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El bosque

Nathan llegó a casa pocos minutos después de Greyson, junto a Fred. El aroma a sangre en las paredes y la presión emocional por el secuestro de Nigel, hizo que Nathan tuviera que correr al baño para vaciar el estómago. El estrés terminaría por causarle gastritis.

Ni tardo ni perezoso, Fred cargó a Adrián en brazos mientras le susurraba que todo estaría bien, aunque en el fondo sabía lo equivocado que podía estar. Retuvo el llanto ante las lágrimas de su pequeño hijo.

Desde la sala, podía verse a Greyson. Permanecía en la habitación de Nigel y, a pesar de encontrarse todavía hincado mirando el piso, lucía serio. Buscaba pistas, algo que pudiera indicarle el paradero de Nigel. Se arrastró un poco más hacia adentro, dándose cuenta que, además de las marcas de sangre en el piso y los rasguños, también había algo más: tierra. Algo de tierra se asomaba entre la madera. Pero no se trataba de cualquiera, sino de una húmeda y oscura.

«El bosque... Quiere decirme algo» recordó Greyson la voz de Nigel. Le había dicho eso semanas atrás, luego de despertar gritando por las pesadillas que lo acosaban desde el día del accidente.

La idea que le asaltó en ese momento era descabellada, sin embargo, si Nigel y James estaban padeciendo del mismo demonio, entonces tenía un lugar en dónde empezar su búsqueda.

Claro que, si estaba equivocado, entonces perdería el tiempo y Nigel estaría...

—Greyson —sintió la mano de Nathan ponerse sobre su espalda con delicadeza.

—Prepara dos mochilas con las linterna, varias sogas, sábana y una biblia —dijo levantándose del piso y mirando a Nathan. La expresión de su rostro era fría, como si su corazón no sintiera nada más—. Y dile a Castiel que esté listo. Lo traeremos de vuelta.

Greyson salió de la habitación a paso seguro, dejando a un confundido Nathan atrás. El muchacho miró a su hermano hablando con Fred, tratando de convencerlo de algo. Negó con la cabeza y, luego de suspirar, se dedicó a preparar las mochilas. Estaba preocupado por Nigel, pero en realidad, era Greyson quien más ayuda necesitaba.

En la sala, Fred terminó accediendo a las palabras de Greyson, entregándole al pequeño niño para que se lo llevara.

El muchacho le había pedido a Adrián que fuera fuerte, porque si él le hacía llegar ese sentimiento a James, entonces estaría bien. Adrián se secó las lágrimas tallándose la carita, mientras le prometía a Greyson que sería muy fuerte.

Greyson colocó a Adrián en el piso y, tomándolo de la mano, lo sacó de casa y lo llevó hasta el hogar de Marlene. La joven quedó aturdida, aterrada cuando Greyson le explicó lo ocurrido, sin profundizar demasiado en detalles. Ella accedió a cuidar de Adrián mientras volvían, no sin antes lanzarse sobre Greyson para abrazarlo con fuerza cuando este se disponía a irse.

—Por favor, ten cuidado —le dijo Marlene al joven, sintiendo cómo él sujetaba su cintura y asentía con la cabeza. Quiso añadir algo, pero la voz no salió de su garganta.

Los cuatro hombres subieron al auto cuando Greyson volvió; él conduciría con rumbo al bosque, explicándoles porqué sospechaba que podía encontrarlos ahí. Quizá era una simple idea, mas nadie tenía otra opción.

Con las manos firmes sobre el volante, la quijada apretada y la vista fija en la carretera, Greyson divagaba con pensamientos inconclusos, difíciles de comprender incluso para él. Tenía la razón nublada, consumida en un océano oscuro de niebla y temor.

Sabía que Kenia estaba involucrada en toda la historia, escondida de forma astuta, actuando y manteniéndose presente, sin estarlo de verdad. Creía que ella, de alguna forma, había puesto en el museo aquel extraño dibujo perturbador, junto al resto de los elementos que estuvieron presentes en la exposición. La placa de metal y la cuchara... esa maldita cuchara ¿¡qué demonios tenía que ver!?

Ana se había enfocado en James ¿por qué? ¿En qué momento? A lo mejor Nigel y James tenían algo en común, algo que Ana podía percibir. Y Kenia también.

«Averiguaré lo que estás tramando, niña» pensó, escuchando apenas el crujir del volante al apretar su agarre.

—Greyson vas muy rápido.

Ella había engañado a Nigel. Además, de alguna forma hizo que James padeciera a merced de esa criatura. Era su culpa. Todo era su maldita culpa. Algo iba terriblemente mal con ella desde el primer momento. Él lo sabía. Y Kenia sabía que él lo notaba. Por eso nunca dio la cara. Por eso se mantuvo lejos. Por eso... por eso.

—Greyson, te estoy hablando.

El automóvil zumbaba con la velocidad, pasando los árboles como una ráfaga verde a los costados. Nathan y los demás se sujetaron tan fuerte como les fue posible de los asientos, sintiendo que el aire les lastimaba la cara el entrar con violencia por las ventanas.

Una expresión de horror y preocupación se marcó en los rostros de los tres hombres, ante la respiración entrecortada de Greyson y su total ausencia mental. Esa mirada vacía, penetrante era un pésimo augurio.

— ¡Greyson reacciona, por Dios! —gritó aterrado Nathan.

Greyson no lo escuchó. Ni siquiera estaba ahí.

« ¿Qué está buscando Ana? ¿Por qué Kenia se esfuerza en dárselo? ¿Por qué decidió que James sería un buen esclavo en el mundo de los vivos? ¿¡Por qué se llevaron a MI Nigel!?» pensó Greyson.

El bosque se vislumbró en la lejanía, acercándose a una velocidad escalofriante a ellos.

»Maldita Kenia.

Un auto rojo brilló al fondo de la calle que conectaba el parque y el lago con el bosque. El mismo lugar donde James fue encontrado por Stephen, cuando sus ojos se rehusaban a mirar hacia el suelo.

»Maldita Ana.

El mismo lugar donde aquel trágico accidente tuvo lugar semanas atrás. Ese auto rojo que sobresalía a lo lejos, circulando la misma calle en el sentido correcto, se acercaba a ellos de forma monstruosa. Lo que ocurriría después, parecía ser inminente.

» ¡Maldita impotencia!

— ¡DETENTE!

Reaccionó en un parpadeo al oír la voz de Víctor, pisó el freno hasta el fondo y las llantas patinaron sobre el suelo. El automóvil avanzó un metro más antes de detenerse con brusquedad a escasos centímetro del auto rojo.

Los músculos de su cuello se quejaron ante el movimiento, sintiendo de pronto un naciente ardor en las manos. Se habían enrojecido por el roce y la presión con que sujetaba el volante.

Confundido, Greyson miró hacia la derecha, distinguiendo en Nathan una expresión que le resultó complicada de descifrar. Parecía estar asustado de él, pero también, parecía sentir una gran pena por ver la forma tan extrema en que había perdido el control. Al cambiar su vista hacia el retrovisor, notó que Fred y Castiel temblaban en el asiento, mirándolo horrorizados.

Nathan le puso una mano en el hombro sin emitir palabra alguna, dejando que el claxon del auto rojo fuera el único sonido que cortara el silencio. El auto los pasó de largo haciendo una maniobra para rodearlos, gritándole palabras altisonantes al marcharse; palabras a las que nadie prestó atención.

—Estaciónate —dijo por fin Nathan y Greyson obedeció.

Habían llegado a su destino.

Una vez que el muchacho logró desplazar los pensamientos caóticos, tomó una de las mochilas que Nathan había preparado y le entregó la otra a Fred. No estaba seguro de cómo se enfrentarían al problema, sin embargo, estaría preparado para...lo que fuera. La mochila que Greyson cargaba contenía un objeto extra, el cual agregó él mismo antes de bajar del auto. Nadie lo notó.

Los cuatro hombres caminaron, sin pronunciar palabra alguna, hacia la entrada del bosque. Permanecieron mirando hacia el interior unos segundos, tratando de distinguir siluetas o movimientos en medio de la oscuridad. Algo que les diera una dirección. Todo estaba quieto.

Incluso el parque estaba casi abandonado a causa de las nubes y el intenso frío, con excepción de algunas personas que caminaban por él. Unas cuantas gotas de lluvia cayeron sobre el suelo, una tras otra, sin prisa.

—No se separen —habló Greyson de pronto, sacando la linterna de la mochila, para encenderla de inmediato—. Y guarden silencio. Que no nos oiga.

Fred prendió la otra linterna también cuando Greyson comenzó a caminar, iluminando ambos el sendero por el que andaban. Movieron de aquí para allá la luz ante las figuras que se mostraban en la penumbra.

Castiel suspiró pesado antes de negar con la cabeza. Estaba asustado. Las nubes ennegrecían el cielo de tal forma, que ya no estaba seguro de la hora. El viento rugía al golpear contra los troncos y las hojas de los árboles, sonando como una señal de advertencia. Les gritaba que se fueran.

El cantar de las aves se iba apagando conforme se adentraban en las tinieblas. Las ranas dejaron de croar, los zorros no gañían. Sólo se escuchaba, de forma muy tenue, el crujido de la tierra y las hojas al ser pisadas.

—Chicos —susurró Nathan mirando de un lado a otro, atento a cualquier cosa—, ¿Escuchan eso o es sólo mi imaginación? —preguntó por fin.

—No escucho ni grillos —respondió Fred.

—Alto. —Castiel se acercó a sus hermanos, deteniéndolos en el acto—. Estoy seguro de que alguien nos está siguiendo.

Guardaron silencio.

Al detenerse ellos, el crujir de la tierra debió cesar, pero no fue así. Castiel tenía razón, los seguían. Greyson arrojó la luz de la linterna para desenmascarar lo que estuviera ahí, lo que sea que estuviera ahí.

Nada.

El sonido se repitió ahora justo detrás de ellos. Ésta vez, fue Fred quien iluminó con desesperación el lugar del que las pisadas provenían.

Nada.

La bestia sabía que estaban ahí, y los estaba convirtiendo en su presa. Cazándolos como animales.

Te sigo los pasos.

Escucharon de pronto cantando a la voz de una niña.

Retumban por todo el lugar.

Te escuchas cansado, no podrás de mí escapar.

Tonto, sé que estás ahí.

— ¡Deja de jugar con nosotros, grandísima hija de puta! —gritó Greyson.

—Puedo verlos... —Y comenzó a reírse como desquiciada. Retumbó primero como una voz dulce, terminando por convertirse en una grave, profunda y ronca—. ¡Los mataré!

Una bestia saltó de entre los arbustos hacia ellos. Babeaba. Gruñía. Los ojos le brillaban en odio.

Nathan tomó la mano de Greyson y se echó a correr con Fred y Castiel siguiéndolos de cerca. Aquella criatura les pisaba los talones, haciendo quejarse al piso por soportar su increíble violencia al pisar.

En su carrera, la iluminación se mecía desenfrenada, moviéndose de atrás hacia adelante y complicando el avanzar. La bestia rugió furiosa y entonces, las linternas se apagaron en un soplo. Los pasos del perseguidor resonaron más fuerte, más cerca de ellos, hasta que en una ráfaga de viento los lanzó al suelo.

Nathan tembló en el piso, sujetando todavía la mano de Greyson. Pensó que serían tragados ahí mismo, en cambio, el sonido se alejó del lugar. Luego de varios parpadeos, la linterna se encendió.

Nathan y Greyson estaban tirados. Solos. Sin rastro de Castiel y Fred.

Frustrado, Greyson sacó el celular para llamar a su hermano, mientras los pulmones comenzaban a contraerse en su pecho. Las manos le temblaban sin control y había comenzado a sudar. No era el momento para un ataque de pánico. Tenía que hablarle. Tenía que saber que estaba bien... tenía que...

La mano de Nathan lo detuvo antes de que pudiera marcar.

—Tengo que saber —dijo casi sin voz.

—Conserva la calma, hermano. Escucha, si Castiel logró escapar y ella logra oír el timbre de su celular, entonces sabrá dónde está. Y tú no podrás hacer nada —le dijo Nathan con seriedad, haciéndolo bajar el teléfono con calma. Los ojos de Greyson se cristalizaron—. Respira, mantén la calma y levántate. Sabes que estoy contigo hasta la muerte.

Greyson se tensó ante la palabra, pero se levantó del suelo.

La muerte.

●●●

Fred y Castiel caminaban con sigilo, liados. No supieron en qué momento se habían separado de Greyson y Nathan. Por un segundo Fred pensó en regresar sobre sus pasos para buscarlos, después entendió que no eso era una pésima idea. Al final, decidieron seguir caminando, de modo que encontraran a Nigel, a Greyson o la salida.

La luz de la linterna era tenue, lo que hizo suponer a Castiel que la batería se estaba agotando. ¿No habían cambiado las baterías antes de salir? Se fuese, pronto tendrían que reemplazarlas, lo que implicaba estar en plena oscuridad unos eternos segundos. No es que le tuviera miedo a la oscuridad, le temía a lo que se escondiera en ella.

«El mundo es peligroso» solía decir su hermano mayor. Greyson... Debía estar preocupado por ellos.

A Castiel se le ocurrió que llamar a Nathan podía ayudarlo a calmarse. Nathan solía tener el celular en vibración, lo que reducía el riesgo de que Ana los oyera.

Le pidió a Fred detenerse mientras metía la mano en el bolsillo de su pantalón. Ojalá tuviera señal. Mientras el chico sacaba el teléfono, Fred observaba cada rincón del lugar.

Sombras. Árboles. Arbustos. Sombras. Silencio. Era todo lo que les rodeaba.

El ambiente se sentía pesado, siguiéndoles una horrible sensación de ser observados. Daba gracias de tener un poco de iluminación que le revelara, para aminorar su temor, lo que eran en realidad todas aquellas sombras.

Fred no deseaba que la luz se apagara de nuevo en cualquier momento, así que optó por cambiar la batería de la linterna. Usó el celular de Castiel como luz temporal en tanto lo hacía. En medio de la oscuridad de los arbustos, una sombra hizo acto de presencia, moviendo la cabeza de un lado a otro de forma lenta.

Castiel tragó en seco y apresuró a Fred para que posara la luz sobre ella. Al hacerlo, la sombra corrió adentrándose más en el bosque. Parecía un muchacho

El hombre quiso acercarse, sin embargo, Castiel lo tomó de la camisa para hacerlo correr en sentido contrario, alejándolos de aquella cosa tan rápido como sus pies lo permitieran. Ante el brusco agarre, Fred protestó molesto, soltándose por fin varios metros después.

— ¿Qué rayos estás haciendo? —le dijo, girándose para tratar de volver—. ¡Creo que era James!

—No era James —susurró Castiel, aterrado—. Sombra mala

El muchacho comenzó a caminar en reversa. Las piernas le tiritaban, y el corazón se le aceleró tanto, que le hizo doler el pecho. Tenía apretado el celular contra su cuerpo cuando, a sus espaldas, un leve y extraño sonido le llamó la atención.

Se giró de golpe al entender que se trataba de una plática. Las voces eran suaves y apenas audibles; aun así, Castiel pudo distinguir una de ellas de inmediato: Nigel.

Contuvo la respiración en un acto reflejo antes de caminar precavidamente en esa dirección, incitando a Fred a seguirlo. Cuando llegaron, el alma les retornó al cuerpo. Ahí, sentado sobre una roca, estaba James. Lucía cabizbajo, herido y sucio, pero seguía vivo. Nigel estaba en cuclillas frente a él.

Castiel se apartó en breve marcando rápido al celular de Nathan; no podía creer que los habían encontrado. Ahora sólo tenía que avisarles a sus hermanos.

●●●

No tenían mucho tiempo caminando, pero a cada paso, el bosque se volvía más y más tupido. Por lo menos, la lluvia no se había convertido en nada más que una cuantas gotas.

Greyson y Nathan avanzaban tomados de la mano para evitar separase, mientras el hermano mayor iluminaba el camino. Nathan tenía frío, y el aroma a carne podrida que había detectado minutos atrás, se estaba haciendo más fuerte. Eso lo tenía muy alerta.

Tal vez estaba paranoico. Tal vez no. Dio un suspiro silencioso en un intento de calmarse, sin embargo tuvo que detenerse en seco al darse cuenta que no estaba solos.

Quiso avisar a Greyson pero no pudo, así que sólo apretó su mano forzándolo a detenerse también. Comenzó a temblar, a sudar frío. Las pupilas se le dilataron y dieron lugar a una expresión de pánico total, mientras abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua.

— ¿Qué te pasa? —preguntó Greyson ante el estado del muchacho.

En lugar de recibir una respuesta de Nathan, fue el viento quien contestó, rugiendo con furia entre las ramas de los árboles. La temperatura descendió todavía más y, aquel fétido aroma, les lastimó a ambos la nariz.

—Hay... hay alguien detrás... de mí —susurró al fin Nathan. El miedo lo tenía paralizado.

Sentía que en su espalda había una enorme y peluda garra deslizándose, abriéndose paso con largas y afiladas uñas entre las fibras de la tela; acariciaba su piel. Se trataba de la misma criatura que los había perseguido; una bestia proveniente del averno, del hogar de Ana. ¿Su mascota, tal vez?

Greyson frunció el ceño, aumentando la presión sobre la mano de Nathan y comenzando a girar la cabeza hacia atrás. Se enfrentaría a esa cosa, ya que Víctor le había dicho que no tuviera miedo. No los haría fuertes.

Nathan lo detuvo con un grito ahogado.

—No mires, Greyson, por amor de Dios —susurró Nathan, creyendo que no faltaba mucho para que las lágrimas emanaran. Cerró los ojos con fuerza—. Por favor.

—No lo haré —respondió con dulzura—. Pero guarda la calma. Estoy contigo.

Greyson cerró los ojos.

El fétido olor parecía girara en torno a ellos, mezclándose con el frío y las pocas gotas de lluvia que rozaban su cabello. Aquel ser los estaba observando con atención, guardando para sí cada una de las reacciones que tenían. Sí que debió gozar el horror que le hizo sentir a Nathan.

Aunque claro, la actitud de Greyson lo enojó, mas no hizo nada al respecto.

Greyson acarició el dorso de la mano de Nathan con el pulgar, susurrándole con voz suave que todo estaría bien. Estaba ahí con él, como lo había hecho desde hacía ya tantos años atrás. Y ni Ana ni ninguna bestia, le haría daño. Nathan dejo de temblar aunque seguía asustado.

El resonar del viento moviendo las hojas de los árboles, producía una melodía escalofriante, sonora, un canto que ni las aves se atreverían a entonar.

Los oídos de Greyson percibieron una risita burlesca, junto a la respiración de Nathan volviéndose pesada. Sin embargo, él no se detuvo. La bestia rugió, arrojando algo de baba en la espalda de los dos jóvenes.

Por su parte, Nathan podía sentir ahora la horrenda respiración de aquella criatura acercándose a su cuello, casi saboreando el aroma a vulnerabilidad que despedía. Sin duda, se encontraba trepado sobre su cuerpo, ansioso de matarlo ahí mismo. Una lengua larga y rasposa se deslizó por su nuca, probando el miedo que emanaba por cada uno de sus poros.

Debió saberle amargo, ya que Nathan estaba un poco más relajado gracias a las palabras de Greyson.

—Volveré —le escuchó decirle al oído, previo a que las sensaciones se alejaran con el viento, perdiéndose en la lejanía.

—Creo que se fue —murmuró inseguro. El corazón casi saliendo de su pecho.

Nathan inhaló con fuerza armándose de valor para abrir lentamente los ojos, implorando al cielo que al hacerlo, no hubiese nadie frente a él con ojos inyectados en odio y maldad.

Dio gracias al notar que estaban solos.

Greyson también abrió los ojos al escuchar a Nathan y por fin, echó un vistazo a su espalda. La criatura se había ido, dejando en el suelo una línea de baba espumosa.

—Ahora entiendo por qué Ana escogió este lugar. Está repleto de sus amigos.

—Dudo que lo eligiera —le respondió Greyson, sin despegar a vista del rastro de baba en el piso. Había algunos gusanos sobresaliendo de ella—. Además, estoy seguro de que ella está tratando de asustarnos, quiere que huyamos.

Nathan estuvo a punto de responder cuando sintió cómo algo vibraba en el bolsillo delantero de su pantalón. Estaba recibiendo una llama y, para su sorpresa, era Castiel. Contestó de inmediato, dándose cuenta que la voz de su hermano sonaba entrecortada. Jadeaba

— ¿Estás bien? —preguntó con prisa.

—Encontramos a Nigel —le dijo sin rodeos.    

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