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Capitolo tre: Il tuo sguardo manca.

Era sumamente doloroso leer aquellas palabras, no encajaban con el te amo matutino o las risas vespertinas. Era como mágica la manera en la que pasó del amor al odio.

Megara no era ese tipo de chica. Ella jamás callaba lo que sentía, siempre había sido franca, quizá fue por eso que él se enamoró.

Comenzaba a volverse caótico el mundo de aquel músico. La depresión y la bebida le estaban costando la cordura. ¿Qué tenía esa chica de especial? eso se preguntaban sus amigos. Era cierto, Megara era una mujer hermosa de cabellos castaños que formaban ondas hasta la espalda y rasgos finos, como si de una muñeca de porcelana se tratase. Sin embargo, eso no le daba el mérito de dejar a un hombre roto como lo estaba Gianluca. Seguramente había algo más.

La conoció en Milán, en un pequeño restaurant del centro. Quedó prendado de su belleza, ella estaba acompañada por otra mujer pero eso no lo detuvo. Siendo seductor por naturaleza, se acercó a ella y le dió un cumplido. Después de evaluar su reacción le soltó comentarios sobre el clima y lo bello que es tocar la guitarra bajo un sol magnífico. Ella reía y sin darse cuenta entabló una conversación de varias horas con aquel desconocido. Intercambiaron palabras sin sentido y otras que no tanto. Estaban consumidos el uno por el otro. Se citaron a la misma hora en el mismo lugar un día después y tuvieron su primera cita oficial. Ella veía en él el arte de Italia, la vida misma pero a los ojos de Gianluca ella era la obra de arte. Como era de esperarse de un hombre tan poco acostumbrado al amor verdadero, el músico desapareció un tiempo para librarse de la intensidad de sus pensamientos. Viajó por Italia conociendo otras mujeres pero en cada una de ellas sólo estaba Megara. Los meses pasaron y regresó a Milán con la esperanza de encontrarla nuevamente, quería verla y confirmar si aquella desconocida era su verdadero amor. No sucedió como en los cuentos de hadas, pasaron dos meses y no lograba encontrarla, Milán parecía el mundo. Mirando a la nada recurrió a su arma más potente: la música. Comenzó a ofrecer conciertos gratuitos por los lugares más concurridos de la ciudad hasta que ella diera alguna señal de vida. Después de dos semanas y media, ahí justo delante de la multitud estaba ella con una sonrisa apenada y cara de preocupación.

El concierto terminó y ella se acercó al músico.

- Megara, te he estado buscando.

-No lo entiendo, ¿por qué?- se notaba que algo iba mal.

-Te necesito en mi vida, sé mía.

-No, hay algo que debo decirte antes.

-No, no digas nada, sólo sé mía.

Sus ojos decían sí pero su boca se resistía.

-No aquí, no. En Milán.

Él sonrió, no le importó el motivo, ella había accedido a ser su amada.

-Te llevaré a mi lugar favorito y serás muy feliz. Te doy mi palabra.

Sobra decir que ella jamás volvió a mencionar aquello que le angustiaba. Él no se atrevió a preguntar, era un hombre feliz. Partieron esa misma noche con muy poco equipaje. Un músico que se sentía vencedor y  una mujer que estaba dispuesta a probarle al mundo que existía el amor verdadero.

Así inició la historia que había terminado con un músico destrozado cantando en un bar a todo pulmón y la mujer que había desaparecido de su vida, dejando atrás una carta con una dolorosa despedida.

Todo lo que aquella carta decía no era del todo cierto pero quizá bajo el lente de Megara era como usar zapatos de hierro al rojo vivo. Parece dramático pero lo es. Después de todo, una mujer no se marcha si no ve todo perdido.

Sin embargo el amor todo lo puede, o al menos eso decían. Gianluca, ignorando la carta de su amada salió en su búsqueda una vez más. Se fue con la misma esperanza que hacía unos años. Quería escuchar de sus labios aquellas palabras, mirarla a los ojos y entonces poder afirmar su temor. Efectivamente ella no lo amaba pero en lo más profundo de su ser, quería escuchar alguna excusa, algo de tanto peso como para saciar la herida de su corazón.

Llevó su guitarra consigo y su cuaderno de bosquejo, el mismo que usaba para escribir la letra de las canciones que rara vez cantaba. Se fue mientras estaba oscuro, le dejo una carta a Piero y otra a Alonzo. Sabía bien que si les confesaba su plan le dirían que esta demente, tal vez era cierto pero no desistiría hasta saber la verdad.

-Pasará el tiempo, mi amada. Pero mi corazón seguirá joven llevándote siempre conmigo.

No tomó un avión como la última vez, sino que viajaría por los lugares a los que juntos habían viajado tras dejar aquella ciudad. Esperaba encontrarla en el camino, sin embargo el destino estaba fijo: Milán.

El cielo se estremece de emoción, las nubes pintan de alegría. Esta noche partiré en tu búsqueda, amada mía.

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