La princesa mediocre
• Título: La princesa mediocre
• Canción: El libro de las sombras, Mago de Oz
• Shipp [Crack]: Ucrania (Yekaterina), 2p! Japón (Kuro)
• Otros personajes: Se mencionan a Rusia (Iván) y a Bielorrusia (Natalia)
• AU: Princesas y castillos(?) No es exactamente medieval
• Advertencia:
» Se menciona el tema de la violencia doméstica, se recomienda discreción.
» Se narra la ejecución de dos personas explícitamente.
• Nota extra: El siguiente relato además de estar inspirado en la canción de la galería, también lo está en un sueño que tuve. Es por ello que la apariencia de Yekaterina se ve alterada en los colores
Hace muchos años, en un hermoso castillo, vivía una princesa encantadora. Su cabello era dorado como los primeros rayos del alba, sus ojos eran azules y claros como el cielo, y su voz era melódica y suave como el perfume de las flores. Era la primogénita del rey, y éste, pese a que los sacerdotes le dijeron que fue bendecido al tener una hija tan hermosa, le rechazó con crueldad, pues él esperaba tener un varón como primogénito. En cambio su esposa, la reina, amó a su primer y única hija, y le dió un nombre que fuera capaz de llegar al corazón de quien amara a ese país como ella: Yekaterina Katyusha.
Tristemente, la reina murió a los tres años de haber nacido su hija. La princesa quedó sola en su totalidad. Su padre era distante y frío con ella, aún cuando ella buscaba su amor, él jamás se lo entregó. En cambio, volvió a casarse al año siguiente y tuvo, por fin, al hijo que tanto deseó, y le llamó Iván. Después de Iván, tuvo a su segunda hija, y la llamó Natalia. A ella también la trató con displicencia y frialdad, pero jamás le pegó, no como a Yekaterina.
A pesar de ser la primer hija, Yekaterina era apartada e ignorada por todos. Nadie quería relacionarse con ella; ni sus hermanos, ni las sirvientas, ni las nobles. Los únicos que cuidaron de ella y le dieron amor, fue la mayor de sus damas de compañía, una señora que nunca había podido tener hijos y que cuidó de la princesa como si fuera suya. La dama de compañía tenía un esposo, éste era un mago de la corte, aunque de un estatus más bajo. Ambos amaban a la princesa, aunque por su culpa, Yekaterina fue apodada como "la princesa mediocre."
A pesar de esto, cuando la princesa no estaba con sus cuidadores, se sentía triste y abandonada. Un gran pesar inundaba su corazón, y la melancolía perfumaba sus suspiros. Jamás comprendió por qué vivía en tanta pena; porqué su padre la odiaba, porqué todos la ignoraban, porqué no podía pasar un solo día de su vida sin que llorara de dolor.
Un día, cuando acompañó a su dama a ver al señor mago, ella pasó por el lugar designado y miró un libro extravagante, parecía una araña gigante, y llevaba por título "El Libro de las Sombras." Ella lo abrió, ojeando brevemente todo, hasta que miró una grandes letras rojas que decía "invocar amigos."
Su corazón saltó y sus ojos se llenaron de lágrimas al tener, lo que ella pensó, una oportunidad. Traviesa arrancó las páginas para hacer la invocación y los días posteriores buscó los ingredientes necesarios. Estuvo practicando mucho para poder recitar las palabras del libro, y al estar sola en su habitación, con las velas encendidas, las cortinas cerradas y el símbolo que trazó en el suelo con tiza, recitó a la perfección la invocación. En ese instante su corazón se detuvo, sintió como si su alma saliera de su cuerpo en un suspiro y cayó inconsciente en el suelo.
Dentro de su inconsciencia, el alma de la princesa viajó a la cuarta dimensión y cayó en los brazos de un ser de sombras. Ella lo miró con asombro, sintiendo que se congelaba al tener sus ojos rojos sobre ella y sus mejillas se sonrojaron de la pena. Miró al cielo, suspirando con asombro cuando contempló lo oscuro que era, y también lo hermoso que lucía aquella negrura. Contempló, cómo entre la oscuridad, parecían emerger estrellas celestes que luego parecían oscurecerse y después resurgían otra vez, pareciera que el cielo se movía con muchos pequeños soles de colores que giraban como engranes.
-¿Una niña? -la voz del ser era grave, autoritaria, su piel era fría, igual que el lugar en donde estaban. Su pálido rostro era casi en su totalidad inexpresivo. Bajó a la princesa con cuidado, apoyándose en una rodilla para estar a su altura, y respetuosamente, preguntó-: ¿Tú eres quien me ha invocado?
Yekaterina asintió despacio, jugando con la falda de su vestido, viendo hipnotizada aquellos ojos rubí que resplandecían ante la tenue luz blanquecina del lugar.
-¿Tú vas a ser mi amigo?
El ser de las sombras curvó sus cejas en expresión confundida, suspiró con tristeza y se puso de pie.
-Las niñas no deben tener acceso a este lugar. Es peligroso.
-Es que no tengo amigos en mi casa, y me siento muy sola... Así que por eso creí, que si hacía el ritual del libro de las sombras, podría tener un amigo.
Al hacer la confesión tan íntima, los ojos de Yekaterina se llenaron de lágrimas y soltó un hipido. El ser de las sombras se giró, sintiendo pena por la niña, y le limpio con gentileza sus lágrimas. Era sumamente empático con los menores; a pesar de no tener muchas oportunidades de convivir con ellos, les defendía y entendía. Su trabajo, como ser de sombras, era hacer acto de presencia a la gente que se hallara entre ellas; asustarlos en su soledad, o picar fuertemente su culpa si era necesario. A los niños que eran ignorados los consolaba, jugaba con ellos. Algunos de ellos le llamaban amigo imaginario. Cuando tenían miedo por las discusiones de los adultos, los arrullaba para que no sufrieran.
-Lamento que hayas tenido que llegar hasta acá.
-¿No estás enojado conmigo?
-Oh, no, mi pequeña princesa, no lo estoy, ven aquí -la cargó en sus brazos con cuidado y frotó su espalda para que dejara de llorar-. Jamás estaría enojado contigo.
-¿Entonces sí quieres ser mi amigo?
El ser asintió despacio, y con una actitud galante, se presentó: "Mi nombre es Kuro, y espero poder ser amigo de la princesa."
La princesa mediocre recibió una guía por aquel lugar tan frío y oscuro, que por alguna razón, le hacía sentir una incomensurable paz. Olía mucho a césped fresco, húmedo por algunas gotas de rocío. También, la princesa notó que en vez de pájaros se escuchaba el tintineo de muchas campanillas, a lo que su guía le explicó que esas eran hadas, y que hacían ese sonido al volar y al hablar.
Yekaterina no tuvo idea de cuánto tiempo estuvo jugando con su guía, pero éste, al cabo de ya mucho tiempo, advirtió que la princesa pronto regresaría a su hogar, así que le dió un presente: un collar con una piedra verde brillosa en forma de gota. Le dijo que si ella quería volver a verlo, solo debía romper el collar y aparecería frente a ella, pero que lo usara con sabiduría, pues solo podría usarlo una sola vez en la vida.
Después, todo pareció iluminarse como si se hiciera de mañana, y cuando la princesa pestañeó por la luz, ella había regresado al mundo sensible. Tenía ya muchos ojos sobre ella, de médicos, sirvientas, pero su padre no estaba allí. Solo estaba su hermano que tenía una expresión frívola en su rostro.
Todos estaban asustados. La miraron con horror.
-Princesa... ¿a dónde se ha ido tu belleza?
Interrogó una dama de compañía con un hilo de voz. Claramente consternada por lo que veía. Yekaterina pidió que se le diera un espejo, y al verse en él, contempló que su cabello no era más rubio, sino que era blanco. Sus ojos azules perdieron su brillo, y ahora eran grises. Su piel ya no era saludable y suave, era fría, áspera, sin color ni gracia.
Había perdido la única ventaja que tenía sobre las mujeres desdichadas: su inigualable y angelical belleza. Pero esa solo fue la primera de su nueva vida llena de tragedias.
Sus dos cuidadores principales fueron acusados de tratar de matar a la princesa, tras haberse descubierto que había caído en un coma, por hacer un ritual del libro de las sombras. El rey decretó se les ejecutara en la orca, obligando a su hija mayor a presenciar el horrible escenario. Cuando trató de cubrirse los ojos la tomó del cabello y la obligó a seguir mirando, escuchando sus quejidos de asfixia, viendo sus cuerpos saltar y luchar por aire. Yekaterina sentía sus lágrimas rodar por su cuello, curvando sus cejas con horror por adoptar la culpa de la muerte de las únicas personas que cuidaron de ella, recibiendo ese trauma en su vida sin ser capaz de parpadear, cicatrizando ese escenario en sus pupilas. Su corazón roto anotó en su diario cada segundo de dolor y remordimiento que sintió, y lo leyó todas las noches justo antes de dormir.
La princesa jamás fue capaz de superar la muerte de quienes fueron sus padres. Comenzó a vestir de negro para guardar luto eterno, siendo comparada cruelmente con la servidumbre, pues de ese color se vestían las prostitutas, las sirvientas y las viudas. La sombra que rodeaba sus ojos le hacían ver como un muerto. La Familia Real se avergonzaba de ella, nunca la mencionaron al hablar con personas importantes, ni tampoco la invitaban a los eventos de formalidad. Contrario a eso, era tanta la deshonra que les llevaba la princesa mediocre, que la enviaron a vivir a lo torre más alejada del palacio, para que nadie pudiere verla. Todos tenían prohibido el acceso al jardín que Yekaterina usaba.
Pronto se esparcieron rumores crueles sobre ella, y así creció, para sus dieciséis años de edad ya tenía más chismes que vida en su nombre; que era bruja, que era un fantasma, que en realidad estaba muerta pero fue poseída, que estaba maldita, algunos incluso llegaban a pensar que Yekaterina era un mito, pero desgraciadamente, no era así. Ella era tan real como el sol que todos los días brilla, y tan tangible como las teclas de un piano.
Cumplidos los dieciocho, su padre tomó la decisión de que quería quitarse de encima a la vergüenza de hija que tuvo, pero aún si quería considerar el matarla a sangre fría, siempre había algo que le detenía en las noches, algo que le quemaba la garganta y picaba sus costillas, su culpa, algo que le abofeteaba la conciencia y apuñalaba su valor. ¿Pero qué hacer? Si él no la quería, jamás la quiso, desde que nació no fue capaz de amar a esa niña y sin saber porqué. Primero creyó que era muy ruidosa, pues lloraba por las noches, pero luego creció y se hizo silenciosa. Después pensó que era demasiado hermosa, tanto que le asqueaba, pero después le pareció simplemente horrible, sentía náuseas al verla.
De ese modo, decidió que iba a casar a su hija con un líder de su cuerpo militar. Todo lo que pensaba, era en no tener que cargar con la vergüenza de vivir con ella, y pensando en lo agresivo que era ese hombre, lo iracundo, lo temperamental; estaba convencido de que en algún punto la mataría.
Desde el día de su boda, para Yekaterina fue más y más difícil seguir adelante. Ese hombre malvado la golpeaba constantemente, la hacía sufrir, y no podía pedirle ayuda a nadie. Muchas noches durmió con el collar que Kuro le dió entre las manos, haciéndole plegarias de darle fuerza. Por mucho tiempo, desde que volvió al mundo sensible, tuvo deseos de romper el collar y hacer que su amigo fuera a por ella, pero siempre pensó que habría una situación extrema, una emergencia en la que lo iba a necesitar de verdad, así que no se atrevía a romperlo.
Dos años posteriores a su boda, ella descubrió que no podía tener hijos sin importar cuánto lo intentó. Eso le dolía hasta el alma, pues en ese mundo, ¿una mujer que no puede tener hijos, para qué es mujer? Su esposo se lo reprochó mucho tiempo, pero para su buena suerte, un día simplemente ya no la golpeó, y no volvió a hacerlo. La bestia tenía una amante, y la princesa no pudo sentirse más aliviada por ello. Al menos ya no estaría sobre ella todo el tiempo, pensó. Contrario a eso, aquel hombre tan agresivo y malvado pareció temerle a su mujer, le hablaba con cautela. Cada vez que le reprochaba algo parecía no querer volver a ponerle un dedo encima, pues justo detrás de ella, había una sombra oscura y espesa que se levantaba a unos dos metros de altura. Seguramente era el diablo, creyó, solo él podría proteger a la princesa mediocre.
Poco a poco la bestia convenció a todos de que su mujer era una bruja, y no hubo nadie que se atreviera a creer en lo contrario. De ese modo se juntó una turba furiosa que se dispuso a dar caza a la princesa. Ella logró escapar, a costa de que perdiera la vista de un ojo por el breve enfrentamiento. Corrió más allá del castillo, del reino, del pueblo, de la pradera, corrió lo más lejos que sus piernas le pudieron llevar, y justo en su soledad, dónde su desespero se acrecentó. Soltó un aullido de dolor puro, dolor en el alma y dolor en el cuerpo. Se arrancó el collar que llevaba al cuello, y con una piedra como martillo lo hizo añicos. Una onda verdosa recorrió el lugar como un disparo, sacudiendo las flores y la hierba.
Los pájaros enmudecieron, la brisa se detuvo, las luciérnagas se suspendieron en el aire justo cuando el ser de sombras apareció y refugió a la princesa en sus brazos. Ella se aferraba a él, escondiéndose lo más que podía en su capucha, llorando fuertemente pero recibiendo el consuelo de sus manos frías pero gentiles, las palabras en tono seco pero con mensajes cálidos.
-Mi princesa, lamento tanto haberte devuelto aquí...
Fueron las palabras que el ser de sombras le dedicó, viendo su rostro herido con dolor, con arrepentimiento de no poder interferir por tanto tiempo. Con una mano sostuvo su mentón, y con la otra, comenzó a curar el ojo de la princesa con una luz verdosa. Ella sintió una brisita fresca, como la de las mañanas. En menos tiempo del que pensó, su ojo recuperó de vista. El ser de las sombras le curó, y como evidencia de su buena acción, el ojo de la princesa se volvió verde. Teniendo un ojo gris y uno verde, no había más dudas de que, definitivamente, esa no era una mujer normal.
-¡Llévame contigo! -pidió arrodillándose ante él, sujetando sus manos y viéndole como si fuera su salvador-. ¡Por favor llévame al más allá!
-Princesa, en ese mundo no tienes nada.
-¡Todo lo que tengo aquí son penas, no puedo dejar de llorar, dejar de sufrir! Prefiero no tener nada antes de seguir sufriendo un segundo más de mi vida. Por favor, Kuro, te lo ruego, junto a ti podré olvidar todas mis penas. Quiero tenerte junto a mi.
Kuro enmudeció, pensando en que quizás su princesa amada tenía razón. Le preocupaba que en la cuarta dimensión, las hadas o los duendes quisieran hacerle maldades por ser una mujer de corazón noble, o que quizás las sirenas celarían su bondad y quisieren hacerle daño. Pero a su vez, confiaba en que él podría protegerla, en que a su lado nadie osaría hacerle daño. Pensó en que la llevaría al lugar más hermoso del reino de las sombras, en que podrían estar juntos por siempre, y tan solo se permitió fantasear un poco con una vida al lado de la niña que miró convertirse en mujer. Al lado de aquella a quien siempre amó. Aquella a quien protegió todo ese tiempo lo más que pudo. Aquella, a quien consideraba, su amor.
De ese modo, le dió el beso definitivo, terminando de extinguir con la humanidad de ella y convirtiéndola en un espíritu. De ese modo juntos escaparon, se refugiaron en las sombras, danzaron con los cascabeles de las hadas y persiguieron las estrellas. De ese modo la princesa mediocre encontró la felicidad, y jamás sintió dolor en su nueva vida, una vida después de muerta.
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N/A
Oficialmente este texto fue escrito en mis horas de comida del trabajo (?)
Espero que les haya gustado. Lamento tardar taaaaaanto.
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