversación de Nigel y Jenny y había entendido, que ese sentimiento era manipulado por Ana. Ella lo volvía tan insoportable, que sus víctimas preferían morir a luchar contra ella. Los necesitaba frágiles e indefensos porque así, no eran una amenaza.
—Escuchame —volvió a hablar Castiel—. Una sola ramita es fácil de quebrar si le ejerces un poco de presión, en cambio, si la refuerzas con muchas otras ramitas, no podrás romperla. —Le sonrió con ternura—. No estás solo y ella lo sabe. A eso le teme.
Castiel siguió caminando despacio y, una vez que estuvo cerca de su amigo, extendió la mano hacia él con la esperanza de que la sujetara. Sentía un fuerte cariño por James, el suficiente para perdonar todas esas bromas pesadas que él también padeció durante la ridícula pelea que sostuvo contra Greyson. Entendía que era un grito desesperado por atención.
James, por su parte, mantenía la vista fija en los ojos de Castiel, preguntándose cómo era posible que pudiera importarle. No lo merecía, sin embargo, lo hacía sentir bien. Dibujó un intento de sonrisa sin dejar de llorar, para después extender la mano hacia Castiel.
Tal vez tenía razón. Tal vez ella quería que estuviese solo. Tal vez, al resistirse, ella no sería tan fuerte.
Castiel sonrió aún más al ver a su amigo acercarse a él. Apenas pudo sentir la piel de James rozando la suya, el cuerpo del muchacho fue arrojado hacia atrás con una fuerza bestial, terminando por estrellarse violentamente contra un árbol. El crujido de sus huesos fue escuchado incluso por ellos, mientras un hilo carmesí se manifestaba en los labios de James.
El joven se raspó con el tronco al caer, golpeando el suelo con las rodillas y escupiendo sangre a la par que las manos le temblaban. Todo el cuerpo le dolía. Castiel fue el primero en correr hacia él ante tal suceso, pero antes de alcanzarlo, la espalda de James se dobló hacia atrás hasta que la coronilla de su cabeza tocó el piso, todavía con las rodillas sobre el suelo.
Un grito desgarrador salió de su garganta al sentir que su espalda podría romperse en cualquier momento. De su voz salían maldiciones aunque él no quisiera hacerlo. Comenzó a levitar y, tras emitir un tenue pedido de ayuda, fue arrojado de nuevo contra otro árbol.
Los golpes se repitieron cada vez con mayor brutalidad, lanzando al pobre chico de un lado a otro y haciéndole sangrar a chorros sin que alguien pudiera evitarlo.
James lloraba y gritaba ante cada ataque. Muy apenas pudo ver cómo Fred se arrojaba en su dirección tratando de sostenerlo, resbalándosele de las manos varias veces. De pronto, luego de caer y golpearse el pecho, sus manos se aferraron al suelo, enterrando las uñas entre la tierra. Y sin más, su cabeza comenzó a estrellarse contra el suelo de modo repetitivo, provocándose una herida en la frente que sangró sin control.
El muchacho alzó la cabeza, dolorido. Las lágrimas se fundían con el color carmesí que le dominaba en la cara, gimiendo y respirando con dificultad.
Se estaba muriendo. Podía sentirlo.
—Ayúdame —apenas pudo pronunciar antes de ser arrastrado por los pies hacia los arbustos, lejos del lago—. ¡PAPÁ!
Fred, Castiel y Greyson salieron disparados tras él, mientras Nathan y Nigel tomaban el contenido de las mochilas, siguiéndolos después. Con ayuda de las linternas lograron divisar el camino marcado por la sangre de James.
Metros más adelante, luego de luchar contra la maleza, llegaron a una zona donde los árboles parecían haber sido talados, formando un círculo alrededor de una piedra enorme. James estaba ahí, de pie, con la cabeza baja.
— ¿James? —llamó Greyson, pero sólo obtuvo silencio como respuesta— ¡James, responde!
James levantó la cabeza despacio. Ya no era él. En su rostro lucían dos agujeros negros en lugar de ojos, con una expresión demoniaca y llena de odio; algunos gusanos se le asomaban entre el cabello, mientras el suelo bajo sus pies parecía podrirse poco a poco.
—James no está aquí.
Un fuerte rayo iluminó el bosque, aumentando la fuerza con que la lluvia golpeaba sobre ellos. James emitió un rugido para después lanzarse contra Nigel, golpeando la cabeza del chico contra el suelo al aterrizar. Nigel gimió. James gruñó.
Las manos del muchacho sujetaron el cuello de Nigel con fuerza, comenzando a asfixiarlo. Nigel intentó con desesperación quitarse a James de encima, sin embargo, era demasiado fuerte para él. Era consciente de que, a pesar de su desesperación, no habían pasado más allá de un par de segundos en ese estado.
Ante el suceso Greyson arremetió contra James, estrellándole una rama enorme y gruesa en el rostro y enviándolo lejos; James rugió furioso por el golpe recibido. Greyson se colocó delante de Nigel con la vista fija en el poseído chico, gruñendo por lo bajo.
—Con mi hijo no te metas —masculló.
James se lanzó de nuevo hacia el frente, pero esta vez, Greyson lo imitó, cayendo los dos al suelo enfrascados en un combate físico. La posesión le había dado una fuerza increíble a James y, en su aumento de agresividad, intentó morder a Greyson en varias ocasiones. Nathan y Fred tuvieron que sujetarlo por los brazos y jalarlo hacia atrás, quitándolo del cuerpo de Greyson antes de que pudiera hacerle daño.
Castiel tomó una de las sábanas, corriendo de inmediato para envolver a James con ella, de modo que no pudiera herirlos. Entre los tres acercaron a James hacia un árbol, donde Greyson y Nigel utilizaron las cuerdas para amarrarle brazos y pies.
Los gritos y maldiciones de James cimbraban el piso, arreciando la lluvia, invitando a los rayos a caer cada vez más rápido. Estaba luchando como toda una fiera por librarse de las ataduras, cosa que preocupó a Greyson. Si lograba soltarse, los mataría a todos. Giró la cabeza y miró a Nigel.
A todos...
—Papi —suplicó James de pronto, aunque en su voz se mezclaba la de Ana—. Suéltame, por favor. Me duele. Papi...
Su llanto se volvió igual de extenso que la lluvia misma. Continuaba retorciéndose bajo la sábana, repitiendo una y otra vez el dolor que las ataduras le hacían sentir. Clamaba la ayuda de Fred con voz lastimera, implorándole piedad.
Fue demasiado para él, su hijo lo necesitaba. Estaba sufriendo tanto. James siguió suplicando que lo liberara y Fred, en un arrebato de desesperación, se arrojó para acudir a la petición. No estaba seguro de si realmente era James quien suplicaba, pero la razón no quería hacerse presente, dejando que su amor no le permitiera oír aquello sin hacer nada.
Al notar que Fred había caído en el engaño, Nathan lo sujetó y comenzó a forcejear de nuevo con él, tirando del brazo del hombre y alejándolo del muchacho.
Castiel se apresuró a tomar una de las biblias que llevaban en las mochilas, empezando a leerla en voz alta. Por desgracia, James comenzó a reírse, recitando el Padre Nuestro a modo de burla. Era claro que aquello no funcionaría, porque ninguno tenía los medios para darle peso a la oración.
Y Ana, con cambios de voz y a su total antojo, se mofaba de ellos.
Greyson contempló la escena un segundo, entendiendo el inmenso riesgos de continuar ahí, bajo una situación tan complicada. Sin un plan, sin ayuda, sin una verdadera solución. Un error o un descuido y lo pagarían muy caro.
—Sáquenlos de aquí —dijo Greyson de repente—. Llévense a Nigel y a Fred a un lugar seguro.
— ¡No te dejaremos solo con esa cosa! —le gritó Nathan en respuesta, respirando con agitación—. ¡Te matará si te haces el héroe!
—Y si se quedan nos matará a todos.
Nigel miró a Greyson con los ojos desorbitados, aterrado de aquellas palabras. Deseó refutarle, increparle a la cara que estaba loco, lo mucho que le haría falta, ¡que no podía hacer algo tan impulsivo! Pero sus cuerdas vocales no respondieron.
— ¿No lo ves? —continuó Greyson—. Las sogas no lo detendrán por siempre. Alguien tiene que retenerlo mientras los otros escapan.
— ¿Entonces nos vamos y a ti que te mate?
—Es preferible un cadáver, que cinco.
La situación era crítica, debían pensar rápido y tomar una decisión. Por desgracia, eso les hizo entender que tenía razón. Tenía toda la maldita razón. Nathan lo sabía. Castiel lo sabía. Se miraron uno al otro esperanzados en que alguno tuviera un plan, algo que no incluyera un sacrificio, pero ninguno habló.
Al final, luego de suspirar frustrados, Nathan sujetó con más fuerza a Fred; el hombre había entendido que su hijo se encontraba perdido en la oscuridad. Permanecía quieto, con la mirada perdida puesta en el cuerpo de James.
Nigel se abrazó a Greyson al ver la reacción de sus hermanos, negándose a alejarse de él. No podían dejarlo ahí, a solas con un demonio como Ana. No podían... Sin embargo, Greyson lo apartó de su cuerpo.
—Lárgate —le dijo Greyson con una mirada severa.
Nigel se paralizó frente a su voz fría, cosa que Castiel aprovechó para sujetarlo de la mano y llevárselo a rastras.
Ahora sólo quedaban Greyson y James. Ambos estaban empapados por la lluvia, sintiendo el frío acariciarles la piel, percibiendo la forma tosca en que los rayos iluminaban la escena. Los gritos de James continuaban aturdiendo los oídos del joven, aunque sin impresionarlo de verdad.
Los pasos de Nathan y los demás se habían disipado en la lejanía luego de unos segundos. Por fin sintió un poco de calma al saber que Nigel no saldría lastimado. Contempló a James, escuchando ahora cómo el tronco del árbol crujía, terminando las sogas por ceder y partirse.
La sábana resbaló por el cuerpo de James y, antes de que Greyson pudiera reaccionar frente al suceso, James cayó sobre él.
— ¡AH! —gritó de dolor.
Los dientes de James penetraron su piel en un instante, desgarrando los músculos de su brazo izquierdo. Le estaba atacando con la clara intención de arrancárselo, moviendo la cabeza de un lado a otro cual lobo con su presa. Greyson intentaba zafarse del agarre, pero James lo alzaba en el aire y lo golpeaba de nuevo contra el piso, lastimándole también la columna.
Esta vez sintió que su brazo era soltado para luego, recibir los dientes del joven en su hombro. La sangre brotó como si de una fuente se tratase.
—James, por favor —murmuró. El dolor le congelaba la voz—. Sé que estás ahí, amigo. Pero si permitirás que Ana me mate, quiero que sepas que lo lamento por...
Ni siquiera pudo terminar la oración cuando sintió que su hombro era liberado. James bufó y salió corriendo de pronto, andando en cuatro patas cual animal salvaje. Seguía ahí, atrapado en su propio cuerpo, preso del demonio.
Greyson gimió tirado en el piso sobre un charco de sangre. Herido, sintiendo un terrible ardor. Todo el cuerpo le temblaba. El joven utilizó la mano derecha para arrastrarse hasta apoyar la espalda sobre el tronco de un árbol cercano.
Podía sentir con horror el claro palpitar de sus venas destruidas, así como el dolor de los músculos que estaban expuestos. La piel estaba entumecida, lo suficiente como para bloquearle incluso la capacidad de quejarse. Entre tremores musculares miró hacia abajo, sólo para verificar que su mano seguía adherida al cuerpo. Estaba ahí, pero no podía sentirla.
Se le aceleró la respiración al intentar levantarse, creyendo que se desmayaría en cualquier momento. Estaba mareado y sin fuerza.
La voz de James gritando no muy lejos de él lo hizo darse cuenta que aún no terminaban. Con gran dificultad se quitó la camiseta, de modo que pudiera vendar su herida con ella y así evitar desangrarse.
—Tengo que... terminar... con esto —apenas pudo decir, levantándose del suelo y caminando en la misma dirección que James.
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