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Su día había comenzado de manera tranquila, había preparado el desayuno para su abuelo, hijo y esposo, había dedicado la mañana a limpiar y lavar ropa, en ir al pequeño mercado del pueblo, para cuando regresó al hogar de su abuelo todo cambió repentinamente cuando Zenitsu sintió el inicio de su trabajo de parto con solo unas semanas de anticipación, experimentó un dolor intenso e inesperado que lo tomó por sorpresa. Este dolor desencadenó en él una oleada de nerviosismo y miedo. Gyutaro acudió a su lado de inmediato, mostrando una preocupación sincera que suavizaba su habitual expresión severa.

Zenitsu estaba asustado. Las contracciones eran mucho más intensas de lo que había imaginado, y la idea de que su bebé llegara antes de lo previsto lo llenaba de ansiedad. Sin embargo, su alfa no se separó de su lado. El alfa, conocido por su apariencia temible y su personalidad fuerte, era otra persona completamente cuando se trataba de su omega.

"Zenitsu, mírame," dijo Gyutaro, sosteniéndole la mano con firmeza pero con delicadeza, asegurándose de que su toque no fuera demasiado fuerte. "Estoy aquí. No estás solo en esto. Vamos a pasar por esto juntos."

A pesar del dolor, las palabras de Gyutaro lograron calmar a Zenitsu un poco. El rubio sabía que Gyutaro era su roca, su apoyo inquebrantable. Aunque el alfa no podía tomar su dolor, su presencia lo hacía sentir seguro. Gyutaro, normalmente duro y feroz, ahora estaba completamente dedicado a Zenitsu, sin perder ni un solo detalle de lo que necesitaba.

Durante cada contracción, Gyutaro se mantuvo a su lado, susurrándole palabras de aliento, acariciando su cabello sudado y asegurándose de que Zenitsu supiera que él estaba allí, sosteniéndolo a través de cada ola de dolor. "Respira conmigo, Zenitsu. Lo estás haciendo bien. Ya casi lo logramos."

El trabajo de parto fue largo y agotador, pero Gyutaro nunca mostró signos de debilidad. No comió, no durmió; su única preocupación era Zenitsu y el bebé que estaba por llegar. Cuando los gritos de Zenitsu se hicieron más fuertes, Gyutaro apretó su mano con más firmeza, transmitiéndole su fuerza. El dolor era insoportable para Zenitsu, pero en cada momento en que pensaba que no podría más, la presencia de Gyutaro lo mantenía en pie, lo hacía seguir adelante.

Finalmente, después de horas interminables de esfuerzo, los llantos del bebé resonaron en la habitación, un sonido que llenó de alivio y alegría el corazón de ambos. Gyutaro, con los ojos llenos de lágrimas que nunca habría mostrado ante nadie más que Zenitsu, se inclinó sobre él, besando suavemente su frente.

"Lo hiciste, Zenitsu. Estoy tan orgulloso de ti," susurró, su voz ronca por la emoción. Zenitsu, exhausto y débil, apenas pudo responder, pero su sonrisa temblorosa lo decía todo.

Mientras los médicos se ocupaban del bebé, Gyutaro no se separó ni un segundo de Zenitsu. Lo limpió, lo sostuvo, y le ofreció todo el consuelo que pudo, prometiéndose a sí mismo que siempre estaría allí para él y para su hija, sin importar lo que el futuro les deparara.

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