6. Mirkwood.
Al introducirse al Bosque Negro, la luz del sol se acabó. Para suerte del dúnedain, los elfos conocían bien estas zonas, y sabían qué caminos no tomar, y en qué zonas convenía acampar. Sin embargo, la falta de luz y la exagerada humedad le ponían los pelos de punta. No parecía haber señales de criaturas vivas más allá de ratas y ardillas, y Aragorn no podía quitarse de encima la sensación de que estaba siendo constantemente observado.
Se detuvieron en una encrucijada, no por no saber cómo avanzar, si no porque Aragorn cayó de rodillas en el suelo, y los elfos tuvieron que dejar los bultos para tomar un largo descanso. Eujean sólo suspiró aburrido.
—Es sofocante. Este bosque es realmente grande, y el mismísimo aire parece ser denso y difícil de inhalar. Los árboles no permiten que la luz del sol pase, y la falta de luz va a volverme loco. Siento mucho todo esto, pero necesito descansar un momento. —los elfos lo miraron sin decir una palabra. Legolas parecía apenado, pero Eujean sólo se mostraba harto del tiempo que el pobre montaraz les estaba haciendo perder.
—No te preocupes mellon nîn, descansaremos aquí. Siento mucho que esta parte del bosque sea tan densa, pero es corto el tramo que debemos recorrer aún, sólo debes aguantar un poco más. —Aragorn asintió y se recostó sobre la acolchonada masa de pasto. No entendía aún por qué el que Legolas lo tratase como mellon le molestaba. Cerró los ojos, cayendo rápidamente en un profundo sueño. Pasado un rato, los elfos comenzaron a discutir.
—Legolas, no debimos traer al dúnedain. Entiendo que sus intenciones sean nobles, pero un hombre más no aportará nada a la pelea, por más habilidoso que sea. Fue una equivocación.—Eujean golpeó suavemente un árbol, que respondió molesto con una pequeña sacudida. Legolas apoyó una mano en la corteza, disculpándose.
—No pude decirle que no. Habíamos acordado que él viajaría, y no voy a burlar mi propia palabra. Se lo prometí, Eujean. —el nombrado carraspeó sarcásticamente, pero luego volvió a intervenir.
—Eres mi mejor amigo, Legolas. Por eso debo decirte que estás cegado por el amor que sientes por este hombre. Sus destinos no pueden cruzarse, sabes que él será el rey de Gondor cuando el momento llegue, y para entonces ya se habrá olvidado de ti. Sólo no quiero verte sufrir. —Legolas pudo haberse enfadado, pero sabía que su amigo tenía razón. Aragorn se había puesto en peligro y había retrasado todo el viaje de regreso a casa, sólo para usarlo como excusa para dejar Rivendel. Él estaba mal con la dama Arwen, y estaba deseoso de aventuras. Vio en Legolas una oportunidad, y éste lo sabía. Llegado el momento, Estel partiría de Mirkwood para jamás volverlo a ver. De hecho, sabía las intenciones del montaraz desde el primer momento en que éste le propuso viajar con él. Sin embargo, no fue lo suficientemente fuerte para rechazarlo, y ahora la debilidad del elfo afectaba a todas las partes.
—Dame algo de tiempo. —pidió el príncipe finalmente, y con un largo suspiro, se alejó de su amigo, dándole la espalda a ambos.
—No buscaba herir tus sentimientos, pero como tu amigo y hermano, debo ayudarte a tomar buenas decisiones.
—Eujean, ¿Crees que no sé que Aragorn sólo me utiliza? —las palabras de Legolas sonaban quebradas.
—Tampoco lo diría de esa manera. Tan... crudo.
—No hay otra manera de verlo, tôr nîn. —el elfo intentó acercarse al príncipe, pero éste se dio media vuelta con la vista baja y se sentó en el pasto, pensativo.
Eujean se durmió luego de la charla, no por necesidad, si no porque deseaba que el tiempo de descanso se consumiera en un simple abrir y cerrar de ojos. Pero Legolas no quiso dormir. Aprovechó para observar cada árbol de la encrucijada, conocer sus pliegues, sus ramas, su corteza. Se hizo uno con el pequeño ambiente que se formaba, y lo mejor de todo era que, pocas horas más tarde comenzaba a amanecer.
Para sorpresa de Legolas, Aragorn fue el primero en despertar. Abrió los ojos para encontrar a Eujean dormido contra un viejo árbol de madera muy oscura. No parecía tener intenciones de querer levantarse. Aunque jamás lo admitiría, él también estaba cansado. Volteó un poco hacia la derecha buscando a su amigo, a quien encontró de espaldas, parado con los brazos cruzados y las piernas juntas. Por alguna razón, verlo posando en aquel sector verde del bosque, relajado, le producía a Aragorn una sensación de tranquilidad, y hacía que su corazón experimente un calor acogedor.
—Legolas. —con poca dificultad, Aragorn se levantó del cómodo suelo de tierra y pasto. —Podemos continuar viaje... —el elfo volteó agraciado, y llevó su dedo índice a la comisura de sus finos labios, desviando la mirada hacia su amigo aún dormido. El montaraz sonrió atontado. Eujean dormía plácidamente contra las ramas de un árbol, siendo abrazado por las hojas como un niño pequeño.
—Tal parece que no eras el único que necesitaba un descanso.
Luego de un breve silencio en el que Aragorn contempló nuevamente el bosque con una tristeza notable en sus ojos, Legolas tomó su mano, y con una pícara sonrisa lo guió hacia un árbol gordo y alto (no muy distinto a todos los demás).
—¿Quieres ver la luz del sol? —Aragorn dudó, no entendía qué era lo que iba a suceder, pero la duda lo divertía. Con una sonrisa, accedió. Para su asombro, Legolas lo levantó sobre su espalda y con una gran habilidad y sutileza, comenzó a trepar. Mientras más altura ganaban, el aire comenzaba a hacerse más fresco. El montaraz miraba a su alrededor asombrado, observando que en las cimas había más vida de lo que podía imaginarse abajo en las sombras: aves, insectos, ardillas, plantas más verdes y brillantes. Se sujetaba firmemente de las prendas de Legolas, quien no dejaba de saltar de rama en rama, apenas moviendo las hojas. La cima se aproximaba y Aragorn lo sentía en el aire y en la luz, que de pronto cubrió todo su rostro. Le costó unos segundos recuperar la vista, que había pasado de días de oscuridad a un sol naciente que enrojecía el cielo y calentaba sus párpados como solía hacerlo el sol de Rivendel en las mañanas. No pudo quitar la sonrisa de su rostro, y al abrir bien los ojos, se encontró con un campo de copas verdes que se movían con el viento de la mañana. Sobre las copas volaban cientos de mariposas, en su mayoría azules, y el viento parecía silbar una canción tan alegre como su expresión.
—Es bellísimo, Legolas.
—A veces la oscuridad del bosque es algo molesta, nunca me he quedado un día completo en casa, trepar por estos árboles es de mis actividades favoritas, y estoy acostumbrado a ese sombrío ambiente. Pero debes saber qué árboles trepar, pues algunos están muy viejos y suelen quejarse y molestarse con facilidad. Sería imposible subirte a un sauce gruñón. —las palabras de Legolas enormecían la felicidad del dúnedain, quien había estado todos aquellos días de bosque ansiando ver otra vez el sol. De pronto, su vista se enfocó sólo en el elfo. Sus cabellos rubios se volvían de oro puro a la luz del sol, y las mariposas parecían tomar el color de sus ojos, mientras sus prendas se camuflaban con las copas de los árboles. Legolas era ese paisaje personificado, y era realmente bello. Pero por sobre todos los colores, destacaba su sonrisa, que representaba a la perfección la alegría y la paz que le transmitía aquel maravilloso lugar.
—¿Alguna vez has trepado un sauce gruñón? —preguntó el montaraz con diversión.
—No, pero mi padre sí. Me dijo que tuvo que huir despavorido, pues el árbol comenzó a desatar furia con sus raíces sobre él, y por poco lo atrapan.
—¿Cómo diferencias un sauce gruñón de uno alegre? —por cada pregunta tonta, Aragorn se acercaba más a Legolas.
—Los gruñones se parecen a ti, y los alegres lucen más como yo. —bromeó Legolas, a lo que Aragorn soltó una carcajada que hizo que varias mariposas posadas en las finas hojas de las ramas más desprendidas dieran un brinco por los aires. Detrás de la majestuosa figura del príncipe, el conjunto de alas azules y brillantes desenfocadas al fondo lo mostraban adorable.
—Era una pregunta seria, mi pequeño y alegre Legolas. —ambos se encontraban riendo muy cerca el uno del otro, y no parecían estar ni un poco nerviosos, aunque la tensión entre ambos hacía arder sus mejillas.
—Los escuchas, mi atrevido y gruñón Aragorn. ¿Qué crees que he estado haciendo mientras tú tomabas una siesta?
—Así que crees que soy atrevido... ¿Quieres ver cuál puede ser mi mayor locura? —Legolas habría continuado bromeando de no ser por el hecho de que esta última pregunta había cambiado completamente el tono de la conversación. Había sido un susurro casi ronco, realmente encantador, y ya no había una sonrisa nerviosa en el rostro de aquel perfecto hombre, si no una expresión de poder y una sonrisa maliciosa que había hecho al príncipe estremecerse. NO, no, no y no. No podía hacerle esto. Se suponía que Legolas debía mantenerse lejos de este tipo de contactos. Aragorn lo usaba, su estatus de príncipe no se lo permitía y Eujean se lo había advertido incontables veces. Más ese sentimiento que crecía y se transformaba de nervios a deseo acabó pudiendo con él.
—Muéstrame. —masculló Legolas, y sus sonrisas se borraron mientras sus ojos se centraban en sus labios. Ambos comenzaron a acercarse, desbordando de deseo y quebrando todo tipo de límites entre ambos. El aire ente ellos era molesto, querían eliminarlo, por lo que juntaron sus labios de manera apurada, en algo más intenso que un simple beso. Las ramas junto a ellos se sacudieron, y las hojas crujieron con un agradable sonido, mientras las mariposas volvían a elevarse sobre sus cabezas, haciendo sonar sus alas. Las respiraciones de ambos se hacían más fuertes mientras abrían y cerraban sus bocas al unísono con los ojos cerrados. Dejaban escapar pequeños gemidos cada vez que Aragorn jalaba de sus prendas para atraer a Legolas más cerca, como si eso fuera físicamente posible. Sus lenguas comenzaban a encontrarse tímidamente y se rozaban cada vez un poco más profundo. Aragorn quería probarlo todo, era una sensación realmente nueva y sentía que todos sus deseos se derramaban sobre aquel príncipe encantador, quien luego de intentar poner en vano algún tipo de traba, dejó entrar en su boca aquella lengua que ahora lo recorría.
Las manos del montaraz comenzaron a acariciar las prendas de Legolas. Eran grandes y toscas, y sin embargo se sentían maravillosas. El sentimiento de culpa inundaba al pobre príncipe, que por primera vez en casi quinientos años sucumbía ante sus sentimientos. Rodeó el cuello del moreno con sus brazos y entreabrió las piernas, permitiendo el paso al hombre sobre su delgado cuerpo.
—Tan hermoso... —susurró el montaraz, separando sus rostros apenas unos centímetros para seguir un recorrido de besos directo hacia sus picudas orejas, ahora algo sonrojadas. Legolas no pudo evitar soltar un pequeño gemido ante las sensaciones nuevas. Las pequeñas mordidas lo hacían estremecerse, entregándose totalmente al contacto de Aragorn. El recorrido de besos y ahora pequeñas lamidas continuó hacia su marcado cuello, donde el mortal dejó más de una marca.
Legolas gemía muy despacito mientras que Aragorn jadeaba sobre él, deseoso. Por Valar, la ropa en este momento estaba totalmente de más. Quería arrancarla, quitarla del medio. Sólo se interponía entre los grandes dedos del montaraz y la suave y blanca piel del elfo del bosque.
El momento podría haber durado para siempre, de no haber sido por los llamados que oyeron desde abajo. Ambos se separaron jadeando, con las respiraciones entrecortadas. Lentamente abrieron los ojos y se encontraron, deseosos de más de aquel acto lujurioso que habían postergado durante todo el viaje. Los llamados no cesaban, Eujean había despertado. Legolas inclinó su cabeza y apoyó su frente caliente en la fría y ahora sudada frente del dúnedain, quien cerró sus ojos liberando un gemido más fuerte, contenido durante los últimos minutos.
—Si esto no ocurría, juro que iba a perecer de desesperación. —sonrió el montaraz, provocando que ambos comenzaran a reír nuevamente. Besó dulcemente los labios del príncipe una última vez y se posicionó en su espalda para bajar.
Eujean tenía sus razones para estar furioso, pero al ver la mirada de su amigo, comprendió la situación completamente, y le codeó disimuladamente el brazo cuando éste pasó junto a él, dedicándole una mirada pícara. Recogieron los bultos y emprendieron el viaje nuevamente. Tomaron el camino de la derecha y llegaron en pocos minutos a un río de aguas negras y caudalosas. Eujean amarró una cuerda a una de sus flechas y se la dio a Legolas, quien en un hábil disparo con su arco, la clavó en la madera de un pequeño bote que estaba varado en la otra orilla. El otro elfo no pudo evitar notar las marcas en el cuello de su amigo cuando este se tensó para disparar, e hizo todo lo posible para evitar cualquier comentario de burla.
—No toques el agua, humano. Estas aguas están encantadas. —dijo Eujean. Al principio, Aragorn pensó que el elfo sólo intentaba asustarlo, pero al ver la seriedad en su rostro, cayó en la cuenta de que hablaba muy en serio.
—Perderás la memoria y tu cuerpo caerá en un largo sueño, como si hubieses muerto, y llevarás así muchos días para luego volver a la vida sin recordar nada de lo que sucedió, si es que te sacamos a tiempo. —dijo Legolas sin dejar de jalar de la cuerda. En cuanto detuvo el bote con el pie, Eujean subió cuidadoso y se sentó en un extremo. El príncipe miró a su rey con una sonrisa maligna y una mirada juguetona. —No vayas a caer.
—Si alguien cae ese no seré yo. Cuidado, querido Legolas, que si despiertas en medio del bosque tendido sobre mis brazos, nunca sabrás qué he hecho contigo; aunque si te encuentras sin ropa tendrás una pista. —susurró el intrépido montaraz mientras subía cuidadosamente al bote, sin ningún cambio en su expresión. Legolas lo miró desafiante, pero no dijo nada más. Se paró en la otra punta y remó hasta la otra orilla, y sin ningún accidente, cruzaron el río maldito.
El resto del camino se hizo más corto, ya que los elfos conocían muchos atajos y tomaban los mejores senderos. No tuvieron ninguna dificultad en atravesar el resto del bosque, y luego de lo que había sucedido antes de pasar el río, Aragorn se sentía tan renovado que había llegado a desear que algún enemigo se presentara por sorpresa en algún que otro momento de las jornadas, para poder hacer uso de la aburrida espada que ladeaba con la mano guardada en su funda.
Sin embargo, el momento en que el montaraz vio las enormes puertas detrás del puente que atravesaba otro gran río oscuro y peligroso, todo el aburrimiento quedó lejos en el pasado. Un gran temor comenzó a acechar su mente; pues conocería al mismísimo rey Thranduil, padre de Legolas. Por suerte, las marcas en el cuello del príncipe habían desaparecido. Deseaba por la gracia de todos los Valar que el rey del bosque jamás se enterase de lo que sucedía entre él y su hijo, o más bien, lo que a él le sucedía. Un horrible pensamiento había llegado a la cabeza de Aragorn hace unos días. Se trataba de creer que Legolas quizás no sentía nada por él, pues la iniciativa siempre ha sido suya sobre la del elfo, y cada conversación que había surgido desde aquel beso, desde una simple broma hasta un intento de tomarse de las manos había sido rechazada por Legolas. Tenía miedo de estar sometiendo al príncipe a ciertas cosas que éste no quisiera, y de ser así, entonces el rey se encargaría de él como simple basura.
Cuando llegaron, las enormes puertas del reino de Thranduil se abrieron de par en par, y los guardias los recibieron rápidamente, guiándolos por túneles bien iluminados y acogedores. Girando por unos cuantos pasillos, llegaron al salón del trono. Legolas y Eujean parecían complacidos, pero Aragorn tenía el corazón en la garganta, y podría sentirlo galopar en sus oídos. Sobre una silla de madera yacía el rey del bosque. Llevaba una corona hecha de bayas y hojas de un color rojizo, y en su mano había un alto cetro tallado de roble oscuro. Su trono parecía adornado de cuernos muy grandes, y todo detrás de él se pintaba de un tono amarillo brillante y oscuro, combinado con tonalidades oscuras de marrón y verde. El lugar estaba lleno de columnas iluminadas, pero lo que más le llamó la atención al montaraz fue el hecho de que todo parecía construido dentro de un gran árbol, ya que el lugar mantenía toda la flora del bosque y todo estaba hecho en madera; aunque de más está decir que era mucho más cálido y acogedor que aquellos árboles frondosos y profundos.
—Bienvenido, hijo mío. Jean, y... compañía. —la mirada del rey era tan severa como la de un padre sobre-protector que conoce por primera vez al prometido de su princesa. La voz del rey de los elfos del bosque sonaba clara, señorial y demandante. Su cabello, del mismo color que el de Legolas pero más largo, era tan lacio que parecía flamear sólo, sin viento alguno que lo empujase.
—Padre, recibí tu carta, ¿Qué es lo que ocurrió? —Thranduil se levantó de su trono y bajó ágilmente los escalones que los separaban, camino hacia su hijo.
—Trece enanos bajo el mando de Thorin Escudo de Roble. Trece gordos y torpes enanos han sido capturados en nuestros calabozos. Necesitamos más defensa, cosas extrañas están ocurriendo en el bosque, iôn nîn. —el rey no sonaba preocupado en lo más mínimo, aunque el tono despectivo con el que se refería a sus nuevos prisioneros demostraban su disconformidad.
—¿Qué deseas hacer con los enanos, adar? ¿No te han dicho qué asuntos los traen al bosque? —Legolas trataba de entender el asunto, aunque no le quedaba del todo claro el motivo del encierro. Ninguna criatura debería permanecer encerrada. ¡Unos días afuera y su padre ya hacía de las suyas!
—Claro que no, —repuso el rey. —Se han callado la boca, como si el asunto fuese de vida o muerte. —Eujean y Legolas se miraron confundidos, intentando comprender algo más sobre la situación de los enanos, pero no podrían aguantar la risa mucho más. Nunca habían vivido algo así, y por alguna razón, resultaba ridículo.
—¿Por qué los has encerrado? —continuó Legolas —No creo que simplemente hayan tocado la puerta, ¿Hicieron algo realmente grave? —Thranduil pareció disgustado con la pregunta. ¿Acaso su hijo creía que él encerraba seres en su calabozo deliberadamente? Claro que la respuesta era sí, pero esta vez sí había una razón.
—Irrumpieron un banquete. Tres veces.
—Quizás necesitaban ayuda. —comentó Eujean. Él y el rey tenían la confianza de un padre y un hijo. Legolas afirmó y se volvió a su padre, desafiándolo a una respuesta.
—¿Qué deben hacer trece enanos vagando por el bosque, de todas maneras? Si no me dicen sus asuntos, no pasarán mis dominios. —ambos elfos continuaban entretenidos, casi burlándose de la situación, y ablandaron la cara de Thranduil hasta que esbozó una muy ligera mueca que, desde algún remoto ángulo de la habitación podría parecer una sonrisa. —No hablaron ni una palabra. Por eso los encerré. Que canten, si desean salir.
—Nunca vas a lograr nada si encierras a todos los seres que atraviesan los territorios de Mirkwood, ada. —advirtió Legolas. Thranduil lo ignoró y les señaló la puerta de salida.
—Vayan a su cuarto. Deben estar cansados. Enséñenle al invitado dónde dormirá. —el mayor señaló a uno de los guardias, que rápidamente se puso detrás de Aragorn. Eujean y Legolas compartían un sólo cuarto; claro que al rey al principio no le hacía mucha gracia que su hijo, el mismo príncipe de Mirkwood, de sangre Sindar, durmiese junto a uno más del montón. Sin embargo, ya no hacía comentarios. Al contrario, había surgido en él un gran aprecio por el otro elfo.
Los tres caminaron hacia la puerta, pero el rey interrumpió su salida para detener a su hijo.
—Espera, iôn, contigo quiero hablar. —Legolas sabía exactamente qué era lo que Thranduil quería saber. —La carta que me enviaste. —con una mirada señaló a la puerta que acababa de cerrarse tras la espalda de Aragorn, quien había sido escoltado afuera. Eujean seguía en la habitación cuando el rey comenzó a hablar —¿Qué sucedió? —el otro elfo le dirigió al rey una última mirada de compasión antes de mirar a Legolas, que parecía haber cambiado la expresión totalmente y ahora se veía nervioso. Sin poder evitar lo que sucedería, Jean salió del salón con una gran pena, pues sabía que su amigo no estaba seguro de querer tener esa conversación. El rey quedó algo sorprendido por lo que había sido esa escena entre ambos elfos, y de pronto sintió que nada bueno saldría de las palabras de su hijo.
Para su sorpresa, el príncipe sólo añadió: —Está solucionado, para suerte de todos. —Legolas sonrió de una forma exagerada que no pudo convencer si quiera a él.
—¿Es tristeza los que veo en tus ojos, iôn nîn? —el príncipe soltó un suspiro y su sonrisa no tardó ni un segundo en desaparecer. El rey, al notar esa expresión, obligó al elfo parado junto a la puerta que se retirase. Ahora, padre e hijo estaban solos. Thranduil se sentó cómodamente en su trono, y sin sacar la vista de su hijo, palmeó sus piernas. Legolas sonrió avergonzado.
—Ya estoy mayor para esas cosas, ada. —sin embargo, no dijeron nada durante unos segundos. El rey seguía inmóvil, mirando a su hijo con el mismo gesto. Legolas cedió ante la mirada tentadora de su padre y se sentó abrazando sus piernas sobre su regazo. Se sentía como un pequeño elfíng otra vez, y eso le traía alegría.
—Para suerte de todos, dices. —comenzó su padre. —¿Buena suerte, o mala suerte?
—Depende de quién. —admitió su hijo. —Arwen Undómiel decidió que lo mejor sería que yo no vuelva a visitar Rivendel.
—¿Por qué la hija de Elrond te pediría semejante tontería?
—Verás, ella cree que yo estoy enamorado de Estel, y ellos están comprometidos. Por mi bienestar, no debo acercarme.
—¿Tu bienestar, o el de ellos? —hubo un silencio en la habitación, Legolas no conocía la respuesta, y su padre hablaba como si la supiera. —O el de ella. Sin embargo, el montaraz ha venido hasta aquí contigo. —el rey analizó cada expresión de su hijo. Sus mejillas sonrojadas y su mirada baja señalaba que la dama de Rivendel podría tener razón. —No quiero que resultes herido, hijo. Sabes que los asuntos relacionados con el amor son... difíciles. Sobre todo si involucran humanos. En lo que a él respecta, ¿Qué es lo que Aragorn siente?
—No puedo adivinar qué es lo que él quiere de mí, padre. —dijo el elfo resignado. —Han sucedido cosas que ni yo puedo explicar con claridad. Sólo sé que nuestros destinos no pueden estar entrelazados de ninguna manera, pues él es el heredero legítimo al trono de Gondor, pero con lo que ha sucedido este último tiempo, sumado a las palabras de Elrond... —el menor hizo una pausa antes de resignarse por completo a sus emociones. —No quiero enamorarme. No de él. —Legolas soltaba todo lo que llevaba guardando. —No quiero que me lastime. —apoyó la cabeza en el pecho de su muy añorado padre, quien acarició su cabello gentilmente.
—Tu carta decía que recibías miradas extrañas por parte suya. Decía que tú habías sentido un coqueteo por parte de él. ¿No crees que eso podría poner algo furiosa a su prometida? —remarcó esta última palabra. —Quizás tenías razón en cuanto al acercamiento, y no fuiste el único en notarlo. —las falsas esperanzas que estaban surgiendo de su padre lo sorprendían. Esperaba algún tipo de represalia.
—De eso ya no tengo dudas. —Legolas recordó la mentira de Aragorn. Y luego la de Arwen. Luego el beso, y los abrazos, y los roces. ¿Cómo había terminado en esta situación?
—¿Qué ha dicho el medio-elfo?
—Dijo que existe alguna manera en la cual nuestros destinos sí puedan unirse, pero que conllevan una gran decisión por parte de él. —hubo un silencio en el cual el príncipe le dedicó a su padre una mirada angustiada. —Estoy confundido.
—El chico debería aclarar sus sentimientos, hijo mío. Es la única manera que existe para que ya no te confundas. Habla con él. Si no es lo que esperas, entonces la única opción es olvidar. Conoces la única causa por la que puedes morir. Más mortal que cualquier veneno para los frágiles humanos.
—Ada... —le costaba mucho encontrar las palabras, pero finalmente pudo continuar. —Si yo sintiera algo por Aragorn, ¿Qué me aconsejarías?
—Como rey, no es la idea que me hace mayor ilusión. Como ser sensato, creo que no habrá problema en cuanto a nosotros, pues aún me quedan muchos años en el trono, y a ti te quedarán muchos más; somos seres inmortales. Si deseas partir a Valinor, no será necesario que dejes al humano. Es tu decisión. No sé qué podrá pasar con Gondor si él no reclamase el trono. —explicaba sencillamente. —Me es difícil entender a los humanos. Ellos no aceptarían la relación de su rey con un elfo varón, olvidando que de todas maneras puedes dejar descendencia.
—¿Cómo sabes lo que los humanos piensan sobre eso?
—No debes saber todo, hijo mío. No ahora. Cuando seas un poco mayor, te contaré. —el tono de su padre se volvió lúgubre, por lo que Legolas decidió no insistir.
—Ada... lo de la descendencia. ¿Y si yo no quiero? O, ¿Si no estoy seguro? ¿Crees que Aragorn consideraría la posibilidad de que él y yo...?
—Es una decisión completamente tuya. No dependas de lo que el humano pueda pensar para elegir llevar un elfing en tu propio vientre. Después de todo, lo padeces tú. Yo te aconsejo que no lo hagas. No es una bonita sensación. No es una experiencia digna de un príncipe, menos de alguien como tú, tan codiciado por tantas bellas doncellas aquí, en nuestro reino. —era la primera vez que su padre hablaba del reino como suyo. De ambos. Quizás tenía razón, quizás era simple curiosidad. Pero había algo distinto, algo nuevo floreciendo en su corazón. —Nada bueno podría salir de esa relación, no mientras los humanos sigan siendo tan toscos e inútiles. Deberías mantenerte al margen de ellos y de sus asuntos, Legolas. Podrías salir herido. Podrías llevar una herida insanable en tu corazón. Como rey, ese es mi consejo.
—¿Y como padre? —hubo un silencio largo, eterno. Finalmente, su padre contestó.
—Quiero que seas feliz y sigas tu corazón. —apenas dijo esto, Legolas le dio un fuerte abrazo, arrodillándose en el regazo de su padre como cuando era un niño. Thranduil lo rodeó entre brazos con una sonrisa pequeña y sincera en su rostro, y palmeó su espalda cuando decidió que era momento de separarse.
—Quizás estos sentimientos son sólo producto de mi imaginación. —Legolas se levantó del regazo de su padre y se dirigió a la puerta.
—Quiero que me mantengas al tanto, iôn. —éste afirmó con la cabeza.
—Gracias, ada, por tu preocupación. —el príncipe le dirigió una última sonrisa antes de marcharse, pero al cerrar la puerta detrás de él, rostro se convirtió en la misma nada. Cero expresión, cero emociones. Su padre hablaba con la verdad, y Legolas no se había detenido a pensar en Gondor, en el verdadero destino de Aragorn. No planeaba llorar otra vez, sólo podía demostrarse a sí mismo lo débil que era.
—¿Cómo resultó todo? —pregunto Eujean cuando vio a su amigo entrando a su cuarto, con la misma cara inexpresiva que había tenido abajo.
—Muy bien, no llegué a ninguna conclusión. Sólo hablamos de lo sucedido, de lo que puede significar.
—No te creo. Tu rostro me dice que has llegado a una conclusión que no es de tu agrado. —Eujean conocía a Legolas desde el día uno. Aunque la cara del príncipe no mostrara ni una pista de emoción, su amigo podía interpretarla.
—Jean, no ha sucedido nada.
—Estás enamorado. —dijo el elfo acomodando las mantas de su cama. —Y no me lo puedes negar. Estás tan enamorado que no haz comido casi nada en todo el viaje, y apenas haz podido dormir. Estás tan enamorado que haz decidido poner fin a todo lo que pueda suceder entre ustedes dos, sólo para que Aragorn pudiera cumplir su destino y ser la persona que debe ser. —las lágrimas comenzaron a caer, y Eujean se acercó a su amigo ofreciéndole un cálido abrazo. —Sólo para protegerlo.
—Duele. —confesó el elfo.
—Claro que duele, es amor no correspondido. Créeme, sé sobre eso. —confesó Eujean mirando al príncipe. —Sé lo que es ese sacrificio de tu felicidad por la de otra persona. —Legolas miró extrañado a su amigo, como si hubiera esperado esas palabras, como si supiera de lo que él estaba hablando; pero no creía que fuera capaz de decirlo. Claro que lo sabía, ellos ya habían tenido unos cuantos encuentros en aquellos tiempos, cuando eran lo único que tenían, cuando eran el uno para el otro porque no había nadie más. Legolas había dejado eso en el pasado, pero Eujean nunca había sido de tener muchos amigos, nunca lo había superado realmente.
Se separaron. Eujean acarició la mejilla de Legolas, y ambos sonrieron. Necesitaban un momento como ese.
—Nos besamos en un árbol, esa vez que tú dormías. Creo que lo sabías, pero nunca te lo dije formalmente.
—Claro que se besaron. ¿Por qué crees que no desperté? ¿Aún no conoces a tu hermano mayor? —Legolas cambió su expresión rápidamente, ahora estaba riendo sorprendido, pero con una pequeña mirada competitiva.
—Sólo por un día, Jean. Todos saben que soy más listo que tú.
—Pero yo soy más alto. —Eujean esbozó una sonrisa ganadora, cruzando sus brazos y arqueando una ceja.
—Y yo más hábil.
—¡Más alto! ¡Más alto!—repitió haciendo oídos sordos.
—¡Eso no te hace mayor!
—Pero sí la edad, mi pequeño elfíng. —esa última burla desató el pequeño enfrentamiento:
—Lo lamentarás. —Legolas saltó sobre Eujean y ambos cayeron sobre la cama, rodando hacia el suelo. El príncipe le picaba bajo los brazos, sabía que esa era su pequeña debilidad, y no podían parar de reír. —¿¡Quién es el mayor ahora?!
El juego duró unos minutos hasta que ambos se lograron calmar, jadeando aún entre risas.
—¿Sabes, joven enamorado? Estoy agotado, y estoy seguro de que tú también. Deberíamos dormir. —ambos estuvieron de acuerdo y durmieron cómodamente en sus respectivas camas. Fue una noche larga y cálida. Ambos recuperaron energías para empezar un nuevo día de muchos.
˜˜˜˜˜˜˜˜˜˜˜˜˜
¡Hola! No se olviden de dejar comentarios. Me ayudaría mucho para seguir escribiendo; recibir apoyo, sugerencias o críticas.
Una pregunta, ¿Qué opinan del mpreg? (embarazo masculino)
Les dejo un saludo y que tengan un excelente día, gracias por leer <3
~Valen
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