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1. El comienzo del fin

"Douglas la miró y vio en ella lo que no veía en ninguna otra: a la chica perfecta. Y no porque ella fuera realmente perfecta, ella era un desastre caliente, pero el amor es ciego y Douglas solo veía en ella lo que quería ver, lo que ella necesitaba tan desesperadamente que alguien notara.

Summer tenía el cabello enmarañado y bebía una taza de café frío, pero Douglas veía en ella a una delicada flor, que había pasado por el más crudo de los inviernos y aun así sobrevivido. Ella era el amor de su vida y ahora que su camino sin rumbo había surcado en el estanque que era el de ella, los dos tenían una razón más para quedarse.

Oh, Dios sabe que Douglas tenía mil un razones para quedarse a su lado y esperaba que ella correspondiera a todas.

Summer. No había un nombre para una persona que desencajara tanto. Su piel era del color de la nieve que golpeaba el tejado en esa mañana de diciembre, con el cabello del color de la noche y los ojos tan turbios como cuando el cielo amenaza con una tormenta. Ella no era «verano», ella era la época de lluvias. Ella era un tornado.

—Deberías irte —murmuró.

Su voz era tan frágil como ella en ese momento.

—¿Por qué me iría si te tengo ahora?

—No sabes lo que dices, vete ahora o vendrán por ti.

—Eso realmente no me importa, Summer.

Ella tembló. Sus manos agitaron la taza provocando que cayera un poco de café al suelo de madera de la cabaña. La noche anterior había sido agotadora y ella aun estaba un poco agitada, se había roto en mil pedazos pero Douglas los había recogido y la había reconstruido, tratando de que no se derrumbase su frágil estructura de nuevo.

Él cuidaría de ella con su vida mientras estuvieran juntos. No había fuerza en el universo que lograra que él cambiase de opinión. Ni siquiera el atentado contra su vida que había sufrido la noche anterior había disipado sus ganas de quedarse ahí y mantenerla contra su pecho.

Cinco minutos para salvarla o cinco minutos para morir.

Era todo lo que quedaba."

Dame cinco minutos de tu tiempo y te entregaré mi corazón, le había dicho él alguna vez.

—¿Quieres morir? —le preguntó. Summer pronunciaba las palabras como si en verdad temiera que él dijera que sí pero con una gota de esperanza en su tono de voz—. ¿En verdad quieres tomar ese riesgo? —posó sus ojos tormentosos sobre él.

El hombre se estremeció. Aquella mirada que lo había cautivado hace tantos años, cuando eran niños, seguía exactamente como la recordaba desde que ella se había ido de su lado. Más bien, cuando se la arrancaron.

—Si me quedo, moriré eventualmente, no importa lo que pase porque así es la vida, pero si me voy y te dejo moriré en vida.

—Estaremos juntos por poco.

—Prefiero cinco minutos de felicidad a una eternidad en desgracia.

Y ella no dijo nada, solo se quedó ahí esperando que él la abrazara para calmar el frío que se le colaba en los huesos. Él lo hizo, con todo el amor del mundo, sabiendo que solo en ese momento podía tenerla y ser feliz antes de que llegaran por ellos. Pero lo valía. Valía la pena estar allí. Fueron los cinco minutos mejor gastados de su vida.

—¿Qué te parece? —le pregunté a Poppy, la editora en jefe del periódico escolar.

Ella tenía lágrimas en los ojos mientras estos se paseaban por el papel examinando una y otra vez las palabras, se mordía el labio y trataba de no llorar probablemente. Era la misma reacción que había obtenido de mi madre y mi abuela cuando se los leí en la mañana. Poppy me miró y trató de hablar, pero se le fue la voz. Alargó la mano para tomar un pañuelo del paquete sobre el escritorio de la oficina del comité del periódico escolar y se sonó la nariz ruidosamente.

—Es precioso... es decir, es el mejor final que se te hubiera podido ocurrir. Estoy impresionada y muy triste.

Había estado escribiendo Cinco Minutos para el periódico escolar desde que comenzó el año en septiembre, ya estábamos en enero y este era el final. Constaba de veintitrés capítulos y era prácticamente de lo que casi la mayoría de las chicas y los miembros de teatro del instituto hablaban, había generado una gran impresión. Poppy lo había leído en mi carpeta de documentos y me presionó para que aceptara que ella lo publicase en el periódico escolar cada semana. Desde entonces la bandeja de correos de Ghost Writer se había saturado con mensajes de prácticamente todas las chicas de Lowell High School.

—Dime que vas a escribir algo más para tu columna —pidió Poppy abrazándose a la hoja impresa que le había dado—. Porque déjame decirte que si paras ahora todo el mundo va a decepcionarse mucho.

—Podría escribir relatos cortos, si te parece bien.

—Me parece increíble.

Poppy se levantó de la silla dejando el papel sobre la mesa y me abrazó muy fuerte pasando sus brazos alrededor de mí. Ella era pequeña y pelirroja, con el cabello corto y ojos color miel. Poppy era una de mis mejores amigas y una de las tres personas que sabían la verdadera identidad de Ghost Writer.

—Gracias por compartir un poco de tu talento con nosotros.

—No es nada, Poppy. Yo estoy muy agradecido contigo por dejarme hacer esto. —le devolví el abrazo.

Nos interrumpió un carraspeo detrás de nosotros. Poppy me soltó y vi la alegría en su cara cuando notó que era Lester, su novio y, desde los siete, mi mejor amigo—. Espero no interrumpir, pero acaba de sonar el timbre y me muero por salir de aquí —anunció él recostándose del marco de la puerta.

—Bueno, vamos ahora —animó Poppy y cogió su bolso que descansaba encima del escritorio, archivó las hojas del final de Cinco Minutos en la carpeta que tenía el nombre de Ghost Writer y cerró con llave el archivo—. ¿Pasamos por pizza antes? Estoy famélica.

—Es buena idea, esta vez Charlie paga —Lester me dirigió una mueca burlona.

Poppy me dio la llave para que cerrara y fue a besar a Lester y no protesté por lo que había dicho este.

Lester pasó un brazo sobre los hombros de Poppy y yo salí de la oficina detrás de ellos. Cerré la puerta con la llave y cuando terminé se la lancé a Poppy. Ella la tomó en el aire y la guardó en su bolsillo. Lester y ella se adelantaron mientras yo iba detrás. Aun quedaba gente en los pasillos después de la última campana. Samuel apareció corriendo de la nada y se unió a nosotros. Suponía que estaba huyendo de algún castigo.

Chocamos puños y me dio una palmada en el hombro después.

—¿Ya entregaste el final de Cinco Minutos? —me preguntó con cautela, mirando hacia los lados y en voz baja.

Asentí.

—¿Qué tal, Poppy? —preguntó Lester con mucho cuidado—. ¿Cómo estuvo?

—Oh... —Poppy se limpió una lagrimita que había quedado de su inminente tristeza al leer el final—. Emotivo, hermoso, muy triste.

—Para la próxima puedes escribir algo con zombis ¿Qué te parece? —sugirió Samuel.

—Eso estaría genial. Un apocalipsis zombi o algo así. —apoyó Lester.

—No, no lo creo, no es mi campo —argumenté sacudiendo mis hombros.

—Sí, además él perdería a todo su encanto romántico —Poppy dijo con un dejo de desaprobación—. Y Charlie no es Ghost Writer sin el romance. ¿No es cierto?

Ella giró su cara sobre el hombro de Lester y me sonrió. Asentí estando de acuerdo.

—¿Los zombies no podrían enamorarse? —preguntó Lester.

—Yo lo veo como una oportunidad para hacer tendencia —respondió Samuel.

Todos nos echamos a reír.

—¿Pizza Hut? —pregunté al llegar al estacionamiento.

—Pizza Hut. —respondieron todos.

Lester quitó la alarma de su auto cuando llegamos al estacionamiento. Su auto era un Fiat Uno color rojo que Lester llamaba "Frank" y cuando lo necesitaba él me dejaba utilizarlo puesto que le había dado la mitad de mis ahorros para que pudiera comprarlo.

—Oigan chicos ¿Ya saben lo de Hazard? —preguntó Poppy cuando entramos todos en el auto.

—No, ¿Qué pasó con Hazard? —Samuel interrogó mientras se abrochaba el cinturón.

Lester arrancó el auto y nos sacó del estacionamiento.

—Su casa se quemó ayer.

Samuel jadeó en sorpresa, yo también estaba asombrado.

Vaya, pobre chica.

—¿Ella está bien? —pregunté.

Hazard era mi compañera de banco en estudios sociales, no era muy elocuente o bromista. Jamás la había escuchado reírse cuando le contaba un chiste, ella no se reía del profesor ni siquiera. Hablábamos muy poco, por lo que prácticamente no sabíamos nada el uno del otro. Ni siquiera sabía cuál era su primer nombre, solo sabía que todo el mundo la llamába por su apellido, incluso los profesores cuando revisaban la lista.

—Sí, ella está bien y también su padre, pero no tienen donde vivir ahora y perdieron casi todo.

—¿Ella vive solo con su padre? —preguntó Samuel.

—Sí, solo son ellos dos. Pobre chica ¿No lo creen?

Un sentimiento de lástima se extendió en mi pecho. Pensar en la pobre Hazard, teniendo que buscarse la vida con su pobre padre. Eso sí que era duro.

—Tendré que borrar incendios de mi lista de temas para hacer chistes cuando esté en sociales —me lamenté graciosamente.

Lester y Samuel se echaron a reír pero Poppy me miró entrecerrando los ojos por encima de su hombro. Negó y me dio una media sonrisa que me decía que había hecho un buen chiste, pero muy cruel de mi parte. Me encogí de hombros. Alguien tenía que decirlo.

Nos comimos dos pizzas medianas en Pizza Hut, Samuel estuvo coqueteando con la mesera mientras todos hacíamos nuestras apuestas en la mesa, se consiguió una bebida gratis a cambio de que la dejara en paz y yo gané veinte dólares. Luego Lester llevó a Poppy a casa. Tuvieron sus diez minutos de besuqueo mientras Samuel y yo jugábamos piedra papel o tijera en el asiento trasero del auto. Cuando volvió parecía feliz, como siempre cuando terminaba de despedirse de Poppy.

—Oye Charlie ¿Puedo pedirte un favor?... ¡Mierda, Samuel! —gruñó Lester.

Samuel se pasó al asiento de adelante y le dio en la cara con la suela de su zapato a Lester, justo en su ojo derecho—. Joder, lo siento. —dijo riéndose Samuel, trató de limpiar la cara de Lester con su mano.

—Quítame las manos de encima... ¡No me toques!

Comenzaron una guerra de manotadas y Lester había empezado a manejar por la calle y el auto se estaba desviando mientras ellos forcejaban. Tuve que interrumpir y tomar el volante—. ¡Basta, vamos a morir! —al meterme en la pelea recibí varios manotazos, estaba tratando de poner el auto derecho en el carril, los demás autos nos rebasaban—. ¿Quieren morir, quieren morir? ¡ALTO! —grité.

Ambos se detuvieron y Lester tomó el volante, Samuel volvió a acomodarse en el asiento y yo volví a sentarme hiperventilando. Casi chocamos el auto.

—Eres muy infantil —murmuró Samuel.

—¿Yo? —inquirió Lester con una risa de irónica.

—¡Los dos son infantiles! —les grité—. Solo conduce.

—Charlie, volviendo al asunto del favor —habló de nuevo Lester—, iba a preguntarte si podía escribirme un par de palabras bonitas para decirle a Poppy este viernes. Es su cumpleaños, quiero que sea romántico.

Lester me miró suplicante por el retrovisor.

—¿Cómo que un par de palabras bonitas? —le pregunté entornando los ojos.

—Bueno... ya sabes, yo te diría las cosas que siento por ella, tú lo traducirías al idioma de Ghost Writer.

—¿Y si mejor les dices las cosas que sientes por ella a tu manera? Mucho más original y mucho más romántico, aunque no lo creas —aseguré.

Lester resopló. Él era un perezoso para ser romántico, aun así, cuando se trataba de Poppy, él se esforzaba por serlo, aunque fuera a su propia manera tosca y sencilla.

—¿Aun así puedo decírtelo? No quiero decir algo completamente equivocado y que termine conmigo por falta de sensibilidad o cualquier otra mierda que les moleste a las chicas.

Me encogí de hombros—. Seguro, ven mañana por la tarde después del entrenamiento.

—Yo también vendré, quiero saber qué clase de cosas le dirás a Poppy —Samuel se ganó inmediatamente otro golpe de parte de Lester.

Él estaba aparcando en el camino de entrada de mi casa. Chocamos puños e igual con Samuel. Me despedí y bajé del auto colgándome la mochila en el hombro. Abrí la puerta y dejé la mochila en la mesa a un lado del bowl de las llaves, mamá aparentemente había hecho la limpieza y estaría preparando la cena, porque olía a lavanda y también a pollo al horno con patatas.

Caminé hasta el comedor, vi que había unas maletas junto al pie de las escaleras ¿Quién se irá de casa? ¿Quién habrá vuelto?... ¿Mamá quiere que me vaya de casa? Me reí de mis propias incoherencias y realmente no le di importancia al asunto. Cuando entré en el comedor mamá estaba sirviendo la cena. Y al parecer, teníamos invitados.

Mi madre entró con una cacerola de algo humeante. Agucé el olfato. Como predije, pollo con patatas. Yo estaba un poco confundido. La abuela estaba en la punta de la mesa derecha y había un hombre sentado junto a ella, no tan joven, yo diría que tenía unos treinta y nueve o posiblemente estuviera entrando en los cuarenta, como mi madre. La abuela sostenía una amena charla con el hombre y cuando entré se detuvieron.

—Oh cachorrito, volviste —me dijo mamá con su voz dulce y maternal—. Ven, siéntate, quiero presentarte a alguien.

Arrugué mi frente y mamá me envió una mirada acusatoria. Apuntó a la silla en la otra punta de la mesa. Tomé asiento silenciosamente mientras le dedicaba una pequeña sonrisa al hombre delante de mí. No tenía ni idea de quien se trataba pero algo en su rostro me resultaba familiar.

—Charlie, él es Simon Hazard, trabaja conmigo en el hospital, ¿Recuerdas que te hablé de él?

Asentí, pero no lo recordaba, sin embargo... ¿Hazard? Oh Jesús, Hazard. ¿Cuántos Hazard pueden haber en San francisco? Espero que muchos.

—Bueno... pasó algo terrible, la casa de Simon ardió en llamas el fin de semana —mamá tomó la mano de Simon sobre la mesa y yo abrí los ojos sorprendido como si no lo supiera ya, porque en cierto modo no lo sabía—. Yo lo invité a quedarse con nosotros hasta que él consiga un lugar donde establecerse y pueda recuperar sus cosas, está aquí con su hija ¡Y creo que ella estudia contigo!

—Oh...

No sabía que decir, no sabía si darle mis condolencias por la tragedia de su casa o entrar en crisis porque Hazard, mi compañera de banco en ciencias sociales, iba a vivir conmigo... en la misma casa, donde hago cosas que solo mi madre y mi abuela saben... de repente me sentía como que iba a vomitar la pizza que comí antes.

—¡Ahí estás! Julia, cariño, entra que voy a servir la cena.

Mamá estaba mirando detrás de mí, me di la vuelta y la vi. Estaba parada ahí, viéndose tan fuera de lugar como yo me sentía.

Oh no... ¿El nombre de Hazard es Julia?

Ella dio un paso adelante, soltó un resoplido y murmuró algo que logré escuchar—: Muy bien, es solo el comienzo.

El comienzo del fin. 

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