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10. Barriles a Esgaroth.

La mañana finalmente llegó. Legolas despertó antes que Aragorn, como era de esperarse. No quiso molestarlo, se habían dormido tarde esa noche. Suavemente, con lentos y cautelosos movimientos, se quitó el brazo del mortal de encima y se incorporó. Se sentó de piernas cruzadas y observó a Aragorn de pies a cabeza. Se hallaba en paz, durmiendo como un hermoso ángel peli-negro. Acarició la melena despeinada del montaraz y sonrió al ver que no movía ni un músculo, tenía el sueño pesado.

Entonces se giró hacia la puerta, tan atento y rápido como un gato salvaje que detecta a una presa. Alguien estaba caminando hacia la habitación, y sin embargo no pudo ver a nadie entrar.

—Buenos días. —dijo en voz muy baja. De la mismísima nada apareció ahora un mediano: Bilbo Bolsón, de la Comarca, Hobbiton para ser exactos.

Ellos se habían conocido el día de ayer, cuando Bilbo creyó que podría burlar a los habilidosos elfos por mucho tiempo. En una de sus caminatas matutinas tuvo la impresión de ver una sombra donde no debía haber una. Sin pensarlo dos veces, tensó el arco, y el mediano se reveló. Sin embargo, Legolas no era como los demás elfos del Bosque Negro, pues no era receloso ni desconfiado, si no todo lo contrario. Escuchó lo que el hobbit le explicó de principio a fin, y decidió que lo ayudaría a escapar junto con los enanos. Éstos aún no lo sabían.

—Buenos días. —el mediano esbozó una sonrisa, que esta vez no fue correspondida. Ésta vez no tuvo que preocuparse en aclarar qué clase de buenos días eran.

—No deberías deambular por el palacio a todas horas, como te haz topado conmigo, puedes chocar con quien sea; y ninguno te tratará con la misma fortuna, créeme. —Bilbo asintió, estaba consiente de que había tenido muchísima suerte.

—Venía para avisarle que hoy mismo le diré a Thorin Escudo de Roble cuál será el plan, y que tú nos ayudarás. Espero que no me decapite al salir de aquí, él no quería que confiáramos nuestros objetivos a los elfos, tú sabes. —Legolas sonrió y asintió, dándole a Bilbo el ademan de retirarse.

El elfo y el humano volvieron a quedarse solos.

—¿Hablabas con alguien? —con una voz ronca y un par de movimientos lentos, Aragorn se incorporó en la cama hasta quedar frente a Legolas.

—Sólo cantaba. —sonríe inocentemente, a lo que el montaraz contestó con una pequeña risa pesada. Legolas sí que era adorable. —Buen día, Estel. Esperaba a que despertaras pronto, pues es casi el medio día. —Aragorn veía lo que había deseado la noche anterior. Un Legolas distinto, que había aparecido en las sombras de ayer pero que ahora se veía claro frente al Anor que entraba por la ventana. Torso desnudo y el cabello suelto y largo que caía sobre sus hombros y rostro, pero siempre prolijo.

—B-buen día. —Aragorn frotó sus ojos y puso rápidamente una mano sobre las de Legolas, que se encontraban juntas sobre sus piernas cruzadas. —Sólo para asegurarme de que esto es real.

El elfo lo miró confundido, casi esbozando una risa nerviosa, cuando el depredador se abalanzó sobre él apoyando fuertemente sus labios sobre los propios. Legolas correspondió inmediatamente, apoyando sus manos en la cama detrás de su espalda para no caer por la precipitada fuerza del montaraz. Éste seguía empujando hasta que los brazos del elfo cedieron y ambos cayeron sobre el colchón, sin separar sus labios.

Ejem.

No quiero interrumpir... O quizás sí. —la conocida voz de Eujean cortó el momento, y Aragorn miró hacia la puerta sin moverse de su lugar privilegiado sobre Legolas, con una mirada dispuesta a asesinar a quien se cruzara por la habitación. Eujean tragó saliva y continuó: —Adar quiere vernos, Legolas. Está molesto.

EL elfo se disculpó repetidas veces con Aragorn antes de -lamentablemente- cubrir su bello cuerpo con sus ropajes y salir. Ambos elfos se dirigieron hacia el salón del trono, donde Thranduil los esperaba. El príncipe tomó lugar en el suelo mientras que su hermano peinaba su cabello. El rey, con una mueca de desaprobación, comenzó:

Me gustaría que ambos fueran a las celdas hoy, aún deseo saber el motivo por el cual trece de mis mejores calabozos están ocupados. —ambos asintieron inmediatamente. —También me gustaría que le eches más de dos ojos a tu invitado el montaraz, pues le gusta mucho meterse en sitios que no debe.

—Fue mi culpa, yo le enseñé aquellos pasillos.

—No te culpes por el testarudo de tu invitado, no has sido tú el que le permitió la entrada a mi cuarto, imagino. —Eujean lanzó una carcajada, tirando sin querer del cabello de Legolas, quien se quejó con un pequeño gruñido.

—¿Entró a su habitación? ¿Por qué haría algo así? —dijo Eujean entre jadeos por no poder aguantar la risa. Thranduil frunció el ceño, con la mirada clavada en su hijo.

—Porque parece disfrutar de las cosas que no están permitidas. —al notar la indirecta, Legolas se encogió en su lugar, sintiéndose amenazado. —Y si se repite, yo me encargaré de que no desee regresar jamás a este bosque. —los elfos se levantaron asintiendo con la cabeza una vez que Eujean acabó de trenzar el cabello de su hermano. —Iôn... —Legolas volteó, como si le esperara una advertencia cruel. —Ten cuidado.

Los elfos se marcharon de la sala del trono. Eujean caminaba con una agradable sonrisa, pero Legolas parecía preocupado. Su amigo no tardó en notarlo, y rápidamente intentó calmarlo.

—Tranquilo, Legolas. Sabes que tu padre dice muchas cosas. Araña que ronronea, no envenena. —esas palabras no tenían ningún sentido, y ambos rieron abiertamente mientras caminaban por los pasillos oscuros del palacio.

—También hace muchas cosas. —la sonrisa del príncipe no tardó en desaparecer.

—No le tocará ni un pelo a tu humano, créeme. Sólo está preocupado. Te protege. —Legolas se sobresaltó.

—¡No es humano! —Eujean soltó otra carcajada y se adelantó dando pequeños saltos.

—Si tu lo dices... —con estas palabras saltó lejos del príncipe, quien decidió no seguirlo. Tuvo la intención de caminar sólo, disfrutar del aire fresco escalando algún árbol muy alto y llevar un libro consigo. No iba a bajar a las mazmorras hoy. ¡Se oía como un plan prometedor! Lástima que fue interrumpido.

—Su Majestad...

—Sólo Legolas. —se quejó el príncipe.

—Legolas, su Majestad, Thorin quiere hablar contigo. —el elfo, tras un suspiro cansado, accedió, y comenzó a seguir a la simple sombra sin dueño hasta una de las mazmorras más alejadas del palacio, donde se encontraba la celda de Thorin Escudo de Roble. Aún tenía ese nudo en la boca del estómago, pues últimamente estaba diciendo muchas mentiras. No era diferente a un traidor.

Legolas se acercó a la celda, y tras los barrotes divisó al fornido enano, de aspecto algo deteriorado. Estaba en una esquina, con la espalda contra la pared. Ni si quiera volteó la vista hacia el elfo, aunque había notado que estaba allí. Bilbo estaba junto a él, aunque llevaba el anillo y era imposible de detectar, pues no había luces que proyectaran sombras.

—No tengo hambre, no tengo nada que decir. —gruñó el enano ante la presencia del elfo.

—¿Quieres salir de aquí? De no ser así, puedo retirarme. —en ese momento, Bilbo se hizo visible y Thorin volteó hacia ambos, atónito, pero escondiendo toda expresión tras una mirada desconfiada. ¿¡Qué demonios hacía Bilbo con uno de ellos!? Una expresión colérica apareció en su rostro, y el mediano tragó saliva. Esperaba que Thorin dejara de lado su maldita terquedad por una vez.

—No confiaría en ti ni aunque estuviera muriendo y tú tuvieras la única cura para salvarme. Usaría mis últimos soplos de vida para burlarme de tu peinado de señorita. —Legolas ni se inmutó, aunque Bilbo giró los ojos un tanto harto de la falta de cortesía de su compañero.

—Escapar llevará unos pocos días más, pues se acerca un día prometedor en el palacio donde la mayor parte de los guardias estarán arriba. —continuó Legolas sin dejar de mirar al contrario con el mismo gesto sin expresión.

—¿Quién es este bufón? ¿No eres algo así como el hijo del rey? No me interesan tus propuestas, princesa...

—¡Thorin! ¡Quizás sea nuestra última salida, ¿Quieres comportarte?! —Bilbo chilló con la cara roja como un tomate, y rápidamente Legolas le tapó la boca.

—Póntelo. —masculló, y al desaparecer el mediano, Eujean llegó al lugar con su típica sonrisa. Thorin volvió su mirada a la misma nada, algo enfurecido por la forma en la que el hobbit se había tomado el atrevimiento de gritarle, avergonzándolo frente al enemigo.

—Oh, ya estás aquí. Creí que vendría solo, sé que no te gustan las celdas, los encierros. —observó Jean, desinteresado. —Tuve la corazonada de que te escabullirías a leer por ahí.

—Esta bien, yo estoy con Escudo de Roble, puedes ir con alguno de los otros. Terminaré pronto. —el elfo sonrió y asintió, alegre de que ahora tendría que hacer sólo la mitad del trabajo. Bilbo apareció nuevamente cuando este se retiró.

—Entiendo que no desee confiarme sus asuntos, pero para su desgracia yo, ya los conozco. No diré nada, pero permita que le de un consejo: si tiene éxito en su misión, la noticia se extenderá por todos lados, y mi gente reclamará lo que cree que le corresponde. Puede pasar de manera pacífica o puede desatarse una guerra; y dándose sus circunstancias, no está en condiciones de pelear contra un ejército de elfos. Me parece prudente que hable con mi padre, que conociendo sus asuntos los dejará ir, aunque reclamará parte de la recompensa. Yo no he vivido en esa época, así que no tomaré partido; pero conozco el orgullo de mi padre. De todas maneras, es un simple consejo. Puede aceptar mi ayuda y mi consejo o no. Sobre el asunto, puede confiar en que yo no diré nada. —Thorin escuchaba atentamente, aunque tenía la vista perdida en otro lado, intentando lucir desinteresado. No le gustaba aceptar la derrota, y ser ayudado por un elfo era prácticamente lo mismo. De todas maneras decidió no decirle nada al rey, como si tuviera un as bajo la manga.

Luego de escuchar atentamente el plan, y un poco a regañadientes, Escudo de Roble aceptó la ayuda. Legolas había leído sobre las antiguas peleas entre enanos y elfos, pero se sentía más ajeno a ellas puesto que no las había vivido. No entendía por qué debía existir tal diferencia. Thorin era obstinado, fiel siempre a su ideal de odio hacia los elfos, aunque no tuviera ninguna razón. Bueno, sí la tenía. Se encontraba encerrado en una de sus celdas, ¡Pero eso no era culpa de Legolas! «Enanos, ¡qué testarudos son!»

...

Los días comenzaron a pasar. Él y Aragorn no habían vuelto a dormir juntos, pues Eujean se había mostrado bastante molesto con la idea de quedarse sólo, pero los besos a escondidas con el montaraz comenzaban a ser una rutina. Sin embargo, eso no era lo único que hacía el príncipe en las sombras del palacio aquella fría noche de banquete:

—¿Cuál era el plan? —murmuró uno de los enanos, de cabello castaño y poca barba, sacando toda su cara a través de los barrotes. Su nombre era Kili... ¿O Fili? «¿¡Por qué todos los enanos tienen nombres similares?!»

—¡Presta más atención! —lo regañó el enano rubio a su lado, dándole un pequeño golpe en la cabeza, a lo que el castaño respondió con un quejido y otro golpe más fuerte. Legolas se vio obligado a intervenir, abriendo la celda y para separarlos.

Las puertas siempre están cerradas, a menos que mi padre de la orden para abrirlas. Sin embargo, no es la única salida del reino... —Legolas les contó apresuradamente el plan a los presentes mientras Bilbo sacaba al resto. Juntos habían esperado a que dos de los guardias se durmieran bebiendo de aquel potente vino del rey para quitarles las llaves, y ahora comenzaba la fase dos: llegar a las bodegas del rey con un grupo ruidoso y torpes de enanos apurados sin ser vistos. 

Al llegar sin una mínima dificultad, pero con los nervios desbordados, los enanos descubrieron que Legolas y Bilbo no mentían. Los barriles de suministros ingresaban por un canal de agua subterráneo que llegaba hasta Esgaroth, una comunidad de hombres que intercambiaba con los elfos del bosque. El plan consistía en llenar barriles vacíos con aquellos robustos pero pequeños enanos, y que el río los liberara del bosque. Para Thorin, parecía inadmisible, pero no tenían nada mejor en mente.

Todos dudaron antes de meterse en aquellos barriles, que no eran dignos de la grandeza de un enano; discutieron con Bilbo sobre la ridiculez del "plan", si podría denominarse así, pero entraron sin chistar luego de que el mediano los regañase y los amenazara con enviarlos de nuevo a sus celdas. A Legolas esto le resultaba bastante cómico.

Él mismo se encargó de devolver las llaves al guardia que se encargaba de vigilar a los prisioneros. Sabía que tendría muchos problemas con el rey, pero esto le evitaría un par de ellos. El pobre no tenía la culpa.

Cuando fue el turno de Thorin, fue realmente dificultoso hacerlo entrar en el barril. Se sacudía y gruñía como un perro rabioso, y de pronto el elfo se sorprendió de la capacidad de paciencia que tenía el mediano para soportar a su compañero durante un viaje al que ni si quiera estaba obligado a ir. Los hobbits eran más resistentes de lo que él pensaba.

—Nadie lanza a un enano; ni si quiera un príncipe. —gruñó uno de los enanos que parecía ser Gloin, quien decidió trepar por su cuenta dentro del barril. Legolas lo empujó de todas formas, ayudándolo a entrar, y selló bien la cuba.

El último en entrar fue Balin, el más anciano. Legolas y Bilbo se apuraban a tapar los agujeros de los barriles y a rellenar los más grandes para evitar golpes muy severos en los enanos que iban dentro, pero el enano más anciano hizo el mayor de los alborotos. Gritaba como una cabra "¡Me ahogo! ¡No puedo respirar!" cuando si quiera habían cerrado el barril. Pero este había sido el último, y los nervios se habían aplacado en ambos.





Todo estaba hecho, pero no tuvieron tiempo de descansar o festejar, pues pronto oyeron pasos y voces aproximándose, riendo y cantando.

—El banquete ha terminado y no he estado ahí. —murmuró Legolas. Bilbo lo miró preocupado. ¿El príncipe iba a tener problemas por culpa suya? —Tendré que dar muchas explicaciones... —pero pronto entendió que ese no era el mayor de sus problemas. Luego de otra ronda de vino, todos los elfos que cantaban, vinieron a llevar los barriles al río. Rápidamente se echó sobre Bilbo y se escabulleron detrás unos barriles llenos, que no serían lanzados a menos que los elfos se encuentren lo suficientemente borrachos. Los guardias entonaban dulces canciones mientras rodaban los barriles hacia el río, y el mediano y el elfo sonreían abiertamente por el buen resultado de su plan.

"¡Rueda-rueda-rueda-rueda,

rueda-rueda-rueda bajando a la cueva!

¡Levanten, arriba, que caigan a plomo!

Allá abajo van, chocando en el fondo."

—Muchas gracias por ayudarnos a mí y a mis amigos, era realmente urgente que salgamos de estas cuevas. —suspiró Bilbo. Legolas estaba a punto de responder cuando un pensamiento arribó de golpe en su cabeza. Se llevó la mano a la frente con una expresión se horror y miró al mediano, que lo miraba confundido.

—¿¡Tú no deberías estar en alguno de esos barriles?! —ambos se desesperaron, pues el último barril estaba siendo empujado al río, y ahora Bilbo se hallaba junto a Legolas, abandonado en el reino. De pronto, el mediano metió la mano en su bolsillo y le ofreció, desesperado, el anillo al príncipe.

—Tómalo. Me lanzaré al río y me aferraré a alguno de los barriles. Tú llegarás al banquete con esto y nadie podrá imaginarse que has estado aquí. Nos ayudaste demasiado, príncipe Legolas, es mi manera de agradecerte.

Legolas, al principio, extendió la mano para tomarlo. Parecía un buen plan. Sin embargo, antes de que sus dedos lo toquen, dudó. Sintió una magia siniestra apoderarse de él, cómo si sus dedos de pronto se helaran. Era el Anillo, el Único, el que hace años llevaba oculto luego de que Isildur había muerto, según todas las historias que había oído, leído y cantado. ¿Cómo diablos lo tenía este Hobbit? Sea como sea, no se animó a tomarlo. Si la historia así lo escribía, el anillo debía quedarse con Bilbo, pues él parecía necesitarlo más. Cerró el puño del mediano con el anillo dentro, y negó con la cabeza.

—Póntelo. Tengo un mejor plan, confía en mí. Nos volveremos a ver, Bilbo, estoy seguro. —el hobbit dudó por unos segundos, pero obedeció al elfo, y automáticamente sintió que era jalado de sus prendas y arrojado al río, sobre el último barril. Detrás suyo, las compuertas se cerraron.

Todo había terminado.

—Su Majestad...

—Sólo Legolas. —bufó el príncipe.

—... debería estar arriba, su padre ha preguntado por usted, ¿Qué es lo que hace aquí? —los guardias se hallaban alarmados por la presencia de Legolas, quien obviamente había visto su comportamiento desobediente al rey. Temblaban de pies a cabeza como hojas de papel a punto de desplomarse de un soplido. Legolas sonrió abiertamente y se acercó hacia donde estaba el mayordomo sin decir una palabra. La ansiedad de los sirvientes crecía con cada paso.

Divertido, Legolas tomó uno de los jarros y lo bebió rápidamente, sin dejar ni una gota. Miró a los elfos con una sonrisa y añadió:

—Yo no he estado aquí, y no he visto nada. No diré nada si ustedes tampoco lo hacen. ¿Entendido? —todos los elfos estallaron en risas y celebraron la gracia de su príncipe con otra bebida y alegres canciones. Legolas subió luego de esto dando pasos largos por todas las escaleras y túneles enredados del palacio hasta llegar al salón donde se realizaba el banquete. Por su puesto que ya habían terminado. Aragorn estaba ahí, y su expresión lo mostraba incómodo junto a un ebrio Eujean, que lo insultaba para luego estallar en carcajadas. Thranduil, serio y sereno como siempre estaba sentado junto a Grindell, quien al ver a Legolas rodó los ojos y negó cabizbajo. ¿Otra vez en problemas? El rey iba a estar furioso. Éste volteó inmediatamente a su hijo cuando su hijo entró.

—¿Dónde estabas? —preguntó el rey elfo con un tono seco e imponente pero en voz baja en cuanto su hijo tomó lugar junto a él.

—No tenía hambre, ada. Estaba leyendo.

—Por su puesto. —dijo su padre de manera sarcástica. —¿Y qué leías?

—Un libro de historias de horror y monstruos de las antiguas eras.

—No te gustan esos libros. Cuando eras un pequeño elfing te asustabas de las cosas más absurdas.

—Ya soy grande, y no me asustan esas cosas. —la conversación continuaba en murmullos. Legolas se encontraba cada vez más incómodo.

—¿Vas a decirle a tu padre dónde realmente estabas? —dijo el mayor con una voz seria. No le creía a su hijo ni una palabra.

—En mi habitación. —Legolas miró a Grindell, que estaba sentado junto al rey Thranduil, oyendo la conversación atentamente, y estas fueron las palabras necesarias para intervenir al notar el llamado de auxilio del príncipe.

—Yo fui a visitarlo justo antes del banquete, estaba leyendo. —confirmó el elfo. Thranduil cambió su expresión a una más calmada y se acomodó en su asiento.

—Oh, de acuerdo. Las cenas son un asunto familiar, Legolas. Cuando sucede, debes venir. Aunque no tengas hambre, siéntate junto a mí. ¿Me has entendido?

—Sí, adar. —el elfo sonrió a su rescatador, quien le guiñó un ojo como gesto de cómplice antes de volver a su copa de vino. Todo estaba cubierto, ahora debía esperar a que notasen que los enanos no estaban y a que la revuelta por su desaparición quedase en el olvido. Serían unas semanas complicadas.

Aragorn lo miró incómodamente desde su lugar en la mesa. Legolas apenas había llegado hace unos minutos, y él debía saber dónde se encontraba. Estaba algo molesto, pues lo dejó sólo, rodeado de elfos que no le regalaba miradas tan amistosas que digamos. El príncipe no lo miraba, parecía preocupado.

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