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Volvió al salón agotada, la mesa todavía sin recoger. Se limpió las manos contra los pantalones, recogió la colilla humeante y fumó por primera vez para saber a qué sabía.
—Por fin se fue para no volver. Qué silencio. Qué gusto. Qué pereza, con lo mal que sale la sangre.
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