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Capitolo due: Lei.


Aquel hombre sabía muy bien a qué se refería Piero. Él pensaba equivocadamente lo peor, quizás una pelea fuera de control en la cual Megara fuese la que peor la pasara. Pero no, Gianluca tampoco comprendía el porqué de la huida de la persona que más amaba. Una carta era lo único que poseía y no lograba comprender lo que recitaba. Era tan soso que le pareció indigno de su amada. Simplemente le era imposible unirlo a ella.

Las horas seguían pasando con el ritmo habitual. Sorrento seguía tan hermoso como siempre, nada había cambiado. Sin embargo Gianluca veía todo gris, al mar inmóvil y al cielo triste. Había pasado mucho desde la partida de Piero y él seguía viendo por la ventana con la esperanza clavada en un absurdo. Quería despertar y darse cuenta de que todo eso que sentía formaba parte una pesadilla pero no era así, tal cosa parecía aún más probable que el regreso de Megara. Pese a todo, su cuerpo no estaba en esa pausa perpetua que sentía y las necesidades básicas le azotaron. Estaba tan cansado que no podía seguir forzando la vista, su estómago comenzaba a dolerle y un dolor de cabeza le acompañaba. Decidió tomar una ducha caliente y dormir un poco. Su cuerpo estaba tan cansado que durmió sin soñar, sin esperar nada.

Pasaba la media noche y el ambiente en el bar estaba animado. Alonzo, el dueño del bar "Il canto dell'anima" le había pedido a Gianluca que cantara música alegre, que mantuviese el buen humor. No había reto que no pudiese cumplir, él era una persona sumamente profesional. En menos de una hora había cantado "Nel blu dipinto di blu" y otra selección de música en inglés, que pese a que no ser su favorita, sintió que era lo adecuado para no reflejar sus sentimientos. En varias ocasiones una chica de ojos oscuros le sonrió, le buscaba y coqueteaba con la mirada. Para mantener al público de buen humor, le siguió el juego dedicándole canciones vacías y guiñándole un ojo de vez en cuando.

La noche en el bar había terminado, sus puertas cerraban y los clientes ebrios se marchaban. Él se despedía de Alonzo después de cobrar la noche.

-¿Seguro que estarás bien? -le dijo mientras daba una calada a su cigarro.

-Por supuesto, deja de tenerme lástima. Es lo último que necesito. -forzó una sonrisa- Además tengo demasiada hambre como para poder pensar.

Ambos estallaron en carcajadas.

-Quédate a cenar, así no tendrás que cocinar al llegar a casa. - Le hizo una seña a un joven que se encontraba en la cocina- Hijo, prepáranos unas hamburguesas con camarón, por favor.- Al fondo se escuchó un sonido afirmativo.

-Pobre de tu hijo, haciendo horas extras.

-Ya estará acostumbrado.- bromeó.- Por cierto, ¡que espectáculo montaste con aquella chica!

- Era sólo eso, un accesorio para el show.

-Pues te apuesto mi restaurant a que todos pensaron que había algo serio entre ustedes, ¿la conoces de algo?

-Pues mira que busco a alguno para que te compruebe eso y me entregues el bar ahora mismo.-rió divertido- No, no le conozco de nada.

-Era muy guapa.

-Belleza regular.

-Ay, ¡qué hombre tan exigente! - le golpeó un hombro bromeando.

Después de la cena rápida con su amigo, caminó por el puerto hasta situarse en una pequeña orilla. Se sentó y encendió su cigarrillo. La brisa del mar era relajante y la oscuridad del mar inspiraba respeto. Fumó no uno, ni dos: cinco cigarrillos terminaron en el suelo mientras se dejaba tranquilizar por lo que sus sentidos percibían.

Volvió a tomar su guitarra y retomó su camino.

Extendió el pedazo de papel sobre la mesa y volvió a leer aquellas palabras intentando encontrarle algún sentido a lo que parecía estar perfecto.

Olvida lo que dije, lo que necesitaba y lo que prometí. Por favor olvídalo.

Éramos uno por momentos y completamente incompatibles en otros. Me cansé, ya no lucho, no lo intento. Sólo vivo.

Comprendí que la vida va más allá de lo nuestro. Ya no eres el mundo, al menos no para mí. Sé que es difícil, no tengo palabras para dejarlo claro.

¡Déjame cargar el peso en la espalda! Que mis rodillas sangren de tanto arrastrarlas por la inmundicia y que mis manos intenten desgarrar mi carne.

Déjame hacerlo, déjame ir lejos. Quiero sufrir, sé que parece una locura pero es lo que me haría sentir viva de nuevo. Sentirme yo.

No. No te he mentido, me he mentido todos estos años. Ya no puedo conformarme, necesito afrontarme. Mi corazón ya estuvo atrapado mucho tiempo, me hice más daño del que te estoy haciendo ahora. Compréndelo.

Déjame ir, sólo olvídame. Hazlo como lo hacías con ellas, me olvidabas por completo.

Cierra los ojos y olvida lo que dije, porque esa no era del todo yo: Siendo fría cuando me quemaba por dentro y totalmente pasional cuando no sentía nada.

Cuál humo entre el viento, mis palabras iban y venían. No me pidas la verdad porque no te gustará. Sólo sácame de tu corazón, porque esa versión ya expiró. Viste lo que quise que vieras.

Olvida lo que hice, te lo estoy implorando. Sácame de tu memoria.

Mis besos fueron polvo del amor que alguna vez hubo, mis caricias regaladas al viento en momentos de soledad y mis palabras trozos de cartas de una persona encarcelada en mi interior, muriendo.

Por favor, esto es un adiós.

Lo que dije, lo que hice y lo que prometí... Lo retiro ahora. No cambió nada, sólo he dejado de mentirme y no importa el mundo, me afrontaré a la soledad con lo que tenga.

Las cosas pasaron demasiado rápido, hice todo mal. Te puse primero, defendiéndote de todo y contra todos, incluso libré batallas internas por ti. Ganaste todas, en cada una de ellas iba perdiéndome.

Mi cuerpo es una manojo de ideales encarcelados en mis antiguas decisiones. Ya no puedo, el pasado me aplasta.

No, ya no te amo. Lo lamento, de verdad. Hoy seré libre. Olvídate de todo. Todo.

-Megara.

-Megara, me niego a creer que todo esto sea cierto. Necesito respuestas, ¿a dónde has ido?

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