Ojos siniestros
Castiel forzó una sonrisa, confundido ante la escalofriante letra de dicha canción y la voz que emanó de Nigel. Después se levantó del sofá un poco alterado, comentándole que saldría un momento. El adolescente miró a su hermano con seriedad antes de sonreír también, ignorando el porqué de la reacción de Castiel ante una simple canción, pero restándole importancia.
En cuanto cerró la puerta, Castiel se apresuró en dirigirse a la casa de James, angustiado por él y Nigel. La posibilidad de que todo fuera una simple coincidencia era poca, aunque tampoco tenía pruebas de nada, de modo que sólo le restaba confiar en que James le diría si algo iba mal. Castiel tocó el timbre luego de varios segundos de indecisión, temblando con ligereza cuando Fred le abrió la puerta y lo invitó a pasar. Gracias a la amistad sazonada de confianza entre James y Castiel, éste último no dudó en adentrarse hasta la habitación de su amigo como si estuviera en su propia morada, terminando por meterse en el cuarto de James sin detenerse para pedir permiso.
James permaneció en silencio incluso cuando Castiel se sentó a su lado, sólo mirando el guardapelo que todavía colgaba de su cuello. Durante algunos segundos la habitación estuvo llena de silencio, hasta que James se giró hacia Castiel y sonrió de medio lado.
Castiel se mantuvo serio con la vista fija en los ensombrecidos ojos de James, dudoso de la manera correcta en que debía abordar un tema que rozaba en lo perturbador. Para la sorpresa de Castiel, James fue el primero en tomar la palabra, iniciando con un suspiro resignado.
— ¿Te conté que tengo sueños extraños? —comenzó James con voz tranquila—. Antes no los tenía, ahora me atormentan todas las noches. Aunque ya no me apetece dormir.
James bajó la mirada, sintiéndose extraño al denominar como sueños a los sucesos que sabía, era tan reales como el oxígeno, pero tan difíciles de afrontar como la pérdida de un familiar allegado. James no podía expresar con claridad las sensaciones que estremecían a su alma cuando era visitado por una criatura sobrenatural, porque se veía embargado de algo que iba más allá del miedo. Pero padecer de todo en soledad le mataba lentamente y por eso, decidió esforzarse en contarle a Castiel, buscando en él un poco de refugio.
—No me has contado. —Castiel se acercó a James mientras le ponía una mano en el hombro—. Te escucho.
—Desde hace días una niña se aparece en mis sueños. Tiene cinco años como mi hermano Adrián, pero no es tierna como él. Ella suele hablarme en susurros y su voz resuena en mi cabeza, incluso cuando estoy despierto. Dijo llamarse Ana. Me resultó extraño mirarla... soñarla quiero decir —se corrigió de inmediato James—, tan seguido, así que busqué en internet y leí que hay fantasmas atrapados en el mundo mortal. Buscan a una persona que los ayude a liberarse. Creo que me necesita, pero a veces me asusta porque... —El muchacho se giró despacio hacia el espejo de su tocador, conformando una expresión de miedo antes de volver a hablar—. Ella me mira a los ojos susurrando: Me gusta que sientes mi presencia antes de dormir, cuando te miro mientras cierras los ojos para enjabonarte el cabello, cuando te concentras al leer y sientes un escalofrío recorrer tu columna y erizarse los vellos de tu nuca. Me gusta que sepas que estoy detrás de ti, mirándote. Pero no me gusta, que voltees a verme. —James desvió la mirada hacia el suelo, intimidado por las palabras que Ana acababa de decirle y él repitió en voz alta.
—De todas formas yo no quería dormir hoy —comentó nervioso Castiel luego de removerse—. ¿Te ha hecho daño?
—No.
—Todavía. Tienes que buscar ayuda antes que te lastime.
— ¡No! —James se levantó de la cama de un salto enfrentando a Castiel, que se mantuvo en silencio, aunque muy confundido—. Escucha: Sé que sonará raro, pero a veces su presencia me hace sentir bien.
— ¿Qué? ¿Por qué?
—Perdió a su familia antes de morir. Sólo quiere un amigo.
—Déjame ver si entiendo. ¿Una niña muerta te habla en sueños, te pide ser amigos y tú aceptas? Espero que no te estés enamorando.
—No es eso.
— ¿Entonces?
James se encogió de hombros mientras hacía una mueca, no deseaba explicarle lo débil que era en el fondo ni que Ana, con todo y la tortura que ejercía en él, le apaciguaba un poco la soledad. Había sufrido la muerte de su madre y su único amigo era Castiel, así que se identificaba con Ana.
—Si no me dices lo que pasa, no puedo ayudarte —insistió Castiel.
—Tal vez no quiero tu ayuda.
Castiel no quiso interrogarlo sobre la canción al ver las reacciones que tuvo, entonces prefirió dejar el tema en pausa. Aunque desde luego se mantendría al pendiente de él, sólo en caso de ser necesaria una intervención. Luego de suspirar se levantó de la cama, se despidió de James recordándole que podía contar con su apoyo y salió de esa casa perdido en sus pensamientos.
Nigel estaba de pie en la ventana mirando a Castiel regresar, sin que éste se diera cuenta hasta el momento en que estuvo justo enfrente de su hogar. Por un instante sintió helársele la sangre, relajándose un poco al ver que su hermano estaba a salvo. Cuando Castiel entró por la puerta, Nigel lo miró con una expresión seria que incomodó al joven.
—Hola —saludó Castiel al menor, nervioso—. ¿Ya llegó Nathan?
—No. Pero quiero advertirte algo —dijo Nigel y antes que su hermano pudiera hablar, agregó—: No deberías acercarte tanto a James, ahora no está bien.
— ¿A qué te refieres?
—Hay una sombra negra siguiéndolo —habló Nigel de inmediato—. Él no sabe que es mala porque lo está manipulando. Se aprovecha de la debilidad emocional para simpatizar con su víctima. Después lo destruirá.
— ¿De qué rayos hablas?
—Hazme caso, ella misma me lo dijo. —Nigel se acercó más a Castiel con la vista fija en los ojos de su hermano—. La vi la otra noche cuando intenté irme. Una parte de ella pide ayuda, la otra quiere sangre.
—Nigel —Se escuchó de repente la voz de Greyson, quien se encontraba en el umbral de su cuarto. Había escuchado todo y se encontraba en shock, estremecido ante la posibilidad de estar frente a algo grave—. ¿Qué ocurre? —dijo acercándose a sus hermanos.
Nigel se encogió en sí mismo volteando la cabeza para mirar en otra dirección, asustado de sus propios pensamientos y el origen de ellos. Castiel apretó los puños, luchando por descifrar lo que James y Nigel le habían dicho. Al final, Castiel le contó a Greyson su charla con James, buscando hilar cabos entre los dos.
La noche cayó por fin luego de lo que fue una larga tarde, en medio de silencios incómodos y pláticas entre Greyson y Nathan a puerta cerrada cuando el muchacho volvió de trabajar. Había tensión en el ambiente a causa del tema, no sólo por lo aterrador que sonaba, sino por lo peligroso. Pero de entre todos, Nathan creía que no era más que una superstición de Nigel, quizás alguna alucinación que tuvo dado el terror de la noche anterior, en que al encontrarse solo en la oscuridad de las calles, el pánico se volvió más fuerte que él. En cuanto a James, Nathan consideraba probable que estuviese haciendo todo para llamar la atención, cosa que no sería rara viniendo de alguien tan hambriento de ella. Greyson terminó dejándose convencer por dichas hipótesis, encontrando así algo de calma para dormir.
Era de madrugada cuando Greyson se despertó tras escuchar susurros en la sala, de modo que decidió asomarse con la puerta entreabierta. Nigel estaba sentado en la sala abrazándose las rodillas, sólo iluminado por la luz de su celular. Greyson salió del cuarto, caminó hasta su hermano y lo movió un poco, notando las ojeras que se estaban formando bajo los ojos del menor.
Nigel se giró hacia Greyson cuando se sentó junto a él, regalándole muy apenas una sonrisa y mostrando lo irritados que tenía los ojos por la falta de sueño. Dentro del silencio de la noche, incluso antes que la voz de Nigel o de Greyson fuera emitida, un tenue susurro diciendo «ayúdame» resonaba a cada segundo dentro de la cabeza de Nigel.
—Hola, peque —saludó Greyson acariciando el cabello de Nigel con ternura—. ¿No puedes dormir?
—No. Tenía la cabeza llena de cosas así que salí a la sala para despejarme. Kenia está conectada, me hace compañía —la mención de la chica hizo que Greyson rodara los ojos con fastidio pero no dijo nada—. Oye ¿puede venir mañana? Está preocupada por mí y quiere verme.
—No —dijo el mayor de forma tajante, antes de suspirar culpable y buscar palabras para explicarse de una mejor manera—. Mañana es día quince, Nigel. Me gustaría que los tres me acompañen al aniversario porque es tiempo de hablarles sobre Víctor. Tú sabes que eso es algo sagrado para mí.
—De acuerdo —terminó por aceptar Nigel, aunque la mirada cansada de Greyson le hizo nacer un sentimiento de culpa, pues el muchacho había estado desvelándose por él—. Ve a dormir, Greyson. Te ves cansado.
—Dudo que logre conciliar el sueño. Ya me conoces.
—Estoy bien, papi, en serio. Sólo es insomnio. Te prometo que apenas sienta un poco de sueño, me iré a mi cuarto.
—No es tan fácil.
—Entonces no me dormiré hasta que no lo hagas tú.
Greyson sonrió enternecido ante dichas palabras, accediendo a la petición de Nigel al darle un beso en la frente, regresando a la habitación incluso, estando seguro que estaría en vela. A veces Greyson sentía ira contra su propia personalidad sobre protectora, y en varias ocasiones se regañaba a sí mismo a causa de eso. Esa fue otra dura noche para el joven que mantuvo los ojos abiertos en la oscuridad hasta que, cerca de las cuatro de la mañana, Nigel por fin regresó a su cuarto y él pudo descansar.
La madrugada era tranquilla, silenciosa, perfecta para velar con cariño el descanso de los inquilinos. O al menos, de la mayoría de ellos. Apenas había entrado la mañana cuando James cayó de bruces sobre el suelo con el cuerpo temblándole horrores, la piel emblanquecida, los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas. Luego de una pésima noche, ahora había un dolor terrible presionando su pecho, además de la sensación de algo trepando por su garganta en busca de una salida.
Arrastrándose con gran dificultad James logró acercarse al espejo dentro del armario, desde donde pudo ver cómo su boca se abría cada vez más, desgarrándole la piel y partiéndole la mandíbula, mientras emergía de él un brazo que terminaba en garra. Otro brazo salió de su boca mientras más era forzada su mandíbula a fracturarse, sin que él pudiera hacer algo para evitarlo. Lágrimas de terror se deslizaban por las marcadas ojeras que tenía en el rostro, mismas que incrementaron cuando James —todavía a través del espejo—, sintió un incontrolable deseo de vomitar, mirando con horror como una cabeza intentaba salir de él. Aterrado al sentir que moriría si aquello lograba emerger por su boca, James se levantó del suelo y comenzó a correr sin rumbo fijo al cruzar la puerta principal hacia la calle, gritando como nunca antes lo había hecho.
Desgraciadamente los gritos de James pasaron inadvertidos para sus vecinos, pues la criatura que estaba atormentándolo se había encargado de encerrar su voz en lo más profundo de su garganta, donde nadie podría escucharla sin importar que él gritara con todas sus fuerzas. James apenas había corrido unos metros cuando el ruido de algo partiéndose en varias partes hizo eco en las paredes de las casas, desplomándose por fin el cuerpo de James mientras la vida se le alejaba y Ana, triunfante al acabar con él, salía de su ser para pisarle la cabeza como si de un insecto se tratase.
El grito de terror se quedó ahogado en la garganta de James al despertar de repente sobre la cama, bañado en sudor y al borde del llanto. Nunca antes había sentido a la muerte tan cerca ni un miedo tan puro, como el que esa pesadilla le despertó. Se llevó una mano hacia el pecho para tocar el guardapelo, mismo que se encontraba abierto y Ana debía estar mirándolo con atención.
James se cubrió el rostro mientras comenzaba a llorar, implorando piedad entre susurros y clamando por ayuda, aunque en el fondo tenía la certeza de que nadie respondería a su llamado. Había sido estúpido creer en Ana, ahora todo lo que le había dicho a Castiel parecía ajeno a él, como si alguien más lo hubiese obligado a decirlo.
●●●
Greyson detuvo el automóvil en el estacionamiento antes de suspirar con pesadez. Contarle a Castiel y a Nigel sobre Víctor no era sencillo para él. Los cuatro muchachos bajaron del auto, guardándole respeto a todas las tumbas por las que comenzaron a caminar metros más adelante. Sin duda se trataba de un lugar muy triste, en donde reposaban cuerpos de los seres amados de muchísimas personas.
Apenas habían avanzado medio camino cuando Greyson se detuvo en seco, haciendo al resto imitarle. En la lejanía la silueta de una persona sentada frente a una lápida se dejó ver, estaba sujetándose las rodillas, con el mentón recargado sobre ellas y la mirada puesta en la tumba: se trataba de James. La expresión de su rostro transmitía un dolor punzante que Greyson conocía muy bien.
Castiel intentó acercarse a su amigo al darse cuenta de lo frágil que lucía, pero fue detenido por Greyson. El muchacho identificó en James la misma posición que él había usado por tantos años, entendiendo que ese era el momento más preciso para ayudarlo, antes que se hundiera en la misma depresión peligrosa en que Greyson había caído y, que en soledad, podría costarle la vida. Si bien ambos jóvenes no tenían una buena relación e incluso, su convivencia se había vuelto casi imposible, Greyson no le deseaba el sufrimiento contra el que había lidiado, así que decidió acercarse para hablar con él.
—Hola —saludó Greyson metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón, estaba nervioso, sin saber cómo empezar—. Nunca te había visto por aquí.
—Es que no vengo mucho. Es muy difícil. —James desvió la mirada y Greyson asintió en silencio.
—Sé que no es de mi incumbencia pero ¿Necesitas algo? Entiendo cómo es esto así que...
—Quédate. No quiero estar solo. —Greyson se había desconcertado al escuchar la petición y, apenas había podido negar con la cabeza, cuando notó que James estaba al borde del llanto—. Por favor, por favor —le suplicó en susurro, a lo que Greyson terminó por ceder, quizá por empatía.
James invitó a Greyson a sentarse a su lado, él así lo hizo preparado para lo que sabía, sería un momento emocionalmente difícil. La lápida frente a ellos era enorme, además de encontrarse rodeada de flores. Detrás de ella podía apreciarse una corona de olivos con una guirnalda rosa.
A pesar de encontrarse en pleno verano, el cielo estaba nublado y soplaba un aire un poco frío. El viento arrastraba un olor a tierra mojada que auguraba lluvia. Todo se sentía como aquel día, hace quince largos años, cuando Greyson tuvo que decir adiós. Pensó por un momento que el tiempo estaba preparándose para repetir ese día, con la misma lluvia que se encargó de empapar su cuerpo, así como había ocurrido año tras año. Suspiró discretamente acomodándose mejor en el piso y giró la cabeza para mirar a James, preocupándose por él al ver sus ojos humedecidos.
— ¿Estás bien? —Preguntó en voz baja, recibiendo sólo silencio por casi un minuto—. Cuéntame.
—Todo ocurrió hace cinco años. En la escuela me habían dejado como tarea realizar una maqueta del cuerpo humano, pero yo no dije nada hasta el último momento. —comentó por fin James con la voz apagada. Greyson se mantuvo en silencio—. Mi madre se enfadó conmigo y me llamó la atención, mientras nos dirigíamos en el auto hacia la papelería del centro porque era la única abierta a esa hora. En ese entonces ella estaba embarazada de mi hermano Adrián, algo que no me hacía muy feliz. Por alguna estúpida razón pensé que, obteniendo malas calificaciones en la escuela, podría castigar a mis padres por tener otro hijo. Discutí con ella durante el camino a la papelería, hasta que en un arrebato de ira me puse a gritar. Ella se giró hacia mí para callarme, y no vio el auto que estaba dando vuelta a gran velocidad.
»Al principio no supe lo que había ocurrido, pero entendí que nos habíamos estrellado cuando oí que mi madre estaba quejándose. Tenía mucha sangre entre las piernas y a pesar de eso, estaba preocupada por saber si yo estaba bien. Lo estaba, pero ella no. El accidente hizo que el parto se le adelantara y... —James alzó la vista hacia el cielo con las palabras atoradas en su garganta—. Desde que ella se fue las cosas no han sido iguales. Comencé a sentir que mi familia ya no lo era más. Que todos me miraban para señalar mi tragedia. Me sentí en el infierno. Incluso papá comenzó a permitirme hacer lo que quisiera, con tal de no lidiar conmigo.
»Yo no quería seguir vivo soportando todo eso, así que una noche puse una navaja sobre mi muñeca. Desperté en el hospital unos días más tarde ignorando lo que había ocurrido conmigo, pero papá estaba a mi lado. Estuvo preocupado por mí. Cuando volvimos a casa se encerró en su cuarto durante horas. No sabía lo que pasaba con él, así que me acerqué a su puerta para escucharlo. Estaba llorando y culpándose por lo que hice, disculpándose con mamá por no ser capaz de sacarme adelante. Lejos de terminar con esta pesadilla empeoré las cosas con mis tonterías.
—Ay, James —Greyson colocó su mano en el hombro del muchacho, que hacía mucho se había soltado a llorar. La debilidad que James mostraba le había hecho sentir algo que jamás pensó que él podría despertarle: ternura. Parecía un niño pequeño atrapado en una pesadilla de la que no era capaz de despertar
—Yo... yo no quería complicar las cosas. Sólo quería salir del infierno —James se abrazó a sí mismo mientras comenzaba a temblar—. Pero no podré hacerlo jamás, porque maté a mi mamá y destruí mi familia. Nunca podré volver a sentirme normal ni podré recuperar mi vida.
Esas últimas palabras hicieron a Greyson volver en el tiempo, hasta ese día en que él había pronunciado lo mismo en presencia de Víctor. Entendía muy bien el dolor por el que James estaba pasando, aunque no el cómo explicárselo. No eran amigos y su convivencia se había vuelto casi imposible, pero aun así fue conmovido por el muchacho al darse cuenta, de lo mucho que ambos se parecían.
—No tienes porqué torturarte, eso no fue tu culpa. A veces como hijos caemos en el error de apropiarnos de errores donde, los menos culpables, somos nosotros.
—Tú no entiendes. —James escondió el rostro entre sus brazos continuando con los sollozos, preguntándose por qué le había contado todo a Greyson—. Vete.
Greyson no supo qué más decirle, de modo que se levantó del suelo sintiéndose impotente y comenzó a caminar. Sin embargo, detuvo sus pasos al recordar la frase que Víctor le había dicho el día en que lo conoció, cuando le había encontrado llorando al pie de una fuente en el centro de la ciudad y, en lo que fue un arranque del noble corazón de Víctor, se había acercado hasta él para tratar de ayudarlo. Recordó esa frase que lo hizo sentir seguro dentro del infierno que era su vida entonces, agradeciendo tiempo después haber escuchado esas palabras. Y si Víctor se había esforzado tanto en brindarle apoyo a un desconocido, con mayor razón él debía hacerlo por un vecino.
Greyson se aclaró la garganta un poco y utilizó la voz más suave que tenía, repitiendo dicha frase en voz alta para James, esperanzado en que lo ayudaría tanto como a él.
—Sé que el dolor parece ser más fuerte que tú, pero el verdadero enemigo a vencer es la soledad, porque eso es lo que debilita. —Greyson se giró hacia James, observó al muchacho alzar la cabeza para mirarlo con un aire de confusión, pero él sonrió con amabilidad—. Si me lo permites yo te ayudarte a pelear contra la soledad, así verás que el dolor no es invencible. No te desanimes, yo estaré a tu lado en todo momento.
James asintió antes de regalarle una sonrisa tímida al joven, que poco después retomó su camino con sus hermanos siguiéndolo de cerca. En el fondo siempre supo que Greyson era una buena persona, pero no fue sino hasta ese momento en que pudo comprobarlo. Ahora entendía que Marlene tenía razón y sentir el apoyo de un nuevo amigo, le despertó un rayo de fortaleza que desde luego hizo enfurecer a Ana. La criatura clavó su penetrante mirada sobre Greyson, ahora estaba decidida a terminar con él.
El resto del camino Nathan se encargó de guiar a los muchachos, ya que Greyson caminaba con la cabeza baja, perdido entre pensamientos y el naciente deseo por ayudar a James. El pobre chico había tenido una vida más complicada de lo que él creía. Tal vez, sólo tal vez, la actitud de James era una máscara, un personaje con el que pretendía evadir la realidad. De ser así, él mismo estaba condenándose a un final poco agradable si la máscara llegaba a romperse.
La mente de Greyson saltó de inmediato a pensar en cómo podría terminar aquello. Imaginarse a James tumbado sobre el suelo con una herida sangrante en la muñeca lo estremeció, y que no se dio cuenta de dónde se encontraban hasta que la voz de Nigel lo hizo levantar la vista del piso.
— ¿Quién es ella?
—No puede ser —la voz de Nathan apenas logró salir de sus cuerdas vocales cuando se volteó impresionado hacia Greyson, quien se encontraba paralizado en su lugar con la vista fija en la mujer que, con ese rizado cabello negro y ese tono de piel latino, resultaba inconfundible para él.
— ¡Susy! —gritó Greyson antes de correr hacia ella con desesperación, aunque la chica hizo lo mismo al escucharlo, huyendo tan rápido como le era posible.
El largo cabello de la joven ondeaba conforme se alejaba corriendo del lugar, cuidadosa de no perturbar las tumbas ni a quienes descansaban en ellas, pero huyendo a tal velocidad que Greyson no pudo alcanzarla. Susy dio la vuelta en la esquina y desapareció ahí sin dejar rastro.
Greyson se detuvo al ver que la chica se había desvanecido, maldiciendo en voz baja ante tal hecho. Sin embargo, apenas agachó la mirada, Greyson notó en el suelo un peluche de conejo blanco. Sólo le tomó un par de segundos reconocerlo, porque Susy lo había llevado al súper mercado el último día que la vio antes de mudarse. Jess, su gran amiga y compañera de trabajo en ese entonces, le había mostrado una conejita idéntica al peluche de Susy, explicándole con emoción que habían sido obsequios de Víctor.
El recuerdo de la trágica muerte de su amigo, así como el fatídico momento en que se enteraron por medio de las noticias del incendio, el llanto desgarrador de Jess y su propio dolor invadieron la memoria de Greyson, provocándole una tormenta de emociones que desencadenó en un ataque de pánico.
La vista de Greyson comenzó a nublarse mientras sentía el corazón latiéndole a tal velocidad, que el pecho le dolía con cada latido. La cabeza le daba un millón de vueltas e incluso creyó que en cualquier momento podría caer de bruces en el suelo, de modo que se recargó en la pared luchando por mantenerse de pie. En sus oídos los sonidos se volvieron ecos poco nítidos, bañados en ecos profundos, difusos, como si estuviese atravesando un largo túnel.
Greyson se llevó ambas manos al rostro para quitar con desesperación el sudor que estaba empapándole el rostro, pero éste no dejaba de brotar. Una horrible sensación de ahogo le invadió, haciéndole creer que sus pulmones estaban a punto de colapsarse. Las extremidades le hormigueaban de forma molesta y de pronto, sus piernas perdieron toda la fuerza.
Nathan corrió hasta Greyson para abrazarlo, evitándole así caer de golpe contra el suelo. Le ordenó a Castiel y Nigel no acercarse a ellos cuando ambos intentaron auxiliar a su hermano mayor; nunca antes habían visto a Greyson de esa manera, estaban preocupados. Ambos intentaron replicarle a Nathan por no permitirles acercarse, recibiendo sólo un fuerte grito de él que los hizo callar sin más.
Greyson continuaba temblando, sudando a mares y luchando por obtener algo del oxígeno que sus pulmones no querían aceptar, así que Nathan le sujetó con fuerza las manos mientras las acariciaba para calmarlo.
—Greyson escúchame —comenzó Nathan con voz tranquila, masajeando las manos de su hermano con calma—. Tienes que calmarte. Trata de respirar despacio. Boquea. Todo estará bien ¿ok? Todo estará bien. Repítelo.
Greyson sólo asentía a las palabras de Nathan. Su pecho se expandía conforme trataba de respirar de forma intermitente, resultándole difícil incluso pronunciar palabra. —Todo... estará...
—Todo estará bien.
—Todo estará... bien —Greyson continuó luchando por recuperar el aire y Nathan repetía lo mismo en susurros —. Todo estará bien. Todo estará bien. No puedo creer... —Greyson respiró un poco más profundo y exhaló el aire—, que Nigel me vea en este estado...
—Relájate, no pienses en eso. Más bien agradece que fuera un ataque pequeño.
—Como sea... llévanos a casa, por favor. Estoy exhausto. No puedo con más emociones.
—Seguro, yo conduzco.
●●●
James decidió que ya había permanecido ahí el tiempo suficiente, así que se levantó de la tumba de su madre y se marchó cabizbajo. Había estado un rato pensando en las palabras de Greyson, pero de a poco todo su ser comenzó a parecerle ajeno. Al caminar sentía el cuerpo extraño, liviano como si alguien más lo moviera por él. Además, tenía la mente en blanco y no podía concentrarse en nada aunque lo intentara. El paisaje que lo rodeaba le resultaba desconocido, notando siluetas negras cerca de él, niebla formándose alrededor del lugar y el sonido de un avión surcando el cielo.
Extrañado por el sonido tan fuerte del avión que le hizo creer estaba aterrizando, alzó la vista para verlo pero no divisó nada. El ruido subió de volumen de tal manera que lo ensordeció, cubriéndose los oídos para protegerlos; agachó la cabeza al sentir que los ojos comenzaban a arderle, descubriendo con horror que no podía controlarlos y seguían mirando hacia el cielo. El panorama se aclaró para su vista periférica cuando la niebla, junto con el ruido, se desvaneció: estaba en el parque pero el sol le daba justo en los ojos y él no podía ni siquiera parpadear. El pánico se apoderó de él haciéndolo correr para regresar a casa lo antes posible. Se colocó las manos en la frente con el fin de protegerse del sol, sin embargo, el no parpadear le aumentaba la sensación de ardor. Sus párpados adoptaron una coloración negruzca luego de inflamarse y, poco a poco, su vista se fue nublando hasta desaparecer por completo.
Un joven de lacio cabello negro y piel blanca estaba sentado en una de las bancas del parque, hablaba por teléfono cuando observó a lo lejos cómo James corría desesperado en línea recta, tropezando con una piedra en el césped y cayéndose de forma brusca cerca de él, sin levantarse del piso. El joven se acercó hacia James para auxiliarlo.
— ¿Estás bien? Déjame... ¡Santo Dios! —gritó el muchacho cuando James alzó la vista, ya que sus párpados no era más que dos bolsas negras e inflamadas, y sus ojos estaban enrojecidos—. ¿Qué te pasó?
—No... no puedo... no puedo ver... ver hacia abajo —trató de explicar James, coordinar las palabras se había vuelto en extremo difícil.
— ¿Puedes caminar?
James trató de levantarse del suelo pero fue inútil, sus brazos y piernas habían perdido toda la fuerza. —No. Por favor, por favor, haz algo. ¡Haz algo!
—Voy a llamar a urgencias —el joven tomó su teléfono una vez más para pedir ayuda—. Auxilio, necesitamos una ambulancia.
—Por favor, guarde la calma —respondió la operadora—. ¿Cuál es la emergencia?
—Estoy en la zona norte del parque Agua Roja con un chico de veintitantos años. Parece que tuvo una especie de accidente y se golpeó la cabeza porque no puede hablar bien ni tampoco caminar. Creo que también está ciego.
— ¿A qué altura de la zona norte se encuentra?
—En la calle del río, frente al bosque.
—La ayuda va en camino.
—Ya vienen —le dijo el muchacho a James luego de terminar la llamada—. Cierra tus ojos para evitar que se te irriten más.
—No puedo... cerrarlos... no puedo.
— ¿Por qué?
—Ella no... me deja.
James agachó la cabeza perdiendo toda la fuerza que le restaba para mirar al joven, oscureciéndose por completo su vista y perdiendo el conocimiento. Cuando abrió los ojos se encontraba recostado en el interior de una ambulancia, conectado a una máscara de oxígeno. Su vista continuaba nublada, pero pudo distinguir tres sombras negras rodeándolo, comunicándose entre sí en un idioma desconocido para él, mirándolo con atención. Una de esas sombras comenzó a hablarle, colocó una de sus manos en la frente de James y este comenzó tensarse.
La espalda de James se arqueó con brusquedad hacia atrás, mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban y comenzaba a temblar de forma leve. Frente a su cara el rostro desfigurado de una criatura demoníaca sin ojos, con labio leporino y piel putrefacta se mostró, sonriendo repugnante en victoria. Junto a la bestia otro rostro apareció: el de un niño calcinado y deforme.
La voz alarmada de los paramédicos en la ambulancia retumbó en los oídos de James, diciéndose entre sí que él estaba padeciendo un ataque epiléptico. Un golpe eléctrico le recorrió de pies a cabeza mientras su alma era sometida y quebrantada. Estaba seguro que Ana se adueñaría de su cuerpo en ese instante, hasta que todo se detuvo de pronto. Su visión se aclaró en unos cuantos segundos, permitiéndole ver las blancas paredes del hospital al que estaba ingresando y a las personas auxiliándolo. James se apoyó sobre los codos para levantarse un poco, ignorando las voces que le pedían permaneciera acostado.
—Puedo ver —dijo James, haciendo a los paramédicos detenerse confundidos.
El muchacho se giró un poco, observando con detenimiento las cosas a su alrededor, notando entonces que arriba de la puerta principal había una imagen del Sagrado Corazón. James sabía que esa imagen sola no lo protegería para siempre, sin embargo, por un instante se sintió a salvo y se dejó caer sobre la camilla agotado.
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