Estaba en el puerto, observando como el sol saludaba con sus rayitos cálidos a las olas, llevaba una resaca que le recordaba que estaba vivo. Ahí perdido entre la suavidad del entorno se sentía como un niño acurrucado entre las sabanas, al igual que lo hacía con Megara.

El recuerdo de su figura reposando en la cama le hizo sonreír, todavía recordaba la canción que había escrito para ella; lo feliz que se sentía por poder acariciarla y despertarla con un beso de buenos días, magia, eso y nada más. La opresión en el pecho era tal que en el momento que sintió su entorno cambiar decidió tomar una caminata sin rumbo, no deseaba perderse en ese mar desbocado de emociones otra vez. Necesitaba mantenerse lúcido, en el presente. 

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No podían creer que estuviera en coma. La hija prodiga había regresado únicamente para lanzarse del balcón. Era su madre la que sentada junto a ella no asimilaba el porqué de las acciones de su hija; era un dolor de cabeza desde la adolescencia, no trajo más que problemas a la familia. Y se preguntaba si algún día dejaría de serlo.

La miraba pálida y más delgada de lo que recordaba la ultima vez, incluso más que cuando entró por la puerta de su casa entre lágrimas rogando que la aceptara nuevamente. Era amargo el recuerdo pues lo hizo de mala gana, no quería dejarla sola pero ya no podía con sus problemas. La voz dentro de su cabeza le decía que era un alivio que estuviera en coma y su corazón deseaba que fuese para siempre, sin embargo el doctor le había dicho que despertaría muy pronto y que había tenido mucha suerte ya que sólo se había roto un par de huesos. 

-Megara-susurró- espero que estés recapacitando.

La enfermera la miró extraña, la sangre le hervía pues era impactante ver a una madre tratar a su hija de esa manera. Le dedicó una mirada fulminante cuando la vio abandonar la camilla.

-No lo entenderías-le dijo sin mirar atrás-quizá si tuvieras hijos.

-Los tengo-se limitó a contestar la enfermera.

Pasaron los días y Megara finalmente despertó. Un grito intenso inundo la habitación pues la chica no podía con el sentimiento de estar viva, el peso del mundo le cayó en los hombros nuevamente. Las luces amarillas de la habitación le trajeron recuerdos y comenzó a llorar descontrolada. 

Las horas pasaron y la chica estaba muda, los doctores seguían intentando comunicarse con ella pero fue en vano. Al paso de una semana le dieron el alta, la pierna estaba enyesada y la clavícula había sufrido daños.  La altura permitió que fuese solo una mala caída. Esperaron durante horas que algún familiar apareciera para llevarla a casa pero nadie lo hizo. Los gastos médicos estaban cubiertos pero nadie estaba interesado en esa chica.

Megara se retiró por su propio pie con mucha dificultad, un taxista de buen corazón la llevo hasta la casa de su madre sin cobrarle por la condición en que se encontraba. La sorpresa que se llevó fue amarga, sus pertenencias estaban al lado de la basura y no había nadie para recibirla en casa. Tomó sus cosas y se sentó a esperar que alguien apareciera. Las horas parecían eternas cuando por fin un carro negro aparco en la entrada de la casa. Era de noche y lo único que pudo ver fue una sombra enorme que bajaba de el.

-Ciao, Megara.

Su corazón se detuvo por un segundo al escuchar su voz.

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La casa de Renzo era reconfortante pero él sabía que no podía quedarse ahí mucho tiempo, necesitaba recuperar algo de dinero para seguir con su travesía ; después de la charla con Renzo sabía que estaba haciendo lo correcto, y que esa opresión en el pecho, era en efecto un mal augurio. Gia, la esposa de Renzo quién se proclamó con bruja al presentarse con él, le había dicho que había peligro, no pudo descifrar que era pero que estaba haciendo lo correcto, con tono firme y cortante le dijo que tenía un mal augurio de toda la situación, sin embargo en ese momento Gian decidió ignorarla  puesto que su postura ante el esoterismo era muy firme. Hasta que una noche despertó de la pesadilla más horrible, su amada, su Megara se lanzaba por un balcón. Esa noche acudió a Gia pues estaba tan angustiado que necesita que alguna voz le calmara.

Con un pañuelo en el cabello y una actitud mística, Gia le realizó una lectura de cartas y péndulo, y el chico escuchó todas las cosas que no quería. Encontró confort en un futuro no esclarecido pero en ese momento él le dio el significado que más le convenía. 

Renzo contaba con un negocio que comenzó como un hobby por su edad, todo se desarrollaba entorno al negocio de su esposa de brujería, así que le dio empleo para que pudiese tener más que suficiente para el largo viaje. Eso significaba más angustia y desesperación, pero él sabía que le sería imposible continuar sin dinero, así que decidió quedarse por un tiempo indefinido.