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Prólogo

—¿Cómo has podido hacerme esto? —susurré a media voz, a pesar de que el nudo que se cernía sobre mi garganta y que pronto me impediría hablar se sentía como una especie de nube oscura que traía un mal presagio—. Todo este tiempo me has estado engañando. Tú también. No eres tan diferente de los demás... —Tragué saliva y lo miré en silencio. Su mirada era una mezcla de emociones que para cualquiera hubiese resultado indescifrable, pero que para mí no lo era. Sabía perfectamente cómo se sentía porque era un claro reflejo de lo que sentía yo. El dolor y el temor se alzaron victoriosos en lo más profundo de sus ojos negros. Unos ojos tan negros como una noche sin luna—. No soy... tan importante para ti después de todo.

Di un traspié al retroceder y él dio un paso hacia mí, avanzando de forma lenta y cautelosa, como si su única intención fuera atraparme y no dejarme ir, pero eso jamás sucedería. Yo tenía que impedirlo porque aunque no fuera tan importante para él, Luc sí lo era para mí. Siempre lo sería, pero me negaba a seguir poniendo a todo el mundo en peligro. Me negaba a seguir poniéndolo en peligro a él, a pesar de que también me había traicionado.

—Nina...

Me detuve en el instante que dijo ese nombre. Había empezado a odiarlo con todas mis fuerzas. Y más cuando era él quién lo pronunciaba. Por eso mismo fui capaz de estabilizarme a tiempo y volví a retroceder, esa vez sintiendo una gran opresión en el pecho. En ese preciso instante, un destello cruzó sus ojos, como una estrella fugaz que surca el cielo a medianoche, y las mismas motas doradas que me robaron el aliento la primera vez que las vi vibraron con la luz del atardecer que se colaba a través de los grandes ventanales de la biblioteca.

—¡No me llames así! —vociferé, tragándome el llanto que tarde o temprano ascendería a la superficie y se llevaría todas mis fuerzas con él. Un dolor agudo me dividió el pecho como si mi corazón se hubiera fracturado en dos partes iguales—. Tú, mejor que nadie, sabes que ese no es mi nombre.

Sus pies se pararon en seco al tiempo que apretaba la mandíbula con fuerza, haciendo que todos los músculos de su cuerpo se tensaran. A Luc no le gustaba perder el control de la situación, pero esa vez no podía hacer nada para detenerme.

—Tienes que escucharme —imploró, y realmente pareció que rezaba, ya que juntó las manos a la altura de su pecho como si yo fuera Dios y él mi penitente—. Todo lo que he hecho ha sido por un motivo.

Me moví de nuevo y seguí retrocediendo en dirección a la gran puerta de madera sin llegar a darle la espalda. No me hacía falta poner una mano sobre el fuego para asegurarme de que si lo hacía, de que si le daba la espalda, se abalanzaría sobre mí y terminaría reteniéndome, impidiéndome hacer lo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Y yo no podía permitir eso. No iba a quedarme de brazos cruzados cuando ese era mi destino.

—¿Yo soy ese motivo? —Mi voz descendió hasta el punto de que creí que no sería capaz de escucharme, y no sé muy bien por qué, pero pensar en eso me molestó. Quería que me escuchara, que supiera las razones de por qué hacía lo que hacía. Quería que supiera que quería salvarlos a todos, que quería salvarlo a él—. Deja de mentirme y de mentirte. No quiero hablar contigo. Es demasiado tarde.

Cerré los ojos y las lágrimas tibias que recorrieron mis mejillas trazaron sendas que se convirtieron en fríos caminos poco después, pero no tenía tiempo para limpiarlas. De hecho, se me estaba acabando el tiempo.

—No te estoy mintiendo y no me estoy mintiendo. —Pronunció esas palabras lentamente, cuidando al detalle lo que me decía—. Ahora que sabes lo que pasó, tienes que prometerme que vas a mantenerte al margen. Esto es muy peligroso.

Mi verdadero nombre murió en la punta de su lengua, pero en vez de sentirme mal por el hecho de que le dolía pronunciarlo, me sentí mal conmigo misma por no haber actuado y seguir retrasando lo inevitable. Me estaba rompiendo en pedazos. La expresión que torcía su rostro me estaba matando, pero no quería que viera cómo me sentía realmente. No quería que viera que, en realidad, estaba aterrada. Pero cerré los ojos un instante y al abrirlos, fui consciente de que había aprovechado esa oportunidad para acercarse a mí.

Solo un paso mío nos separaba.

—No voy a mantenerme al margen.

Me limpié las lágrimas con ambas manos y negué con la cabeza.

—Esto no es ninguna tontería. —Su voz adquirió un tono desafiante y autoritario. Supuse que en ese momento se acababan las negociaciones—. Podrías resultar herida. Podrías...

—¿Acaso crees que estoy bromeando? —lo interrumpí. La ira trepó por mi pecho y por mi garganta. Apreté la mandíbula y llevé una de mis manos a mi muslo derecho, apartando la tela del vestido negro que parecía vaticinar lo que estaba a punto de suceder—. Siento decirte que no serás tú el que le ponga punto y final a esto.

Atrapó mi indirecta tan pronto como la dije y sus pestañas oscuras le rozaron los pómulos cuando entrecerró los ojos. Me hubiese gustado decirle que no me mirase de esa forma, pero lo entendía, en el fondo lo entendía. Por eso no podía seguir allí. Tenía que irme... sin mirar atrás, sin mirarlo a él.

—No hagas ninguna locura —dijo lentamente, como si estuviera intentando que ambos mantuviéramos la calma.

Di un paso hacia él y mi corazón comenzó a latir a un ritmo descontrolado. Coloqué la palma temblorosa de mi mano derecha sobre su pecho y lo miré a los ojos. Estaba intentando construir un muro a mi alrededor para impedirle entrar y dejarlo ver a través de mí, pero no podía. Pensaba y sentía demasiado. Entonces, apareció esa voz en mi cabeza que siempre me decía que si su corazón hacía años que había dejado de latir, era por mi culpa.

—Si no nos hubiéramos conocido... —musité. Mis ojos volvieron a escocerme de nuevo y las lágrimas me empañaron fugazmente la visión, pero tenía que luchar contra ellas. Debía tragármelas antes de que ellas anularan mis sentidos y me impidieran seguir con mi plan. No podía echarlo todo a perder de nuevo. No podía fallarme a mí misma, no podía fallarle a Luc. Otra vez no—. Nada de esto hubiera sucedido. Habrías tenido una vida, Luc. Habrías encontrado a tu alma gemela... —Mi voz se quebró justo cuando mis dedos se curvaron sobre la tela de su camiseta negra—. Podrías haber sido feliz.

Se quedó inmóvil, paralizado, pero vi el dolor en sus ojos.

—Tienes que escucharme, por favor.

Sus manos se cerraron en dos puños. Su cuerpo no estaba tan frío como cuando lo traje conmigo a la academia, pero esa calidez que desprendía cuando me abrazaba en sueños... Esa calidez nunca volvería a estar dentro de él. No podría envolver su corazón porque tampoco latía.

—No, Luc. —Decir su nombre en voz alta mientras lo miraba a los ojos equivalía a hurgar sobre una herida que no podría sanar ni aunque pasaran mil años—. ¿Sabes lo que duele cargar con esta culpa? —Me llevé una mano al corazón y una quemazón emergió en esa zona cuando sentí su golpeteo constante contra mi mano. Esa era la gran brecha que nos separaba—. Tú podrás perdonarme, pero yo nunca podré hacerlo. No puedo vivir sabiendo lo que hice. No puedo vivir sabiendo lo que te hice. Necesito que esto acabe de una vez.

—No digas ni una palabra más. —Su voz advirtiéndome de que no siguiera por ese camino habría surtido efecto unos meses atrás, pero ya no lo hacía. Nadie podría detenerme. Tampoco él—. Me niego a seguir escuchándote decir cosas sin sentido.

Haciendo uso de todas sus fuerzas, logró alzar su mano derecha y la colocó sobre mi mejilla, aun sabiendo que su frialdad me atravesaría la piel. Pero al darse cuenta de que no traté de apartarme, hizo lo mismo con la otra y se inclinó hacia delante, colocándose tan cerca de mí que terminó alineando nuestras caras. Entonces, sostuvo mi rostro con el mismo cuidado de siempre y me obligó a mirarlo.

—Ahora todo tiene sentido. Después de todo este tiempo he descubierto dónde está el problema.

—¿A qué te refieres? —preguntó en voz baja, como si temiera que alguien nos escuchara.

—Yo soy el problema —admití—. Siempre lo he sido. Os fallé a todos y os condené a vivir de esta forma.

Se acercó todavía más, hasta el punto de que su aliento se mezcló con el mío. Su nariz rozó la mía y sus labios hicieron lo mismo, robándome un suspiro entrecortado.

—Prefiero vivir así que no tenerte a mi lado.

Me dolió el corazón al escucharlo.

—Esto no es vivir. Esta no es la vida que te mereces. —Cerré los ojos y coloqué mi mano izquierda alrededor de la empuñadura de la daga que tenía escondida debajo del vestido—. Yo te arrastré conmigo. ¿Por qué insistes en quedarte a mi lado después de todo lo que te he hecho?

Las puntas de sus dedos se hundieron en el nacimiento de mi pelo y después trazó mis labios con ellos.

—Para de una vez —murmuró entre dientes. Descansó su frente contra la mía y un segundo después cubrió mis labios con los suyos. Sin embargo, yo no tenía fuerzas para responderle. No podía hacerle eso. No quería dejarle ver que quería besarlo tanto como él a mí—. ¿Por qué me haces esto? —Saboreé la amargura en sus palabras cuando se apartó ligeramente. Yo apreté la empuñadura con más fuerza—. Cuando todo esto termine, los dos nos iremos de aquí. —Me besó de nuevo y la presión de sus manos aumentó—. Me prometiste que protegerías el mundo, pero para eso yo tengo que protegerte a ti.

Abrí los ojos cuando sentí sus lágrimas sobre mis mejillas. Me odié a mí misma por ello. Estaba siendo egoísta, pero por una vez tenía que serlo.

—Voy a salvarte, Luc. Voy a salvarnos a todos.

No debí besarlo. No debí hacerlo, pero lo hice, aun sabiendo que eso nos rompería el corazón a ambos.

Rodeé sus hombros con mis manos, pegué mi pecho al suyo y lo besé con fuerza. Sentí una mezcla de anhelo temprano y desesperación cuando mi boca chocó contra la suya y por una vez, no quise ser suave ni que él lo fuera. Estaba enfadada conmigo misma y quería que él lo supiera, pero mis caderas presionaron las suyas y le mordí el labio inferior saboreando el deseo desesperado en ellos. Entonces, me clavó los pulgares en la cintura al tiempo que profundizaba el beso, haciendo que mi cuerpo temblara de los pies a la cabeza cuando su lengua acarició la mía por primera vez.

Jadeé al apartarme, sintiéndome aturdida y dolida por algo que a lo que yo misma había accedido, pero sus labios siguieron moviéndose sobre los míos, mordiéndolos con suavidad, como si quisiera que formaran parte de una danza eterna, a pesar de que yo curvé los dedos que tenía posados en sus hombros y recordé todos y cada uno de los besos que habíamos compartido hasta ese entonces.

Si retrocedía en el tiempo, yo fui la que dio el primer paso aquella noche después de que me confesara lo que sucedió en la playa y nunca me arrepentiría de haberlo besado ni de decirle en voz alta cómo me sentí cuando me dijo quién era y lo que hacía. Con lágrimas en los ojos me aparté para abrazarlo y deseé que pudiera tomar todo mi calor. Deseé escuchar su corazón latir como lo hacía en mis sueños y que las cicatrices de su cuerpo desaparecieran para siempre.

Deseé que viviera, pero para que eso fuera posible, yo tenía que morir.

Me puse de puntillas, besé sus párpados cerrados, sus mejillas, su nariz y su frente. Cuando abrió sus ojos, nos miramos en silencio. No hacían falta palabras en un momento así. Él sabía que me estaba despidiendo, por eso trató de apartarse cuando lo besé por última vez. Dibujé sus labios con mis dedos como él hacía conmigo y presioné la piedra de la prueba inicial contra su espalda, por lo que pasó de estar de pie a estar tendido en el suelo en menos de un segundo.

—¡No! —gritó con desesperación—. ¡Detente, por favor!

—Lo siento —musité mientras me ponía de rodillas junto a él—. Te quiero Luc. Siempre te querré, a pesar de que no podamos estar juntos.

—¡Luna! Te lo suplico. —Su voz se rompió. Tenía que darme prisa. Si seguía hablando con él, el efecto de la piedra desaparecería—. Si te vas...

—Cuando me vaya, todo habrá terminado.

Saqué la daga y la luz de la luna se reflejó sobre su filo. Cerré los ojos al igual que hice en aquella noche de humo y cenizas, aunque esa vez el final sería distinto, ya que yo misma me había encargado de inmovilizar al que me salvó en ese entonces.

—Vayas donde vayas, siempre te encontraré —oí que decía—. Siempre volveré a ti porque tú eres mi hogar.

Presioné la punta sobre mi corazón y me tragué un grito ahogado cuando rozó mi piel por primera vez. Lo escuché llorar y quejarse por no poder hacer nada, por no poder detener lo inevitable.

—Lo siento mucho.

Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y terminé el trabajo que había empezado. Hundí la daga en mi pecho y sentí un frío parecido al que me visitaba en mis peores pesadillas, pero esa vez parecía estar decidido a quedarse para siempre. Mis ojos se abrieron por inercia tras golpear el suelo con un sonido seco y vi a Luc mirarme con ojos culpables mientras se retorcía. Empezaba a recuperar el control sobre su cuerpo y poco después fue capaz de arrastrarse a mi lado. Me colocó con cuidado sobre su regazo y lloró en voz alta mientras mi sangre empapaba su ropa.

—Me quedaré contigo pase lo que pase. Te quiero, Luna —murmuró junto a mi oído. Tras esa pequeña confesión, hundió su cara en el hueco de mi cuello y sus labios temblaron cuando los presionó contra mi piel todavía sensible a su tacto—. No te abandonaré. No volveré a dejarte sola, te lo prometo.

Cuando cerré los ojos, no vi un cielo estrellado sobre mí. Tampoco los ojos oscuros de Luc ni su sonrisa. No me dolía nada, ni siquiera el lugar en el que me había clavado la daga. Me sentía ligera, libre. Nunca antes había sentido nada parecido. Era como si estuviera flotando, a pesar de que estaba de pie en medio de un bosque en mitad de la noche.

—Te he estado esperando.

La voz a mis espaldas me erizó la piel. Parecía que no iba a disponer de unos minutos para adaptarme a mi nueva condición. Comencé a girarme y cuando me encontré con unos ojos verdes, fríos como el hielo, deseé haber podido traer esa daga conmigo.

—Yo también me alegro de verte, mamá.

Y aunque fuera imposible, me dolió el corazón.

Me dolió de verdad, a pesar de que había dejado de latir. 

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