El grito aterrado de Nigel hizo que Greyson despertara de golpe y corriera en dirección al cuarto del muchacho, seguido por Nathan que se despertó ante el escándalo producido por su hermano mayor al salir de aquella manera. Greyson se arrojó contra la puerta de la habitación de Nigel e ingresó tan rápido como le fue posible, topándose con el armario medio vacío, algo de ropa tirada por el piso y en general, un panorama desolador que le obligó a entender que Nigel se había ido de casa.
Castiel apenas había salido de su cuarto a causa del grito de Greyson preguntando por su hermano menor, cuando fuertes y desesperados golpes sonaron contra la puerta principal, seguidos por la voz de Nigel implorando por ayuda. Greyson arremetió esta vez contra la puerta principal para abrirla, olvidando por la desesperación el hecho de que ésta se encontraba cerrada con llave, terminando por caer víctima de una frustración mayor. Castiel fue quien logró mantener la calma para abrir la puerta, dejando el paso libre a un bulto para caer débil sobre los brazos de Greyson: el mismo Nigel, quien temblaba de pánico mientras lloraba.
Greyson abrazó con todas sus fuerzas a Nigel, acariciando su cabeza y espalda, pidiéndole explicaciones de lo que había pasado, pero él continuaba llorando a gritos y aferrándose al cuerpo de Greyson. El menor comenzó a susurrar palabras extrañas, la mayoría inentendibles debido al estado en que estaba. Greyson lo alzó del suelo para llevarlo hasta el sofá de la sala, donde continuó con su abrazo fuerte y sus caricias, luchando por tranquilizar al pequeño.
—Había... —susurró Nigel por fin con algo de claridad, alzando muy apenas la cabeza pero sin mirar a nadie en específico— había alguien ahí. Algo...
— ¿Alguien? —dijo Greyson alterado—, ¿Pudiste verlo? ¿Te hizo daño?
—No lo sé. Me sujetó del brazo y me hizo algo, pero no sé qué. ¡Me duele la cabeza! —Nigel se soltó a llorar una vez más como la había hecho al principio. Greyson volvió a abrazarlo—. Me dijo que no olvidara la hora.
— ¿La hora? —preguntó Castiel mientras acariciaba la cabeza de su hermano menor.
—Las tres con quince —susurró Nigel—. Tres con quince.
Nathan y Castiel regresaron a sus habitaciones cerca de las cuatro de la mañana por órdenes de su hermano mayor, pues prefería quedarse a solas con el pequeño para consolarlo. Greyson se mantuvo despierto toda la noche pues el muchacho continuaba temblando aterrado por el ataque de esa noche.
Nigel se abrazaba a su hermano mayor con todas las fuerzas que poseía mientras continuaba susurrando cosas inentendibles para Greyson, quien sólo se dedicó a asegurarle que todo estaría bien. El muchacho lloró asustado hasta las cinco de la mañana, cuando el sueño se volvió más fuerte que él y lo arrastró a un lugar más tranquilo, donde era protegido del miedo por la calidez de los brazos de su hermano mayor.
Cuando por fin el pequeño se durmió, Greyson quiso relajarse para él hacer lo mismo y reponer algo de la energía perdida pero la preocupación no se apartaba de su ser, de modo que permaneció atento el resto de la madrugada por si Nigel necesitaba algo. La noche con su tranquilidad es la maestra de la ironía, ya que despierta a la mente cuando ésta duerme o intenta dormir, atrapando el subconsciente en fantasías, recuerdos o deseos profundos. Suele ser tedioso que ese momento donde se desea descansar de un día duro, la mente se niegue a obedecer. Greyson padeció de aquello por muchos años pero esa noche, el recuerdo que vino a su mente le hizo sentir que tal vez no era tan malo.
Trece años atrás Nigel había enfermado gravemente de influenza, padeciendo de una fiebre que nadie en el orfanato le podía controlar, así que Greyson invadido por la desesperación se adentró en la enfermería para sacar a su hermano —aún en contra de las órdenes de las encargadas— y lo llevó hasta el baño del último piso, donde atracó la puerta con una silla para estar a solas con el niño.
Todo el día una fuerte lluvia se encargó de cubrir a la ciudad, de modo que Greyson decidió aprovechar la falta de calentadores, así como el frío del agua de la regadera a favor; desnudó a Nigel, él mismo se quitó la camisa y abrazó con fuerza al pequeño mientras ambos eran empapados bajo el agua. Greyson le pedía al cielo con toda el alma que eso le redujera la fiebre de una vez a su hermano, así los medicamentos podrían hacer el resto y sanarlo. Mientras esperaba a que la idea surtiera efecto, Greyson le acariciaba la cabeza a Nigel, susurrándole al oído que todo estaría bien e implorando porque sólo escuchara su voz, y no la de las encargadas gritando que estaba arriesgando a Nigel a la hipotermia.
Greyson no supo cuánto tiempo había transcurrido ahí dentro cuando Nigel abrió los ojos para mirarlo con dificultad. Las mejillas del niño seguían enrojecidas, pero no parecía ser consciente de dónde estaba ni lo que ocurría. Nigel alzó la manita derecha para tocar el rostro de Greyson, antes de que una fuerte tos le sobreviniera.
— ¿Papá? No me dejes—susurró el niño cuando la tos se lo permitió.
—Nunca lo haré, nene, yo... —Las palabras de Greyson se vieron interrumpidas por el llanto de Nigel, que se había llevado ambas manitas a la cabeza—. ¿Qué tienes? ¿Te duele la cabeza?
Greyson abrazó con más fuerza al pequeño, continuando con sus caricias y susurros asegurándole que pronto estaría mejor. Detrás de la puerta, el jovencito alcanzó a escuchar a la directora decir que dejarlos solos era lo mejor, argumentando que Greyson sabía lo que hacía. A desgana las demás cuidadoras se alejaron de la puerta, dejando sólo a Castiel y Nathan esperando a que ambos estuvieran bien.
Las lágrimas comenzaron a emanar de los ojos de Greyson confundiéndose con el agua de la regadera, pues dentro del pecho del jovencito la angustia era demasiada. Temía que Nigel no mejorara y que su idea sólo lo empeorara como le habían advertido, de ser así ¿qué haría? Cerró los ojos esforzándose en ser optimista y besó la frente de Nigel antes de decir—: Papi está aquí.
Greyson sonrió al darse cuenta que aquella escena era similar a la que vivía en ese momento, abrazando a Nigel mientras le prometía que todo iba a estar bien aunque en el fondo muriera de angustia. Era claro que sin importar cuántos años pasaran o que tanto pudiera crecer Nigel, para Greyson él siempre sería su bebé.
El sonido del despertador hizo a Greyson volver a la realidad, dándose cuenta que era tiempo de prepararse para los ejercicios matutinos y después para ir a trabajar. Cuando los pasos de Nathan y Castiel llegaron hasta la sala, Nigel abrió los ojos, incorporándose a la par que bostezaba.
—Buenos días —saludó Nathan— ¿cómo te sientes, Niggie?
—Mejor, gracias —respondió el menor con una sonrisa, levantándose del sillón para estirarse—. Aunque tuve otro sueño raro.
—Cuéntanos, si eso te hace sentir mejor.
—Pero no se vayan a reír —advirtió Nigel, luego cerró los ojos—. Estaba de pie en medio del recibidor de una casa grande, donde pude ver varias personas grises y sin rostro. De entre toda la gente dos en especial sobresalían: un muchacho de diecisiete o dieciocho años y una niña de cinco. El muchacho tenía el cabello castaño, muy lacio. En él pude distinguir algo que me resultó de lo más peculiar, porque su piel y ropa parecía estar quemada además, ninguno de los presentes lo miraba, como si él no estuviera ahí. Como si estuviera muerto. —Greyson y Nathan se quedaron helados tras escuchar aquello e intercambiaron miradas perplejas mientras Nigel continuaba narrando su sueño—. La niña tenía el cabello negro, ondulado y ojos cafés. En su rostro lucía una profunda depresión. Durante varios segundos todos estuvieron en silencio, hasta que una de las personas grises se acercó a la niña para mostrarle al bebé que cargaba en los brazos, estaba envuelto en una sábana negra. La niña giró la cabeza hacia el bebé y después susurró: está condenada. —Nigel abrió los ojos para mirar con seguridad a sus hermanos—. Llámenme loco, pero creo que ese bebé era la misma niña que soñé la otra noche. ¿Qué tal si estos sueños quieren decirme algo?
— ¿Algo como qué? —comentó Greyson acercándose un poco más al menor, ocultando la confusión y nervios que nacían de su estómago.
—No lo sé, pero siento que alguien quiere contarme una historia. Esa niña necesita ayuda y no sé cómo brindársela.
Nathan intercambió una vez más la mirada con Greyson, antes de acercarse al adolescente para colocarle una mano en el hombro y sacudirlo un poco mientras expresaba, luchando por ser convincente, que todo aquello no era más que un simple sueño. Aun así, Nigel no cedió a su creencia, terminando Nathan por guardar silencio y mirar de nuevo hacia Greyson, invitándolo con un gesto discreto a dirigirse hacia su habitación para hablar.
—Castiel, estoy cansado y no quiero hacer ejercicio ahora. Puedes vestirte para la universidad o irte a dormir otro rato, sólo hazme el favor de no llegar tarde a clases. Nigel, tú vete a dormir. Yo llamo a la secundaria para decir que faltarás hoy.
—Te dirán que falté ayer —susurró Nigel con tono de culpa y tristeza en la voz.
—Yo me arreglo con ellos, tú vete a descansar. —Greyson le sonrió a Nigel con calma, después se giró hacia Nathan conformando una expresión seria—. Vamos —le dijo y ambos se encerraron en la habitación para hablar.
Las dos horas siguientes casi no hubo señales de vida por parte de Greyson y Nathan, porque de su cuarto sólo podían escucharse susurros y una que otra grosería por parte de Greyson. Castiel los llamó a la puerta una vez que fue hora de partir hacia la universidad, salió de la casa en calma debido a que aún era temprano y estaba seguro que podría llegar a tiempo. Tras cerrar la puerta, guardarse la llave en el bolsillo y darse la media vuelta, se encontró con James cerrando la puerta de su propio hogar, sin duda se dirigía a la escuela también. El joven se acercó a su amigo, alcanzando a escuchar que susurraba una canción desconocida para él:
Ding dong abre ya la puerta, he llegado ya.
Aún si te escondes no servirá.
Ding dong abre ya la puerta, he llegado ya.
Aún si huyes no te servirá.
—Hola, viejo —interrumpió Castiel poniéndole una mano en el hombro—. ¿Cómo estás?
—Bien —respondió sin más dándose la vuelta para mirar a su amigo a los ojos. Las ojeras de James cada día se le pronunciaban más en el rostro—. Voy a la universidad, ¿nos vamos juntos?
—Claro, gracias. —Castiel se dio la vuelta siguiendo a James para subirse al auto, aunque una vez arriba, no se contuvo en preguntar—: ¿Seguro estás bien? Te noto pálido y ojeroso.
—Sí.
Castiel emitió un suspiro de resignación al ver que James no le daría explicaciones, pero tampoco pensaba mantenerse en silencio durante todo el camino, así que cambió el tema. —Esa canción que cantabas ¿es nueva? ¿Quién la canta?
—No lo sé, la escuché al despertar. La tengo metida en la cabeza. —Castiel enarcó una ceja ante dicha respuesta, pero no volvió a sacar el tema por el resto del camino. Aunque claro, continuó empleando otros temas para hacer el trayecto más ameno, a pesar de la insistente apatía de su amigo.
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Por la tarde Nigel se encontraba sentado en el sofá de la sala, riendo a carcajadas a la par que cientos de sensaciones atravesaban por su estómago, ya que Greyson le había permitido llamar por teléfono a Kenia no sólo para cancelar la cita, sino también para entablar una larga plática que la misma chica le pidió con voz dulce y coqueta. Por un momento Greyson miró a Nigel con el ceño fruncido mientras hablaba con ella, fingiendo una sonrisa cuando éste volteó a verlo lleno de ilusión, sólo para rodar los ojos molesto cuando Nigel desvió la mirada de él para seguir riendo a lo tonto.
Cansado de las risitas estúpidas y las ridículas voces de bebé que Nigel empleaba para hablar con Kenia, Greyson decidió encerrarse en su habitación para buscar en internet algo que le zumbaba por la cabeza. Caminó hasta la computadora y tecleó en el buscador: tres con quince de la madrugada. Al instante diversas páginas explicando sobre la hora del Tiempo Muerto saltaron a la vista, algunas más explícitas que otras hablando con detalle sobre las tres con siete, las tres treinta y tres, etcétera, pero ninguna mencionaba ni siquiera de forma remota sobre las tres con quince. Greyson se rascó la nuca, confundido, preguntándose a qué se refería aquella persona que Nigel había visto. Algún tipo pasándose de listo y tratando de infundir miedo, quizá, pero Greyson no estaría tranquilo hasta comprobar que aquello no significaba nada.
Luego de una extenuante búsqueda en la red sobre el significado de dicha hora, Greyson se topó con un blog peculiar que fue abandonado desde hacía años. En la última publicación del blog se hablaba de las tres con quince de la mañana como una hora maldita, una hora en la que el demonio pisó el mundo de los vivos con el cuerpo de una niñita. Intrigado por la publicación, Greyson comenzó a leer.
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Advertencia: La historia que voy a relatar a continuación, es un hecho verídico y le suplico a todo quién la lea, que guarde respeto por lo que va a encontrar en la siguiente nota.
Jennifer Solano fue una pequeña niña que padeció de fuertes ataques de epilepsia, costándole la vida a los cinco años de edad mientras jugaba con una compañera en el jardín de niños. Su madre falleció durante el parto de Jenny por una hemorragia interna que los médicos no pudieron controlar, hecho que dejó a su padre devastado, aunque muchos dicen que estaba demente. Se dice que el señor Óscar —padre de la pequeña Jenny—, escuchaba voces siniestras que le pedían hacer cosas inimaginables para recuperar a su esposa, como rituales satánicos y sacrificios de niños pequeño. Sin embargo, no fue sino hasta el trágico día en que Jenny falleció, que el hombre víctima de la locura cedió ante aquellas voces, realizando un ritual para revivir a su hija.
El hombre —como parte de dicho ritual satánico—, empleó una cuchara para extraer los ojos del cadáver de la niña, dejándole sólo las cuencas vacías y llenas de un putrefacto líquido café, ignorando el daño que había causado a su alma. Óscar, cegado por la locura y la obsesión de un amor paternal enfermizo, cometió tal sacrilegio que me resulta imposible describirlo aquí. Óscar murió asesinado por su propia creación días más tarde, su cuerpo fue encontrado con un agujero en el pecho.
El ritual ya mencionado tuvo lugar a las tres con quince de la madrugada, desde entonces, esa se volvió la hora en que la pequeña niña de cinco años, ahora poseída por un peligroso demonio vuelve al mundo de los vivos. Si hay algo que deseo agregar a esta historia y espero alertarlos a todos ustedes, es que procuren no estar despiertos a las tres con quince sino desean encararla.
Sé lo que deben estar pensando ahora: ¿cómo es que yo sé todo esto? Porque estuve ahí en diferentes momentos de esta historia. Fui maestra de Jenny. Desde el día en que ella murió, horribles pesadillas me han atormentado sin darme tregua, viendo lo ya descrito una y otra vez en mi cabeza. Al principio creí que se trataba de mi propia culpa al no haber sido capaz de ayudar a Jenny, pero después de una minuciosa búsqueda y de reunir información, entendí que todo era real.
Hoy es mi último día desde que vi a la bestia en que Jenny se ha convertido, sé que en cualquier momento vendrá por mí para hacerme pagar por descubrir todo esto, pero no quiero morir sin advertirles a ustedes sobre ella. Por favor, créanme. No sé qué está buscando, pero sí sé que no se detendrá hasta encontrarlo y no le importa quién se meta en su camino.
Dany Zarahi.
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Cuando Greyson terminó de leer tenía la piel de gallina, así como la sensación de la sangre yéndosele hasta los pies, debido a que Dany Zarahi fue una amiga cercana de Jess y por consecuencia, él llegó a conocerla. Además, la muerte de Jenny fue muy sonada por el vecindario en que residían en ese entonces.
La voz de Castiel al llegar a casa hizo a Greyson volver en sí, aunque prefirió no salir de la habitación y en su lugar, recostarse un poco para asimilar mejor lo leído. Ahora debía mantener la calma hasta la llegada de Nathan, porque él era su voz de la razón y necesitaba que le tranquilizara. Sólo estando él, podría apartar ese naciente terror de su espíritu, de modo que la idea del inicio de una pesadilla cesara.
Castiel entró por la puerta principal y se encaminó hacia Nigel para saludarlo, deteniéndose al instante al verlo recostado en el sofá mientras entonaba la misma canción que James por la mañana, desde luego, con la buena voz que él poseía. Una vez más se sintió intrigado por la curiosa letra de dicha canción, así que se sentó al lado de Nigel con la esperanza de conseguir más información que con James.
—Esa canción que cantabas ¿es nueva? ¿Quién la canta? —preguntó Castiel luchando por sonar de forma casual.
—No lo sé, la escuché al despertar. La tengo metida en la cabeza.
La respuesta que recibió lo dejó congelado y sin saber qué decir. Titubeó un par de segundos antes de hablar claro. —Dime, Niggie ¿has hablado con James?
—No. Hoy no he salido además ¿no estuvo contigo en la escuela?
—Sí, disculpa la pregunta tonta. Es sólo que, ambos han estado cantando lo mismo, e hice suposiciones tontas. —Nigel miró al techo después de las palabras de Castiel, quien no tardó en volver a tomar la palabra—. Oye ¿Me enseñas la canción? Es pegajosa.
Nigel comenzó a cantar con la mirada perdida, repitiendo la voz que sonaba en su cabeza de forma suave, ignorando por completo que James entonaba la misma canción desde la cama de su cuarto, sosteniendo el guardapelo entre las manos.
Cruzando miradas a través de la ventana
¿Aterrorizado? Quiero verlo más de cerca.
Ding dong voy a abrir la puerta, vamos a jugar
Las escondidas me encantan.
Ding dong, estoy en tu casa, escóndete ya
Aunque escapes de mí no huirás.
Castiel se recorrió hacia atrás para alejarse de Nigel al percibir que había una voz extraña emergiendo de la garganta del muchacho, mientras este cantaba. Una voz aguda y siniestra, similar a la de una niña pequeña. Era claro, que no podría estarla fingiendo ni mucho menos, emitir dos voces distintas al mismo tiempo.
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