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Medialuna

Eran tan deslumbrantes los dos, iguales en gozo y divinidad. Megumi e Itadori eran dos jóvenes, que con las flores de sus pocos años rebosando en primavera con sus dos eternos colores, se entregaron sus corazones en un viento que susurra a sus espaldas los sentimientos que perciben sus pechos. Estaban enamorados y no había ni una sola palabra bonita para describirlo, solo sus miradas y acciones podían hacerlo a su manera, acercándose tan solo un poco a la realidad de su intensidad.

Amar, para el recipiente de Sukuna, era tan especial como aquella ultima sonrisa que le dio al azabache antes de desplomarse en el suelo y pedirle que viviera junto con Nobara. Las situaciones eran distintas, pero el peso de sus emociones idéntico. El aire entonado por una campana gastó el inicio de su relación tras ese encuentro inesperado en el evento de intercambio entre las escuelas de Tokio y Kioto, y poco tiempo después Itadori acunó en sus pensamientos, la idea única de sorprender a Fushiguro.

Esa tarde era su objetivo. Itadori, siendo malo para ello, se propuso sorprender a su novio con algo que ni la misma Nobara (cómplice por esta ocasión) se pudo haber imaginado.

Itadori quería sorprenderlo de la mejor forma, y así, conocer un lado todavía más dulce de aquel chico que aparenta dureza y aburrimiento.

Alguna vez Aoi le hubo preguntado cuál era su tipo de chica, y si bien la respuesta fue complaciente, la verdad era que Fushiguro encajaba perfectamente con sus parámetros para un tipo de chico ideal. Fushiguro, con su mal humor, aburrimientos y desdén, era ese chico ideal para Itadori.

Brotaron hermosos pensamientos en Itadori, como si fuesen laureles en un jardín ajeno que le regalaba una hermosa imagen de un nítido Fushiguro en el centro del lugar. En su sueño, el azabache completaba la imagen de una divinidad. Estaba bien seguro, y poco preocupado de que lo encontrasen loco, al pensar que Fushiguro era su flor en forma de estrella allá colgando del cielo que comenzaba a oscurecerse.

Observó la ventana y sonrió como un tonto bien hecho. Estaba agradecido por haber conocido a tantas personas tan impresionantes, entre ellas Megumi. Entonces recibió un golpe en la cabeza; Nobara le había puesto los pies sobre la tierra.

—¡Itadori, te estoy hablando! —gritó la castaña, haciendo su entrada al relato vistiendo un pijama rosa a rallas amarillas. Levantó el bowl frente a Itadori—. Sé que es difícil para ti bajarte de las nubes, pero dime, ¿cómo ves este plato?

En el fondo, se le encontró a Fushiguro apartándose visualmente de la escena. Aceptaba el hecho de que Itadori era su pareja, a quien se había atrevido a amar, pero no estaba muy seguro sobre si era correcto enfrentar a una Nobara colérica. Por si las moscas, se esmeró en aparentar interés en los programas de la televisión que cambiaba en ocasiones.

—Ah, qué gracioso —inquirió el azabache, fingiendo sus risas con la mirada pesada sobre la pantalla.

"Maldito Fushiguro", pensó Itadori, volviendo su atención a Nobara.

—¡¿Y bien?! —dijo ella, agitando el plato en manos.

—Uh... lo veo muy bien. No está roto —fueron las palabras de Itadori, las cuales arrastró abriendo con inocencia bien grandes sus ojos.

Nobara bufó como un dragón que expide humo por la nariz. Sus ojos estuvieron a poco de brillar en un rojo intenso de ira.

—¡¿Estás tonto o me quieres hacer enojar?! —respondió la castaña arrojándole el plato—. ¡Responde!

Itadori atrapó el objeto en el aire. Se apresuró a hacerlo porque era tan flojo como para después limpiar el desastre de los pedazos rotos. Suspiró aliviado cayendo por encima de su cama y Fushiguro respondió por él.

—Yo diría que ambas cosas —dijo, y en cuanto Nobara lo tuvo en la mira con sed de muerte, volvió su atención a la televisión, riendo—. Qué divertido programa.

Con uno de los chicos bajo control, la fémina se subió a la cama, llevándose las manos a la cintura, cual emperatriz despiadada. Y apuntó al plebeyo de Itadori, y dijo:

—¡Eres tonto y me haces enojar! —con su respuesta, Fushiguro no pudo dejar de pensar que al final le dio la razón, pero se abstuvo de meterse más en el tema—. ¡Escucha bien, Itadori! Ese plato ya no tiene palomitas y es tu responsabilidad volver a llenarlo. Es algo que solo tu debes hacer.

Un silencio por parte de Fushiguro le siguió a ello. Casi se podían leer sus pensamientos en su cara, pero siguió callado.

—Ya no soy un crío, Nobara —respondió el chico poniéndose de pie—. Y baja de mi cama, por favor. ¿Por qué debería ir yo? No es justo.

—¡Es más que justo! —respondió ella, brincando un poco sobre el mueble solo por molestar—. ¿Quién quiso hacer esta pijamada?

—Itadori —respondió Fushiguro, ganándose de su novio una mirada.

—¡Correcto! —alegó ella, observando en intervalos a sus amigos—. ¿Y de quién es la habitación en donde estamos?

—De Itadori —volvió a atacar el azabache, como si se hubiesen confabulado ese par para reírse del pobre chico que tenía la cruel tarea de ir por las palomitas.

—¡Una vez más correcto! —dispuso ella, dejándose caer de nalgas sobre el colchón—. Ahora, ve por las palomitas Itadori. Y tú, Fushiguro —apuntó al azabache—. En compensación por responder bien y mostrar que tienes un poco de cerebro, acompáñalo.

Al instante el espíritu del castaño claro revivió. No estaba de acuerdo con las razones por las que era mandado a traer las palomitas, pero sí que estaba satisfecho si con él se hundía el azabache, a quien la muerte le albergó en el rostro.

—¡¿Eh?! —respondió, apartándose del televisor y siendo atrapado por Itadori—. ¡¿Por qué yo?!

—Ya te lo dije —arrastró la voz, sacudiendo su cabello castaño—. ¿O quieres que el pobre de tu novio, ese Itadori que es bueno para meterse en problemas, le pase algo malo?

Itadori reforzó esa idea con unos ojitos tiernos, asintiendo como si fuese una princesa en peligro, pero esto no movió ni un poco el corazón del azabache. Observó a su novio unos segundos, teniendo su respuesta en la punta de la lengua, además de la palabra "ridículo" escrita en la frente, a favor de Itadori.

—Va a la cocina, unos treinta pasos lejos de aquí y eso que exagero —respondió, frío y cortante—. Sinceramente me da igual si le sucede algo malo. Todo lo que le ha sucedido hasta ahora es por su propia obra y no afecta en nada a mis sentimientos por él.

¡¿El corazón de Fushiguro era un pedazo de hielo?! Los dos restantes compartieron tal pensamiento al escuchar su respuesta. Nobara no se podía creer dos cosas; que Fushiguro encontrara alguien que lo amara, y desde luego, que ese alguien fuese Itadori.

No encontraba sentido, por más que le daba vueltas al asunto, pero de igual forma suspiró echando a sus amigos de la habitación.

—Ustedes no tienen sentido, no sé para qué me desgasto pensando —dijo con simpleza, antes de cerrarles la puerta en las narices—. ¡Ya les dije! Vuelvan aquí con palomitas o no entran.

—Por mi no hay problema, no es mi habitación —atacó Fushiguro.

—¡Cruel, frío, malo! —vociferó el castaño, sintiendo cómo su corazón se iba desmoronando. Se llevó las manos al pecho en signo de un fuerte dolor falso—. ¡Mi novio no me quiere!

Un murmuro provino del otro lado de la habitación. Era Nobara, respondiendo que le llamaría a Panda para que se apropiara de la habitación de Fushiguro si no le hacían caso de traer la botana. Debía aprender que con ella no era bueno llevar la contra.

En cuanto al azabache, le tomó poca importancia a su amenaza, simplemente tomó a su novio al borde de la muerte y cruzaron el pasillo, unas cinco puertas hasta llegar a un área amplia, la cocina que la escuela les había proporcionado.

—¡Mi novio no me quiere! —seguía diciendo el recipiente de Sukuna, seguramente teniendo harta a la misma maldición en su interior—. ¡Ah! ¡Duele mucho!

Fushiguro lo dejó en la esquina del lugar, ignorándolo hasta haber tomado una bolsa de palomitas. La metió en el microondas más viejo que el mismo recinto, y volvió con el castaño para darle un golpe en la cabeza.

—Ya cállate, no seas exagerado —le dijo, cruzándose de brazos frente a él.

Itadori se llevó una mano al lugar del golpe y levantó su mirada con esa sonrisa que tanto afecta al azabache. El plan estaba saliendo a la perfección; Fushiguro desvió la mirada, con las mejillas enrojecidas.

—¿Qué miras? —le dijo, gruñendo nervioso—. ¿Qué te da tanta risa?

El castaño soltó una risita, dejó el plato en la mesa más cercana y después se arrojó en contra del azabache para enrollar sus brazos en su cadera, alcanzando a sentirlo delgado, caliente y a la vez frágil. Fushiguro reacción con un salto, intentó apartarse, pero sólo pudo echar el dorso para atrás, mientras colocaba sus manos en los hombros de Itadori.

—¡¿Qué crees que haces?! —volvió a atacar con el tono titubeante—. Solo vinimos por palomitas, no a...

—Me-gu-mi —dijo Itadori, disfrutando el decir el nombre de su novio con un tono dulce—. Megumi.

En respuesta, el sonrojo del azabache aumentó. No solían llamarse por sus nombres, de hecho, era muy raro y más acostumbrados estaban a "tonto", por eso la timidez se apoderó de él. Aumentó la fuerza al agarre en los hombros de Itadori, mientras él se aferraba más a sus caderas, acercando sus rostros.

—Mi nombre... —respondió Fushiguro, internamente más que feliz de poder escuchar en la voz de su novio el nombre que su padre le había dado—. ¿por qué usas mi nombre así de la nada? Estás muy raro...

—Tu también puedes usar mi nombre, lo sabes —respondió al fin el castaño claro, alcanzando a juntar sus frentes; no podía acaparar tantas emociones en su pecho, así que estás se reflejaron en esos hermosos ojos suyos—. Antes preguntaste ¿Qué miro? Lo increíble que eres, Megumi.

A a cada palabra, el azabache comenzó a sentir su piel de gallina. Jamás en su vida se pudo haber imaginado que terminaría enamorado de alguien como Itadori. Ese joven que hasta hace poco no sabía nada de las maldiciones y que, de no haber sido por ese dedo, no se hubieran conocido.

—¿Qué me da tanta risa? —continuó el castaño claro, manteniendo miradas con el azabache, liberándolo del agarre de una de sus manos que se llevó a su bolsillo—. Lo tierno que eres. Intentas ocultar tu timidez con ese ceño fruncido, pero a mis ojos eso te vuelve todavía más tierno.

—Uh... —murmuró Megumi, con el pulso acelerado—. ¡Itadori!

—¿Qué? Te estoy respondiendo —dijo Yuuji, aferrándose a aquello que ocultaba en el bolsillo de sus pantalones. Era el ultimo momento y de repente se sintió nervioso, lo suficiente como para hacerlo ver con el titubeo de su voz—. T-También preguntaste qué hacía...

Ahora, en el ultimo segundo, las dudas comenzaron a invadir al castaño, creándole una inseguridad enorme.

¿Y si no le gustaba?

¿O si le parecía muy material?

Si lo pensaba con detenimiento, jamás había visto a Fushiguro usar algo similar a lo que ahora escondía en sus bolsillos, pero ya no podía echarse para atrás. Estaba por hacer su último movimiento, era ahora o nunca, pero cuando intentó llamar al azabache, este le ganó la palabra atrapándolo por el cuello de su polera.

—Tonto, siempre eres así —le dijo con voz temblorosa, acercándose lo suficiente como para sentir el calor del rostro de Itadori—. Tomándome por sorpresa, diciendo esas cosas con mucha facilidad. Yo... no puedo ser así, pero... ¡Yuuji!

El castaño claro enmudeció, se encogió de hombros y por un momento pensó que la había cagado al jugar así con Fushiguro, pero la expresión en él le dijo todo lo contrario. Era endemoniadamente tierno con esas cejas oscuras arqueadas sobre un par de tímidos ojos hermosamente adornados por densas pestañas carbón. Un toque idílico en esas mejillas rosas escoltando unos labios apetecibles en dulzura y miel.

—Yuuji... —dijo Fushiguro, aflojando su agarre a Itadori—. Yo antes, lo que dije antes con Nobara no es cierto. Bueno, sí eres un tonto, pero sí me preocupas. No quiero que te metas en problemas, y todo lo que te suceda, sea provocado por ti o no, quiero estar a tu lado. Todo eso porque...porque te quiero, aunque no puedo decirlo todos los días... yo...

Al viento de su aliento eso había sido más que suficiente para el castaño claro. Ya conocía los sentimientos de Fushiguro así como su forma de ser, tanto que esas palabras no las creía necesarias, pero vaya que las disfrutó para después callarlo al unir sus labios en un beso tranquilo, lento y más experto que en otras ocasiones.

La marea de emociones que se había alzado en Megumi se calmó con el calor de Itadori en los roces que experimentaban sus belfos. Era como si su alma se encontrase en sintonía con la del recipiente de Sukuna y le quitara las energías para dejarlo con las justas, en donde se podía dar el lujo de disfrutar el momento y agarre posesivo sobre él.

De repente se sintió libre de sus caderas y cuando el beso terminó, encontró a Itadori orgulloso. Todavía no entendía qué estaba sucediendo y ese silencio no le ayudaba en mucho.

—Sabía que se vería muy bien en ti —se atrevió a decir el castaño, tomando un poco de espacio.

Fushiguro tardó en entender sus palabras hasta que prestó atención a la mirada de Itadori y con el cuerpo tenso, se llevó las manos a su pecho, lugar que Yuuji no perdía de vista. Entonces lo encontró, sus dedos palparon un objeto frío y liso, pendiendo de su cuello.

—Es tan Fushiguro —volvió a decir Itadori.

¿Tan él?

Con la incógnita y mudo por la sorpresa, el azabache movió su cabeza y bajó su mirada para encontrarse en sus manos temblorosas una cadenilla de oro adornando su cuello y colgando de ella una medialuna pequeña y de un color zarco, un tanto más oscuro. Parecía ser una copia exacta del color de sus ojos, como si fuese traída de un mundo de magia, porque nunca antes había visto tal objeto en ningún lado.

—Itadori... —llamó a su pareja, sin creerse todavía lo que tenía en manos. Levantaba su mirada para toparse con el castaño y luego la bajaba a la medialuna, de lejos sorprendido.

Fushiguro formó una expresión tan tierna y única hasta el momento, que Itadori pensó que todos esos salarios ahorrados por unas semanas habían valido completamente la pena. Además, también estaba nervioso, sentía sus manos frías porque mientras Fushiguro estaba distraído con el beso, aprovechó el momento para hacer de las suyas y colocarle el collar. Y, algo importante, no había signos de rechazo.

Al contrario, Fushiguro atrapó el detalle con sus manos bien seguro, como si tuviera miedo a que todo fuera una broma y lo separaran de algo tan bonito.

A ver, era cierto que no acostumbraba a usar este tipo de adornos. Jamás se lo había planteado, y su interés era nulo, pero las cosas cambiaban si se trataba de un detalle hecho por el castaño claro.

Entonces el mundo podía ponerse de cabeza.

—¿Qué? —preguntó el castaño claro—. ¿No te gusta?

Cuando Fushiguro iba a responder, la alarma de microondas arruinó el momento, recordándoles que estaban en ese lugar por unas palomitas.

—Ah... Me hubiese gustado dártelo en otro momento —repuso Itadori—. Pero pocas veces tenemos tiempo libre, o estamos a solas. Sé que la cocina no es un lugar muy romántico, pero...

Pero había logrado su objetivo. No encontraba palabras para expresar lo feliz que estaba.

—Me gusta mucho —respondió Fushiguro, con un brillo inocente en sus ojos—. Lo cuidaré muy bien, te lo prometo.

A Itadori le pareció que esa promesa sonaba tan inocente y linda a las que hacen los niños usando sus meñiques.

—Y sobre el lugar, es cierto que no es el mejor, poco te faltó para hacerlo en el baño —a las palabras de Fushiguro, Itadori intentó ocultar que sí que había pensando en esa situación, pero la había desechado por un regaño de Nobara—. Pero lo importante no es eso, eres tú.

El momento fue interrumpido otra vez por la alarma, no se habían molestado en abrir al menos la puertecita y el microondas no conocía la paciencia. Itadori resopló, rodó los ojos y antes de volver por las palomitas, le robó un último beso a Fushiguro.

—Me estás provocando así —bromeó, volviendo a probar los labios de Fushiguro con más esmero, atreviéndose a acariciar su espalda hasta llegar a sus muslos. Los apretujó un poco, lo suficiente como para hacer saltar al azabache.

Fushiguro ahogó un suspiro en el beso. Sintió la humedad del momento y el agarre de Itadori, pero tomaron su espacio cuando el recipiente de Sukuna terminó con todo y se encargó del microondas.

—Si no volvemos pronto, Nobara se molestará —rezó Itadori, vertiendo la botana en el plato que había comenzado todo—. ¿Vamos?

Fushiguro elevó su mirada, compartió sonrisas con Itadori y negó.

—Tengo que ir al baño, vuelve tú —le dijo con seguridad y una obvia felicidad en el rostro—. Te alcanzo en un rato.

—Está bien, nos vemos en un rato—respondió Itadori, despidiéndose del azabache con una mirada y leve asentimiento.

Escuchando los pasos de Itadori alejarse, Fushiguro se encaminó al lugar que había dicho. Entró y se aseguró muy bien de haber cerrado la puerta, se recargó en ella por un segundo, sopesando todo lo ocurrido momentos antes y las palpitaciones alocadas de su pecho le hicieron temblar, sudar de las manos y sonreír casi tan tonto como lo hacía Itadori.

Después se encaminó hasta el lavamanos, se recargó en sus extremos, todavía sintiéndose nervioso y levantó la cabeza para encontrarse con su reflejo en el espejo. Un nudo se le formó en la garganta al encontrarse con su figura siendo adornada por ese collar.

Podía ser una exageración, pero encontró la similitud entre sus ojos y la medialuna, y eso no hizo más que hacerlo sentir lindo. La emoción de tener un detalle así por parte de Itadori, lo hacía perder el equilibrio; comenzó a ser de sus objetos más preciados.

Ante la idea, no muy propia del azabache que poco se preocupaba por su imagen, se sintió avergonzado por su reflejo y procuró cubrir con su diestra sus labios. El tacto del beso de la víspera no lo abandonó esa noche, y tras sentir que ya había pasado mucho tiempo en el baño, salió con la intención de volver a la habitación de Itadori y hacerse un lugar en su regazo para quedarse dormido en sus brazos, porque no podía imaginar un mejor final para esa noche.

Antes, sobre todo, se encargaría de echar a Nobara. 








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