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VI. Cacería

Título alternativo: Eijiro Kirishima y el Cazador.

[...]

—¿No es obvio? —el cenizo ensanchó una sonrisa totalmente fiera y escalofriante al ver las caras de incredulidad de los otros tres —, el bastardo es mi posesión ahora.

Y no; Bakugo no estaba jugando, él iba muy en serio.

Kaminari se mantuvo firmemente frente al cenizo. Era ligeramente más bajo y menudo que Bakugo, algo delgado, con el cabello rubio disparado en mechones cortos. Ni siquiera debía resultar intimidante. Pero había algo en la forma en que los músculos de su frente se contraían cuando fruncía las cejas, o el extraño brillo que refulgía en su mirada, tal y como si se tratara de un poderoso rayo que amenazaba con estrellarse y causar un gran estruendo, que te hacía detener y tomártelo con precaución. Quizás esa era la mejor forma de describirlo.

—Es una persona —masculló.

—Le perdoné la vida —contraatacó Bakugo sin borrar su sonrisa.

—Casi lo matas —Kaminari tensó la mandíbula —. Él no te debe nada.

—¡Hah! No espero ninguna mierda de un cazador de poca monta —se burló despectivamente Bakugo. Dejó caer su mano sobre el mango enfundado de su sable, como una advertencia silenciosa, apretando ligeramente los dedos alrededor del cuero. Los ojos rojos lo miraron desde arriba, desafiante —. ¿Quieres que te dé una jodida paliza también? ¿Por qué no sacas las pistolas esas, eh? Pareces estar ansioso por hacerlo —le espetó con su característico tono explosivo y agresividad.

Kaminari tragó saliva, apretó los puños y retrocedió un paso. Se había negado completamente a tocar las fundas de sus pistolas, rechazando incluso la idea de acercar sus manos a ellas. El miedo parecía haberle paralizado la mitad de los circuitos, pero Denki mantuvo su postura firme, incluso si le habían comenzado a temblar los dedos de las manos.

Bakugo alzó el mentón —. Eso creí.

Kirishima miró en la dirección de ambos hombres de forma alterna. Temía que la situación se pusiera más tensa entre ellos, o que Bakugo llegara a golpearlo.

—Ya déjalo, Kaminari, de verdad —pronunció Kirishima, en un intento de que la situación no se volviera más agresiva.

—¿Me estás jodiendo? ¡Este desgraciado acaba de...! —Denki señaló al cazador con la palma abierta, pero las palabras no parecieron formarse adecuadamente en su cabeza, incapaz de terminar la frase. La indignación, de hecho, pareció ser lo que más resaltó de aquel gesto.

—Ya no importa —Kirishima suspiró. Sero se había arrimado para ayudarlo a mantenerse en pie, pasando un brazo tras su espalda y así sostener gran parte de su peso. El azabache le dedicó una mirada angustiada, preguntando silenciosamente qué era lo que estaba haciendo —. Realmente no lo vale. 

—¿Acaso te estás escuchando? —Denki arrugó el ceño. Tenía los labios fruncidos y los ojos brillantes de preocupación genuina —. Todo esto fue provocado a propósito, ¿eres consciente, verdad?

Kirishima no tenía muchas dudas al respecto. Sin embargo, tampoco tenía muchas opciones, y tal vez esta era una oportunidad —no de las mejores que pudieron tocarle— para acercarse al personaje de Bakugo y progresar sobre la Barra de Afecto. Se miró las manos, libres de escamas rojizas. Y solo tal vez, también aprender un poco más acerca de lo que era realmente en el proceso.

—Kaminari tiene razón —razonó Sero finalmente, mirándolo a los ojos —. Yo también estoy preocupado, pero es tu decisión a fin de cuentas.

—¿El orgullo es tan importante? —preguntó Denki. Una última suplica para que recapacitara, pero Kirishima ya había tomado su decisión, incluso si no estaba cien por ciento seguro al respecto.

—Estaré bien —les aseguró, sonriendo suavemente.

Denki suspiró, relajando gradualmente los músculos tensos de su cuerpo.

—Espero que sepas lo que haces —murmuró.

Yo también, pensó.

—Nunca imaginé que vería un Quemadura Monstruosa con mis propios ojos y viviría para contarlo —para aligerar el ambiente, Sero decidió cambiar el tema de conversación, esbozando aquella peculiar sonrisa triangular. 

Tomó nota mental acerca de cómo Hanta lo había llamado, planteando la idea de que tal vez así se referían a la raza del dragón. Luego se encogió ligeramente de hombros, siguiendo el hilo de la conversación y pensando en algún comentario ingenioso que pudiera sacarles, aunque sea, una sonrisa a sus amigos. Kirishima no consideraba que tuviera sentido del humor, pero de todas formas lo intentó.

—No lo sé, ¿lo harás?

Los tres compartieron la risa, disfrutando de ese pequeño momento antes de que tuvieran que despedirse de forma inevitable. Incluso por un instante, los tres fueron capaces de olvidar por completo la presencia de Bakugo a sus espaldas, demasiado sumergidos en la tranquila atmósfera que los unía.

Con una curva visible en sus labios, Kaminari le hizo prometer que encontrarían el día para retomar la comida de hoy, esta vez, sin mayor interrupciones.

El panorama no había cambiado mucho desde que empezaron a caminar, pero Kirishima supo que se habían alejado considerablemente cuando los troncos gruesos y los arbolillos comenzaron a ocultar las estructuras lejanas del pueblo. O cuando la tierra reseca y la yerba se transformaron en suelo blando, cubierto de pasto verde y montones de ramas secas.

Siguió a Bakugo con cuidado a través del bosque. Los músculos de casi todo su cuerpo dolían horrores, así que se detuvo junto a un árbol de tronco torcido y apoyó la palma para sostenerse y recuperar el aliento.

Bakugo también se detuvo, seis pasos por delante de Kirishima, y se giró con el rostro arrugado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un tono brusco.

—¿Tomar aire? —respondió —, me duele todo y no estoy acostumbrado a estas caminatas.

El cenizo soltó un gruñido bajo, retrocedió lo suficiente para apoyar su espalda contra uno de los troncos y se cruzó de brazos. No hubieron palabras, pero Kirishima supuso que esperaría por él.

—¿Por qué —respiró —, ¿por qué no nos hospedamos en el pueblo?

—¿Tienes una casa allí? —Kirishima negó —. Entonces no vale la jodida pena pagar dos habitaciones y aguantar imbéciles alcoholizados e hijos de papi.

—¿Hijos de papi? —preguntó, y Bakugo lo ignoró.

Pronto retomaron la caminata.

Kirishima iba mirando el suelo, tratando de no pincharse los pies descalzos con las ramas. La transformación le había destruido completamente la ropa, incluido las botas de cuero resistente, y sintió una pena inmensa por aquellas prendas.

—¿Para qué me quieres exactamente? —trató de indagar en una respuesta; había estado gran parte del camino pensando en ello, y realmente deseaba saberlo.

—Para usarte de antorcha —se burló, aunque Kirishima no se la tragó de todas formas—. La gente estúpida mata dragones porque piensan que se ven más bonitos en una pared. Yo voy a darte un mejor uso —Bakugo esbozó una sonrisa ladina y escalofriante, casi como si tuviera un montón de hombres adinerados arrodillados en el fango lamiendo de sus botas. La comparación le hizo arrugar el rostro con disgusto —, así que serás mi puto transporte aéreo.

—No sé cómo transformarme en... —Kirishima frunció los labios, recordando las expresiones de sus amigos cuando se transformó y el desastre que había causado en el acto. Ya no se sentía como en aquellas historias de fantasía sobre criaturas majestuosas, sino más bien como un monstruo —, eso, en un dragón —finalizó.

Bakugo se giró a verlo como si alguien le hubiese dicho que el pasto no era de color verde.

—Lo hiciste hace menos de una hora.

—No fue a propósito —repuso bajando la vista —. Realmente no sé hacerlo.

—¿Cómo mierda no sabes? —Bakugo alzó la voz con el burbujeo del enojo picando sobre su pecho. Kirishima apretó los labios —. ¿Al menos sabes cazar, pelos de mierda? —preguntó, tratando de respirar más calmado.

Negó en silencio.

—Tiene que ser una puta broma —exhaló sin creerlo —. ¿Y cómo mierda sobreviviste si...? Agh, olvídalo. ¡Solo deja de comportarte como un puto perro sumiso esperando la paliza de su dueño, maldición!

Kirishima no se movió un solo centímetro por los primeros tres segundos. Se sentía pequeño e intimidado. Los recuerdos amargos sobre las discusiones y gritos entre sus padres —y muchas veces también contra él mismo— golpearon su cabeza con brusquedad, trayendo memorias antiguas sobre una vida que había decidido enterrar profundamente hace años.

Temía revivir aquel ambiente cubierto de gritos y golpes de nuevo.

Bakugo pareció notar el cambio. Tomó una bocanada de aire para tranquilizarse e hizo una seña con su mano derecha para que lo siguiera, pues ya estaban llegando al pequeño campamento.

Una vez allí, el cenizo caminó directamente hasta una mochila grande hecha de cuero, rebuscando algunas cosas hasta que sacó un par de prendas. Luego se los lanzó al pecho.

—Vístete —le ordenó —, no quiero andar viéndote todo el día en bolas.

No pudo evitar que un sonrojo quemara sus mejillas por la forma tan vulgar y desinteresada de sus palabras. Tragón saliva, sintiéndose nervioso por la zona abierta en las que estaban, más allá de los árboles que cubrían el entorno.

—¿Aquí?

—¿Dónde más, imbécil? —respondió Katsuki sin verlo —. ¿Acaso quieres caminar de vuelta al pueblo?

Kirishima negó con las mejillas aún más enrojecidas que antes. Por un instante se sintió estúpido, aunque no menos avergonzado. Agradeció que Bakugo siguiera de espaldas, dándole la privacidad necesaria.

Extendió la ropa con ambas manos y se dio la vuelta para vestirse. Ambos eran hombres, sí, y aunque había pasado por situaciones similares en los vestidores de la secundaria, no podía darle suficiente crédito a la situación, mucho menos con un hombre como Bakugo parado a tan escasos metros.

—Gracias... —murmuró una vez estuvo vestido. El rubor por fin había bajado, y sintió que podía respirar normalmente de nuevo.

—Como sea —respondió, encogiéndose de forma ligera —. Esa ropa nunca fue de mi gusto.

Kirishima resistió el impulso de poner los ojos en blanco. No estaba seguro de si debería tomar esa afirmación con agradecimiento o si debía sentirse ofendido. 

Finalmente emergió de sus pensamientos al notar la mano de Bakugo pasar tras su espalda, bajo la capa de tela rojiza, y sostener algo desde allí. Kirishima no pudo evitar seguirlo con curiosidad, intrigado por lo que fuera a sacar cuando el cenizo lo llamó para que se arrimara.

Se acercó sin chistar. La hoja metálica emitió sonido frío e imperceptible cuando el cazador la empujó en su dirección, notando la intensidad en sus ojos que contrastaba con su habitual expresión seria. Kirishima recibió el objeto con algo de duda, preguntándose qué podría ser.

Al extender su mano, el objeto se reveló como un pequeño cuchillo de caza, compacto y ligero. La hoja proyectó los escasos rayos de sol que todavía se filtraban entre los árboles con un filo peligroso. Era su cuchillo. O, al menos, el cuchillo con el que había despertado en Medieval Love.

Resistiendo la tentación de revisarse la ropa a sí mismo, Kirishima alzó los ojos con extrañeza y un leve destello de agradecimiento que se manifestó en la pequeña curva que se generó en sus labios durante un instante.

—Supongo que esa mierda es tuya —mencionó el cenizo, haciendo un gesto en dirección del cuchillo.

—¿De dónde lo...?

—Lo encontré entre la ropa rasgada luego que te trasformaras en dragón —explicó.

—Ah.

Eso explica muchas cosas, pensó internamente, teniendo algo de cuidado con el cuchillo antes de guardarlo.

Antes de que ninguno pudiera darse cuenta, el tiempo junto a Bakugo pasó tan rápido como los vasos de cerveza que se bajaba Kaminari dentro del bar. No fue realmente fácil, pero luego de un par de días Kirishima fue empezando a acostumbrarse a las interacciones y temperamento del cazador. Una semana después, tras enterarse drásticamente de su mitad dragón, comprendió que aquella necesidad voraz por la carne —a pesar de que podía ingerir fácilmente otros alimentos sin rechazarlos— era parte de su instinto como depredador.

Tuvo que aprender a las malas a cazar y defenderse, pues casi había perdido un brazo si no fuera porque Bakugo lo salvó de una manada de lobos hambrientos. El regaño fue inmenso, pero incluso los gritos del cenizo se sintieron opacados por los latidos acelerados de su corazón y el ligero ataque de pánico que había sufrido durante unos segundos. «No tendré un inútil a mi lado» habían sido las palabras exactas de Katsuki antes de enseñarle un par de cosas básicas sobre supervivencia.

Después de casi dos semanas completas de convivencia con Bakugo, Kirishima se descubrió a sí mismo sorprenderse cuando se encontró con la Barra de Afecto sobre la cabeza del cenizo con un 3% adicional. El dato no lo hizo sentirse mejor, pero al menos estaba avanzando antes de que la trama principal del juego comenzara.

Las ramas de la fogata chasquearon mientras eran consumidas por el fuego, alumbrando su rostro y proyectando pequeñas sombras sobre sus manos desnudas. Kirishima se imaginó las escamas rojizas y las garras inmensas, pero aunque hizo el intento, su piel no cambió. Ninguna trasformación.

Las escamas parecen ser casi impredecibles y espontáneas, pensó. Salieron cuando Bakugo me atacó la primera vez, pero no cuando aquel lobo intentó arrancarme el brazo o incluso cuando me caí de aquel árbol y casi me rompo el cuello.

Ni siquiera podía sacarlas por su propia cuenta.

Bakugo tomó asiento frente a él, del otro lado de la fogata, y flexionó una de sus piernas tras la otra, la cual había decidido por apoyar el pie en la tierra, dejando la rodilla cerca de su pecho cuando se encorvaba para mover las ramas y que el fuego no se sofoque. Kirishima perdió el enfoque de sus pensamientos, y aunque estaba ansioso por preguntar acerca de los Quemadura Monstruosa, la presión en su garganta y la posible reacción del cenizo fue suficiente motivo para mantener la boca cerrada.

—Por la mañana continuaremos hacia Kento —mencionó Bakugo con seriedad —. Las pieles de lobo se venden jodidamente bien allí.

Kirishima asintió de forma distraída. Ni siquiera se atrevió a observar los cuerpos despellejados.

—Empieza a pensar por ti mismo de una vez, pelos de mierda, o acabarás metido en un hoyo, si es que todavía te queda alguien que cave la tumba.

Apretó los labios. Sabía que Bakugo tenía la razón. Mierda, que si no fuera por sus instintos desarrollados no hubiera podido esquivar los dientes de aquel lobo. La adrenalina le había dejado el corazón en la garganta, pero el miedo lo había paralizado completamente. Debía comprender que ya no estaba en Japón, ni en ninguna otra parte del mundo, estaba en Medieval Love. Y aquí el peligro era mucho más intenso que en un simple juego de interacción.

—¿Tú tienes a alguien, Bakugo? —preguntó finalmente, observando atentamente las llamas desvanecerse junto al humo.

—No necesito de nadie —repuso enseguida.

—¿Y nunca te sientes solo?

Bakugo alzó momentáneamente las cejas como si la pregunta lo hubiera golpeado de forma totalmente desprevenida. Luego frunció el ceño, recomponiendo su expresión usual.

—La gente que se siente así lo hace porque prefiere estar con cualquier mierda de persona total de no reconocer que su vida está hecha un jodido desastre al punto de necesitar desesperadamente alguien que los haga sentirse acompañados —respondió con un tono cortante y directo.

—Eso no es cierto —contradijo Kirishima en voz baja.

—Di la mierda que quieras.

Ninguno dijo nada después de eso. Y Kirishima sintió un sabor amargo en su boca al pensar sobre su propia vida pasada.

Terminó de prenderse los últimos botones de la camisa y luego tomó un chaleco de cazador antes de ponérselo. Agradecía que Bakugo le hubiera dado algo del dinero que recolectaron con la venta de pieles para comprarse ropa y dejar de usar la del cenizo.

Por fin habían vuelto al pueblo; Bakugo decidió salir, probablemente en busca de algún buen contrato. Ni siquiera le dio instrucciones, así que Kirishima se tomó aquel descanso con calma, pensando en visitar el bar más tarde para saludar a sus amigos y pasar por la cabaña de All Might.

Estaba algo distraído terminando de guardar algunas cosas cuando sintió unas ramitas quebrarse a lo lejos. Escuchó el graznido de un cuervo antes de aletear hasta apoyarse en una rama alta, algo cerca de él. El cabello de su nuca se erizó de pronto, tensando su cuerpo automáticamente, una sensación que no sentía desde hace dos semanas, cuando estaba en el bar.

Se giró enseguida, como parte de su instinto, y sus ojos viajaron con inquietud por todos lados, tratando de identificar alguna amenaza en el ambiente. Contuvo el aliento y alzó la vista: el cuervo seguía allí y lo observaba.

Sacudió la cabeza. Relajó los brazos y se convenció que no era nada.

Su cuerpo no tuvo el tiempo de reaccionar cuando escuchó el silbido del viento a toda velocidad y una flecha se enterró profundamente en su hombro izquierdo.

El pánico escaló a toda velocidad por su garganta, empezando a respirar más pesado que antes. Dirigió la vista con rapidez en la dirección de donde creyó que había sido lanzada la flecha y se encontró con la silueta de un hombre aproximándose hacia él.

El hombre poseía el cabello rubio y sedoso, perfectamente peinado sobre su cabeza, ojos azules y una penetrante mirada fría. Se movía con agraciada petulancia, balanceando el saco azul oscuro con sus pasos, paseando la ballesta que traía ajustada a su brazo derecho.

—¿Q-quién eres? —preguntó Eijiro con la voz trémula. El miedo paralizante en cada fibra de su cuerpo.

El hombre sonrió. Sus ojos brillaron con maldad.

—¿Dónde están mis modales? Monoma Neito, por supuesto —se reverenció frente a Kirishima, acomodándose el pañuelo celeste sobre el cuello de la camisa —. Pero no sé si importe tanto luego de que estés muerto.

—No tengo nada contra ti, solo soy un humano —mintió. El dolor empezó a expandirse por todo su hombro, y no sabía si le dolía más ver la fecha enterrada en su hombro o el hecho de que después tendría que sacársela.

—No trates de engañarme —masculló el rubio —, te he estado vigilando desde que llegaste al pueblo, sé lo que eres. Seguro te verás fantástico sobre mi pared.

Monoma soltó una estridente risa. Kirishima no fue capaz de reaccionar hasta que otros dos hombres se pararon junto al rubio con la clara intención de asesinarlo.

Las sirenas saltaron en su cabeza como si hubiera ocurrido una fuga dentro de una fábrica. Las luces parpadeantes de color rojizo hicieron de su mente un caos, donde los carteles holográficos parpadeaban con urgencia.

Ni siquiera podía pensar con claridad.

[Advertencia: se acerca un Bad End para el personaje]

[Advertencia: posible amenaza para la trama]

Y, entre todo ese caos que le provocaba la idea de ser cazado, más la sirena incesante en su cabeza y el dolor punzante en su herida, Kirishima solo pudo pensar en correr.

Bueno, algo está pasando aquí.

Creo que Bakugo tenía razón cuando dijo que usaban a los dragones para ponerlos de decoración, y Monoma parece estar preparado para hacerlo con la cabeza del pobre Kirishima.

La edición parece ir lento pero seguro. No hubo mucho cambio en el capítulo, pero sí eliminé escenas innecesarias que tal vez las replantee más adelante, esta vez con la calma con las que deben ser tomadas.

Datos curiosos:

1- Una pequeña curiosidad —que quizás a la mayoría no le interese— es que el título alternativo hace referencia a la película «Blancanieves y el Cazador».

2- En su momento me había inspirado por todo el tema de los cazadores de la novela «De Humanos y Dragones» hecha por B-B0RED aquí en Wattpad. 

Por último, muchos créditos y amor a mi fiel compadre del dbd Cross_01 por ayudarme con el nombre de la raza de los dragones rojos. Mi idea original era llamarlos Llamaígnea, pero nunca me terminó de convencer, y Quemadura Monstruosa me pareció fantástico cuando él lo propuso.

Si ven algún error estaría agradecida para así corregirlo cuanto antes.

Un saludo!! —Kirishi365

[Edición del día siguiente: Wattpad no me guardó los separadores que había puesto y tuve que revisar todo el capítulo para ponerlos de nuevo]

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