Prólogo
Cuando me presentaste a tu novia, Grayson, tuve que contener los comentarios negativos que querían escapar de mí.
Ella era alta y delgada, voluptuosa. Tenía ojos verdes, igual que yo, pero más grandes y brillantes, y la belleza exótica de ellos se acompletaba con lo largo de sus pestañas y lo grueso de sus cejas. Su cabello era largo y rizado, con un inusual color fucsia que contrastaba a la perfección con su piel uniformemente bronceada. Era guapa.
De haber sido un chico al que le gustasen las mujeres, pude haberme sentido atraído hacia ella.
Pero no fue así, y cualquier mínimo rastro de respeto hacia la intrusa en mi casa se esfumó en el instante en que abrió la boca y no volvió a cerrarla. Parlanchina y extrovertida, no paró de tratar de incitarme a tener una conversación, y a decir verdad me irritó un poco darme cuenta de que no le habías aclarado que soy alguien de pocas palabras. Muy pocas. Todo lo contrario a ella. ¿No se cansaba de gastar tanta saliva?
Era demasiado abierta para mi gusto. Aquello le quitó la mayoría de puntos —sino es que todos— conmigo, aunque en el fondo sabía que se parecía demasiado a ti.
Tan semejantes. Eran el uno para el otro. Sin embargo, me negaba a aceptar ese pensamiento porque entonces me dolía el pecho de una manera que no podría explicar. Sea como sea, tampoco terminé de pensarlo, pues sentí tu intensa y expectante mirada de océano sobre mí.
—Entonces... —balbuceaste—, ¿qué opinas?
Sabía que estabas esperando que esa chica alienígena me agradara, así como también sabía que no había sido así en lo absoluto. No me agradaba. Era muy simple para ti.
Pero no podía decirte eso. No porque me interesara ser educado o porque te fueses a enfadar, sino porque podía lastimarte. Y aunque el lugar más recóndito de mi mente me gritó que tú estabas lastimándome al presentarme a la persona que ocupaba el lugar que yo quería, no pude hacerlo. No pude decir lo que pensaba.
Tu sonrisa me lo impidió.
Suspiré ligero mientras pensaba en algo que sonara decente. Me giré hacia su dirección para mirarla, a lo que ella revoloteó con entusiasmo por la atención que finalmente le prestaba desde que llegó.
—Es un gusto —dije. No lo era, pero se escuchó real.
Tras asentir con la cabeza y evitar tu mirada me di la vuelta para irme, dirigiéndome a las escaleras que me llevarían a mi habitación, allá donde podía encerrarme y olvidarme de este horrible encuentro. Pero tu voz me detuvo.
—Gracias —murmuraste agradecido, y sabía a lo que te referías.
Temías que fuese tajante con ella, como es mi costumbre ser con todo el mundo. Me conocías, sabías lo insufrible que podía llegar a comportarme con las personas nuevas y quisiste evitar que me comportara así con ella. ¿Acaso te importaba tanto dar una buena impresión sobre tu familia? No, no era eso. Querías que todo fuera perfecto para Kory, que conocer a tu hermano menor fuera una buena experiencia y no un momento incómodo. Querías evitarle ese mal trago.
No pensaste en lo mucho que a mí me jodería conocerla.
Eso sólo empeoró mi situación interna. Subí y caminé por los pasillos sin poder evitar que esa sensación de molestia se implantara en mi pecho y siguiera creciendo. Ella no era para ti.
Una vez que estuve en la tranquilidad de esas cuatro paredes, me recosté en mi cama a pensar. No iba a aceptarla jamás, eso era un hecho. Porque sin importar cuánto intenté convencerme de lo contrario, en el fondo realmente sabía que no me importaba si el sentimiento era egoísta, sólo la quería lejos de ti. Lejos de tu vida. Lejos de nosotros.
¿Por qué tenía que sumarse otro estúpido obstáculo a esta relación inexistente? ¿No era ya suficiente la diferencia de edad y el lazo familiar?
Era frustrante, frustrante de verdad. Ahora no sólo tendría que lidiar con mis sentimientos y lo complicado de estos, sino también con tu nueva novia y su actitud tan repulsivamente melosa. Con la forma en que tus ojos se iluminaban al verla, así como los míos se iluminaban cada vez que te veía.
Era injusto. Sentías por ella lo que yo sentía por ti.
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