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9. Cuadros.

«Yo también te quiero»

Aragorn estaba sólo en la habitación de Legolas. Ya había caído la noche, y una vela alumbraba el cuarto con una llama pálida. Todo parecía celestial, como sacado de un cuento de hadas. Legolas se había marchado hace no más de diez minutos, y Aragorn aprovechó para echar un mejor vistazo a todo. Estaba confundido; durante semanas había perdido todo contacto con Legolas; luego, éste le dice que siente cosas por él, pero cuando estaban por hacer el amor, se arrepintió y se marchó sin decir más. De todas formas, Aragorn había notado que el elfo no estaba seguro de lo que hacía desde el momento en que forcejeó para salir de los brazos del montaraz y éste no lo permitió. Se sintió como un monstruo.

Decidió que saldría, pues pensar que Eujean podría entrar en cualquier momento no le generaba la mejor de las sensaciones. Recordó que no podía estar allí, pues era el único sector prohibido de todo el reino, y Legolas ya no estaba con él para vigilar los pasillos y dirigir sus movimientos. Entornó lentamente la puerta, y para su suerte, no hizo el típico ruido de una puerta de madera, como un chirrido o un crujido. Recordaba el pasillo, pues era el que tenía los cuadros de Legolas. «No te detengas, no te detengas» intentó convencerse de manera inútil. En todos los cuadros, el rey Thranduil estaba sentado en su trono. Legolas yacía en su regazo o a su lado, dependiendo de la edad. Pensó en los cuadros de los que Grindell le había comentado, intentaba averiguar en su cabeza por qué el rey los desecharía.

De pronto, una corazonada de valentía palpitó en todo su cuerpo. Claro, en una punta del pasillo estaba la pequeña puerta de madera oscura que llevaba a la habitación de Legolas; lo que llevaba mirando sin darse cuenta del por qué hace ya un par de minutos era la puerta del otro extremo del pasillo. Una puerta de madera de un color más rojizo, de un tamaño mucho mayor al de todas las demás puertas del reino -exceptuando la puerta de la entrada, por su puesto-. Nadie pasaba por los pasillos, parecía que el rey no estaba en el castillo, y Legolas había ido a ver a los prisioneros. Probablemente la puerta estaría cerrada, pero a nadie mataba una pequeña inspección. Se acercó en puntas de pie a la gran puerta y tomó la gran manija de oro. Dudó unos segundos, pero finalmente la giró. La puerta se abrió, casi sin esfuerzo alguno, y Aragorn se sobresaltó creyendo que alguien estaba del otro lado abriéndola por él. Sin embargo, no había nadie. Se tomó el atrevimiento de pasar y cerró la puerta detrás de sí.

Las velas del cuarto comenzaron a brillar de un intenso color cálido, y vio que en el centro de la habitación había una gran cama, para más de una persona. Nunca se había preguntado si el rey tenía una reina, pero un gran cuadro sobre el respaldo, enmarcado con delgadas ramas ramas, contestaba a su duda. Eran el rey y una elfa de cabellos largos y rubios. Entre ambos, había un bebé; probablemente Legolas, de lacio y rubio cabello y una manta color blanco crudo, con inscripciones doradas en sus extremos. El cuarto del rey era impresionante, tan grande como el salón del trono. Había muebles que hacían juego con todo el color del lugar, de una madera rojiza, y por doquier había plantas de verdes y anaranjadas hojas y ramas sobresalidas. Giró sobre sus talones para vislumbrar la pared que yacía a sus espaldas, la pared de la puerta, que era casi tan alta como tres elfos parados uno en los hombros del otro. Ahí estaban, muchísimos cuadros que no se parecían en lo absoluto a los que se mostraban en los pasillos. Los había encontrado, y una sonrisa victoriosa se iluminó en su rostro.

El primero que llamó su atención fue el de la punta izquierda. Parecía intentar ser como los cuadros originales, pero sentado en el regazo de Thranduil, Legolas tenía parte del largo cabello de su padre dentro de su boca. Era una imagen realmente graciosa, ya que a juzgar por la expresión seria del rey, éste no lo notaba. «Vaya sorpresa se llevó al ver la obra terminada» Aragorn sonrió.

No pudo evitar sonreír al ver el cuadro de al lado, donde un pequeño elfing rubio de ojos muy grandes empuñaba una espada que medía el doble de su tamaño.

Avanzando hacia la derecha, parecía que el niño de los primeros cuadros crecía en una linea cronológica. En el siguiente, se mostraba un oscuro bosque con una brillante luz en las ramas de un árbol, pero si se miraba con atención, esa luz era en realidad cabello de un niño de no más de once años humanos, cuyo pelo brillaba de tal manera que iluminaba todas las ramas a su alrededor, y mostraba posadas en las hojas unas pequeñas mariposas azules. Ese era su cuadro favorito en todo el salón.

En el cuadro junto a aquel, se podía apreciar un gran reno de cuernos gigantes con un rey de expresión severa montado en su lomo... Y en una de las patas del reno se hallaba abrazado de con brazos y piernas un niño. Sin embargo, éste era diferente. No tenía el típico peinado de Legolas, que parece que lo usa desde hace muchos años: una media cola que terminaba en una trenza muy fina, dejando caer el resto de su cabello como una cascada de oro, exceptuando pequeñas trenzas que salían desde arriba de sus picudas orejas. Este niño tenía el cabello suelto, igual de lacio, pero encimado en sus hombros. Se preguntaba si alguna vez vería a su príncipe llevar el cabello de esa forma. Nunca había dormido con él en un mismo cuarto, pero estaba seguro de que si eso fuera posible, entonces tendría la oportunidad de verlo así mucho más seguido.

Casi sin pensarlo, volvió al cuadro de las mariposas. Parece que todo el bosque se llenaba de ellas, aunque no se mostraran a simple vista. Miraba cada detalle de la pintura, y las mariposas le traían un precioso recuerdo. Quería saber mucho sobre Legolas, sobre todos sus años de vida. Conocer cada una de sus personalidades, buscar momentos que puedan pintarse en cuadros...

Algo cambió en el ambiente, no estaba sólo en la habitación. Las llamas de las velas temblaron ante otra presencia. Todo su cuerpo se tensó, y no movió ni un músculo. Hasta dejó de respirar por un momento. Recordó dónde estaba, y de pronto sintió que todo se venía abajo. Si la persona detrás de él no era Legolas, tendría serios problemas y muchas cosas que explicar.

—Creí haberte dejado bien claro que no podías visitar esta ala del palacio. —«Por Morgoth» maldijo. Aragorn volteó lentamente con el corazón en la garganta. El rey estaba ahí, con una severa expresión y gran majestuosidad. Estaba acabado.

—Lo siento. —no tuvo más qué decir. Sin embargo, el rey no mostró ira.

—Creí haberte advertido que entrar por estos lares estaba prohibido. Y sin embargo, aquí estás. En mi habitación. —silenció sus palabras mientras observaba al montaraz de arriba a abajo. —Es extraño. —continuó el rey, ahora caminando lentamente por su habitación, posando los ojos en la pared, en las pinturas. —Este interés que posees por mi hijo, me gustaría saber cómo lo describes. ¿Qué es lo que sientes? —el montaraz sintió arder sus mejillas, y una gran bola de nervios comenzó a hacerse notar en la boca de su estómago. «¿Qué se supone que deba contestar? ». —¿Un gato salvaje te comió la lengua? —murmuró molesto el rey ante el silencio de su huésped. «¡Y vaya que sí me comió la lengua!» Aragorn esbozó una pequeña sonrisa por aquél pensamiento, y el rey no tardó en notarla. —Largo de aquí.

El montaraz obedeció rápidamente, agradeciendo. Apuró el paso hacia la salida, y cuando encontró el camino de vuelta a los cuartos de huéspedes, soltó un suspiro de alivio. Sin embargo, algo extraño sucedió. Legolas estaba en su cuarto, mirando fijamente hacia la esquina de la habitación, donde por un momento pareció haber un pequeño hombre, de apenas un metro y un poco más. Frotó sus ojos repetidamente, pero el hombrecito ya había desaparecido. ¿Había sido producto de su imaginación?

—Hola Estel. Eh, —Legolas parecía buscar las palabras adecuadas para explicar qué es lo que hacía ahí, aunque para Aragorn bastaba sólo con un buen beso para saber qué es lo que el elfo buscaba. — sólo echaba un vistazo a las paredes. Siempre hay que asegurarse de no encontrar goteras, pues está lloviendo mucho últimamente.

—¿Has ido con los prisioneros? —Aragorn se sentó en el borde de la cama y busco la pipa entre sus prendas. Legolas se recostó a su lado y apoyó la cabeza sobre su regazo, no sin antes dirigir una última mirada hacia la misma esquina. —¿Traes uno contigo? —bromeó. Sin embargo, la viva imagen de un mediano seguía latente en su cabeza.

—Muy gracioso. Sí, de hecho, he ido a verlos pero no he obtenido la información que necesitaba. Mi padre estará molesto.

—Sobre todo luego de lo que acaba de suceder. —Aragorn caló de su pipa y sonrió con un suspiro, como si hubiera estado conteniendo la risa. Junto con el suspiro, largó una nube de humo que rápidamente se perdió en el aire. Legolas lo miró confundido.

—¿A qué te refieres?

—Encontré los cuadros a los que el elfo Grindell se refería. —Legolas se incorporó casi de un salto y le dirigió al futuro rey de Gondor una mirada casi amenazante, pero que mostraba más pánico que ira.

—¿Entraste al cuarto de mi padre? —intentó sonar calmado.

—¿La mujer en el cuadro sobre la cama es tu madre? ¿No suele quedarse por aquí? No la he visto. —Legolas enmudeció, y Aragorn no se conformó con el silencio. —¿Tu cabello puede brillar? —el elfo seguía buscando palabras. —¿Por qué tu padre monta un alce? ¿Y alguna vez podré verte con el cabello suelto? —comenzó a escucharse a sí mismo. Dio otra calada, más lenta. —Me estoy sobrepasando con las preguntas, ¿Verdad?

Rápidamente el príncipe cambió su expresión, era muy bueno disimulando sus emociones.

—Sí, era mi madre. Y sí brilla, si lo deseo. Mi padre monta un ciervo porque le apetece hacerlo, pues en este bosque hay muchos, y no veo por qué no podrías verme con el cabello suelto. No más preguntas para ti, es mi turno. ¿Por qué te escabulliste en cuarto de mi padre? ¡De todos los lugares a los que podías ir!

—Te dije que no me daba miedo tu padre. Me has dejado sólo en tu cuarto, ¿Qué esperabas que hiciese?

—Esperaba que volvieras al tuyo, Aragorn. No contaba con que decidieras recorrer todo el lugar.

—Mi cuarto estaba ocupado. —Aragorn sonrió, haciendo que Legolas no pudiera aguantar una suave risa. Volvió su cabeza hacia la esquina de antes, pero no había nada. El elfo sólo suspiró, casi aliviado.

Legolas volvió a recostar su cabeza en el regazo del mortal. —Eres increíble. —musitó finalmente.

Aragorn comenzó a acariciar el cabello de Legolas y éste cerró sus ojos, mostrando plena serenidad. La noche estaba en su máxima oscuridad cuando el montaraz decidió que era hora de dormir. Estaba cansado, simplemente quería un nuevo día rápido, pues deseaba pasar más tiempo con Legolas y su sueño sólo entorpecía sus deseos.

—Descansa, Estel. Nos vemos mañana. —dijo Legolas incorporándose lentamente.

—¿Vas a dormir? —preguntó Aragorn antes de que su amigo corriera hacia la puerta.

—Iré a darme un baño. Luego sí.

—¿Podrías volver? —luego de unos segundos de duda, el elfo asintió y se fue del cuarto.

Pasado un largo tiempo, Aragorn se convenció de que no iba a volver. Molesto, se dio media vuelta y gruñó. Sabía que el príncipe le había mentido. Sin embargo, avanzada un poco más la noche, despertó súbitamente al sentir un movimiento, pero nada pudo ser más confortante como la imagen que tuvo al volver su cuerpo hacia el otro lado: Legolas dormía a su lado, de espaldas a él. Probablemente había intentado despertarlo, y al no conseguirlo, se acostó. Había cumplido con su palabra, había vuelto. El mortal no pudo evitar sonreír, pues había creído que Legolas no vendría, y sin embargo ahí estaba. Lo hacía sentir importante, protegido.

Complacido, Aragorn cubrió su cálido cuerpo con la sábana y lo abrazó por la espalda. El elfo tenía el torso desnudo, y sus lacios cabellos caían sobre su hombro y sobre la almohada como si fueran cascadas doradas. Su espalda  es su pecho eran suaves, y Aragorn recorría con la yema de sus dedos desde los hombros hasta el vientre del elfo, en forma de tímidas caricias. Para su sorpresa, Legolas giró hasta quedar frente a él, y pasando un brazo alrededor de su cintura, se acurrucó en su pecho. El cabello suelto del príncipe emanaba un fresco olor a hierbas y hojas cortadas, que se mezclaba con algo de dulzura. Aragorn cerró los ojos y rozó su frente contra la de Legolas, quien rápidamente correspondió con una cálida sonrisa cansada. Sus ojos color cielo seguían cerrados. El mortal estiró su brazo, permitiendo que la cabeza del rubio descanse sobre éste. Era muy liviano, no le pesaba.

Ambos conciliaron rápidamente el sueño, pues el cuarto parecía más tranquilo cuando ellos estaban juntos, e ignoraban cualquier sonido del exterior. Esa fue la mejor noche que pasaron juntos hasta el momento.

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¡Hola! Es tarde para subir un capítulo, lo sé. Estuve muy ocupada hoy. Pasaba para recordarles que pueden darle a favorito si les gusta, y que sería de mucha ayuda que compartan este proyecto con sus amigos y conocidos.

Pensaba alternar en la historia, tener un poco de sexo y a la vez escenas fluff, pero sin duda un género muy presente será el darkfic. ¿Qué les parece?

Gracias por leer, dejen sus comentarios <3

~Valen

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