Capitolo quattro: Quando l'amore diventa poesia.
Partió desde Nápoles hasta Latina, estaba cansado y seguía arrastrando consigo el alma. Era difícil aparentar que todo seguía intacto en la travesía, era difícil convencerse de no odiarla. Algo le dictaba que lo hiciera, que la encontrara y terminara con su sufrimiento pero el orgullo lo estaba matando.
No comprendía por qué de pronto su mundo se había convertido en un nudo en la garganta y ruido en la cabeza. Necesitaba pensar con claridad, necesitaba escribir. Y lo hizo, una vez más la inmortalizó con una belleza sin igual.
Esa noche en Latina decidió dar su primer concierto, el primero de muchos. El arte atraería a la musa, lo sabía. Se posicionó en una preciosa plaza concurrida con su guitarra folk y comenzó a cantar la canción precisa para conciliar a Megara. Las miradas no tardaron en posicionarse sobre él. Era una delicia escucharle, verle y sentirle en cada nota.
"No hace falta decir que es perfecto, fingir que eres mía frente a los demás".
Los recuerdos de su amada, sus besos sabor café mezclados con su aroma a cigarro lo embriagaron.
"No hace falta llevarte a la gloria vestida de novia para aparentar".
Las mañanas de besos y caricias, su piel tersa jugando con la suya. Su corazón en cada nota, su alma en toda la canción. Era amor y lo sabía. Su orgullo estaba aparte.
"Sólo pido tiempo para amar"
Al terminar la canción, deseó con todas sus fuerzas verla justo enfrente suyo pero no fue así: sólo había aplausos. Sin embargo la noche era bastante joven y el seguiría cantando hasta que la autoridad lo retirase de aquel lugar.
Las personas buscaban un lugar para dejar algún tipo de retribución a tan brillante espectáculo pero no encontraron ninguno, así que un turista dejó su pañuelo tendido cerca de él mientras continuaba con la siguiente melodía: "Aspettero'". Gritó al viento que la esperaría, que contaría las estrellas, que alimentaría su amor día a día hasta que regresara sonriendo.
Megara no apareció, la guitarra estaba cansada y ya no podía llorar melodías. La botella estaba vacía sobre la mesa y los ojos del músico estaban llenos de pena.
*****
Fue en el preciso momento en que sus ojos observaron aquellas cortinas moverse con armonía que supo que su destino estaba sellado. La lágrima que resbalaba por su mejilla lo afirmaba y aquella carta que se escurría de sus manos era la bandera que ponía final a la batalla que tiempo atrás había comenzado.
Comenzó a hundirse en la miseria de sus decisiones, no quería hacerlo pero no tuvo opción. Salió del que había sido su hogar con una maleta en mano, llorando desconsolada y procurando no mirar atrás. Las cadenas estaban puestas, era tiempo de regresar a donde pertenecía.
Estaba herida, enojada con la vida, con ella misma. Amar no era tan simple después de todo. Pensaba en él, en el preciso instante en que regresara a casa después de su presentación en el bar y encontrase la casa vacía, si olor a café esperándole. En que sentiría al leer la maraña de mentiras escondidas en aquella carta. Tenía que suprimir la necesidad de gritar y desmoronarse en el transcurso. Jamás había necesitado algo como lo hacía con ese hombre.
-Gianluca, eres arte. - susurró al viento, la complicidad de las olas y la brisa nocturna eran reconfortantes.
Esa noche Megara abandonó Nápoles para regresar al lugar que la aclamaba con una fuerza brutal. Juró que jamás regresaría e intentaría olvidar, la simpleza de la palabra sonaba burda. Cómo olvidar aquello que tu corazón grita desesperado en cada palpitar. La amenaza del olvido no encajaba en su historia, su amor estaba destinado a existir desde antes que el arte atrapara a Gianluca en uno de sus muchos lenguajes. Incluso antes de que Megara cometiera aquel error.
Al despertar, al mirar aquella ola romper de manera brusca lo sintió: ya no le quedaba nada. Corrió desesperada en dirección al mar, quería volverse uno. Terminar con su dolor, con la vida que había elegido. Pero unos brazos la aprensaron justo antes de saltar. Era él. Su decisión.
Le miró con los ojos empapados de lágrimas, suplicante, le imploraba libertad. Él se la concedía. La tomó en brazos y la reincorporó.
-No hagas tonterías, ¿acaso no eres feliz?, ¿acaso quieres irte?
Ella no podía responder.
-Si es lo que deseas, adelante. Él no te estará esperando, de ser así no estuvieras aquí. Regresa a él, anda.
Le creyó. Su presencia le intimidaba e instintivamente se refugió en sus brazos y estalló en llanto nuevamente.
-Tranquila, ahora estás mejor.
Regresaron dentro y él la condujo hasta su alcoba, necesitaba hacerle saber que realmente no la dejaría ir jamás. Como si fuese suya de toda la vida. La tomó de la barbilla y le obligó a mirarlo a los ojos, encontró un alma destrozada en su interior, él quería restaurarla de única forma que conocía. Y la besó.
El se moría por tenerla entre sus brazos, por fundirse en ella y ser ese uno que anhelaba. Ella se encontraba atrapada en sus propios pensamientos, su cuerpo era sólo una carcaza. La danza del amor no estaba completa, la desnudez del acto sólo le trajo frío. Mientras se entregaba a las peticiones del hombre de los ojos cafés pensaba en el músico de Sorrento que vivía entre musas y arte. No pudo evitarlo y una lágrima silenciosa terminó manchando aquella sabana blanca impura que descansaba sobre la cama.
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