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17. Carta número dos.


Capítulo dedicado a garciacecii , que ayudó con algunas ideas. ¡Gracias! Si quieren dejarme sus propias ideas, pueden comentarlas en la historia o hablarme al chat privado.
Por cierto, superamos los veinte vistos pero no los veinte favs 👀 yo sólo digo...
Jajaja es broma, gracias a todos los que leen y comentan dejando su opinión, y por su puesto a todos los que le dan a la estrellita ❤️⭐️

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Huir.

—Ayúdame a parar el estandarte. —una voz femenina un tanto grosera sacó a Legolas de sus pensamientos. Al voltear, se encontró con una mujer de cabello castaño recogido en una cola de caballo con un listón azul, que vestía un delantal rosa crudo largo hasta las rodillas. —El del Rey Elfo. —completó. Legolas se incorporó rápidamente y enderezó la bandera junto a la insignia azul de la ciudad del lago. —Gracias... —al verle el rostro, la joven quedó totalmente enmudecida y por poco cae de espaldas por la sorpresa. —Majestad... ¡Discúlpeme! ¡No sabía que era usted! —la joven intentó un gesto de inclinación, que fue rechazado casi al instante.

—Sólo Legolas. —el rubio le dedicó una sonrisa. —No hay ningún problema, no tienes de qué disculparte. —la señorita ahora se encontraba avergonzada, con las mejillas enrojecidas. —¿Cómo te llamas?

—Agnes. —respondió con un ligero tartamudeo.

—Agnes, un placer conocerte. ¿Trabajas para el gobernador?

—Soy sirvienta de la casa. —dijo con una voz cansada, a lo que el príncipe frunció el ceño. —¿Algo lo aqueja, Majestad?

—Llámame Legolas. —el ceño fruncido desapareció. —Luces agotada. ¿No deberías tomarte un descanso?

—No, claro que no. El gobernador ordenó que todo se encuentre en perfectas condiciones y debo encargarme de millones de cosas, ¡Un descanso! —Agnes parecía salida de sus casillas, cuando de pronto calló. Parecía estar pensándoselo mejor. —Un descanso me vendría bien. Pero me metería en problemas.

—Yo puedo evitarte los problemas. Tú descansa, y si alguien pregunta por ti, diré que necesitaba que me atendiesen, que estabas conmigo.

La joven agradeció algo sorprendida, y se fue a una carpa alejada donde parecía que descansaban los sirvientes del anciano. Legolas se sentó junto a los estandartes envolviendo sus piernas con los brazos y dejó caer su cabeza en sus rodillas. Pensó que quizás le vendría bien dormir un poco después de todo, pero no podía alejar su mente de Aragorn.
Inevitablemente volvió a las palabras de Mellagan. Él no podía estar embarazado, ¿O sí? Nunca lo había estado, no sabía qué era lo que debía sentir. Colocó una mano suavemente en su vientre y aguardó.

—Nada. —musitó con una sonrisa. —Aún nada.

—¿Te sientes bien? —Legolas levantó la cabeza sorprendido cuando escuchó esa voz inconfundible.

—Eujean... —se sintió más nervioso que nunca, y el nombrado jugó con los dedos de su mano mirando al suelo, dando a entender al rubio que no era el único que no tenía esta situación bajo control. —Sí, estoy bien. ¿Cómo estás tú?

—Arrepentido. —el príncipe se puso de pie de un salto y se acercó a su amigo hasta quedar frente a frente. —Yo no debí haber dicho las cosas que dije. No pensé y te maltraté. Lo siento muchísimo, Legolas. Odio que discutamos.

—Yo también odio esta discusión. No me gusta tenerte lejos.

—Y a tu padre no le gusta tenerme cerca. —rió apenado. —Lo he estado siguiendo, pues no tenía mucho qué hacer, ni nadie con quien hablar. —Legolas esbozó una sonrisa e intentó contener las carcajadas.

Ada no se caracteriza por su paciencia.

—Anda todo el día observando esa imagen. No puedo quitarla de mi cabeza. —añadió interesado. —Esa dama... Se me hace familiar.

—Es Nana. —murmuró. —Fue asesinada por un humano hace un tiempo, pero es todo lo que he escuchado y ha sido de la boca de Grindell hace muchos años.

—Oh, lo siento. —Eujean se llevó las manos a la cara. —Es la segunda vez que pido disculpas, ¿Cómo me aguantas? —Legolas respondió a esa pregunta con un abrazo repentino, y su hermano dejó escapar un par de lágrimas. —Lo siento.

—Eujean, ¿Por qué no soportas a Aragorn? —dijo aún en su hombro, provocando que el castaño separe un poco sus cuerpos y acabe mirándolo frente a frente.

—No confío en él. La primer impresión que tuve suya fue en la puerta de mi casa, ¿recuerdas? Cuando vino de malas y se abalanzó sobre mí sólo por sujetar tu mano. Luego, cuando apenas había pasado un día, el hombre te golpeó en la cara. No fue capaz de desearte un feliz cumpleaños, fue un estorbo durante todo el viaje y lo más importante: está comprometido con una elfa que cree en su amor, y él la traiciona. ¿Qué puedo esperar de un hombre con estas características, mellon? No quiero que te haga daño.

—Quizás tengas razón. —Legolas bajó la mirada, avergonzado, e intentó contener las lágrimas. No lo había visto de esa forma.

—O quizás tú no me has contado la versión completa de la historia. —Eujean flexionó sus piernas y se sentó en la tierra, jalando de los brazos de su hermano para que hiciese lo mismo. —¿Por qué confías en él? Dame alguna razón para no detestarlo, la que sea. —la voz del castaño sonaba calmada.

—Yo... No lo sé. Algo en él me hace confiar. En el bosque cuando volvíamos a casa, simplemente me dejé llevar. Me convencí a mí mismo de que nada había sucedido; pero luego ocurrió otra vez, y siguió pasando muchas veces más. —Eujean de pronto se sintió incómodo, como si un malestar atacara su estómago. Frotó sus ojos aguados antaño y continuó atendiendo a las palabras. —Creí que podría controlarlo, pero no fui capaz. Mi inseguridad era mayor, porque todo lo que tú dices yo ya lo sé, y lo tengo en la cabeza desde que me encontraste en nuestro cuarto sólo. Tú mismo has dicho esa noche que no había razones para pensar que Aragorn sólo viajó hasta el Bosque Negro para usarme como su fantasía sexual, Eujean. Y decidí apoyarme en esas palabras.

—Lo dije, y sigo pensándolo, aunque encuentre motivos por los cuales desconfiar. Sin embargo, temo que los humanos siguen sorprendiéndome. Luego de conocer al bufón que dirige esta ciudad, no me quedan muchas expectativas.

—Esa noche en la que tú y yo hablamos, —Legolas volvió a hablar, interrumpiendo a Eujean. — Aragorn me encontró en el río. Más bien, él me siguió. Allí le conté todo: el pasado, el dolor, el abuso. Las razones por las que no quería tener relaciones sexuales con él. —Eujean escuchaba atentamente, con el ceño fruncido y la vista clavada en las orbes azules de su amigo. —Él aclaró mis dudas. Me dijo que estaba enamorado de mí, y compartimos un momento realmente bello. —hubo un silencio, que Legolas aprovechó para destruir dentro de su pecho todas las trabas que le impedían continuar contando la historia. —No sé... —se esforzó. —No sé qué fue lo que me dio la seguridad y el deseo de complacerlo aquella noche, pero de pronto sentí que debía hacerlo. Y lo hice; lo hicimos.

—¿Así, sin más?

—Antes habíamos hablado sobre Arwen. Él me confesó que no la amaba, y que la dejaría en cuanto volvamos a Rivendel. Me pidió disculpas, pues también dijo que para él era difícil, que tenía miedo de que Elrond lo detestara, y que realmente no quería lastimar a la dama de Imaldris. Me dijo que me ama. —sentenció.

—¿Y tú?

—Creo que yo también lo amo.

—¿Por qué?

—No hay un motivo. O quizás hay muchos, realmente no lo sé. Sólo me siento distinto, como no me había sentido antes.

—¿Distinto? Anda, Legolas. —su hermano estaba impaciente, e intentaba entender todo lo que el príncipe le contaba, detalle por detalle.

—Al Legolas de siempre le hubiera parecido una locura la idea repentina que propuso de huir. Sin embargo, y aunque me comporté algo negado, no he podido sacarme esa idea de mi cabeza.

—¿Huir? Quiero decir, ¿A dónde? ¿Sin mí? ¿Y Ada? ¿Y qué tal Mellagan y Silbian? ¿Y el reino? ¡Legolas, ¿Y Gondor?! —el castaño parecía estar a punto de enloquecer, y su cara estaba roja de los nervios. Legolas dejó de contener las lágrimas.

—¡Es una locura! Sin embargo, suena prometedor. No lo sé, Eujean. Sé que es realmente complicado pensar en un futuro juntos, pero él lo quiere intentar, y creo que yo también.

—¿Crees?

—Es complicado. —sollozó. —Me odio, detesto estos sentimientos. Detesto saber que podría ponerlo a él sobre todas las obligaciones que el destino nos asignó, Eujean. Pero así es, y mientras más intento convencerme de que no estoy pensando con claridad, la necesidad de tener esa vida que él propone inunda más mi corazón. En serio quiero intentarlo. Lo siento, soy un estúpido. —el príncipe intentó cubrir su rostro, y no sabía si era sólo para quitarse las lágrimas molestas o si intentaba ocultarse; pero el contrario tomó fuertemente sus muñecas y las apartó.

—El amor es difícil. —dijo apoyando su frente en la de Legolas, que ahora respiraba agitado. —Pero confío en ti, y si tú lo... Si tú lo amas, entonces lo aceptaré. —el príncipe intentó sonreír, pero las lágrimas sólo caían mojando su barbilla y cuello, y fue incapaz.

—Gracias... —musitó. —Te quiero.

—Yo también te quiero, cariño. —ambos sintieron ese golpe repentino de bienestar al pronunciar esas palabras, y ahora sí se dieron la alegría de poder sonreír. —¡Eso sí! —intervino de pronto. —Si tú piensas escapar, yo iré con ustedes. Y estoy seguro de que los demás también. Adar quizás no, pero visitarlo no estaría de más, y claro, también a Grindell. Podríamos cruzar las montañas y dirigirnos al Oeste, y vivir en las costas de Beleriand. Nunca he ido ahí, pero se escucha prometedor. ¡Y prometo que intentaré llevarme bien con Estel!

El rostro de Legolas se iluminó. Escapar con sus amigos y con Aragorn ahora sonaba como a un buen plan, y la idea de las costas del Oeste lo llenaron de alegría. Pensar en el mar, azul y lejano, por fin bajo sus ligeros pies. ¿A qué olería? ¿Sería como el río? Él quería creer que no.

—Suena perfecto. —murmuró.

—¿A que sí? Como una fantasía. Allí conoceríamos a los elfos de los puertos, ¡Se oye maravilloso!

—¿Qué es lo que se oye maravilloso? —Silbian sorprendió a ambos sentándose junto a ellos, cruzando sus piernas frente a ella. —Vaya, he irrumpido en un mal momento, ambos se ven como dos orcos.

—Aragorn y yo pensamos en irnos lejos, y Eujean propuso que...

—Vamos contigo, ¿verdad? Digo, no piensas abandonarnos por ese mortal.  —interrumpió la guerrera con seguridad.

—¿Cómo supiste? ¿Nos escuchabas? —preguntó el sorprendido castaño.

—¿Cómo supe qué? Yo no estaba escuchando, me acerqué en cuanto los vi juntos, pues creí que todo estaba bien otra vez.

—No importa. —intervino rápidamente el rubio. —El punto es que si Aragorn y yo algún día escapáramos, me haría muchísima ilusión que ustedes viniesen. —ambos sonrieron emocionados.

—Entonces ustedes sí se reconciliaron. —dijo la peli-roja cruzando los brazos y arqueando una ceja.

—Como si nunca nos hubiésemos divorciado. —bromeó Legolas, y los tres rieron al unísono.


La noche continuó más alegre para todos.  El trío había ido a reunirse con Mellagan cuando las celebraciones terminaron, y Legolas defendió a la sirvienta Agnes frente al gobernador, evitando que ella salga perjudicada y ganando una nueva amistad. Sin embargo, apenas la introdujo a sus amigos, Mellagan acaparó su atención y ambos se marcharon juntos hacia las orillas del lago, seguidos por las miradas sorprendidas de sus amigos y de todos los presentes, que ya no eran muchos. Las altas horas de la noche llegaron y los tres elfos decidieron descansar para el día siguiente.

No era la primera vez que Legolas dormía en el suelo incómodo, sobre un colchón de tierra cubierto por una manta finita como el papel, y tampoco sería la última; pero jamás lograría acostumbrarse. Al salir el sol, los tres guerreros salieron de la tienda y se dirigieron hacia el rey, que ya se encontraba despierto y conversaba con Bardo sobre quiénes irían a la montaña a revisar si los enanos estaban con vida. Cuando se decidieron, un grupo de hombres junto a Bardo emprendieron la marcha hacia la montaña, portando ambos estandartes. Legolas se preguntó entonces dónde estarían Mellagan y Agnes, y para su sorpresa, la pregunta fue contestada en ese mismo instante.

—¡Buenos días! —el rubio se hallaba de un humor brillante.

—¡Mellagan! ¿Cómo dormiste? —preguntó Eujean emocionado.

—Mejor pregúntale dónde durmió. —añadió Legolas con un tono burlón.

—O con quién. —Silbian le siguió el juego.

—En realidad no he dormido nada. Nos sentamos en la orilla del lago con Agnes y comenzamos a hablar hasta que el Sol nos visitó. ¡Estábamos muy sorprendidos, pues hablando ensimismados en nosotros mismos ni pudimos notar el paso del tiempo! —el elfo cantor rebozaba de alegría mientras bailaba con sus brazos al compás de una canción que sólo sonaba en su cabeza. Eujean era el que llevaba la expresión más incrédula.

—Ah, no te hemos contado. —al ver la cara de sorpresa de su hermano, Legolas saltó al rescate. —Éste es el nuevo Mellagan, que tras entablar vínculos con el hijo de Bardo en la ciudadela, se volvió un romántico sin causa.

—¡Y ya piensa en tener elfings! —Silbian se sorprendió a sí misma por lo alto que sonó aquel comentario, ya que muchos elfos y humanos al rededor habían girado las curiosas cabezas y ahora estaban parando las orejas.

Los cuatro se sentaron en silencio a esperar a los humanos. El sol brillaba más radiante que nunca, pero hacía muchísimo frío y el viento había traído dificultades que incluían mantas voladoras y derrumbes de contiendas. Todos deseaban volver pronto al bosque, incluyendo a Silbian, cuyos deseos de guerra se habían extinguido a causa del aburrimiento, y excluyendo a Mellagan, que no quería despedirse de Agnes. Legolas era el más impaciente, y demostrando su privilegio de elfo más joven del grupo, no dejaba de moverse de aquí para allá. Inclusive cuando se quedaba quieto, volvía a la molesta costumbre de tamborilear con los dedos y de golpetear los pies contra el suelo.

Escapar con Aragorn sonaba prometedor. Después de todo, ¿Qué iba a perder? Sus amigos lo acompañarían, conocería lugares que sólo pudo imaginar, y lo mejor de todo, compartiría todo esto con su montaraz. No podía esperar a regresar y contarle todo lo que había pensado. El corazón del elfo joven pronto se llenó de esperanzas. No había olvidado los oscuros pensamientos que lo acompañaron siempre, pero había almacenado en las sombras aquellos recuerdos duros con los que había crecido, y ahora se sentía el ser más afortunado del mundo.

Se levantó de golpe en cuanto escuchó los pasos fuertes de los hombres en la tierra acercarse. No traían buenas noticias, y se notaba a lo lejos por las expresiones agobiadas.

—Los enanos están vivos, pero se niegan a darnos siquiera una pepita de oro. —dijo Bardo con un tono molesto. —Les he dado dos horas para que lo piensen mejor.

—¿Y luego? —preguntó un hombre entre la multitud que escuchaba.

—¿Habrá guerra? —Legolas oyó la voz de Silbian, que parecía emocionada por las noticias. Bardo vaciló antes de abrir la boca y contestar, pero fue interrumpido.

—No, quizás todavía podamos llegar a un acuerdo. —dijo el Rey Thranduil con una voz calmada y profunda. —Sitiaremos la montaña. No los dejaremos salir si no hasta que paguen como es debido. Podrán tragarse su oro, entonces. —se escucharon risas entre algunos hombres, y los elfos intercambiaron miradas preocupadas. ¿Montaña sitiada? Eso implicaría más días atrapados en este penoso campamento, aburrido y frío. Ahora debían confiar totalmente en la astucia de los enanos; para entonces, Legolas ya no tenía ninguna esperanza en marchar pronto a su reino. Esperaba que Aragorn estuviese bien, o más importante, que estuviese. Supo que estaba demorando más de lo previsto y se preocupó, pues su montaraz era de aburrirse rápidamente. Era algo que tenían en común.

—Una idea muy sensata, Rey Thranduil. —intervino un anciano entre la multitud, que apenas terminó de hablar se quitó la capucha y resultó ser nadie más que Mithrandir. —Una guerra sería muy absurda, sin dudas. Estoy seguro de que los catorce sitiados llegarán a un acuerdo pacífico, pues, ¿Qué mejor que tener por aliados a sus vecinos? —tanto hombres como elfos se quedaron sorprendidos ante la extraordinaria aparición.

Como todos sabían de antemano, los guardias que fueron a la puerta de Erebor, que ahora eran tanto elfos como enanos, volvieron con las noticias de que la montaña se encontraba sitiada, pues los enanos no habían dado una respuesta favorable. Todos se sorprendieron cuando uno de los elfos traía una flecha clavada en su largo escudo de madera. Legolas había pensado en ir él mismo, pues los enanos quizás lo reconocerían y se abrirían a hablar sobre algún trato. Sin embargo, descartó esa idea en cuanto vio que su padre lo vigilaba más de cerca. Con tanto tiempo desperdiciándose, ahora Thranduil aprovechaba para echar más de un ojo en la nuca de su hijo, y así averiguar en qué líos estaba metiéndose.
Legolas se sentía un elfing otra vez, escapando con sus amigos hacia algún sitio en el cuál encontrar algún rastro de diversión mientras que Grindell lo vigilaba más cerca de lo que le gustaría admitir. La única diferencia era que, en lugar de su niñero, ahora era su mismísimo padre el que lo hacía pasar estas vergüenzas; pues el elfo de grandes pómulos se encontraba demasiado ocupado en las cavernas del rey, dirigiendo el reino en su ausencia.

Ése mismo día, Grindell había pasado más tiempo con Aragorn, llegando a conocerlo un poco mejor. El montaraz podría admitir satisfecho que estaba logrando caerle muy bien al mejor amigo del rey, y eso no era poco decir.
Una vez caída la noche luego de un largo día envuelto en un viejo libro de aventuras y el humo de su pipa, Aragorn se encontraba tendido en su cama, listo para escribir la segunda carta.


     Carta número dos.


     Querido Legolas,

     He aquí mi segunda carta. Hoy no ha sido un día del todo interesante. He fumado más tabaco de pipa del que me gustaría admitir, pues lo que creí que duraría al menos una semana está a dos caladas de acabarse. Tendré que conseguir más. He leído un libro antiguo que encontré en la biblioteca, que narraba las aventuras de un ser muy extraño con una forma extrañamente similar a la de un enano, pero que tenía muchísimo poder, por alguna razón. No le he prestado la atención debida, pues mi mente y mi vista se nublan e inconscientemente estoy pensando en ti otra vez.
¡Hoy Grindell me ha dejado ayudarle a cocinar una tarta de manzana! Ha quedado exquisita, en cuanto vuelvas te haré una con mis propias manos y tú me darás tu veredicto. Quizás esto de cocinar sea más divertido de lo que creí.
Decidí que mañana voy a terminar la pintura que estoy haciendo. No te lo he comentado, pero he comenzado a pintar un cuadro, y lo verás en cuanto llegues. Te daré un par de palabras que podrás usar como pista, aunque para cuando leas esto, probablemente ya lo has visto. Las palabras son: mariposas, príncipe y montaraz. Podrás adivinar que ser precavido no se me da precisamente bien.
Por cierto, ¿Has estado pensando en mi idea de huir? Yo no he podido sacarla de mi mente, pues cuanto más descabellada suena, mayores son mis ansias de hacerlo.

Sí, porque no dejaremos que nada ni nadie nos tire abajo,

y quizás tú y yo podríamos tomar nuestro equipaje y apuntar al cielo,

y volar lejos de aquí; a donde sea, pues no me importa.

Sólo volar lejos de aquí, esperando que nuestras esperanzas y sueños se encuentren ahí afuera.

No dejaremos que el tiempo nos alcance, sólo volaremos.

Sigo esperando a que vuelvas, con la vista clavada en el Norte. Te amo, Legolas. 

Siempre tuyo, Aragorn.



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¡Hola!

Hago aparición una vez más para aclarar que de vez en cuando aparecerán letras de canciones en algunas partes, que vayan con la trama o que sienta que son indicadas. En este caso, la canción se encuentra en la carta de Aragorn, y es una parte de Fly away from here, de Aerosmith, por si quieren escucharla. ¡Comenten si la reconocieron antes de leer esto!

No se olviden de darle a favorito y comentar si les está gustando, y si lo quieren compartir con amigos o familiares interesados en estos libros y en esta pareja, sería de mucha ayuda.

¡Gracias por leer!

~Valen

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