3. Asuntos pendientes.
Ayer había sido un día realmente intenso. Aragorn se encontraba sentado en el umbral de la puerta de la casa de Elrond con un libro descansando en su regazo. No lo estaba leyendo, pues su vista estaba clavada en la casa de madera oscura del día de ayer, la casa del otro elfo. Legolas no había salido de ahí, y peor aún, más elfos entraban. Contó casi sesenta. ¿Acaso su elfo había dormido allí anoche? Se percató rápidamente de lo que estaba pensando. A él no le importaba un comino lo que hiciera o dejara de hacer aquel príncipe. Después de todo, aquél beso sólo fue un error.
Debía serlo, él amaba a Arwen. Nunca se había interesado por hombres. Sentía un revoltijo en su estómago cada vez que recordaba aquél momento. ¿Acaso Legolas se sentirá igual de confundido que él? ¿Por qué las cosas tenían que ser tan complicadas? No podía dejar de pensar en que aquél beso que duró unos mínimos segundos, mientras trataba de convencerse de que no le dolían las palabras del elfo, un error.
Sin embargo, ahí estaba. Sentado mirando fijamente hacia aquella puerta. Se preguntaba cuándo saldrían todos esos elfos. Estaban celebrando la fiesta de cumpleaños de la que Legolas le comentó, y hacían un banquete para el almuerzo. Probablemente Elrond había sido invitado, pero ninguno de sus hijos, por lo que no asistió. Al menos eso suponía el montaraz, pues no lo había visto salir.
Hablando de almuerzo, él debería comer algo. Estaba hambriento, y hacía horas que sólo pitaba de su pipa en la misma posición, haciéndose uno con las colonias de moho que había en la parte vertical de aquél escalón. Sin embargo, eso no le importaba, no iba a moverse. Sólo quería mirar. Sólo quería dejar de mirar. Pero no podía.
El día estaba bastante nublado, más que de costumbre, y había un gran silencio. Todos los elfos comían, y la mayor parte de las casas estaban vacías, pues todos estaban en la fiesta de cumpleaños. Parecía que iba a llover, la vista de Legolas había dado en el blanco una vez más; había negras nubes en el cielo, que en cualquier momento llorarían.
El silencio fue interrumpido por un pequeño elfo que venía cabalgando rápidamente en un caballo pardo, yendo de casa en casa repartiendo cartas. «El correo» pensó. Varias cartas fueron depositadas en la casa del elfo que cumplía años, de la cual ahora se escuchaban alegres y afinados cantos de celebración. Pues mucha gente estaba ahí. Se preguntó si alguna de esas cartas era para Legolas, pero su duda pronto fue contestada. El elfo que había visto ayer junto -demasiado junto- a Legolas, tomó todos los sobres y los entró a su casa. Rápidamente ambos salieron. El príncipe parecía muy preocupado, pues daba largos pasos mientras tenía un papel en mano. El elfo lo seguía, parecía estar intentando calmarlo.
Luego de un tiempo inmóviles, comenzaron a hablar. Estaban muy cerca el uno del otro, hasta que se juntaron en un enorme abrazo. Era la imagen exacta de lo que Aragorn no quería -y sin embargo no podía evitar- imaginar. Pero, poniendo sus sentimientos incomprensibles de lado, algo había preocupado al elfo. Quizás, si él no hubiera sido tan duro con él, hoy podría estar consolándolo en lugar de aquel elfo que, después de todo, ni si quiera era tan atractivo. Aragorn sacudió la cabeza y maldijo por lo bajo. ¿Qué demonios le pasaba?
Quería ayudarlo, pero antes debía averiguar qué había sucedido. Hablar con Legolas en este preciso segundo no era su mejor idea, ya que entre ellos había una relación extraña que no estaba listo para comprender. Un día se besaron, y al otro día Aragorn quería partir el dos su preciosa nariz élfica. El otro elfo tampoco le agradaba. Todo lo que sabía sobre él era que hoy era su cumpleaños, y que le gustaba mucho el contacto excesivo, pues si Legolas era sólo su amigo, no entendía aquella necesidad de andar todo el maldito día con los dedos entrelazados.
Entonces, todos sus pensamientos se desvanecieron y su corazón empezó a acelerarse, pues Legolas caminaba hacia donde él estaba. Sin embargo, no lo miraba. Pronto, el elfo pasó junto a él, ignorando totalmente su presencia. Sí, efectivamente ayer había arruinado las cosas entre ellos. Una voz finita y temblorosa lo sacó de sus pensamientos.
—Aragorn... —el amigo de Legolas se acercó lentamente hacia él, casi temeroso.
—Feliz cumpleaños. —dijo sarcásticamente el dúnedain, a lo que el inocente elfo agradeció. Sus ojos eran grandes y celestes, y su cabello era castaño oscuro, tan largo y lacio como el de Legolas. Sin embargo, no tenía facciones tan finas como las del príncipe. Nunca había visto un rostro tan bello como ese, en realidad. —¿Qué quieres?
—Entrar en razón. —dijo rápidamente. —Ayer han discutido con Legolas, si no me equivoco.
—Con el mayor de los respetos, elfo, no te metas. —gruñó el montaraz. —el elfo dio un paso adelante, obligando a Aragorn a levantar más la vista, molesto.
—Creo que deberías hablar con él una última vez.
—¿Última? ¿A qué te refieres?
—Hoy partiremos a Mirkwood, ha ido a despedirse. —dijo Eujean tristemente. Los ojos de Aragorn parecían saltarse de sus órbitas mientras comenzaban a humedecerse, y un pequeño nudo apareció en su garganta. —Recibió una carta de su padre, necesita ayuda. Aunque he de admitir que a veces Thranduil es un poco exagerado. De todas maneras, si aún tienes ganas de golpearlo, entonces estarás feliz de oír esta noticia. —Aragorn estaba pasmado. Se suponía que viajarían juntos, y él había olvidado por completo que ese día era hoy. Sin embargo, pronto las palabras del otro elfo resonaron en su mente. ¿Por qué estaba hablando con él?
—¿Cómo sabes sobre eso? Lo de nuestra discusión, ¿Legolas te ha contado? —no quería que nadie se enterase de lo que había sucedido, pues mientras más personas conocieran la verdad, la mentira sería más increíble. Él le había dicho a Arwen que fue Legolas quien lo besó, y quería mantener eso así.
—Soy su amigo, Aragorn. Ellos se hablan, se escuchan, y no se golpean en la cara. —Eujean se alejó un poco del montaraz, sabiendo que lo había provocado, pero al ver que este no reaccionó, le dirigió una sonrisa antes de decir unas últimas palabras. —Ambos tienen cosas que discutir, asuntos pendientes.
«Asuntos pendientes... ¿Y él qué sabe acerca de nuestros asuntos?» Aragorn no podía parar de pensar sobre las palabras del elfo, y no estaba seguro de querer saber la respuesta a esa pregunta. Pero si de algo estaba seguro, era que Legolas estaba a punto de partir, y él no iba a dejar que el elfo partiera sólo al bosque sin saber qué ocurría, y menos si era este payaso el que lo acompañaba. Se acercaba una peligrosa tormenta, por lo que ambos podrían necesitar ayuda. La decisión estaba tomada, intentaría detenerlo, o iría con él.
Aragorn se dirigió rápidamente hacia la mesa donde todos estaban sentados, pero Legolas ya no estaba ahí, y para su sorpresa, Arwen tampoco. Todos lo miraron extrañados, a excepción de Elrond, por su puesto. Éste pareció entender rápidamente lo que el montaraz deseaba, por lo que contestó casi al instante.
—Sube, aún está arriba.
Aragorn agradeció y tomó rápidamente las escaleras hasta llegar a la puerta de la habitación del elfo. Llegó el momento del pánico, pues no sabía exactamente qué iba a decirle. Sin pensarlo demasiado, y por miedo a que el tiempo se acabe, tocó la puerta suavemente. Pero no pudo esperar más, no iba a perder ni un segundo más. Abrió la puerta de golpe.
˜˜˜˜˜˜˜˜
Bueno, ¡Hola! este capítulo es un poco más corto, pero bueno. No se olviden de dejar comentarios si les gusta o si tienen alguna crítica -no destructiva, porfi-, así sé cómo les gustaría que yo encaminara la novela. Sería de mucha ayuda.
Nos vemos en los siguientes capítulos. :)
~Valen
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro