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Deseo de grandeza

Había pedazos de vidrio, papeles rasgados, fotografías hechas triza y, en general, un desastre esparcido por toda la habitación. Alba descargó ahí toda la furia que sintió cuando que el médico, tras haberle realizado más análisis, les explicaba a sus padres que la quimioterapia no había funcionado.

La leucemia era una enfermedad grave, que con el paso del tiempo terminaría con su vida. Lo cual, por desgracia, ocurriría en un lapso máximo de seis meses, según explicó el inepto del doctor. Alba lo odiaba con todo su ser. El maldito siempre estaba hablándole como si fuese una niña estúpida. Eso sin mencionar que su tratamiento, horrible y doloroso, no era más que un fraude descarado.

Al final, todo lo que había hecho para «sanarla», no fue más que un robo vil. Alba estaba convencida que todo eso no era más que una especie de conspiración en su contra, ya que durante las quimioterapias había entablado charlas con otros dos enfermos de leucemia, y ambos se habían curado.

Si gente tan asquerosa como esos dos leucémicos imbéciles podían salvarse, ella con mayor razón debía poder. Porque era fuerte e inteligente. ¡Merecía ser algo grande! Y si la medicina no podía salvarla, encontraría a alguien, o a algo, que lo hiciera.

El poder de internet era grande. Estaba plagado de todo tipo de información y, con un poco de conocimiento en informática, cualquiera podía meterse en las entrañas oscuras de la red, de forma segura y por tiempo suficiente para conseguir lo que buscaba. En el caso de Alba, un objeto que le permitiera comunicarse con algo poderoso de otro plano astral. Una ouija, por ejemplo.

Alba era consciente que usar ese tipo de cosas tenía variadas consecuencias, casi siempre negativas, cuando no sabían cerrar las puertas que abrían. Lo había visto cuando sus compañeros de secundaria que, ingenuos, habían jugado con una sintiéndose muy valientes.

Ese día, Alba sólo observó desde lejos a sus compañeros en el patio de una vecina, mientras éstos invocaban seres sobrenaturales en la noche. Desde luego, cuando uno de los muchachos le pidió a un ser manifestarse y las luces se apagaron, dejando el lugar repleto de gritos y susurros espectrales, los muy cobardes habían salido del lugar corriendo. Habían traído al fantasma de un hombre.

Alba pudo notar, por el color de su aura y el aroma a limón, que el ente no era maligno, sino un ser que estaba perdido. Quizá, ni siquiera sabía que estaba muerto. Tras bufar fastidiada, Alba se acercó a la ouija y se encargó de cerrar la puerta hacia aquel mundo, para que nada más pudiera entrar.

Al día siguiente, la joven regresó el objeto a su dueño, burlándose de la forma patética en que habían huido. Ninguno de los adolescentes se atrevió a enfrentarla por la intromisión.

Días más tarde, Alba pensó que regresar el objeto fue una tontería, ya que pudo haberla conservado. Después de todo, ella sí sabía usarla. Como fuese, era tarde para arrepentimientos. Siguió tecleando en la computadora, ingresando números y demás datos solicitados. Una vez que completó la compra y salió de las entrañas de internet, se dedicó a preparar el siguiente paso.

Mientras estaba sola en casa, regresó la tarjeta de crédito de su madre al lugar de donde la había sacado, para después, tomar algo más interesante. El guardapelo que su madre cuidaba con tanto recelo era una herencia familiar, y sin duda, podría servirle de mucho.

Volvió a la computadora para buscar en internet. Sabía que diferentes tipos de objetos podían servir como conductos, conexiones con el mundo de los muertos que les permitían interactuar con los vivos. Así que, mientras leía en la red sobre dicho tema, encontró el artículo de un blog abandonado que le resultó atractivo.

En dicha publicación se mencionaba a una criatura que fue dibujada por la locura y el dolor, remarcada en sus trazos por manipulación infernal. Era poderosa, hasta donde había leído. Su opción perfecta. Sin embargo, Alba era consciente de las miles de historias que flotaban en la red, así que primero debía asegurarse que fuera real.

Esa misma noche, la chica decidió llamar a la criatura. Según el artículo, el ente había sido creado a las tres con quince de la madrugada, así que llegada la hora, encendió una vela y se sentó frente al espejo de su habitación, repitiendo la palabra «Ana» una y otra vez.

Alba repitió el nombre quince veces y la vela se apagó. Después, escuchó el sonido de alguien rasguñando madera justo detrás de ella y, cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, pudo ver cómo una niña de cuencas vacías se reflejaba en el espejo frente a ella. Sonrió. Ana lo hizo también.

Los días siguieron un transcurso normal, llegando el paquete con la compra de Alba una semana después. Por la noche, a la hora maldita, Alba tomó la ouija encendió varias velas en su habitación y dio inicio.

Con las manos puestas sobre el puntero con forma de trébol, la muchacha comenzó a pronunciar el nombre de Ana, seguido de preguntas simples como « ¿Puedes oírme?» « ¿Estás aquí?» Para entablar contacto con ella. Luego de un momento, el puntero se deslizó hasta la palabra «Sí», escrita en la parte superior del tablero, respondiendo con eso a la segunda pregunta.

—He leído sobre ti. Dime ¿eres un demonio? —preguntó la chica, a lo que el puntero guiado por Ana, respondió deslizándose hasta la palabra «No».

— ¿Y qué eres?

Moviéndose letra por letra, el puntero respondió: «Una pesadilla.»

Alba frunció el ceño, confundida. Al principio sintió un aire helado erizarle los vellos de la nuca, pensando que quizá estaba yendo demasiado lejos. Entonces, el puntero volvió a moverse, esta vez sin que ella hubiese hecho alguna pregunta.

«Puedo ayudarte.» Fue lo que Alba leyó en el tablero.

Los ojos de la joven se iluminaron ante lo leído, y esas fervientes ganas que la habían hecho llegar hasta ese punto regresaron. Asintió con la cabeza sin pensárselo más, para después, hacer la pregunta que marcaría su alma.

— ¿Qué quieres a cambio?

Aguardó impaciente por la respuesta, aunque en realidad, sabía muy bien lo que el ente le pediría. No importaba, porque estaba lista para ello.

«Vida por vida.»

El cantar de los grillos enmudeció. El viento dejó de soplar. El fuego en la mecha de las velas se batió, y Alba, asintió con la cabeza.

—Hecho. Yo, Alba —pronunció la joven, bajando la cabeza e inclinándose frente a la silueta que se mostraba al otro extremo del tablero—, me proclamo como tuya. Estoy a tu servicio. Sólo te pido que a cambio, me sanes. ¿Trato?

—Sí —respondió Ana con voz herida, rasposa como quien ha gritado por horas.

Y las velas se apagaron.

El trato estaba hecho.

A la mañana siguiente, Alba, su hermanito de cuatro años y sus padres fueron a visitar a Susy. Al llegar, la madre de Alba conversó un rato con Susy, sollozando en algunas ocasiones. La mujer le había explicado la situación de Alba, lo que le partía el corazón. Alba podía ser grosera y egocéntrica, pero seguía siendo su hija y ella la adoraba con todo el corazón.

Susy no supo qué decirle, en cambio, abrazó a su tía con cariño, aprovechando la posición para mirar hacia Alba. La chica lucía pálida y débil, pero sonreía como si disfrutara de la escena. Era claro que estaba ocultando algo.

Susy les pidió a sus tíos un momento a solas con Alba para charlar, a lo que ellos accedieron sin problemas. Podían considerar que Susy estaba loca, hablando siempre de seres sobrenaturales y sus peligros, pero mientras estaba bajo medicación, seguía siendo una persona sabia.

Cuando Alba se sentó frente a ella y sus tíos se fueron con el pequeño Ethan, Susy percibió algo que encendió todas sus luces de alerta, advirtiendo la tragedia que estaba avecinándose.

—Hueles a carbón —le dijo, susurrando con tranquilidad—. ¿Qué hiciste?

—Encontré una forma de curarme —respondió Alba con una sonrisa torcida, demencial.

Susy desvió la mirada incrédula, moviendo la cabeza de un lado a otro mientras pensaba en lo equivocada que estaba su prima. No estaba segura de lo que ocurría con ella, pero podía asegurar, que no era bueno.

El olor a carbón era muy característico de las almas que adoraban al amo del averno, que se ponían a su servicio, o cometían atrocidades bajo la influencia que tenía en ellos. Si el alma de Alba despedía ese aroma, sólo significaba una cosa.

—Por Dios, Alba ¿qué fue lo que hiciste?

—Utilice algo, ya sabes, una tablita que me ayudó a traer a alguien que me cure. Un ser que pueda hacer lo que Dios no pudo —dijo Alba con rabia, cruzándose de brazos al terminar la oración.

Susy la miró directo a los ojos, aterrada de lo que acababa de escuchar. Cerró los ojos y se llevó ambas manos a la cabeza, tratando de hacerle ver a Alba lo equivocada que estaba.

Por su parte, Alba sólo escuchaba a Susy hablar, y hablar, y hablar. Sólo decía tonterías, desde luego. Se creía una persona culta, sabía y encantadora, pero en realidad no era más que una loca. Siempre hablaba cursilerías sobre su hermano muerto, que por fortuna, ella no había conocido. Todos decían que fue un buen muchacho, Susy lo adoraba incluso después de su fallecimiento. No entendía qué podía tener de bueno, pero amar a un muerto le parecía ridículo.

Un muerto no puede sentir. Un muerto no puede amar. Un muerto, ni siquiera tiene consciencia de quien es o lo que fue, al menos, hasta donde ella había logrado ver. ¿Por qué perder tiempo y energía en alguien que no sabía ni quién era?

Alba rodó los ojos y bufó con fastidio ante la tormenta de palabras cursis que Susy le decía, explicando una historia que Víctor le había contado y pidiéndole que se retractara. Le dijo que pensara las cosas antes de meterse en problemas mayores. Alba golpeó la mesa con las palmas para hacer que Susy guardara silencio, luego de escuchar que estaba cavando su propia tumba.

— ¿Qué puedes saber tú? —habló molesta Alba, empujándose un poco hacia adelante—. Sólo estoy tratando de salvarme.

—Estás cayendo en una trampa, Alba. Estoy segura que ese demonio no te «salvará» de buena fe. Sé cómo funciona esto, vas a arrastrar a inocentes porque no puedes aceptar que todos morimos en algún momento.

Al decirlo, Susy no pudo evitar que su mente retrocediera quince años, hacia el nacimiento de Ana. La criatura había sido tristemente creada bajo ese mismo pensamiento. Entonces, Alba tronó la boca luego de morderse el labio inferior.

—Eso no te consta ¡No quieras hacerte la que sabe todo! —le gritó Alba.

Susy inhaló profundo tratando de guardar la calma. Gritar no le daría más autoridad y, siendo Alba una adolescente recalcitrante, tenía que planear la forma de hacerla entender que estaba equivocada. Pero Susy no podía cambiar la opinión de Alba tan sólo así, de modo que pensó que la mejor forma de hacerla entrar en razón, sería planteando el escenario y dejar que eligiera.

Si a pesar de todo, Alba continuaba cegada por el odio, no habría nada más que ella pudiera hacer.

—Está bien, finjamos que esto sólo te involucra a ti —comentó Susy, apoyando los codos sobre la mesa y cruzando los dedos— ¿Has pensado en lo que pasará después con tu alma si ese trato se concreta? Sabes cómo es el más allá, lo has visto. —Alba tembló de rabia. Susy continuó—. Alba, morirás en algún momento lo quieras o no. Y cuando eso pase, tendrás que rendir cuentas.

—No me importa lo que pase después. Voy a vivir lo suficiente para dejar mi huella en este mundo.

—Puedes dejarla haciendo algo bueno. Dios tenía algo grande planeado para ti.

— ¿¡Cómo qué!? De ser por mis padres y el estúpido doctor, yo nunca podría tener una familia ni graduarme de la universidad. ¡Tengo mucho potencial para vivir pero no, moriré joven porque es mi destino! —Alba se puso de pie resoplando furiosa—. ¿¡Eso es lo que tu Dios quiere para mí!?

Susy suspiró resignada. Meneó la cabeza mientras se acariciaba un mechón de cabello.

— ¿Qué tengo que hacer para que lo entiendas? Esto no será gratuito, Alba, sé que vas a terminar pagando por esto, o peor aún, que habrá inocentes involucrados, pero eres tan narcisista que no te importa a quien dañes con tal de salvarte. —Alba empuñó las manos, respirando cada vez con mayor agitación ante las palabras de Susy—. Odio decirlo, pero nada va a salvarte, linda. El demonio te miente para que hagas lo que él no puede, y estás cayendo. Es una condena.

— ¡No es así! —bramó Alba fuera de sus cavales, llamando la atención de varios enfermeros, pacientes y visitantes—. ¡No moriré sólo porque te sientes amenazada por mí!

—Espera ¿qué? ¿Cree que yo...?

— ¡Tú no eres nadie para condenarme, maldita loca!

—Alba reacciona. Esto no tiene nada que ver conmigo. Te irás porque Dios no les da alas a los alacranes. Te dio un don maravilloso y ve lo que haces con él. No vas a esparcir tu veneno en este mundo.

—Pues eso está por verse —murmuró Alba, la voz de temblaba de furia—. Te arrepentirás de condenarme, primita —Susy sintió un escalofrío recorrerle. Alba había comenzado a oler a azufre. A infierno. A demonio—. Haremos que te tragues tus palabras. Y cuando eso suceda, volverás a saber de mí.

Alba golpeó la mesa con el puño antes de darse la vuelta y alejarse del lugar. Susy sólo la miró marcharse, sintiendo pena por su prima.

Era claro que pagaría las consecuencias tarde o temprano, pero también estaba segura, que ella no sería la única involucrada. Debía detenerla antes de que ocurriera una tragedia. Se levantó de la mesa tan rápido como pudo, saliendo de la sala en busca de Ale, su psiquiatra a cargo. El proceso para darla de alta se estaba tardando demasiado, así que trataría de hacer que Ale acelerara el proceso.

Una semana más tarde, mientras esperaba la aceptación de la hoja de alta, Susy recibió una noticia terrible. Su tía Karen, su tío Víctor y el pequeño Ethan, habían muerto en un accidente de auto mientras circulaban por la calle que conectaba el parque con el lago y el bosque.

Hasta el momento, nadie pudo explicarle a Susy porqué sus tíos conducían a una velocidad tan alta por dicha calle, pero ella tenía una teoría. Todos estaban muertos menos Alba, que convenientemente, no había estado en el carro.

Ese día, Susy supo lo que tenía que hacer. Si no firmaban su hoja de alta en dos días, se escaparía. No hubo firma. Ella buscó la forma de salir.

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