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Capítulo 50: "El final". (Parte 2).

Este es el capítulo más largo de toda la historia, y acá se resuelve el asunto entre Carla y Cassandra. ¿Están listos?


Medealis.


Amadeo y diez brujos más se teletransportaron a la aldea en donde Liese había crecido.

Vieron a una multitud reunida en las calles de pavimento negro. Murmuraban y estaban increíblemente preocupados por la "diosa" o la "heredera".

Sin dudas, todos la habían reconocido. Esperaban que ella los salvara.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó el joven Cuadrado a un grupo de ancianos, pero se veían tan nerviosos que no fueron capaces de responder.

Sin embargo, pronto las vio con sus propios ojos.

Liese y Luna estaban malheridas y cubiertas de sangre. Habían estado lanzándose hechizos váyase a saber por cuánto tiempo. El brujo no pudo evitar sentirse increíblemente preocupado.

Ambas tenían los ojos rojos, el cabello enmarañado y las ropas desgarradas.

—¡Amiga! —exclamó Amadeo, y fue corriendo a socorrerla.

Luna soltó una carcajada.

—Doce brujos en contra de una simple hechicera... ¿No les parece demasiado?

Una luz azulada centelleó detrás de la mujer pelirroja.

—No estás sola, colega —musitó una voz femenina.

Un grupo de hechiceros había aparecido detrás de la esposa de Máximo.

Justo como Lord Crewe lo había predicho: Liese los necesitaba.

—Haider, debes irte. Nosotros nos encargaremos de ellos.

Sin despegar la mirada de su enemiga, preguntó:

—¿Estás seguro? ¿Podrán con ellos?

—Segurísimo. Vos tenés otras prioridades.

—Cuídate mucho, querido.

La heredera de Medealis le tocó el hombro a su amigo de manera cariñosa, y luego, se teletransportó.


Medealis.


Liese se teletransportó a la Zona Prohibida, y soltó un chillido al toparse con varios cadáveres a la orilla del lago y al encontrarse con el bosque convertido en cenizas.

Olvidó completamente su dolor físico por ello.

Mi mundo... Mi gente...

No podría soportar que la historia volviera a repetirse. Sintió un nudo en el estómago.

—¡Diosa! —exclamó un vampiro, y corrió hasta ella—. ¿Está bien? ¡Está sangrando!

—Estoy bien —lo interrumpió—. Cuéntame lo que ha sucedido en este lugar.

Él le explicó lo que había ocurrido con lujo de detalles: las batallas que habían librado contra los enemigos de Medealis, lo que había sufrido Carla, las llamas que había disparado el difunto Máximo y cómo había muerto Francis.

—Le transfirió su magia a la humana —explicó un hada—. La adolescente regresó a su planeta y olvidó esto —la varita y la pulsera dorada—. No creo que la localicen, ya que vi que le brillaba una piedra violeta en el bolsillo de su pantalón.

Carla debía saber toda la verdad, y seguramente, estaba devastada. Francis había perdido la vida en sus brazos.

Una nueva punzada de dolor le atravesó el fuero interno.

—Gracias —respondió finalmente, tratando de no mostrar cuán devastada se encontraba.

Alzó las manos y teletransportó a todos fuera del Valle de la Medianoche Plateada, exceptuando el cuerpo del menor de los hermanos Cuadrado.

Lo alzó con su magia y lo trasladó hasta el lago. Se sumergió con él a pesar de cuán herida se hallaba, limpió el rostro del difunto y se sentó en la orilla del agua, apoyando al muchacho sobre su pecho. Lloró amargamente.

Liese se sentía como si le hubieran arrancado un pedazo de alma.

Su amigo. Su gran amigo. Se habían criado juntos. Habían estudiado juntos. La había protegido. Se habían divertido. Habían luchado espalda con espalda. Habían sobrevivido apoyándose mutuamente.

Ahora él estaba muerto, pero le había cedido sus poderes a Carla para que pudiera huir de las garras de los hechiceros.

Su alma era noble y pura.

Y lo había perdido.

El dolor estaba desgarrándola por dentro. No soportaba que los hechiceros siguieran lastimando a sus seres queridos.

—¿Por qué...? ¿Por qué...? —se lamentaba.

Le besó la frente a su amigo y lo abrazó con fuerza, mientras se ahogaba en un mar de lágrimas. Parecía que la zozobra que la agobiaba jamás sanaría.

—Me protegiste hasta el último momento —susurró Liese en la oreja del chico—. Has cuidado de Carla con tu propia vida, y le has dado tu magia para que ella pudiera salvarse... No he sido merecedora de tu amistad ¡No te cuidé lo suficiente! —apretó la ropa mojada del muchacho con sus puños.

Sollozó durante lo que le pareció una eternidad. Dejó salir su angustia, permitió que su sangre y sus lágrimas acariciaran la piel sin vida de su amigo.

Era consciente de que Amadeo no podía ver a su hermano en ese momento, lo desestabilizaría emocionalmente para luchar. Brenda tampoco debía enterarse, ya que presentía que todavía lo amaba.

Debía llevarlo al Kingdom o a Warlock para que pudieran darle un entierro digno y hacerle una ceremonia en su honor.

Pero no aún. Necesitaba llorarlo aún más. Quería abrazarlo por horas.

¿De qué servía ser la heredera de un mundo mágico, si siempre acababa perdiendo a sus seres queridos? ¿Por qué las fuerzas del universo habían sido tan injustas de cargarla con semejante mochila sobre sus hombros?

Habían muerto decenas de seres inocentes. Los hechiceros y los brujos habían llevado a cabo acciones muy cuestionables para salvar sus mundos, y esto la incluía. Las cosas debían cambiar. No sería capaz de soportar otra pérdida. No podría.

Sus padres.

Su tutor.

Francis.

¡Francis!

Enredó sus dedos en el cabello del muchacho, y pensó en la infancia dura que habían atravesado juntos en Waisenhaus. Pensó en los momentos que habían compartido estudiando, aprendiendo, jugando. Se torturó con los momentos felices una y mil veces.

No era capaz de imaginar un Medealis sin él, no quería hacerlo. Era demasiado horrible.

—El resto de mi vida será vacía sin vos.

Sintiendo un dolor agudo en su cuerpo y en su alma, decidió que ya era hora.

Besó su fría frente, y levantó el cadáver con magia. Él y ella estaban chorreando agua. La brisa le hizo poner la piel de gallina, pero no le importó.

Cerró los ojos.

—Te llevaré a Warlock, querido amigo —musitó.


En la Tierra.


Sentí la calidez usual de la teletransportación cuando mis pies tocaron el suelo de mi vivienda. La calidez de mi propia magia. De la magia de Francis que ahora viviría en mí, por siempre.

Era por la mañana, y había gente en la cocina. Escucharon que había alguien en la sala, y corrieron todos a ver qué había pasado.

Albina fue la más rápida en reaccionar.

—¡Carla! —exclamó con alegría, y corrió hasta mis brazos.

A pesar de que yo estaba mojada y sucia, mi hermana se hundió en mis hombros, sin dejar de llorar.

La apreté con fuerza, dejando escapar lágrimas de felicidad.

No podía creer que había vuelto a ver a mi familia. Había sobrevivido.

—Albi, te extrañé tanto... —murmuré, besando las mejillas de la pequeña Krstch—. Te prometo que nunca más voy a dejarte otra vez.

—¡Espero que cumplas tu promesa! —sollozó—. Y yo... yo prometo no despertarte más de la siesta ¡No entraré a tu cuarto sin permiso!

Detrás de ella, vinieron mis padres a abrazarme. Ambos decían incoherencias mientras nos apretaban con fuerza. Lloraban, me besaban y murmuraban palabras al mismo tiempo.

—Lo siento tanto, Carla... —pude entender que mi madre repetía dicha frase cada dos segundos.

—Te amamos —papá me apretó con más fuerza.

—Lo siento, Carla...

Al cabo de un ratito, Arturo me contempló con preocupación.

—Estás quemada, hija... Tenés que ir al médico ¿Te sentís bien?

—En otro momento iremos. Estoy algo herida, pero bien. No teman.

Dejé que su afecto me acariciara el alma. Estuvimos los cuatro abrazados, sin ser capaces de despegarnos. Que me rodearan y me llenaran de cariño luego de la pesadilla que había vivido por días, era mágico.

Eso era la verdadera magia.

Las palabras sobraban: había creído que jamás volvería a verlos, y ahora los tenía junto a mí.

Me sentía tan agradecida con Francis.

Con Francis, con Dianora, con Javier y con las criaturas inocentes que habían perdido sus vidas.

Gracias por haberme dejado vivir.

El cuerpo me temblaba mientras sollozaba ruidosamente.

Pronto, alcé la vista y vi que el pequeño Eliseo se hallaba de pie frente a nosotros, llorando y sonriendo al mismo tiempo.

Papá debía haberse hecho cargo de él luego de la defunción de su mamá.

Sentí una punzada de culpa. Sin embargo, le devolví la sonrisa y le hice una seña para que viniera a abrazarnos también. Tímidamente, se acercó.

—Ahora tengo poderes mágicos, querido. Prometo que te curaré.

* * * 

Mi confesión había causado revuelo. Sin embargo, no les expliqué en el mismo momento en el que había dicho que poseía magia cómo la había obtenido.

—¡Tenés que ir al médico! —insistía mamá.

—Si se siente bien, déjala descansar. Lo importante es que ha regresado —papá intervino por mí—. Más tarde podrá hacer un tratamiento dermatológico.

Carmen lo fulminó con la mirada, pero aceptó mi decisión.

Me duché, dormí más de doce horas (con la piedra de Warlock debajo de mi almohada), y no fue hasta el día siguiente que decidí contarle a mi familia una versión abreviada de todo lo que había ocurrido: que los brujos me habían hecho entrenar hasta que tuve que huir de los hechiceros. Que estaban en plena guerra, y que, por más que alguien viniera a por mí, ahora podía defenderme, ya que un brujo me había dado sus poderes antes de morir.

No les conté quién era mi bruja, ni todo lo que había tenido que sufrir estos días. No era necesario.

Mi mamá me pidió perdón por haber sido homofóbica, y le dije que eso ya no importaba. Dudaba si volvería a ver a Cassandra alguna vez.

Lucas, Agostina, Camila y Macarena vinieron a visitarme ese día. Trajeron chocolates y flores, y se mostraron más que felices de verme.

Mi mejor amigo no dejaba de abrazarme y de besarme la frente.

—¡Pensaba que te había perdido para siempre! —lloraba de alegría.

—No me sacarás de encima tan fácilmente, querido —le pegué un codazo.

Trataba de sonreír y de mostrarme animada para los demás, cuando en realidad, sentía como si hubiera envejecido diez años a causa de la tristeza.

Cuando las chicas se fueron y Lucas y yo nos quedamos solos en mi habitación, me pidió que le contara toda la verdad.

Me acosté en su regazo, cerré los ojos y empecé a llorar. Sólo con él podía abrirme con sinceridad. Le narré todo lo que había ocurrido desde mi llegada al Kingdom, lo que había visto en el campo, cómo era la Aldea Azul, el sistema tecnológico del castillo, cómo había entrenado, quiénes habían estado allí y cómo había huido a Medealis. Le relaté con lujo de detalles mis momentos en el último lugar y la muerte de Francis.

Él se limitó a escuchar y a asentir, mientras me acariciaba el cabello.

—Mi bruja es Liese, la amiga de mi papá.

Me contempló con perplejidad, y luego, frunció el entrecejo.

—Debí haberlo imaginado...

—Lo que no imaginaste —lo interrumpí—, es que Liese y Cassandra son la misma persona.

Abrió los ojos como platos.

—¿Qué?

Me levanté de su regazo y lo contemplé seriamente.

—Sí. Tenías razón cuando me decías que no confiara en Haider ¡Lo lamento mucho! Me siento una estúpida ¿Cómo pudo engañarme así?

Lo abracé con fuerza y dejé que las lágrimas brotaran de mis ojos una vez más. Me dolía profundamente hablar de ella, había sentido usada y engañada.

—Ya está, Carli... Ahora estás en casa...

—No, amigo —me aparté y sacudí la cabeza—. Creo que los brujos ganarán esta guerra... y ella no ha tomado mi sangre todavía. Le dije a mi familia que yo sería capaz de defenderme con mis nuevos poderes... pero no estoy segura de que pueda hacerlo. Liese es una de las brujas más poderosas que existen...

Se quedó unos instantes en silencio, pensativo. Supe que estaba tratando de crear una posible solución.

Pronto, musitó:

—Vení a dormir a mi casa. No te quedes aquí: yo te protegeré.

Negué con la cabeza.

—No, Lu. Tengo que enfrentarme a Liese. Debo hablar con ella. Sin embargo... —me encogí de hombros—. Medealis...

—No me digas que estás pensando en dejarte chupar la sangre —su mirada se ensombreció.

—Quizás pueda negociar con Cassandra —le expliqué—. Ahora que tengo magia en mis venas, a lo mejor no es necesario que muera. Francis también me lo dijo...

—Carla, no permitas que esa bruja vuelva a ponerte una mano encima. Vos no tenés por qué arreglar sus problemas ¡Estuviste en peligro muchísimas veces por su culpa! ¡Tu familia estuvo angustiada varios días por tu desaparición! ¡Eliseo perdió a su mamá por esta guerra!

—¡Lo sé!

Pero él no lo entendía: yo quería continuar con mi vida, y al mismo tiempo, dejar de vivir como la humana marcada de Liese. No quería seguir siendo el blanco de los brujos ni de los hechiceros.

Por otro lado, no tenía las agallas para matar a Cassandra si ella quería aniquilarme. Por lo tanto, mi mejor opción, sería negociar con mi (ex) novia.

—Entonces ¿Qué vas a hacer?

—Estudiaré y encontraré la manera de salvar a Eliseo de su maldición, y también protegeré a mi familia.

—Y para eso, deberás enfrentarte a Cassandra. No será fácil, Carla.

—Tampoco puedo seguir huyendo.

Suspiré, y acaricié con la yema de los dedos la marca recta que decoraba mi muñeca.

Sentí que era hora de cambiar de tema.

—Antes de que Francis me teletransportara ese día... ¿Qué habías querido decirme?

Lucas volvió a besarme la frente.

—Que sos mi mejor amiga, y que me importás muchísimo.

—Recuerdo que dijiste: "Carla, yo te..." y no pude oír más.

—Carla, yo te quiero —respondió, aunque se le habían encendido las mejillas.

Así estábamos bien: éramos mejores amigos que podían contárselo todo sin pelos en la lengua.

Volví a acostarme en su regazo. Su cariño calmaba el dolor punzante que quemaba mi interior.

—Deberás ponerte pomada en la piel ¡Parece que hubieras estado en el sol durante las peores horas en el verano!

—No grites que, si mi mamá te escucha, me arrastrará a la fuerza hasta el consultorio médico.

* * *

Pasaron varios días.

Tuve que hacerme tratar las quemaduras e inventar una buena explicación sobre las mismas, tanto para los médicos como para la policía, quienes habían estado buscándome por todos lados.

—Tengo recuerdos confusos, pero creo que me han quemado con una plancha, o algo así...

—Debería haberte quedado una marca diferente —había dicho el doctor—. ¿Estás segura de que no te ha sucedido algo más?

—No lo sé —me encogí de hombros—. No me acuerdo y me da miedo recordarlo...

—Entiendo... tranquila, señorita. No te esfuerces, has pasado por una situación traumática.

Mis heridas físicas fueron sanando, pero tenía pesadillas durante todas las noches y algo similar a depresión. A Eliseo le ocurría algo similar.

Algunas veces, cuando él y yo no podíamos dormir, íbamos a la cocina a dialogar. Comprendía mejor que nadie su dolor.

—La mayoría de los hechiceros no necesitamos varitas para hechizos simples, pero la magia se va desgastando... —me contó el niño.

Se veía más saludable y estaba animándose a dialogar más. Sin embargo, la tristeza iluminaba sus pequeños ojitos.

—¿Qué hay de mí? No soy ni bruja ni hechicera.

—Supongo que sos como una bruja, ya que un brujo te cedió su poder. Si él bebió sangre humana en la última década, tendrás una magia muy fuerte durante cincuenta años. Con los hechiceros funciona distinto, porque nuestra especie dejó de beber sangre hace siglos...

Había escuchado a los brujos hablar al respecto, pero no tenía mucho conocimiento sobre el tema.

—Necesito estudiar más, así puedo protegerlos.

Asintió con la cabeza. Instantes después, preguntó:

—Carla ¿Creés que los brujos han dejado de buscarte?

Pensé en la piedra de Warlock. Hoy era el séptimo día.

No supe qué contestarle al pequeño.

* * *

Mamá seguía pidiéndome perdón, había conseguido un certificado médico para que faltara las próximas dos semanas al colegio y era más amable que nunca conmigo. También cuidaba de mi cuerpo y se ocupaba de los horarios de la medicación y de colocarme las pomadas para las quemaduras. Era agradable volver a llevarme bien con ella.

Papá había reparado su auto, y me contó que habían enterrado a Ángel y a Dianora en el cementerio municipal, por si algún día quería visitarlos.

—Por ahora no lo haré —no necesitaba drama innecesario en mi vida.

Mis amigos seguían visitándome al salir de la escuela, pero mi estado emocional aún no mejoraba. Las muertes de Francis y de la mamá de Eliseo me habían entristecido. Además, extrañaba a Haider. Aún no aceptaba al cien por cien que ella hubiera estado mintiéndome durante toda nuestra relación. Sin mencionar las recurrentes pesadillas por haber sido testigo de batallas sangrientas.

En la octava noche desde mi regreso, cuando ya hacían más de cuarenta y ocho horas que la piedra de Warlock había perdido su efecto, una forma de energía luminosa y azul se formó en mi cuarto.

Pronto, apareció una chica con un vestido del color del mar —el mismo que había usado en el retrato que había visto colgado en su habitación—. Tenía su cabello negro recogido y su piel pálida brillaba con la luz de la luna, resaltando nuevas cicatrices que debía de haber adquirido en las batallas mágicas.

No le temía. Estaba resentida con ella: luego de todo lo que había hecho ¡Aparecía por mi cuarto sin avisar! ¡Como si todavía fuera bienvenida!

Hice a un lado las frazadas —vistiendo mi pijama rosado de ositos—, y me paré frente a la falsa Haider, lanzándole una mirada desafiante.

—Si viniste a por mi sangre, no te la daré tan fácilmente —solté, cruzándome de brazos.

—Buenas noches, Carla. Lo sé —parecía triste.

—¿Qué querés, entonces?

Dio unos pasos hacia adelante y levantó sus manos, intentando alcanzar las mías. Me aparté con brusquedad, sintiendo un profundo rechazo por esa bruja.

—Quiero que me perdones. Te he hecho sufrir demasiado y has sido expuesta a muchas situaciones peligrosas por mi culpa...

—¿Situaciones peligrosas? —aullé, apretando los puños a ambos lados de mi cuerpo—. ¡Estuve al borde de la muerte! ¡A duras penas he logrado sobrevivir!

En ese momento, ella chasqueó los dedos, dejando en el aire una chispa de brillo dorado.

—¿Qué hiciste?

—Usé un encantamiento de silencio. Tus papás no podrán oír nuestra conversación. Se asustarían si te escucharan gritar.

¡Era una caradura! ¿Ahora se preocupaba por mis padres?

—¡Sos una cínica! —me preparé para atacar a mi enemiga, buscando rápidamente con la vista cualquier objeto que pudiera servirme de arma—. ¡Mi familia lloró por días mi ausencia! ¡Papá podría haber estado en peligro visitando a Dianora! ¿Y venís a decirme que te preocupan mis padres? —escupí con rabia—. No hace falta que finjas más, bruja.

Hizo una mueca de dolor. Apretó los labios y sus ojos brillaron.

—En realidad... —musitó con timidez, haciendo un cálculo con los dedos—. El período de tu desaparición terrícola no era equivalente a los días de los que vos viviste realmente en los mundos mágicos. Recordá que el tiempo en Medealis funciona de otro modo.

¿Acaso venía a darme lecciones de geografía, luego de todo lo que había ocurrido? Una ola de ira se apoderó de mí.

—¡Andate a la mierda! —moví rápidamente el brazo y le lancé la cajonera más pesada que estaba en mi habitación.

Ella esquivó el golpe con un grácil movimiento, y la madera se astilló al chocar con la pared.

La rabia hacía que me hirviera la sangre. Quería llorar de la bronca y de la tristeza, pero traté de mostrarme fuerte.

—No vine a lastimarte, Carla. Quiero hablar con vos. Quiero pedirte perdón. Por favor, escúchame.

—¿Qué viniste a decirme? ¿Qué sos Liese? ¿Qué sos la bruja que casi arruina mi vida y la de mi familia? ¿Qué todo este tiempo estuviste tomándome el pelo? ¡Me mentiste decenas de veces en la cara!

—Déjame explicarte...

—¿Explicarme con mentiras?

—¡Carla!

—No tenés derecho a venir a mi casa luego de todo lo que he tenido que sufrir por tu culpa. Tampoco tenés derecho a pedirme que te escuche y que te crea luego de todo el daño que has causado.

—¡Ya sé! ¡Lo siento mucho! ¡Perdoname! —se arrodilló ante mí, y cubrió su rostro con ambas manos ¿Estaba llorando?

Jamás hubiera imaginado que una bruja como ella se arrodillaría ante nadie. Su reacción me dejó paralizada.

—¡Lo siento tanto! ¡Sé que no tengo derecho a pedirte nada! ¡Sé que te he causado demasiado daño! Sin embargo... déjame explicarte... déjame explicártelo todo ¡Por favor!

Me quedé en silencio. Mi cuerpo temblaba a causa de la mezcla de emociones que me agobiaban. A pesar de todo lo que había ocurrido, yo todavía quería a esa bruja.

Maldición, mi corazón todavía se aceleraba por ella. Quería llorar, pero me obligué a no hacerlo. No debía mostrar debilidad.

—Si detecto una mentira en tus palabras, te haré daño —la amenacé, y decidí sentarme en la cama.

Ella se quedó arrodillada frente a mí. Intentó tomarme las manos una vez más, pero la rechacé.

—Te mentí desde el principio. Me mudé a Argentina porque vos habías sido seleccionada en el sorteo mágico. Las Fuerzas Sobrenaturales te escogieron para que yo te bebiera la sangre.

Chocolate por la noticia.

—Retrocedé —la interrumpí—. La historia no comenzó en ese entonces. Fue cuando Medea y Adelfo fueron asesinados, que tuviste que obtener la sangre de mi papá para poder sostener los hechizos que estaban desvaneciéndose en tu mundo. Supongo que el vínculo de amistad con él te dio el poder que necesitabas para hacerlo, por lo tanto, no te viste obligada asesinarlo. Luego de eso, pusieron en pausa tu vida porque quedaste muy débil. Entonces, a pesar de que hayas nacido en el mismo año que mi papá, tenés mi edad, porque no viviste durante veinticinco años.

Liese se quedó pensativa unos instantes. Luego, asintió.

—Veo que cuando Francis te cedió sus poderes, has adquirido muchos de sus recuerdos. Sí, es así. No pude asesinar a tu papá porque era mi amigo. Lord Crewe y Abigail Weis me regañaron por mi debilidad, y esta vez, me dijeron que no podía fallar con vos. Empecé hechizándote para aumentar tu dopamina y oxitocina cuando estabas conmigo. No sabía sobre tu sexualidad, pero era necesario que te sintieras atraída hacia mí.

Las hormonas del enamoramiento. Tenía sentido.

—Por eso no podía resistirme al principio, cuando apenas nos conocíamos...

—Así es. Sin embargo, a medida que pasábamos tiempo juntas, me animé a dejar de alterar tus hormonas. A su vez, empecé a encariñarme con vos de verdad...

—No mientas otra vez, por favor —bajé la mirada.

No soportaba que fingiera que me quería, porque yo sí la quería a ella. No toleraba que se burlara de mí tan descaradamente.

—No estoy mintiendo. A mí siempre me gustaron las mujeres, y a medida que compartíamos momentos, noté que eras una persona generosa, amable e inteligente, a pesar de que no te agradaba la escuela y renegabas con algunas asignaturas. Tenés diferentes talentos, entre ellos, dibujar, y estar a tu lado me ha resultado más que placentero.

No puedo dejarme engañar otra vez.

No puedo.

Debo ser fuerte.

Las lágrimas amagaban con salir de mis ojos, pero las contuve. Quería creerle, quería pensar que ella no estaba manipulándome para que le cediera mi sangre, pero era consciente de que la realidad era diferente.

Pronto, recordé la conversación que habíamos tenido aquella vez en su casa, sobre los guardianes.

—No sabía que existían criaturas mágicas que eran guardianas.

—No soy poderosa. Poseo magia en las venas, pero no es tan fuerte. Reconozco que soy habilidosa físicamente, porque he entrenado años para proteger a los humanos de quienes quieran herirlos...

—¿Y por qué hablaste de la guerra entre los brujos y hechiceros ayer? Si querés protegernos ¿Por qué sos amiga de algunos brujos? ¿Tenés algún libro sobre los guardianes?

Me daba rabia pensar en la cantidad de veces que me había engañado con facilidad.

—Los guardianes no existen ¿Verdad?

—No son una criatura mágica en sí, sino una profesión. Por esa razón no hay libros al respecto. Cualquier ente puede ser guardián de otro. En cierta forma, no mentí cuando te dije que te protegería.

Deseé mandarla a freír espárragos, pero me contuve. A pesar de lo frustrada que me sentía, aún tenía muchas preguntas para hacer.

—¿Qué pasó con el cuerpo de Idán, aquella noche? —parecía tan lejana. Había sido antes de mi viaje a Warlock, y antes de que Lucas supiera la verdad sobre la magia.

Mi mejor amigo me había advertido sobre Haider en más de una ocasión.

No debería haber confiado en una chica que había asesinado a alguien frente a mis narices.

Suspiré.

—Lo teletransporté a Warlock —explicó.

Por eso había desaparecido.

—Él te había reprochado que bebías sangre humana. Conocía tu identidad.

—Sí. Mi parecido con mi madre siempre me ha delatado. También mi energía mágica.

—Mm... ¿Y por qué los procesadores diferían en sus posturas? ¿Por qué Idán quería llevarme y Ángel, protegerme?

—Algunos estaban a favor de los hechiceros, ya que ellos los teletransportaban y les hacían favores. Los brujos siempre fuimos independientes y cerrados, no le hacíamos caso a los psíquicos. Sin embargo, Ángel, Alicia y Hernán, si bien al principio eran como los demás, la situación mágica los convenció de que no debían derrocarnos: ¿Quién mantendría la vida mágica, sino?

Interesante punto de vista.

—Ángel murió... ¿Ahora quién ocupa su lugar?

—Hernán. Lord le ha brindado algo de magia a cambio de información sobre el paradero de los hechiceros sobrevivientes.

Quería preguntar qué tipo de información, pero ya podía imaginarlo.

—¿Qué han hecho con los hechiceros que han sobrevivido? No todos ellos son malvados. Hasta vos lo admitiste...

—¿Realmente querés saber qué pasó con los enemigos que cayeron en las manos de Lord y Weis?

Me encogí de hombros. Los habían asesinado.

—Hay pocos sobrevivientes, muchos de ellos son bebés y niños pequeños. Les crearé una aldea en Medealis para que puedan vivir en paz. Los educaré. Me cansé de esta guerra ¿Sabés? He perdido a muchos seres queridos...—sus ojos se llenaron de lágrimas.

Francis. Su tutor. Váyase a saber a quién más había perdido en las batallas.

—¿Qué dirán tus colegas brujos cuando aceptes a los hechiceros?

—Se enfurecerán, porque han cuidado de mi mundo con su propia vida. Se sentirán traicionados. Sin embargo, eventualmente entenderán que todo será con el objetivo de lograr la paz. Criaremos a esos niños sin odio ni resentimiento y les daremos libertad a la hora de tomar ciertas decisiones. El rencor es más peligroso que cualquier arma mágica.

—Y hablando de eso... ¿Podrías quitarle la maldición a Eliseo? Yo no sé hacerlo. Es un niñito que está sufriendo como consecuencia de las acciones de los adultos.

Odiaba tener que hablarle respetuosamente para pedirle un favor.

Liese asintió.

—Lo haré, aunque Abigail se enoje conmigo. El niño no tiene la culpa de las decisiones que tomaron sus padres. Incluso las demás criaturas mágicas podrían intentar derrocarme por ayudar a algunos niños hechiceros...

No me importaban sus asuntos políticos.

—Su mamá era una buena persona —sentí una punzada de dolor al recordar a Dianora.

—Lo sé —se quedó pensativa unos instantes—. El tiempo que hemos compartido juntas me ha hecho reflexionar sobre mis acciones y mis decisiones a tomar en el futuro... Quiero que me perdones, Carla. Estoy muy arrepentida de haberte lastimado.

Me contempló fijamente con sus hermosísimos ojos negros. Sin embargo, yo ya no era débil como antes. Ahora sí era capaz de resistirme a sus encantos.

—El perdón no vale nada si no viene acompañado de acciones. Desde que te conocí, sólo me has mentido y metido en problemas. Casi muero por tu culpa en más de una ocasión.

—Lo lamento muchísimo ¡De verdad! Preguntame y pedime lo que quieras, y yo te responderé y haré lo que digas...

Suspiré. Empecé por una pregunta fácil:

—¿Cómo está Alhelí? ¿Qué hicieron con Javier? —con el cuerpo de Javier, mejor dicho.

Ella agachó la mirada.

—Ambos murieron en el Bosque Violeta. Lord Crewe los enterró allí.

Tragué saliva, y sentí que la angustia ardía en mi interior. No fui capaz de indagar sobre más detalles respecto a sus defunciones.

No pude evitar pensar que era un milagro que yo estuviera viva luego de todo lo que había ocurrido.

Decidí cambiar de tema.

—También quiero saber qué hacías con Amadeo cada vez que Francis entrenaba conmigo en mi habitación —la imagen me provocó una punzada de tristeza—. Él también me ha engañado por tu culpa en reiteradas ocasiones —recordé cuando me había dicho que no sabía por qué Liese tenía un bache en su existencia. Mentiroso.

—Investigábamos a nuestros enemigos y nos preparábamos para la batalla, Carla.

¿Acaso no era obvio?

—Ah... y respecto al ladrón del parque...

—Yo lo asesiné y te marqué esa misma tarde. No hubiese permitido que un vándalo estúpido lastimara a mi humana.

O, mejor dicho: "a mi presa".

—Asimismo, planeaste que conociera a Dianora para que mi primer encuentro con la magia no fuera "causado por vos".

—Sí.

Tenía tanto para decir y reclamar, que parecía que no me alcanzaría una vida para hacerlo.

—Ese día que viniste a verme luego de lo sucedido en la escuela, me dijiste que estábamos destinadas la una a la otra... ¿Te estabas burlando de mí? ¿Querías fortalecer nuestro vínculo?

—No. Sabía que nos enamoraríamos, pude verlo en los hechizos que predicen el futuro. Más allá de lo que dijeran los encantamientos, mis sentimientos son...

La interrumpí:

—Tus sentimientos no importaban ¿Verdad? La prioridad era salvar Medealis.

—No tenía alternativa, Carla...

—Siempre hay alternativas, y más con la magia —reproché.

Ella se atrevió a sentarse a mi lado en la cama, y me contempló con ojos de cachorrito.

No cedería. Jamás.

—Lo siento —repitió—. Lo siento tanto...

—Ya —bufé—. Cuando me dijiste que me ocultaste secretos por mi bien pero que tu afecto era auténtico ¿Mentías?

—No. Era verdad. De hecho, aquella vez que te llamé cuando estábamos por realizar una misión de espionaje con Amadeo, él me regañó por ello...

—¿Puede regañar a la diosa de Medealis? —pregunté con ironía.

—Claro que puede, es casi como un hermano para mí —se estremeció. Seguramente estaba pensando en Francis—. No me digas diosa. Siempre les pido a los civiles que no lo hagan, me hace sentir incómoda. No existen los dioses, sino las Fuerzas Sobrenaturales, de las cuales aún nos queda mucho por aprender.

Esa información no era relevante ahora.

—¿Qué ocurrió en los mundos mágicos luego de la batalla?

—Enterraron a los difuntos, crearon monumentos de honor para los caídos en combate y especialmente honraron a Francis, quien fue el primer brujo en cederle sus poderes a un humano. Amadeo no dejaba de llorar en la ceremonia —los ojos de Liese centellaron—. Él y vos han hecho historia. Sin embargo, todavía hay problemas organizacionales y políticos que resolver. Entre éstos, habrá un debate sobre el asunto de los objetos mágicos, ya que han causado varios problemas. A su vez, habrá desacuerdo cuando sepan que proporcionaré un espacio para los pequeños hechiceritos.

—Dijiste que crearías una aldea en Medealis.

—Sí, pero no todos tendrán el mismo destino ¿Comprendés? Los creadores podemos tomar decisiones respecto a nuestro territorio, pero no al ajeno. Sin embargo, nos unimos para mantener leyes similares y hacer intercambios comerciales, etcétera. Por eso los creadores debemos mantener buenos vínculos. Si no me equivoco, aún hay hechiceros en Warlock y en el Kingdom, y aunque a mí no me guste lo que decidan Abigail y Lord, tendré que aceptar su decisión por el bien de los tres mundos. Lo que a mí me corresponde es tomar decisiones sobre el territorio de Medealis.

—Ah... Ojalá sean piadosos con los niños.

—Dudo. Lord siempre dice que son potenciales enemigos con sed de venganza.

Me encogí de hombros. El brujo probablemente tenía razón, pero no podía extinguir a seres inocentes por una mera posibilidad ¿No?

Me quedé unos instantes en silencio, imaginando más preguntas en mi mente, que no estuvieran relacionadas a la "política mágica".

—Vos sabías todo sobre mí desde un principio ¿Me espiabas?

—Sí. He vigilado el exterior de tu vivienda hackeando las cámaras de seguridad que había instalado Arturo y en ocasiones, te he mirado a través de diferentes hechizos.

Es decir que jamás tuve privacidad. Ella había visto claramente mi beso con Lucas.

Bufé, y realicé otra pregunta:

—¿También te apareciste en mis sueños para seducirme y confundirme?

—Sí.

Que lo admitiera tan descaradamente me hacía sentir furiosa. Volví al tema del "enamoramiento":

—En tu búnker había un libro que hablaba de las leyendas sobre los vínculos entre los humanos marcados y sus brujos. Lord Crewe cree que desangrando dolorosamente a sus víctimas obtendrá más poder. Vos creés que, generando una relación afectiva con tu presa recibirás más energía mágica...

—¿Arturo sabe quién soy? —me interrumpió, frunciendo el entrecejo.

—No, y no pienso contárselo. No deseo que sufra. Aún está llorando por la muerte de su amiga hechicera. Volvamos al tema anterior.

—Okay... Tenés razón. Pienso que, creando un lazo afectivo con mi humano, obtendré más poder. Mi amistad con tu papá fue suficiente para lograr mantener los hechizos de mi mundo por veinticinco años...

—Entonces, no quiero imaginar el poder que mi sangre te otorgaría... si hemos sido pareja y también, íntimas —sentí una punzada de dolor profunda en el pecho.

Sus besos, sus caricias, su preocupación por mí... todo había sido mentira.

No quise que se me escaparan las lágrimas, pero no pude evitarlo. Me sentía frustrada, dolida y traicionada. Había discutido con mi madre por una chica que lo único que quería de mí era mi sangre.

—Lo siento mucho, Carla. No quise que nada de esto sucediera, la situación se me ha ido de las manos desde que pequeña...

—Tu sufrimiento no justifica tus malas acciones. Todas las personas hemos sufrido en algún momento de nuestras vidas, y eso no nos da derecho de tratar mal a los demás o de causarles daño. La necesidad de los brujos de proteger los ecosistemas de sus mundos tampoco es una buena excusa para matar humanos a diestra y siniestra.

—Lo sé. Lo siento. Y estoy profundamente agradecida con lo amable que has sido conmigo, y también porque en este momento, estás escuchándome en lugar de golpearme. Te agradezco mucho. Has cambiado mi forma de pensar, gracias...

—No agradezcas tanto. Aún no hemos terminado de hablar. Quiero que me envíes a algún brujo que sea maestro de magia. Deseo aprender a utilizar mis poderes para proteger a mi familia. No me involucraré en las cuestiones políticas de los mundos mágicos, quédate tranquila.

Viviría. Sin importar qué. Viviría.

—Está bien, pero tendrás que prometerme que no querrás cambiar a Lord Crewe o a Abigail Weis. Siempre te has quejado del sistema de sorteo mágico...

—Por ahora, no me interesa crear una revolución. Los demás humanos marcados deberán salvarse a sí mismos, tal y como tuve que hacerlo yo —era consciente de que, si Francis no me hubiera cedido sus poderes, no habría sobrevivido, pero no se lo dije.

—Está bien. Ahora que tenés magia recorriendo tus venas, debés ser consciente de que, a partir de la adultez, envejecerás muy lentamente, y que tu magia permanecerá muy fuerte durante cincuenta años. Vivirás lo que vive un hechicero promedio, que son un poco más de doscientos años. Algunos llegan hasta los trescientos. No sé cómo sería tu caso, ya que tu magia fue cedida y no has nacido con ella.

—¿Qué?

Nunca me había detenido a pensar en ello. No había imaginado que viviría más que mi familia y que me quedaría sola en el mundo.

Me tomé la cabeza con ambas manos, mientras mi cuerpo temblaba de pies a cabeza.

Liese hizo aparecer una botella de agua y me la dio. No la acepté, porque no confiaba en lo que había allí.

Vería morir a mis seres queridos.

Me quedaría sola.

La única persona que me conocería sería Liese.

Maldito karma, estaba castigándome por haber sobrevivido ¿Verdad?

—Tranquila, aprenderás a aceptar tu nueva realidad.

Alcé la vista para lanzarle una mirada asesina.

No podía hablar en serio ¿No? ¡Eventualmente me quedaría sola en el mundo! Traté de dejar de torturarme para seguir con el interrogatorio.

—¿Tendré que usar varita mágica, como los hechiceros, cuando hayan pasado más de cincuenta años?

—Para los hechizos simples, no. Para los complejos, no tengo idea. Nunca ha existido nadie como vos.

—¿Existen encantamientos de apariencia? No quiero que la gente les pregunte a mis papás por qué luzco tan joven cuando tenga cuarenta o cincuenta años.

—Sí, existen. Aunque no deberías pensar tanto en el futuro, y deberías aprovechar el presente. Alégrate de tener la posibilidad de proteger a tu familia y de haber sobrevivido a tu viaje a los mundos mágicos.

—No quiero tus estúpidos consejos, Liese.

—Lo siento... ¿Hay algo más que quieras que haga, además de curar a Eliseo y de conseguirte a un maestro?

Me quedé pensativa.

—Ahora que lo decís, sería lindo que los humanos dejáramos de ser presas de los brujos. Tendrías que resolver ese asunto.

—Te dije que haré lo que pueda para cambiar las cosas ¿Algo más?

Recordé lo del bache.

—¿Qué sentiste durante esos veinticinco años que estuviste dormida?

—He soñado con mis padres, con mi mundo y con mis amigos. Lord y Abigail se encargaron de mover mi cuerpo con magia para que no se atrofiara y de alimentarlo mágicamente. Cuando desperté, me sentí súper extraña. Lo primero que me dijeron ese día fue que debía prepararme para beber la sangre de mi segundo humano... el resto de la historia, ya la conocés. Por cierto, tenés más conocimientos que cualquier ciudadano de Medealis.

—Wow, qué privilegio —mascullé con sarcasmo.

—Carla... lo siento, de verdad.

—Ajá. Sabías desde un principio lo que me sucedería si te me acercabas, y sin embargo, hasta siendo mi novia continuaste mintiéndome.

Ella se encogió de hombros.

Nos quedamos unos instantes en silencio.

"Aún cuando creas que todo está perdido, el hacer a un lado el egoísmo, y el amor al prójimo, podrían llegar a salvarte". —citó con seriedad—. Esa era la frase favorita de mi papá. Él siempre decía que había que ser piadosos con otros seres vivos.

—¿Estás diciéndome que serás piadosa conmigo?

—No te tocaré un pelo sin tu consentimiento. Mi amor por vos puede llegar a salvarme.

Bueno, eso sí me había pillado por sorpresa.

—¿Tu amor por mí? —balbuceé—. El amor se demuestra con acciones, no con palabras. No sirve que me digas que me querés cuando, por tu culpa, un séquito de criaturas mágicas estuvo persiguiéndome para matarme.

—Lo sé. Lo lamento, lo lamento tanto.

—Haider... digo, Liese... realmente me has herido. Me has arruinado la vida. Sin embargo, soy consciente de que esta historia no se terminará hasta que suceda lo que estaba destinado a suceder.

—¿Qué querés decir?

—Hagamos un trato. Yo te doy un poco de mi sangre, pero vos no tenés que matarme. Francis creía que, al poseer magia, te daría más poder y no sería necesario que muriera. Quiero aprender sobre mis poderes, quiero que Eliseo ya no tenga la maldición y que reveas el asunto con los humanos marcados. Sin embargo, una vez que ceda mi sangre, no quiero volver a verte. Nunca más —sentí que mi corazón se estrujaba al pronunciar esas palabras—. No puedo perdonarte por todo lo que has hecho.

—Carla —ella no dejaba de llorar. Volvió a arrodillarse ante mí—. Es tu amor al prójimo lo que me salvará, no el mío. Sos la persona más hermosa que existe y yo te...

—Ahórrate el discurso. Ya hablamos lo suficiente —romper con ella y confiar en que no me asesinaría ya me abrumaba demasiado—. Si realmente me querés como decís, no me asesinarás.

—No lo haré. No puedo perderte.

—No te confundas. Nuestra relación está acabada, y no volveremos a estar juntas, aunque dieras vuelta a los tres mundos mágicos por mí —dejé escapar unas lágrimas amargas.

—Carla...

—Hacelo. No des más vueltas. Quiero ser libre de una buena vez.

Me acosté sobre la cama. Ella se colocó arriba mío. Sentir su calor me provocó un hormigueo por todo el cuerpo. La tristeza estaba abrumándome, no sólo por todo el daño que Haider me había causado, sino porque éste sería nuestro último encuentro.

—¿Podrías quitarte la parte superior del pijama?

Había visto en el recuerdo de Francis cómo era el ritual chupasangre: me tomaba de las manos, se apoyaba en mi pecho y comenzaba a succionar...

Lo hice.

Antes de siquiera apoyar sus labios sobre mi corazón, Liese me besó la frente. Sus lágrimas tibias mojaron mi rostro. Su cuerpo temblaba: parecía nerviosa y abrumada por sus propias emociones.

No podía negar que yo también lo estaba: tenía miedo, y la angustia estaba devorando mi alma.

—Te amo, Carla. Sos la persona más hermosa de todos los mundos mágicos. No merezco tu confianza. Gracias por hacerme ver la luz luego de tanta oscuridad. No me daré por vencida, y te demostraré con hechos que realmente me he enamorado de vos. Cumpliré con mi palabra, y jamás volveré a lastimarte. Te amo —besó mi abdomen. Me estremecí—. Te amo —besó mi pecho—. Te amo.

No hice tiempo a responder. En ese instante, sentí cómo sus colmillos perforaron suavemente mi piel.


Si quieren seguir leyendo mis historias, les recomiendo: "EL JUEGO MORTAL".

Abril Julio, el día de su cumpleaños número dieciséis, es secuestrada fuera de la escuela.

¿Dónde termina? En un zoológico, en Malasia. Bueno, también en un Mundo Rosado. Y en un cine. Sí, y en una sociedad de Sirenas.

No tiene sentido ¿Verdad?

Para descubrir por qué está allí, cuál es su misión y regresar a su hogar, deberá atravesar varios desafíos... entre ellos, enamorarse, enfrentarse a sí misma y a sus peores miedos.

¿Se atreven a leer esta historia de suspenso, ciencia ficción y romance? Completa.




¡Muchas gracias por haber llegado hasta acá! Espero les haya gustado el capítulo, lamento no haber podido subir doble actualización, todavía estoy editando el epílogo... ¿Están conformes con el último capítulo? ¡Los leo!

Nos vemos en un par de días :D

Sofi.


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