Sacrificio
Greyson avanzaba a paso lento en la oscuridad. Había dejado la linterna tirada en el suelo, ya que debía sujetarse el brazo para intentar que la hemorragia se controlara. La cabeza estaba dándole vueltas y, en más de una ocasión perdió el equilibrio, golpeándose contra los árboles en intentos por no caer al piso.
Cada músculo, tendón y ligamento, se quejaba ante el esfuerzo sobre humano que estaban haciendo por mantenerlo en pie. Greyson reposaba un instante cuando perdía el equilibrio, secándose las lágrimas de dolor que humedecían su rostro.
Inhalaba, exhalaba. Inhalaba, exhalaba. Y volvía a caminar.
Apenas se había adentrado unos cuantos metros, pero los sentía como kilómetros. Entre la penumbra, la voz de James guiaba su camino con gruñidos y gritos. Podía oír golpe tras golpe retumbando en la nada, mientras avanzaba entre temblores corporales y sudor frío.
—James —susurró todavía con la voz ahogada, tragándose el dolor—. Déjame ayudar.
Se detuvo, recargó la espalda contra un árbol cercano y esperó por una respuesta que nunca llegó. El bosque se quedó callado. Greyson movió la cabeza en negación, apretando los dientes para contener un grito.
Sabía muy bien que James estaba tratando de alejarse de él, de morir en manos de la bestia sin que alguien más saliera herido. Cual mártir. Sin embargo, eso era parte del problema; porque James actuaba como un completo cobarde, prefiriendo morir antes de esforzarse hasta el final por ganarle a la criatura.
Aunque tampoco podía culparlo, después de todo, Ana sabía jugar. Tanto, que los forzó a seguir sus reglas, a jugar a su manera. Entonces tuvo una idea repentina. Era arriesgada, desquiciada y quizá hasta impulsiva, pero pondría fin a la pesadilla.
La idea le removió el estómago. Le asustaba mucho; a pesar de ello puso los pies firmes sobre el suelo, cerró los ojos y, deseando que su plan surtiera efecto, reunió todas sus fuerzas para gritar.
— ¡Ana! —La voz rebotó en los troncos e hizo eco en la lejanía. El muchacho respiró agitado, una parte por furia y otra por dolor—. ¡Enfréntame, perra cobarde!
Sabía que la criatura no resistiría presentarse para hacerlo pedazos, pues se había dado cuenta que, si Ana odiaba algo, era que se opusieran a ella. Que la retaran. Que no le temieran.
Así como supuso que pasaría, el cuerpo de James salió de entre la oscuridad, saltando un par de arbustos y cayendo frente a Greyson. Tenía un rostro enloquecido, y en los labios, una mueca rabiosa. Había espuma rojiza naciendo de su boca, mientras que de las cuencas vacías, el líquido café se escurría hasta el piso.
Ana no sólo estaba enfurecida por la provocación de Greyson sino que, más allá de eso, estaba furiosa de ser enfrentada. El joven clavó la vista en la criatura, respirando agitado. Estaba seguro de la tortura y el sufrimiento que viviría en unos segundos, pero no había otra opción. Era tiempo de hacer un sacrificio.
—Terminemos con esto —susurró Greyson sin acobardarse, listo para lo que viniera.
Cuando Ana arremetió contra su cuerpo herido, todo se hizo negro. No pudo hacer nada para defenderse.
●●●
Habían salido del bosque hacía apenas unos minutos. La tormenta golpeaba con mayor fuerza adentro del bosque, siendo apenas una brisa fuera de él. El viento era frío esa noche. El reloj, marcaba las tres con quince de la madrugada.
Nathan se dio cuenta que su percepción del tiempo se había alterado mientras estuvieron en el interior del bosque, del tal manera que la noche llegó sin avisar. Suspiró consternado. El padre de Jenny realizó el ritual satánico a las tres con quince, según la había contado Greyson. En pocas palabras, era la hora del nacimiento de Ana; su fuerza era mayor entonces. Las manecillas del reloj se detenían al marcarla. Sin embargo...
—Tres dieciséis —murmuró al muchacho cuando su reloj avanzó.
— ¿Nigel?
Nathan se giró de golpe al escuchar la voz débil de Kenia. Ella estaba ahí, quieta, serena, con su rostro encantador y mirada inocente. Nathan sujetó la mano de Nigel y tiró de él para acercarlo a su cuerpo. No se fiaba de ella. Tal vez estaba paranoico después de todo lo ocurrido con Ana, pero ninguna adolescente salía sola a las tres de la mañana. Ese era motivo suficiente para desconfiar.
—Oh, cariño, estaba tan preocupada —dijo la chica con voz melosa, acercándose más hacia ellos.
— ¿Qué haces aquí a esta hora? —interrogó de forma perspicaz Nathan, manteniendo su agarre sobre Nigel.
—Nigel me llamó por teléfono cuando James entró a su casa, ¿no es así, bebé? —respondió mirando a Nigel con una expresión de angustia—. Me dijo que James quería traerlo al bosque, así que llamé a la policía pero no sé qué pasó con ellos. ¿Dónde está James? —La chica se llevó ambas manos al pecho, en un gesto de preocupación. Nadie respondió a la pregunta—. Bueno, no importa. Me alegra que estés bien.
Nigel observó a Kenia con algo de ilusión en la mirada. Lucía tan hermosa a la luz de la luna, que no podía apartar la vista de esos ojos redondos y cafés, de su lacio cabello que, a causa de la oscuridad, lucía negro. Nigel la miró con más atención al darse cuenta de eso, conformando una expresión confundida e inspeccionando más a profundidad el rostro de la chica.
—Yo... —dijo apenas, soltándose del agarre de Nathan y comenzando a caminar hacia ella.
La primera vez que se topó con Kenia en el museo, creyó haberla visto en otra parte, aunque sin caer en cuenta de en dónde. Sin embargo, ahora que podía ver su cabello suelto y sus grandes ojos, las cosas parecían aclararse. Una imagen se interpuso a la otra, notando cómo la niña con la que había soñado después del accidente, se proyectaba en el rostro de Alba.
Esa pequeña, que reflejó en el espejo la apariencia de Ana, era la misma chica que tenía frente a su rostro en ese preciso momento. Era Kenia. ¿O no?
—Yo... —repitió, sintiendo un agujero abrirse en su pecho ante los pensamientos que le nacían—, nunca te mencioné el bosque —dijo por fin.
El lugar se llenó de silencio ante las palabras del muchacho. Kenia lo miró con los ojos muy abiertos, comenzando a tomar una coloración pálida, estremeciéndose.
—C-claro que sí —titubeó la chica—, ¿de qué otro modo podía saberlo?
—Tú dime —la confrontó Nigel. Alba se mantuvo callada—. Es obvio que lo sabías. La hora y el lugar.
La joven dio varios pasos hacia atrás, sin saber qué responder. No estaba segura si Greyson había logrado contarle algo, aunque la verdad, importaba poco. Debía salir de ahí. Se dio la vuelta e intentó correr. Para su desgracia, Castiel se había adelantado sin que lo viera, para ponerse tras ella e impedir que huyera.
Se sintió acorralada. Bufó, pensando qué hacer. No tenía caso seguir mintiendo si de todas formas la habían descubierto; miró sobre su hombro a Nigel, dándose cuenta que la veía con una mezcla de decepción e incredulidad.
Luego de emitir un tenue gruñido, se giró un poco más en dirección de los chicos. Greyson tampoco estaba presente, y la presencia de Ana seguía en el lugar. Sonrió. Ya no importaba si sabían quién era ella ni sus intenciones, porque Ana ganaría. Y con Ana, ella también.
—Es cierto —dijo de pronto con una expresión fría.
—Maldita sea, Kenia —comentó Nigel, dolido.
—Oh, por favor, no te pongas así —agregó con una risita burlona— fue divertido ver cómo bastó una cara bonita para engañar a un adolescente hormonal; y cómo fue suficiente un objeto brillante para atrapar a un imbécil. No puedes culparme por su estupidez.
Nigel sintió que algo dentro de su ser se partía en pedazos, al mismo tiempo que un ardiente sentimiento de ira le llenaba el estómago. Apretó las manos y frunció el ceño. Quiso preguntarle a Kenia por qué había hecho algo así, qué motivos pudo tener para ponerse del lado de la bestia, pero antes de que dijera una sola palabra, Kenia continuó.
—No te sientas mal, Nigel. Es un honor ser parte de ella —dijo con voz sombría y una sonrisa torcida.
Nigel desvió la mirada, mordiéndose el labio inferior antes de regresar la vista hacia la chica. Movió la cabeza de un lado a otro en negación, para después formar una media sonrisa, pensando muy bien en una respuesta contundente.
—No sabes lo que dices, nena. —La voz de Nigel salió tranquila, cosa que desconcertó a Kenia—. Pero no me extraña que lo creas; para los gusanos, la mierda siempre es lo mejor. Qué triste caer tan bajo.
Kenia gruñó y frunció el ceño al recibir el comentario, y sin decir nada más, miró a Castiel amenazante, empujándolo fuera de su camino. Nigel le pidió a Castiel que la dejara ir cuando éste intentó detenerla de nuevo, agregando que ella no era más que un peón sin importancia.
Tras oírlo, Kenia detuvo su andar, empuñó las manos y alzando la cabeza con dignidad, comentó:
— ¿Ah sí? Pues cuando veas a mi primita, dile que Alba le manda saludos —dijo la chica, luego retomó el camino—. Veremos si ella comparte tu opinión.
Nathan miró a Nigel cuando Alba salió de su vista. Claramente aquello fue muy difícil para el pobre muchacho, que había comenzado a sollozar en silencio. Nathan se acercó a él y lo estrechó en brazos, aunque sabía que su consuelo jamás le sería el mismo bálsamo que el de Greyson. Pobre niño. Debía estar lamentándose que, en medio de la tormenta, su segundo amor trajera más rayos. O eso fue lo que pensó, hasta que escuchó a Nigel susurrarle:
—Quiero que Greyson regrese.
Y cómo atendiendo a la súplica, una silueta se dibujó entre la oscuridad del bosque, acercándose a ellos poco a poco. No podía caminar bien, de modo que de vez en cuando se golpeaba contra los árboles, tratando de mantener el equilibrio. Lucía mareado y exhausto.
Apresurado, Fred tomó la linterna e intentó encenderla, aunque dada su desesperación, le tomó casi dos segundos encontrar el botón de encendido. Cuando por fin lo logró, lanzó la luz sobre la persona que se acercaba a ellos, al mismo tiempo que todos lo veían caer rendido al suelo; respiraba agitado y gemía pidiendo ayuda. Era James.
No hizo falta más tiempo para que los cuatro hombres corrieran en su auxilio. Fred sujetó al joven en brazos. A pesar del inmenso nudo que se formó en su garganta, fue incapaz de expulsar una sola lágrima. Tal vez el llanto se había secado. En medio del estado de shock, Fred acarició el rostro de James. Estaba cubierto de sangre, sudor y tierra.
En los ojos de James de nuevo brillaba esa dulzura e ingenuidad que Fred le había visto desde el día en que nació, así como la ternura e inocencia que tanto le agradaba a Castiel. Por desgracia, las cosas no se detenían ahí.
— ¿¡Dónde está Greyson!? —preguntó sobresaltado Nathan. Una gota de sudor le recorría la cien.
—El lago —respondió James casi sin voz, a punto de perder el conocimiento—. Está grave.
Lo último que James pudo ver antes que caer inconsciente, fue la forma histérica en que Castiel y sus dos hermanos entraban de nuevo al bosque. Debían darse prisa, o sería tarde. Cerró los ojos y no supo más de sí.
●●●
Escuchó que alguien corría. Después gritaron su nombre. Estaban llorando. Se decían cosas. Volvió a escuchar pasos. El mundo se apagó.
No supo cuánto tiempo había pasado, ni estaba seguro del lugar donde se encontraba. Sus párpados se abrían apenas unos milímetros. Podía sentir una cosa adherida a su rostro, cubriendo nariz y boca, mientras su cuerpo se desplazaba con rapidez en medio de múltiples luces. Pero él no se movía, alguien más se lo estaba llevando. De nuevo escuchó voces, voces ajenas, unas que nunca antes había oído.
Un pitido agudo, intermitente y constante comenzó a sonar, mientras las voces seguían hablando entre ellas. Pero él no entendía lo que decían. Ni pudo definir a dónde había sido llevado. Vio mucha luz. Sintió calma. Y de nuevo, el mundo se apagó.
●●●
— ¿Qué le pasó?
Hans había llegado al hospital media hora después de recibir la llamada de Nathan. Tenía los ojos hundidos y el rostro pálido. Ansioso, miraba de aquí para allá, intercambiando su atención entre los tres hermanos, esperando respuesta de cualquiera de ellos. Al final, fue Nathan quien decidió hablar.
—El doctor nos dijo que tiene luxado del hombro y costillas fracturadas. Una de ellas casi le perfora el pulmón derecho —explicó Nathan con expresión seca. Se sentía culpable de haberlo dejado ahí. Solo—. Tiene mordidas por todo el cuerpo que le hicieron perder mucha sangre. Acaban de llevárselo al quirófano.
—Oh, Dios. —Hans se llevó ambas manos al cabello, antes de frotarse el rostro con estrés—. Víctor, por favor —susurró—, dile a Dios que no se lo lleve.
— ¿Hans?
Esa voz hizo a Nathan ponerse de pie de inmediato, quitando a Hans del camino para mirar a quien se escondía tras él. Al hacerlo, sintió que se asfixiaba. De haber sido Greyson, un ataque de pánico estaría iniciándole. Era Susy. Estaba ahí frente a él.
La última vez que se toparon con ella, había huido del lugar como desquiciada, pero ahora, no parecía tener intenciones de hacerlo. Anonadado, Nathan miró a Hans.
—Greyson me dijo que la había visto, así que Stephen la investigó —dijo el hombre, poniéndole a Susy una mano en la cintura—. Creo que cuando salga de cirugía, querrá...
—Te he visto —interrumpió Nigel, acercándose a la chica. Estaba seguro de haber soñado con ella en más de una ocasión, cuando apenas era una niña
La mirada que Nigel proyectaba no sólo era confusión, sino también incredulidad y asombro. Hans y el resto contemplaban el suceso sin decir una sola palabra, preguntándose qué cruzaba por la cabeza del adolescente.
Mientras tanto, Nigel estudiaba a Susy; sus ojos redondos, su cabello negro, la forma de su rostro. Se parecía tanto a...
—Alba, te manda saludos —agregó, percibiendo cómo la joven se tensaba ante sus palabras.
— ¿Estás seguro que eso va dirigido a mí? Tú no me conoces —dijo Susy, temblando ligeramente.
—Pero soñé contigo. Tenías cinco años y tu hermano muerto estaba atrás de ti. —Susy se llevó una mano al rostro y se cubrió la boca con ella. Estaba sobresaltada—. En mi sueño te mostraron un bebé. Dijiste que...
—Estaba condenada —completó Susy, desviando la mirada.
— ¿A qué te referías con eso? —Nigel empuñó las manos, mordiéndose el labio inferior— ¿Quién es Alba?
Susy se dio la media vuelta alejándose de los muchachos, mientras se cruzaba de brazos, una expresión consternada se le delineaba en el rostro; estaba pensando en la última vez que había visto a su prima en aquella visita que, junto a sus padres, le había hecho en el hospital psiquiátrico. Recordó el sufrimiento de la pobre chica, así como la razón que tuvo para entregarse a las tinieblas.
Susy supo que algo estaba mal con Alba desde el primer momento en que la tuvo frente a frente, siendo apenas un bebé. La había visto envuelta en una manta negra, oliendo de forma muy tenue a manzana. Desde ese día, Susy supo que Alba moriría a una edad temprana, ya que enfermaría.
—Es alguien que se quebró ante el dolor —comentó la joven—. Y encontró consuelo... en Ana.
Y mientras Susy relataba lo acontecido, a varios kilómetros de ahí, estaba Alba, sentada en la oscuridad de una casa vacía. Tenía el dedo índice cubriendo sus orificios nasales, y aun así, el líquido no dejaba de fluir.
«Hace aproximadamente un mes, mis primos y mis tíos fueron a visitarme al hospital psiquiátrico. Noté de inmediato que Alba lucía pálida y agotada».
Alba se llevó una mano a la cabeza sin retirar el dedo de su nariz. Acariciándose desde la corinilla hasta las puntas, separó un poco de cabello y lo miró con abatimiento; al menos, por fin había dejado de caérsele. El trato estaba funcionando, sin importar lo que la estúpida de su prima quisiera hacerle creer. Apretó el mechón de cabello mientras maldecía en voz baja. Aunque estaba curándose, los huesos todavía le dolían.
Por toda la solitaria casa retumbó el rechinido de sus dientes ante las molestias que le atormentaban y, despacio, se retiró el dedo de la nariz; la sangre no dejaba de escurrirse. Se le humedecieron los ojos.
«Mi tía se sentía devastada. Alba tiene leucemia y estuvo bajo tratamiento, pero no funcionó. Los médicos la desahuciaron».
Al sentir cómo la sangre seguía fluyendo de su organismo, cada vez en una cantidad mayor y alarmante, Alba se llevó la otra mano con desesperación a la nariz para limpiarse, embarrándose ambas palmas de carmesí.
Meneó la cabeza repetidas veces, mirando hacia el foco en el techo. Mantenía la luz apagada para no ver la soledad que la acosaba. No porque extrañara a su familia, ya que siempre habían sido una molestia, sino porque no deseaba ver la sangre que le emergía. Había hecho todo por una razón, ver el tiempo que tardaba en concretarse le resultaba desesperante.
—Alba me dijo que había encontrado la solución —continuó Susy, girándose en dirección de Nigel—. Utilizó la ouija para contactar a un demonio que pudiera hacer lo que Dios no pudo —citó a Alba, haciendo comillas con los dedos.
Los ojos de Nigel se llenaron de lágrimas, a la par que se agachaba. La cabeza estaba doliéndole, aunque no tanto como las punzadas que sentía en el pecho.
—La entiendo —habló de pronto Castiel, cruzándose de brazos—. No la justifico, pero la entiendo. Es una enfermedad muy cruel. —Puso una mano en la espalda de Nigel y lo acarició a modo de consuelo—. ¿Qué pasó después?
—Traté de razonar con ella pero no me escuchó. Dijo que me tragaría mis palabras. Que me arrepentiría de haberla condenado, y cuando eso ocurriera, volvería a saber de ella.
—Solo son amenazas de una loca —comentó Nigel con amargura.
—No es así. Lo creas o no, Alba es peligrosa. Nació con un don y lo está utilizando para mal.
Susy se recargó en la pared y comenzó a mecer el pie derecho, organizando las ideas en su cabeza. La situación de Alba era mucho más compleja de lo que había transmitido en ese momento. Porque Ana no dejaría pasar la oportunidad de hacer algo grande, de sacarle provecho a una jovencita inundada de odio irracional.
Por eso, lo que pasó después, fue el impulso que la hizo escaparse del sanatorio mental.
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