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Condena eterna

Alba había salido del edificio hecha una furia. Ahora no podría darle el guardapelo a Susy bajo ningún contexto, ya que sospecharía de sus intenciones. Era hábil, sin duda, lo suficiente como para hacerla ver su suerte. Alba pensó que si no podría utilizar a Susy como chivo expiatorio, debía encontrar a alguien más, alguien que no dudara de ella.

Karen y Víctor vieron salir a Alba de pronto del edificio, así que tomaron a Ethan de la mano y la siguieron al estacionamiento. Los cuatro subieron al auto para volver a casa.

Durante todo el trayecto, Alba guardó silencio, mirando siempre a través de la ventana. Meditaba, aunque no lo quisiera admitir, sobre las palabras de Susy. Se había involucrado en algo muy serio, invocando demonios para prolongar algo que no podía evitarse. ¿Y qué ocurriría después? Cuando la muerte apareciera frente a su rostro, reclamándole por haberla desafiado, ¿qué le diría?

«Tengo muchos deseos de vivir, así que hice lo que debía», pensó.

Escuchó a la muerte reírse dentro de su cabeza, susurrándole que, a pesar del patético esfuerzo, las cosas no habían cambiado. «Eres una idiota», le dijo la muerte antes de volver a reírse. «Disfrutaré mucho llevándote a casa, aunque tú, querida, no lo disfrutarás igual».

—Alba, cielo —interrumpió de pronto su madre, calmando de momento los pensamientos.

—Dime —respondió Alba sin quitar la vista de la ventana, tratando de disimular el nerviosismo.

—Estás temblando, ¿te duele los huesos?

Entonces Alba se dio cuenta que no, a diferencia de otros días, no sentía ni el más mínimo dolor. Tampoco le sangraba la nariz ni tenía escalofríos.

—No —respondió a secas, antes de acurrucarse contra la ventana—. Sólo tengo un poco de frío.

—Mi chaqueta está atrás, corazón —le dijo su padre, mirándola con ternura por el espejo retrovisor.

Alba bajó la cabeza un instante, antes de girarse para tomar la chaqueta de la tapa trasera del auto. Cuando lo hizo y se acurrucó con ella, miró hacia sus padres, que charlaban entre ellos de quién sabe qué.

Karen a veces era una mujer estricta, siempre exigiéndole modales y buenas calificaciones en la secundaria, mientras que Víctor era un hombre tranquilo, que por lo regular apoyaba las decisiones de su esposa. Ambos le exigían mucho, la vigilaban y, de vez en cuando, la castigaban por llegar tarde a casa, pero ninguno era una mala persona.

Contrario a ellos, Alba siempre estaba siendo grosera, insultando a quien fuese menos listo que ella. Empuñó las manos bajo la chaqueta y sus ojos se humedecieron.

Tenía unos buenos padres, una hermanito dulce y tierno que gustaba de estar con ella, y también tenía dinero. No eran millonarios, pero nada les faltaba. Entonces ¿por qué se sentía tan miserable? ¿Por qué estaba tan llena de odio? Cerró los ojos, maldiciendo en silencio su sentir.

No supo en qué momento se quedó dormida, pero acababa de despertar en su habitación. Supuso que su padre la había cargado en brazos hasta ahí para no despertarla. Se sentó sobre la cama, giró la cabeza hacia el buró donde había escondido el guardapelo de su madre, y se quedó mirándolo en silencio. Sentía que la mente se le quedaba en blanco, olvidando todo aquello que había pensado de camino allí.

Con el rostro inexpresivo y un movimiento tranquilo de la mano, tomó el guardapelo y después se asomó por la puerta de la habitación.

Karen, Víctor e Ethan estaban en la sala, jugando con los muñecos del niño. Alba los miró desde la puerta, siguiendo cada movimiento que realizaban como si estuviesen en cámara lenta. De la mano de Alba colgaba el guardapelo. La chica se dio la media vuelta y regresó a la habitación sin pronunciar palabra alguna.

Cerca de las nueve de la noche, Karen llamó a Alba para que cenara con ellos, a lo que la joven sólo respondió que no tenía hambre. Cuando Karen trató de persuadirla de salir, Alba le gritó que se largara, ya que deseaba estar sola. Tras suspirar resignada, la mujer se alejó de la puerta.

Durante la madrugada, Alba salió de la habitación y se dirigió al cuarto de Ethan, que estaba ubicado junto a la recamara de sus padres. Por precaución, Karen mantenía siempre abierta la puerta de Ethan, de modo que si escuchaban cualquier cosa anormal a través del monitor para bebé, pudieran atender deprisa.

Alba se acercó a la cama-cuna de Ethan sin hacer ruido. El niño dormía pacíficamente, apretando de vez en cuando la manita del oso de peluche que reposaba a su lado. Los barrotes que rodeaban la cama lo protegían de una caída que pudiera lastimarlo, pero no de las personas que tenían el mismo fin.

La cabecita del pequeño recibió las caricias de la mano de Alba, para después sonreír, todavía dormido, cuando la joven besó su frente. Alba se levantó despacio, acercando ambas manos al cuerpo de Ethan para abrigarlo bien con la cobija. Luego, salió de la habitación. Ahora sólo restaba esperar.

Por la mañana, Alba escuchó cómo su madre trataba de despertar a Ethan. El niño no había abierto los ojos todavía, aunque siempre lo hacía apenas salía el sol. Alba sonrió.

Tras varios llamados de la mujer para despertar al niño, éste al fin abrió los ojos, tallándoselos con las manitas en un gesto agotado. Karen sintió alivio.

Para la familia, era una costumbre que Víctor preparara el desayuno mientras Karen duchaba a Ethan. Al hacerlo, la mujer descubrió que el guardapelo de su familia colgaba del cuello del niño, lo que capturó su total atención.

A Ethan siempre le había gustado mucho ese objeto por ser brillante y bonito, pero era obvio que él no lo había tomado por su propia cuenta, ya que Karen solía guardarlo en la parte alta del armario. Sin embargo, cuando Karen le preguntó a Alba porqué Ethan lo tenía, la chica se excusó diciendo que él se lo había pedido. Ethan sólo desvió la mirada distraído al escuchar aquello, cosa que Karen interpretó como una declaración de complicidad.

Un aire de ternura doblegó a la mujer, accediendo a dejarle el guardapelo al niño. Después de todo, creyó que no ocurriría nada malo. Al regresar del preescolar, Ethan tomó una siesta como todos días. El resto del día corrió por todo el patio y brincó en el sillón, añorando que su hermana volviera de la escuela para jugar con ella.

El niño estuvo feliz hasta que fue hora de irse a acostar. Durante la madrugada, los ojos de Ethan se abrieron, mirando hacia la nada por horas con pupilas dilatadas. El olor a carne podrida se hizo presente, aunque esa noche nadie lo notó.

Los días transcurrieron sin prisa, con Alba sólo observando todo a distancia. Cada instante que pasaba, el comportamiento de Ethan se iba transformando de manera abrupta. De ser un niño alegre, sensible y energético, se había convertido en uno callado, reservado e inexpresivo.

Karen y Víctor estaban más y más preocupados por el repentino cambio de su hijo, así que decidieron llevarlo con un pediatra. Temían que pudiera tratarse de una enfermedad grave.

El doctor no encontró nada de riesgo en el niño, comentándoles que tan sólo estaba agotado. Quizá, aún no lograba acostumbrarse del todo al horario del preescolar. Karen no estaba convencida de aquello, pero al no tener pruebas de lo contrario, no pudo discutir.

Al día siguiente, Ethan comenzó a padecer de insomnio. No importaba que tanto fuese arrullado por Karen o Víctor, no conseguía dormir bien. Sus ojos comenzaron a tomar una coloración rojiza por la falta de sueño y, cada vez, el niño estaba más irritable. La desesperación lo hacía llorar sin detenerse. Y por las noches, un monstruo se asomaba bajo su cama, siguiéndolo con ojos vacíos fuera a donde fuera, incluso, cuando había estado durmiendo en la cama con sus padres.

Karen, harta de semejante situación, convenció a Víctor de llevar a Ethan con otro médico, uno que le realizara estudios de sangre, radiografías o lo que fuese necesario para averiguar lo que estaba ocurriéndole. Ella podía asegurar que algo estaba muy mal con él, así que llegaría al fondo.

Había transcurrido una semana desde la última visita a Susy, y tres días desde que Ethan tenía problemas para dormir. Karen y Víctor habían agotado sus recursos para arrullar al pobre niño, consiguiendo que sólo durmiera cinco horas por día. Así que, decididos a encontrar la raíz del problema, subieron a Ethan al auto y partieron en busca de un buen pediatra.

Alba dijo que estaba cansada, los huesos le dolían y además, se sentía un poco mareada, así que convenció a su padre para quedarse en casa.

Víctor, Karen e Ethan subieron al auto. Un hermoso Tsuru rojo.

Durante el trayecto, Ethan comenzó a arder en fiebre, bufando sin control cada vez que se adentraban más en la ciudad. Habían llegado al parque cuando la espalda del niño se dobló hacia atrás, tocando con la coronilla de su cabeza el respaldo del asiento trasero, donde iba sentado.

Karen se giró para tratar de llegar a él, comenzando a gritar cuando lo vio convulsionarse. El cinturón de seguridad que sujetaba el cuerpo del pequeño se partió en pedazos, dejándolo caer contra el asiento. Le salía espuma de la boca.

Víctor intentó orillarse para atender al niño, sin embargo, los frenos no respondieron. Desesperado, el hombre trató de frenar con el motor, pero en lugar de detenerse, la velocidad se disparó. El auto cruzó sin precaución la avenida, circulando por la calle que conectaba el parque, con el bosque y el lago.

Karen, casi histérica, se quitó el cinturón de seguridad, arrojándose hacia la parte trasera del auto para estar con su bebé. Al hacerlo, una risa siniestra emergió del pequeño, cuyos ojos se habían vuelto negros, con un líquido café de olor putrefacto brotando de ellos. El niño se relamió los labios de forma grotesca antes de susurrar:

—Hora de dormir.

Otro auto negro circulaba por la misma calle y, aunque él sí consiguió frenar, no pudo apartarse del camino. La colisión fue inevitable. El auto rojo explotó como consecuencia de tan voraz impacto.

Entre las llamas, gozando de la forma tan vil en que Alba había entregado sin problemas a tres de sus familiares, el rostro de Ana se manifestó. Fue entonces a alguien capturó su atención. Se trataba de un jovencito de quince años que presenciaba el horrible suceso, junto a sus tres hermanos. Sin duda, él no era un muchacho cualquiera, sino de uno que podía ver más allá del ser demoniaco en que se había convertido.

Había luz naciendo del cuerpo del chico, junto a una calidez tan profunda, tan pura, que la esencia de Jenny que todavía dormía en Ana, despertó. Jenny quería comunicarse con él. El demonio quería destruirlo.

●●●

Ese mismo día, aunque se encontraba a una gran distancia del lugar donde su familia murió, pudo sentir cada segundo de la agonía que los atormentó. Se había levantado del sillón de la sala al percibirlo y, luego de correr para verse en el espejo, notó cómo su aura se volvía de un gris tan intenso, que casi lucía negra.

Estaba hecho. Había entregado su alma al diablo. Creyó que debería estar muy asustada al entenderlo, sin embargo, no fue capaz de sentir nada.

Continuó mirándose al espejo por un momento más, con rostro inexpresivo y mirada perdida. Comenzó a sangrarle la nariz. Separándose del lavamanos, se dio la vuelta para salir del cuarto, caminando sin prisa hasta el sótano, donde se encerró por horas.

Pasó la noche sentada en el oscuro sótano de la casa, apoyando la cabeza en las rodillas, protegiéndose de las sombras que le danzaban en la cabeza. Cerca de la media noche, un rayo de razón la iluminó, trayendo a su mente la barbaridad que había cometido. Comenzó a temblar, pero no sentía frío. Le dolió la cabeza. Le dolieron los huesos. Le dolió el espíritu. Y sin darse cuenta, se quedó dormida.

—No finjas que te duele, porque ni tú misma lo crees —escuchó a una voz juvenil decirle entre la oscuridad, aunque no pudo identificar de dónde venía.

La joven prefirió ignorar aquella voz, volviendo a recargarse la cabeza en las rodillas, tragándose el deseo de llorar. No estaba de humor para lidiar con fantasmas que se sentían con el derecho de meterse en los problemas de los vivos. Ellos no eran nadie para juzgarla.

—Lo único que te lastima, es no saber qué hacer ahora —volvió a decirle la voz, y ésta vez, Alba se dio cuenta que provenía justo de su lado derecho—. Te asusta no poder cuidarte sola, ¿no es así?

Molesta, alzó la cabeza despacio con un gesto de despecho, bufando. Giró la cabeza hacia la derecha, alcanzando a distinguir un rostro entre la penumbra. Se trataba de un muchacho de cabello castaño. La miraba con atención, como si la conociera de toda la vida, como si tuviera derecho de hablarle de aquella manera.

— ¡Cállate! —bramó Alba—. ¡No eres nadie! ¡No sabes lo que es sufrir!

—Tú tampoco, Alba —respondió el muchacho, mirando con seriedad a la chica—. Sólo quieres un motivo para ocultar que estás podrida por dentro. Finges que sufres cuando estás a solas para justificarte a ti misma, porque odias que los demás puedan amar y tu no. Pero odias más, saber que eso te hizo un monstruo.

— ¡Cállate, maldita sea! —volvió a gritar Alba cubriéndose los oídos, pero la voz del joven resonaba en lo más profundo de sus tímpanos.

—Disculpa que te lo diga, pero siento lástima por ti.

Alba se levantó del suelo vibrando de rabia tras escuchar aquello. Se acercó a un jarrón cercano y lo lanzó con toda su fuerza contra el espíritu que había permanecido sentado a su lado, aunque que éste ya se había marchado. Lágrimas de furia se formaron en los ojos de Alba, quien respiraba agitada con la vista puesta sobre el lugar donde había estado sentada.

La voz de aquel muchacho hacía eco en su cabeza, repitiendo que era un monstruo. Que sentía lástima por ella. Lo maldijo cientos de veces, abriendo y cerrando las manos de forma convulsiva. Cerró los ojos tratando de calmarse. Las palabras de un maldito fantasma no debían alterarla. No debían.

No debían...

Ana se manifestó frente a ella varias horas más tarde. Ethan la seguía de cerca, con el traje calcinado de marinerito que vestía ese día. El rostro del niño estaba tan golpeado y ensangrentado, que incluso lucía deforme. Ahora, era su esclavo.

Alba ignoró por completo a su hermano menor, y la tristeza que brotaba de él.

En ese mismo instante, Ana expresó su interés por aquel muchacho que había presenciado el accidente, y desde luego, requería de la ayuda de Alba.

Al principio la chica no respondió a la propuesta de la criatura, sin embargo, al darse cuenta que el dolor de huesos y cabeza se había ido gracias a ella, accedió. Su trato había sido cumplido ya, así que los resultados se estaban manifestando. Decidió que le convenía estar del lado de Ana porque era poderosa.

Cuando Ana se fue, entregándole a Alba el guardapelo que Ethan portaba en el cuello, Alba entendió que esa sería la forma perfecta para que Ana se apoderara del muchacho. Sólo tenía que encontrar una forma de dárselo.

Alba siempre había sido adulada por ser en extremo bonita, así que, como lo había hecho en otras ocasiones, usaría eso a favor. Después le daría al chico el guardapelo para que Ana hiciera el resto. Pero antes, debía buscar una forma casual de toparse con él.

La primera semana desde la muerte de Karen y Víctor, Ana le había dicho que uno de los hermanos de, quien ahora sabía se llamaba Nigel, era fanático del terror. Alba descubrió que estaba por realizarse una exposición de terror en el Museo de la ciudad, lo que la hizo suponer que ellos visitarían el lugar. Si Nigel no se presentaba, Alba se acercaría a Castiel hasta que pudiera llevarla hacia él.

La joven se escabulló en el Museo, robó uno de los uniformes, y sembró en la exposición algo que llamara la atención de los hermanos el tiempo suficiente para hablarle a Nigel, sin parecer sospechosa. Fue obvio, gracias a la reacción del chico, que ella había resultado de su agrado. Se sintió complacida.

Alba había dado por un hecho que las cosas estaban saliendo de acuerdo a su plan, sin embargo, por alguna extraña razón, fue un joven de cabello rubio quien terminó por encontrar el guardapelo.

Frustrada, Alba observó a la distancia como Nigel se escapaba de las garras de Ana, aunque también pensó, que no sería por mucho tiempo. Ana lo quería a él, así que sin duda, haría lo que fuese con tal de tenerlo. Y ella, desde luego, iba a ayudarla.

●●●

Greyson, luego de permanecer horas en el quirófano, había salido de cirugía, aunque permanecía dormido. El doctor les comentó que se encontraba estable, aunque agotado por el dolor de las heridas que sufrió. Según les dijo, despertaría en un par de horas.

Nathan y Nigel fueron los primeros en entrar a la habitación de Greyson, ansiosos por ver el estado de su hermano mayor. Dormía tan plácidamente, que todo lo ocurrido en el interior del bosque parecía una especie de sueño lejano; una pesadilla que sólo permanecía en lo más profundo de su mente.

Por desgracia, todo había sido real. Lo sabían muy bien, por más que desearan ignorarlo.

Nigel caminó despacio hasta el durmiente Greyson, sentándose en la silla que reposaba al lado de la cama, acomodando la cabeza en el pecho de su hermano.

Necesitaba oír los latidos de su corazón.

Necesitaba sentir su respiración.

Necesitaba saber que ese hombre, que lo había amado más que cualquier otro ser en este mundo, seguía ahí, dispuesto a reñirlo cuando hiciera lo incorrecto, o a darle un fuerte abrazo cuando estuviera triste. Que seguiría ahí para pedir que le cantara a él, y sólo a él.

Nigel cerró los ojos. Quería llenarse del ritmo constante del corazón de Greyson, cuando el sonido de pasos al entrar en la habitación, lo hizo abrirlos. Susy se había detenido en el umbral de la puerta, con una expresión de horror dibujada en el rostro. Nigel la miró separar los labios en un intento por decir algo, aunque terminó por apretarlos, incapaz de hablar con claridad.

Algo andaba mal. Terriblemente mal. En un acto reflejo, Nigel se abrazó del cuerpo de Greyson tan fuerte como le fue posible, concentrándose en no escuchar nada que no fueran sus latidos.

—Dios mío —susurró por fin Susy antes de salir corriendo de la habitación.

Hans, al notar la extraña reacción de la joven, corrió tras ella, deteniéndola unos metros más adelante. Susy estaba temblando, tenía la voz ahogada y un nudo enorme en la garganta. A Hans se le erizaron los vellos de la nuca.

— ¿Qué sucede? —le preguntó el hombre en voz baja, aterrado de la respuesta que podía recibir.

Una fuerte punzada estaba atravesándole el pecho como un mal presentimiento. La última vez que tuvo ese amargo sentir, fue cuando Víctor habló con él para despedirse antes del incendio. Pávido, vio la forma desesperada en que Susy se mordía el dedo índice tratando de no llorar, y entendió lo que vendría después.

Susy se abrazó de Hans comenzando a sollozar, mientras él le acariciaba la cabeza, nervioso. Finalmente, Susy tomó aire para susurrar:

—Greyson huele a canela.

Un enorme abismo se abrió en su pecho.

El pasado estaba por repetirse.    

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