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Realidad de terror

— ¡NO, DÉJALA!

Los gritos de Nigel inundaban toda la habitación, resonando contra las paredes mientras el joven se retorcía en la cama todavía dormido, con la respiración cada vez más agitada y el rostro bañado en sudor. Sus manos se hicieron puños al mismo tiempo que apretaba los labios, comenzando también a patalear y de pronto se vio sumido en un llanto amargo. El dolor que le estrujaba el corazón se volvía cada vez más insoportable pero, a pesar de lo horrible que era su pesadilla no podía despertarse. Casi podía decir que estaba siendo obligado a ver aquello como una especie de tortura cruel.

Nathan y Castiel habían entrado en la habitación al escuchar semejantes gritos, pero se detuvieron en la puerta al ver que Greyson se inclinaba sobre el muchacho para otorgarle una suave caricia en la cabeza, y después le susurraba algo que ninguno alcanzó a escuchar. Ambos observaron cómo las palabras de Greyson tranquilizaron a Nigel de inmediato para que segundos después despertara.

Nigel se incorporó despacio, distraído, perturbado y con la mirada baja a causa de esa pesadilla tan vívida que todavía rondaba en su cabeza. Sintió a Castiel sentándose a su lado para preguntarle si se encontraba bien, pero el muchacho se mantuvo en silencio durante varios minutos antes de decidirse a alzar la mirada y dirigirla hacia Castiel.

—Estoy... asustado.

— ¿Por qué? ¿Qué soñaste?

Nigel bajó la vista de nuevo para luego cerrar los ojos. Al principio se sintió inseguro de contarles ese horrible sueño, temiendo que sus hermanos pudieran juzgarlo de loco o de cobarde, pero al final decidió hacerlo queriendo pensar que ellos entenderían, así que comenzó a relatar mientras las escenas se repetían en su mente.

●●●

Había un cuarto oscuro con una puerta de madera abierta que dejaba ver su interior. Adentro, sólo podía observarse la silueta brillante de una niña pequeña, quizá de cinco o seis años. Estaba de pie mirándose en el espejo. Esa niña tenía unos ojos grandes, muy redondos de color café, además de un cabello negro y lacio. Esos ojos le resultaban extrañamente familiares a Nigel, aunque no estaba seguro del porqué.

La niña alzó su mano para tocar el vidrio y este se rompió en miles de pedazos, cayendo al suelo para perderse en la negrura de este como si no existiera el piso. Adentro del arco del espejo había algo más, algo oscuro y siniestro que se dedicaba a mirarla desde ahí, quién sabe desde hacía cuánto tiempo.

Aquella cosa se arrojó sobre la niña comenzando a hacerle daño con garras bestiales, haciendo emanar mucha sangre que se acompañaba de gritos, lamentos y de pronto, todo se vio inundado por una oscuridad completa y atrapante. Se hizo el silencio. En la lejanía, se escuchó susurrar a una voz infantil «está condenada» antes de perderse entre ecos y la oscuridad.

●●●

—No sé qué significa, pero me hace sentir que esa niña me está pidiendo ayuda. Pero yo no sé qué hacer.

—Relájate, Nigel, es sólo un sueño —comentó Nathan dándole una palmada en la cabeza al muchacho—, no significa nada. Las pesadillas suelen tener ese efecto en el subconsciente, es todo.

Nigel les dedicó una sonrisa a sus hermanos asintiendo con calma, y aunque no se sentía del todo convencido con ello, prefirió dejar las cosas así por ahora. Después de todo no solucionaría nada alterándose, pues si ese presentimiento que le decía que dicho sueño era algo más, tenía razón, necesitaría de estar calmado.

Tras la leve conmoción, además de estar ahora seguro que Nigel estaba bien, Greyson les ordenó a los tres vestirse para el ejercicio matutino, dándose la vuelta y comenzando a retirarse del cuarto. Nathan siguió a Greyson para dirigirse a su propia habitación —la cual compartía con este último—, y vestirse también. Apenas entraron en ella, Nathan miró a su hermano con una sonrisa un tanto burlona en el rostro.

—Greyson ¿qué fue lo que le dijiste a Nigel para despertarlo? —preguntó curioso cuando ambos se cambiaban de ropa, a sabiendas que a Greyson le costaba trabajo expresar sus sentimientos más dulces.

—Yo... —titubeó Greyson. Nathan pudo notar cómo se sonrojaba al tiempo que cruzaba los brazos y fruncía el ceño dedicándole una mirada incómoda—. ¡Qué te importa, entrometido! —le gritó al final.

—Jajaja estoy empezando a creer que te gustan jovencitos, compadre —bromeó Nathan, sonriendo ampliamente al notar cómo Greyson fruncía aún más el ceño y le miraba de forma homicida.

— ¿Sabes? Si no fuese porque Víctor me enseñó a amar y cuidar a nuestros hermanos menores... —Greyson se interrumpió, entrecerró los ojos e hizo una voz sombría—, ya estarías muerto.

Una risa socarrona fue emitida por Nathan ante tal respuesta. Su comentario había sido hecho con toda la intención de tomarle el pelo a Greyson, y ver cumplido su objetivo era gratificante. De pronto, observó cómo su hermano comenzaba a reírse de forma macabra antes de sentir la mano de Greyson estrellándose contra su nuca. Pero en lugar de molestarse, sólo se sobó el lugar golpeado y comenzó a reírse con más fuerza.

— ¿Y tus enseñanzas, burro? —comentó burlesco Nathan ante el golpe recibido.

—Oh, están justo aquí y pienso compartirlas contigo. Así que ven, te voy a enseñar a respetarme.

Greyson se abalanzó sobre Nathan que a su vez se echó a correr, abriendo la puerta de golpe y saliendo a toda carrera hacia la sala, donde si bien no lograría perder a su perseguidor, al menos tendría obstáculos para cubrirse o frenarlo. Greyson perseguía a Nathan con fiereza a pesar de verse forzado a evadir los muebles, pero al darse cuenta de lo agotado que estaba Nathan por su intento de escape, se arrojó en el aire sobre la mesa de la sala terminando por aterrizar encima de su hermano. Una vez que lo tuvo indefenso sonrió con malicia, lo haría pagar por haber hecho tan mal chiste. ¡Con cosquillas!

Castiel y Nigel salían de sus habitaciones con tranquilidad cuando se toparon con dicha escena, intercambiando miradas confusas un momento al ver a Greyson encima del cuerpo de Nathan en el piso, para sonreírse antes de que Castiel corriera hacia ellos gritando—:¡BOLITA!

Greyson y Nathan no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que Castiel aterrizara encima de ambos, haciéndoles emitir un grito más de sorpresa que de dolor. Segundos después de él Nigel hizo lo mismo, pero aprovechó que era el último para arrojarse sobre los tres con más fuerza, arrancándoles un grito que terminó en carcajada.

—Me dislocaron el útero, trío de tontos —comentó Nathan fingiéndose adolorido.

—Tú no tienes útero, idiota —le respondió Castiel, conteniéndose de reír a carcajadas por el comentario.

—Aunque tratándose de Nathan sí podría tener —añadió Nigel a modo de burla y la risa de sus hermanos no se hizo esperar.

— ¡Cállate, pulga! Yo soy muy macho.

—Tan macho como la hermanastra más fea —más risas inundaron el lugar, hasta que Greyson impuso orden.

—Suficiente —habló sonriente Greyson mientras Castiel y Nigel se sentaban sobre el piso, permitiéndoles a Nathan y a él sentarse de igual forma—. Hora de entrenar, mis niños.

Greyson se dirigió hacia la cocina luego de levantarse y preparó licuados para todos, después se dirigieron los cuatro hacia la entrada principal para salir al jardín. El entrenamiento al que Greyson sometía a sus hermanos solía ser intenso, ya que le importaba mucho que todos tuvieran una condición física excelente, en especial él mismo porque siempre soñó con ser policía o militar, pero al verse forzado a cuidar de sus tres hermanos menores, no tuvo la oportunidad de cumplir sus sueños. Aun así, para él ese no era motivo para no mantenerse en forma.

Luego de terminar con la rutina continuaron con los estiramientos finales, disfrutando de la brisa fresca que hacía esa hermosa mañana. Greyson miró con orgullo a sus hermanos mientras terminaban de estirarse, feliz de ver en los hombres que todos se estaban convirtiendo. Al final, posó sus ojos en Nigel. Ese pequeño había sido toda una proeza para Greyson, debido a que todavía era un bebé cuando fue abandonado en el orfanato y él comenzó a cuidarlo, pero verlo sano y fuerte tantos años después, lo hacía ver que valió la pena.

Nathan se dio cuenta de la forma en que Greyson miraba a Nigel y sonreía, perdido quizá en sus recuerdos. No era un secreto que Nigel lo era todo para Greyson, sólo era una situación llena de ironía pues Castiel en realidad es el único hermano biológico de Greyson, mientras que Nigel había sido «adoptado» por este último desde que era bebé. A pesar de ello Nigel tenía un parecido físico extraordinario con Greyson, y el comportamiento de ambos hacía creer a más de uno que se trataba de un padre y su hijo. A pesar, de que las edades no coincidiesen. Una sonrisa se formó en el rostro de Nathan al pensar en ello, creyendo tierno el instinto paterno de su mejor amigo al que gracias a un loco destino, ahora tenía por hermano.

Terminando de estirarse se dispusieron a entrar una vez más en la casa para almorzar y ducharse, sin embargo, fueron interrumpidos por el llamado de una voz alegre e irritante, fácil de distinguir: James, que se dirigía hacia ellos con una sonrisa radiante y un bailecito tonto que hizo a Greyson rodar los ojos con fastidio.

James se detuvo frente a los cuatro hermanos para después pasarse una mano por la cabeza, presumiendo su nuevo corte degrafilado y un poco extravagante. La broma que le habían realizado el día anterior consistió en arrojarle globos con tinte negro sobre la cabeza, así él tendría que perder ese largo cabello rubio del que estaba tan orgulloso. Sin embargo, el muchacho se había hecho luces en el cabello y un corte de estrella del pop que para mala suerte de Greyson le quedaba bien.

— ¿Qué le pasó a tu cabello de princesa? —Se atrevió a preguntar Greyson con clara molestia en la voz.

—Algún envidioso intentó dañar mi tremenda guapura pero bueno, cuando eres tan atractivo como yo esas cosas se vuelven una costumbre. Se necesita algo más para vencer al hijo de Adonis —James sonrió victorioso al ver que Greyson gruñía molesto, luego desvió la mirada hacia Castiel y Nathan—. En fin, no vine a eso. En realidad vengo a contarles de lo que me acabo de enterar. ¡Es algo muy jugoso!

— ¿Qué? ¿Descubriste una fórmula para hacerte desaparecer? Porque eso es algo que sí me interesaría escuchar de ti —comentó Greyson todavía con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—No estaba hablando contigo, nalgas de paletero en bajada —respondió James también frunciendo el ceño antes de volver a su entusiasmo—. Acabo de entrar a la página del museo ¡tienen una exposición de terror!

— ¿¡En serio!? —gritó emocionado Castiel, que junto a James y Nathan eran grandes fanáticos del terror, motivo por el cual la interacción entre los tres era amena, e incluso amistosa—. ¡Viejo, ya quiero verla!

— ¡Yo también, vamos! —James sujetó la mano de Castiel para echarse a correr llevándolo a rastras, ansioso por ver la exposición del museo e ignorado a todos los demás.

— ¡HEY! —Lo detuvo con voz potente Greyson apenas avanzaron unos metros—. ¿A dónde?

— ¿Qué no escuchaste, sordo? Vamos al museo.

—Te escuché, pero Castiel aún no tiene mi permiso para irse.

—Tiene veintidós años, puede hacer lo que quiera.

—No mientras viva bajo mi techo, porque a diferencia de ti, él sí tiene un adulto responsable en casa. —James miró al cielo fastidiado ante las palabras de Greyson, mientras éste último se dirigía hacia su hermano—. En cuanto a ti: no vas a ir ahorita. Todavía tienes muchas cosas qué hacer. Podrás ir cuando termines.

—Para entonces el museo ya habrá cerrado. Haré mis quehaceres cuando vuelva, y ustedes pueden venir con nosotros, por favor

—No.

—Por fa...

—No.

—Please!

— ¡No!

—Por favor, papá —volvió a suplicar Castiel haciendo la voz más dulce que podía sin importar lo ridículo que pudiera lucir, sabiendo que Greyson no se resistía a ese término.

—De acuerdo... —Castiel saltó de alegría y abrazó a Greyson en agradecimiento—. Pero tú haces la cena.

— ¡Ok! Viejo, te veremos en el museo a las diez —le dijo Castiel a James antes de despedirse y adentrarse en su hogar, tan feliz como un niño que irá a ver su película favorita.

Cuando los cuatro hermanos salieron de su vista, James se permitió suspirar resignado, desvió la mirada y se rascó la nuca sintiéndose como un tonto. Los ojos del muchacho regresaron hacia la puerta de su amigo, por un momento se vio tentado a tocar el timbre para hablar con cualquiera de los cuatro, necesitaba contar la verdad, pero al final se sintió asustado y se alejó del lugar.

Unas horas más tarde los cinco jóvenes ingresaron al museo. El lugar era amplio y silencioso, adornado con cuadros de diversos autores colgando de las grises paredes principales. La sala en la que la exposición Realidad de terror estaba expuesta, se encontraba al final del pasillo. Grande fue la sorpresa de los cinco chicos al encontrarse con paredes de madera cubiertas por una capa de terciopelo negro, algunas luces blancas colocadas en el piso que le proporcionaban el ambiente ideal al lugar y a lo largo de las paredes que conformaban dicho cuarto, cuadros con fotografías, algunas más antiguas que otras. Debajo de cada cuadro se apreciaba un hueco en la pared cubierto por cristal, guardando en su interior objetos pertenecientes a dicho suceso, y la historia de cada fotografía podía leerse en una placa de metal ubicada justo en frente de cada cuadro.

Tal vez fue la excelente ambientación con que la exposición fue presentada, la forma sombría en que Castiel leía despacio cada historia manteniendo una entonación profunda y susurrante, o tal vez fue que todo eso siempre le hubiese dado miedo a Nigel lo que terminó por orillarlo a sujetar la mano de Greyson, aunque le avergonzaba admitir lo asustado que estaba.

—Tranquilo, yo te cuido —le susurró Greyson a su hermano al sentir el agarre de este, y como el miedo le hacía temblar un poco.

—Oigan, vengan a ver este —habló de pronto Nathan, quien miraba interesado el último cuadro de la habitación.

Cuando los cuatro jóvenes restantes se acercaron para mirar, entendieron el por qué a Nathan le había resultado tan interesante, ya que no se trataba de una foto sino un dibujo. La imagen estaba trazada en la esquina de un papel, de donde claramente había sido arrancado y —por los garabatos que sobresalían del área rasgada— pretendía quizá ocultar el resto del dibujo. En el hueco de la pared debajo del cuadro con el dibujo, había una cuchara vieja y oxidada, y como el escalofriante toque final, en la placa de metal sólo podía leerse la palabra: Ana. La habitación se llenó de silencio.

— ¿Sucede algo malo?

Los cinco muchachos se dieron la media vuelta en un santiamén al escuchar la voz, encontrándose de frente con una jovencita que vestía el uniforme de los empleados del museo y debajo una blusa rosa de manga larga. Tenía el rostro un poco redondo, estatura baja y maquillaje suave, con un color de piel latino, de cabello castaño lacio, muy largo, y ojos cafés.

—No, ninguno —respondió apresurado Nigel, soltando la mano de Greyson mientras se acercaba un poco más a la joven, cosa que no pasó desapercibida para nadie—. Sólo nos preguntábamos: ¿quién es Ana?

Nigel se giró hacia el dibujo para señalarlo con el dedo índice antes de regresar su vista hacia la chica. Ella miró con detenimiento el cuadro antes de negar con la cabeza, estaba tan intrigada como ellos y no sabía nada al respecto.

—Qué extraño, este no es parte de la exposición —comentó por fin la joven acercándose al dibujo.

— ¿Entonces quién lo pondría?

— ¿Y para qué? —dijo Castiel mirando a James. Intrigado.

—Tal vez alguien quiso pasarse de listo e hizo una broma de mal gusto —comentó la joven—. Este tipo de exposiciones se prestan para eso.

—Sí, tiene sentido. ¿Y cómo te llamas? —se apresuró a preguntar Nigel, haciendo que Greyson pusiera los ojos en blanco.

—Kenia. Es un gusto conocerte —la joven se llevó una mano al cabello dirigiéndole a Nigel una sonrisa provocativa.

—Soy Nigel, el gusto es mío —respondió el muchacho sonrojado, correspondiendo a la sonrisa de Kenia.

—Lindo nombre, Nigel. ¿Sabes? Ya debo volver a trabajar —dijo Kenia dándose la vuelta, antes de girarse muy apenas para mirar a Nigel de forma coqueta—. Pero si quieres charlar otro día, mi turno termina a las tres. Y por cierto, unos helados después de la exposición no le sientan mal a nadie. —Y sin más, la joven se retiró de la sala mientras Nigel la contemplaba a la distancia con una sonrisa boba.

—Nigel —llamó Greyson a su hermano con los brazos cruzados y manteniendo fruncido el ceño—, la próxima vez que las hormonas te hablen, procura no responderles a gritos.

El resto de los presentes emitió una carcajada ruidosa ante el comentario, dejando al pobre muchacho sonrojarse mientras se escogía de hombros, aunque no negaba el deseo de volver a encontrarse con esa encantadora chica.

Como ya habían terminado de leer todas las macabras historias de la exposición, James propuso que la idea de ir al parque por unos helados era buena, incluso podrían ir a ese local nuevo que en poco tiempo se había vuelto famoso por sus helados deliciosos y con exóticos sabores.

El museo estaba ubicado a unos minutos del parque, por lo que Greyson y James no condujeron—cada uno su propio auto— durante mucho tiempo. Tras comprar los helados habían comenzado a caminar por el parque mientras disfrutaban de sus postres, aunque de vez en cuando los comentarios insultantes entre Greyson y James salían a relucir. A pesar de ello, los cinco disfrutaban de un rato muy agradable gracias al breve tratado de paz que Nigel hizo firmar a Greyson y James.

Luego de un rato de caminar sin rumbo, a la distancia pudo distinguirse el filo de la calle que daba pasó hacia el bosque, ese mismo lugar donde la tarde anterior, aquél trágico accidente tuvo lugar. Greyson dio media vuelta para evitar acercarse demasiado a dicha ubicación y así persuadir a que los recuerdos de Nigel volvieran a acosarlo, sin embargo, apenas se giró escuchó una voz detrás de él.

— ¡Hey! Deberíamos ir a ver el lugar donde fue el accidente —comentó James con una sonrisa envalentonada—. Quién sabe qué encontremos.

— ¿Qué? —le respondió Castiel de inmediato—, ¿realmente crees que verás un fantasma si vas?

—Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién sabe? Yo no ¡pero será emocionante!

—A veces de verdad que eres muy imbécil... —comentó Castiel a modo de réplica ante el verdadero morbo en la voz de James.

Pero sin que alguien más pudiera decir cualquier cosa, James sujetó a Castiel de la camiseta y una vez más se lo llevó a rastras. El pavimento todavía se observaba ennegrecido, los árboles que resultaron quemados seguían en su lugar, negros y llenos de hollín, despidiendo olor a carbón. El lugar se sentía deprimente.

Castiel miró a James y pudo leer en su rostro lo arrepentido que se sentía de haber ido a semejante lugar, todo por satisfacer el morbo. Aunque de un momento a otro, la expresión de James cambió a una confundida, mientras comenzaba a acercarse poco a poco hacia la calle.

— ¿Qué te pasa? —habló de inmediato Castiel—. ¿Viste tu fantasma?

—Creo que sí... —respondió James sin más, apresurándose en dirigirse hacia el bosque.

Nathan y sus hermanos siguieron a James al interior del bosque, donde caminaron unos metros antes de encontrarse con algo muy curioso. Había una sección de árboles bastante frondosos que formaban un gran círculo, en medio de ellos había una roca de un tamaño tan grande como para sentarse sobre ella, y al pie de dicha roca sobresalía un objeto brillante. James se hincó para levantarlo, descubriendo que era bastante pesado comparado con su tamaño, y al muchacho le bastaron unos segundos para darse cuenta de lo que era en realidad: un guardapelo de plata pura. Aunque claro, estaba muy sucio. James sonrió al entender que podría ser valioso, y no evitó auto elogiarse por su buena vista.

—No levantes cosas del suelo —regañó Nigel ante la acción del joven—. Se te puede meter el diablo.

—Nigel, ya lo hablamos —intervino Greyson mientras rodaba los ojos—. Nosotros te decíamos eso cuando eras niño porque recogías cuántas cosas veías, y luego te las llevabas a la boca.

—Igual es malo...

Nigel se cruzó de brazos a modo de protesta pero nadie le hizo más caso, y James decidió llevarse el guardapelo para limpiarlo. Quizá si trataba de venderlo conseguiría una buena suma. El resto de la tarde —luego de volver a casa— James se dedicó a limpiar aquel guardapelo, ansioso por verlo sin toda la tierra para definir su valor comercial. En realidad se trataba de un objeto muy hermoso y por las runas que tenía grabadas tanto al frente como atrás, podía decir que incluso era antiguo. Sonrió de medio lado ante tal hecho, antes de colocar el guardapelo en su escritorio. Le había llevado toda la tarde limpiarlo, de modo que era tarde y debía dormir. Al día siguiente tenía que ir a la escuela.

James se recostó sobre la cama tomándole apenas unos minutos caer dormido, casi como si se desmayara para terminar metido en una especie de trance, que no le permitiría despertar pronto.

El suave ruido de un golpeteo se escuchó llenando la habitación, volviéndose cada vez más constante y retumbando contra las paredes. Comenzó a hacer frío, a soplar un viento extraño a pesar de encontrarse las ventanas cerradas. El guardapelo en el escritorio se abrió de golpe luego de girar un par de veces en su lugar. La risa de una niña resonó entre ecos cuando una sombra negra caminó frente al espejo.

James abrió los ojos despacio, sentándose sobre la cama con la mirada perdida y las pupilas tan dilatadas, que sus ojos lucían negros. La piel del muchacho se tornó pálida en un segundo, mientras un fétido aroma se hacía presente.

—No dormiré.

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N/A: Nalgas de paletero en bajada: es una expresión coloquial mexicana que se refiere a una persona con poco trasero. (Imaginen a un vendedor de helados que lleva su nevera cuesta abajo.)

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