5. Montañas Nubladas.
El camino hacia las montañas era largo y tortuoso. El pasto de la pradera estaba completamente inundado, y a Aragorn se le hacía casi imposible mover los pies sin tropezar; menos si intentaba imitar la velocidad con la que los elfos corrían. Legolas había detenido a su amigo unas cuantas veces para esperar al dúnedain, que pronto comenzaba a entender por qué no lo querían en el viaje. El cumpleaños de Legolas pasó inadvertido, sólo Eujean lo felicitó y ellos estaban media milla más adelante que Aragorn como para que éste pudiera notarlo. Aunque Aragorn tuviese sangre élfica en sus genes, no era completamente hábil como estos a la hora de moverse.
Pasaron días sin detenerse. Camino hacia el paso alto, los elfos encontraron una cueva. Se habían adelantado demasiado, pero era hora de parar. Aragorn necesitaba descansar, y secarse un poco las prendas no les vendría mal. Decidieron pasar la noche allí.
—Espérame aquí, Jean. Voy por Estel. —Legolas seguía algo enfadado con él, pero no iba a dejarlo morir de frío. Después de todo, agradecía su compañía. De alguna forma, saber que Aragorn lo acompañaba sólo para ayudarlo lo reconfortaba. Era una gran persona, a pesar de ser algo tosco.
—Yo puedo, Legolas.
—Encontramos una cueva. Es pequeña, pero entramos, y necesitas descansar. —Legolas tomó el brazo de Aragorn, pero este intentó zafarse sacudiéndolo torpemente. —Vamos, Estel. Yo puedo ayudarte. —a decir verdad, el mortal se sentía algo avergonzado. Quería demostrarle a su amigo que él podría ser de gran ayuda, pero no estaba siendo más que un estorbo. Aceptó la ayuda del elfo, quien lo tomó del brazo y lo arrastró hacia la pequeña colina donde se encontraba la cueva. La nieve ya comenzaba a aparecer, y hacía mucho frío. La lluvia no parecía querer alejarse, por lo que estarían un buen rato ahí dentro.
Aragorn desenvolvió un poco de la comida que había empacado y comió velozmente. Eujean también cenó, pero apenas un poco de pan. Legolas no tocó ni un bocado de su comida, pues no estaba hambriento. Sólo miraba al cielo, sentado en la boca de la cueva. Seguía lloviendo, no se veían las estrellas.
—¿Te está gustando el viaje? —preguntó Eujean irónicamente. Aragorn no contestó. —No entiendo por qué has venido, si es que de veras quieres ayudar, o no puedes dejar ir a mi mejor amigo; ¿Escapas del matrimonio? ¿Le temes a la hija de Elrond? —Estaba haciendo muchas preguntas molestas. Aragorn cortó con el ambiente violento.
—¿Cómo te llamas?
—Eujean.
—¿Y...? —Aragorn esperaba algún apellido, o que su nombre venga acompañado de un "hijo de...".
—Mi padre fue exiliado del reino y mi madre huyó con él, dejándome sólo. Ellos eran buenos amigos del rey, y como nací un día antes que Legolas, nos han criado juntos. Luego Thranduil se hizo cargo de mí. Sin embargo, no considero que sea correcto llevar su nombre. Y me avergüenza llevar el de mi padre biológico.
—Dijiste que tus padres eran amigos de Thranduil. ¿Qué atrocidad habrá cometido ese elfo para que su amigo decida expulsarlo? —ante la pregunta, Eujean miró hacia la boca de la cueva, donde Legolas se encontraba sentado. Un repentino suspiro triste salió de los labios del elfo.
—Ha cometido atrocidades con el hijo del rey. No hablaré del tema sin su permiso. —Aragorn miró a Legolas con el ceño fruncido. Quería saber más.
—¿Por qué el rey te criaría? Luego de esas atrocidades de las que hablas, ¿Por qué no fuiste expulsado con ellos?—Aragorn estaba buscando conversación.
—Legolas y yo fuimos los mejores amigos toda la vida, yo no estaba involucrado en los deseos de mi padre. Mi mejor amigo y yo estábamos muy emocionados, ya que él esperaba una hermanita. —una pequeña sonrisa comenzó a aparecer en el rostro del elfo. —Éramos muy felices, ¿sabes? Correteando por el bosque, entrenando, metiéndonos en problemas. Siempre fuimos más que buenos amigos. Luego su madre, —la sonrisa se borró nuevamente. —y mis padres... Me convertí en el hermano que nunca tuvo, y su padre se convirtió en la figura paterna que yo jamás volvería a tener. Me tiene mucho aprecio, y yo a él. A ellos. No creo que deba seguir hablando de su vida privada, Aragorn... —el dúnedain se sorprendió de la inusual confianza que mostraba aquél elfo. Era una persona muy abierta, que parecía limitar sus anécdotas únicamente por Legolas. Éste, al contrario, era un muro que ocultaba todo rastro de emociones al resguardo del mundo.
—Comprendo. —Aragorn suspiró, deseoso de conocer más sobre aquella historia. —¿Tú vas a dormir?
—Lo intentaré. Tú deberías. —dijo antes de darse media vuelta. El elfo no tenía frío, aunque sus prendas estaban mojadas. Sin embargo, se tapó de todos modos. En la cueva reinó el silencio. Aragorn no podía dormir. Tiritaba de frío, sentía los huesos helados y las ropas húmedas no ayudaban en lo absoluto. Tenía los ojos cerrados, pero su respiración era tan fuerte que probablemente los elfos notarían que no estaba durmiendo. De pronto, sintió una cálida presión en su brazo, y volteó bruscamente. Era Legolas, que estaba arrodillado junto a él observándolo preocupado.
—Estel, mueres de frío. Quítate esa ropa mojada. —el montaraz suspiró. No quería quitarse la ropa, pero el elfo tenía razón. No dejó la manta que lo cubría en ningún momento mientras hacía lo que el príncipe le había ordenado. Cuando finalizó, sintió un golpe de calor sobre él. Legolas le había dado la manta que él llevaba. —Debiste empacar más. Sabías que vendríamos por las montañas.
—¿Tu ropa está seca?
—Mi piel está caliente, mis prendas se secaron hace un par de horas. Las tuyas lo estarán para mañana.
—¿Tú con qué vas a dormir?
—No tengo frío. No te preocupes, Aragorn. Intenta descansar. —el elfo estaba por marcharse cuando sintió una fría mano sobre la suya.
—Lo siento. Soy una carga en este viaje, me he comportado como un idiota antes y de veras quiero remediar las cosas. —Legolas calentó la mano de su amigo con ambas manos y le dedicó una agradable sonrisa.
—No te preocupes, Estel. Salimos hace días y no hemos parado desde entonces, nosotros también debemos descansar. Tú sobre todo. Además, lo que sucedió en Rivendel ya está olvidado. —hubo un silencio que duró unos segundos. Decidido nuevamente a retirarse, soltó las manos de Aragorn, pero este apretó su agarre y jaló de su brazo, atrayendo al príncié más cerca suyo.
—Quédate. —tiritó. Legolas dudó, pero accedió enternecido por el comportamiento inusual de su amigo. Buscó una posición cómoda junto a él y lo abrazó, cubriéndolo de un reconfortante calor. Aragorn no pudo evitar sentirse a gusto, pues la piel de Legolas sí estaba caliente, como poner las manos cerca de una cálida fogata. El mortal se acercó hacia su amigo, y se acurrucó junto a él. —Gracias por dejarme estar aquí. Lamento todo lo que sucedió. Yo te quiero, Legolas. —estas fueron las últimas palabras antes de que ambos cerraran los ojos.
A la mañana siguiente, la cueva estaba vacía. Aragorn había despertado último, y se vistió rápidamente. Salió asustado de donde estaba, pero se alivió al ver que sus dos compañeros estaban sentados en el pasto, casi en la boca de la cueva. Llovía a cántaros, más que ayer, y por la tranquilidad con la que el mortal encontró a los rubios, supo que no tenían planeado salir de la cueva hasta que la lluvia parase.
—Ahora estamos estancados. Punto para Aragorn. —bromeó Eujean pasando junto a él, dándole un pequeño golpe con el hombro.
—Oh, sabes mi nombre. Encantador. —el elfo gruñó y pasó de él, dejando al montaraz sólo con Legolas. —Siento lo de la lluvia, espero que se detenga pronto.
—No se detendrá, pero no será tan fuerte en la tarde. Podremos continuar entonces, y si vamos hacia el norte subiremos y apuraremos el paso si luego rodeamos...
—¿Haz estado llorando? —fue interrumpido. Tocó los rastros de lágrimas en su mejilla, un caminito mojado que recorría hasta su mandíbula y partía desde unos hinchados ojos.
—¿Qué? ¡No! Yo... —Legolas restregó sus ojos. —Salí a recorrer y algo de agua me entró en los ojos.
—Mientes. —canturreó Aragorn apoyando suavemente el pulgar en su mandíbula, acariciando hacia el cuello para atrapar una gota que estaba por caer. —¿Qué sucede?
—Te he dicho que no sucede nada, Estel. —murmuró el elfo alejándose de las caricias de aquel hombre para ahora dejarlo solo. La tarde llegó, y la lluvia no cesó. Los dos amigos se encontraban juntos otra vez mientras que el otro elfo maldecía intentando prender una fogata. «¿Cómo lo hacen estos malditos enanos? ¡Por Valar!»
Legolas y Aragorn hablaron toda la tarde, contando locas y divertidas experiencias y riendo. Hace mucho que ninguno de los dos se reía tanto.
La noche cayó, y el día, y el día siguiente. Luego de casi una semana, dejó de llover, pero no había salido el sol. Aún había nubes en el cielo, y la tormenta volvería en cualquier momento, así que el trío emprendió rápidamente la marcha.
Cuando el camino se llenó de nieve, y la altura comenzó a aumentar considerablemente, las pausas para descansar se hicieron más presentes que nunca. Los elfos correteaban sobre la nieve como si nada pesara sobre sus cuerpos, pero Aragorn hundía la mitad de su pierna con cada paso, y de vez en cuando, Legolas le daba la mano para ayudarlo a subir.
La mayoría de las pausas las usaban para comer y dormir, pero a veces aprovechaban el sol frío de la montaña alta para jugar en la nieve. El otro elfo ya no detestaba a Aragorn, y Legolas simplemente le había tomado un cariño inmenso. El mortal, por su parte, sentía que su corazón cada día se entregaba un poco más a ese príncipe y se alejaba otro poco de las manos de la dama de Rivendel. Sentía que el cálido sentimiento del enamoramiento volvía a iluminarlo otra vez, y eso no le sucedía hace muchísimo tiempo.
Ya estaban cerca de llegar al fin de la montaña, y el camino ahora seguía el curso del río Gladio, en bajada. El ambiente entero parecía más entusiasmado cuando ya podían observar el pico de la montaña desde una altura mucho más baja. Los robles y las hayas comenzaban a ser más frecuentes, y esto los llenaba a todos de buen humor. Les llevó una semana, ni más ni menos, llegar hasta La Carroca. Aragorn había leído sobre ella muchas veces, y ahora estaba ahí. Estaba muy lejos de Rivendel, y el deseo de conocer más sobre las tierras lejanas de toda la Tierra Media se sentía mucho más vivo. Descendieron por los escalones, dispuestos a cruzar el caudaloso río.
«Ahora sí vendrían bien unos caballos...»
Cuando el Río Grande estaba casi a sus pies, ya podían observarse a lo lejos las copas de los árboles que indicaban la entrada al legendario Bosque Negro. Ninguno tenía intenciones de cruzarse con la comunidad de los Beórnidas, por lo que su cruce sería sigiloso. En el río pudieron bañarse y rellenar las botellas, y siguieron camino. Eujean y Aragorn comenzaban a llevarse un poco mejor con el paso de los días, aunque nunca se acabaría la tensión entre ellos. Legolas sólo alternaba entre ambos. Cuidaba de Aragorn como si su vida dependiera de ello, y compartía un espléndido viaje con su casi hermano. La comida no escaseaba, pues habían llevado suficiente, y el único que debía comer al menos una vez al día era Aragorn. Los peligros llegarían ocho días después, pero ninguno estaba asustado. Atravesar el Bosque Negro era para los elfos pan comido, y eso le daba a Aragorn mucha confianza; pues ningún peligro podría detenerlos teniendo a dos personas que conocen el lugar de pies a cabeza y a tres excelentes guerreros.
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