Quiero borrar mi existencía tan facilmente como lo hago con tus mensajes, quisiera poder desvanecerme hoy entre las nubes y jamás tener que sentir.

Que mentira más grande la del bienestar, tan rota, tan falta. No existe tal cosa, siempre hay algo que está dentro de tu corazón, de tu cabeza. Eso, que juras que es tan pequeño que podría jamás hacerte daño pero entre las noches de insomnio donde toda la fantasía desaparece y sólo estás tu, lo ves consumiendote. Llorar ayuda tanto como una linterna a plena luz del día, tus palabras son poco en contra de los sentimientos. Estás de pie mirando como lentamente las nubes se mueven, sintiendo como cada caricia del viento deshace tu piel mientras te quemas por dentro. Eso es la tranquilidad, eso es aparentar que sin importar nada por fuera eres perfecto, y por dentro no eres nada.

Y sin embargo y por ese maldito instinto de competencia que tiene el ser humano te esfuerzas para causar envidia. Un matrimonio perfecto, un noviazgo de envidia, una vida maravillosa, un sentimiento alegre. Y cuando te rompes eres débil. No está permitido, porque sólo eres humano cuando sonries, y un pedazo de basura cuando te rompes. Porque te empeñas en esconder tus lágrimas, pero eso te daña. Los cambios amenazan la perfección que por causa de los que callan se ha asumido desde años imperfectos.

Pese a todo sigues aquí, vacía. Perdiendo aquello que tanto quieres alcanzar, luchando por librarte de tus propios demonios. Mirando al cielo por ayuda, por guía y avergonzarte por tu impureza. Manchando tu nombre con juramentos vacíos y el corazón estrujado entre los dedos.

La vida parece incesaria y es ahí donde justo al filo de la barandilla extiendes tus brazos, y pendes de la fuerza casi inexistente de tus dedos. Tu cabello se libera y por momentos te sientes elevar, libre. Y luego la sueltas, te desprendes de lo innecesario y caes al vacío con una sonrisa en los labios.

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Sus sueños se mecían lentamente entre aquellas cortinas azules y ella desde la cama imploraba el final de su sufrimiento.  Pasaba los minutos contemplando aquel balcón, soñando con la libertad cual pájaro enjaulado. Quiso sumergirse en la bebida para aliviar el peso de su pecho pero en su lugar comenzó a ahogarse en un mar de miseria. Podía emborracharse con la melancolía y perderse en un profundo sueño, tejido de mentiras.

El reloj de la pared parecía congelar el tiempo, la realidad parecía distorsionada y esa delgada linea entre la maldad y bondad que habita en el mundo se disipó por un segundo. La claridad había llegado a su vida, el llamado de esas cortinas danzantes fue todo lo que necesitó. Llegó al límite de su cordura, se tambaleó al ponerse de pie y dio un profundo respiro antes de correr. Entonces el mundo se detuvo, ni un alma respiró para poder dejarla en paz, sus pies dejaron de sentir el frío suelo y solo por esos preciosos momentos voló, se vio tan cerca del sol que sólo así entendió, había jugado con fuego y ahora estaba en llamas.

Todo se oscureció y el dolor llegó. Intenso y sofocante desde la cabeza hasta los pies. Y entonces estaba bien, entonces todos podían ver lo bien que decía estar.