Capítulo 4: "El parque".
¿Cómo supo que venían mis padres? ¿Por qué me besó? ¿Acaso Haider correspondía mis sentimientos? ¿A qué se refería cuando hablaba de magia? ¿Por qué había soñado dos veces con ella?
En ese momento, Arturo me llamó para que ayudara a descargar la mercadería. Cuando bajé las escaleras, vi a mi mamá entrando con las compras, y sentí una congoja repentina.
¿Qué pensaría Carmen si se enterara de lo que acababa de hacer? ¿Sentiría asco por mí?
Terminé de ayudar a mis padres, y volví corriendo a mi habitación. Empecé a llorar de los nervios. Había disfrutado muchísimo ese beso, pero ¿Y si mi madre me descubría? ¿Hice lo correcto al dejarme llevar por un impulso?
Me cubrí la cabeza con la almohada, intentando ahogar mis lágrimas de frustración.
No había hablado con Haider desde hacía cinco días y tampoco la había visto salir de su casa. Deseaba comunicarme con mi vecina, pero algo dentro de mí me había obligado a no buscarla ¿Se habría arrepentido de lo que había sucedido? Probablemente. No quise indagar en el asunto.
Faltaban unos días para volver al colegio. Esta vez, me pondría a estudiar mucho, y de verdad. Debía recuperar la materia que había desaprobado. No quería defraudar a mis padres, en especial a Carmen. Sentía que, en cierta forma, lo había hecho al besar a Cassandra.
Aunque debía admitir que no era capaz de dejar de pensar en ello. Sus labios volvían a unirse con los míos una y otra vez en mis recuerdos. Muy en el fondo de mi alma, era capaz de reconocer mi bisexualidad, y me dolía muchísimo pensar en la posibilidad de que mamá y papá no me aceptaran por ello.
Ese mismo día, los señores Krstch me habían devuelto el celular ¡Gracias al cielo! ¡Moría del aburrimiento en mis ratos libres!
Luego de leer tres horas seguidas los apuntes de historia para compensarlos por haberme regresado el móvil, les pedí permiso a mis padres para salir a tomar un poco de aire. Había estado muchos días encerrada ¡Necesitaba despejar la mente! Tomé mi cartera y mi abrigo, y me eché a andar.
Caminé sobre el cemento viejo del parque. Estaba sucio, descuidado y muy desprolijo. Hacía mucho frío. El viento soplaba suavemente, arremolinando mi cabello.
Me adentré hacia interior de aquel espacio público. Los árboles sin hojas y la oscuridad eran los protagonistas del paisaje. No me importó.
Continué a paso lento. Debían ser alrededor de las seis y media de la tarde, pero parecían las ocho de la noche. Definitivamente, no me gustaba el invierno ¡Anochecía muy temprano!
Di un par de vueltas por el sendero. El único sonido que se escuchaba era el del viento al acariciar las plantas y el de mis pisadas. La tranquilidad me resultaba muy satisfactoria.
De repente, alguien gritó:
—¡Dame la cartera! —era una voz masculina.
No volteé a verlo, actué instintivamente: me eché a correr.
El ladrón me siguió rápidamente. Sus pasos eran mucho más veloces que los míos. El ruido se asemejaba al de un caballo galopando, quizá se trataba de alguien físicamente robusto. Decidí cambiar de rumbo, y tratar de esconderme entre la arboleda. Me sentía increíblemente nerviosa y deseaba echarme a llorar ¡Temía que ese tipo me lastimara!
—¡Dame la cartera! —repitió, con voz ronca. Se oía cada vez más cerca.
Las piernas me temblaban como si estuvieran hechas de papel. Nunca me había sentido tan asustada. El sitio se encontraba totalmente oscuro, casi no se veía nada. Era muy difícil encontrar un buen escondrijo.
Si no me delataban mis movimientos, o mi respiración agitada, lo harían los latidos de mi corazón, que parecían estar taladrándome los oídos. Me oculté detrás de un árbol y me tapé la boca y la nariz con mis manos. Necesitaba ser lo más sigilosa posible.
Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. Silencio.
Permanecí inmóvil lo que para mí fue una eternidad, rogándoles a las fuerzas del universo que me protegieran de ese delincuente. Cuando creí que se había ido (porque el parque estaba completamente en silencio) me animé a moverme lentamente entre la arboleda. Quizás se había marchado, cansado de buscarme.
Crucé los dedos, deseando que realmente estuviese en lo correcto. Giré la cabeza hacia ambos lados, miré a mis espaldas y no vi nada. Por suerte, no había muchos lugares en donde el hombre pudiera esconderse: sólo plantas y una estatua al final del sendero.
Sentí que poco a poco iba recobrando el aliento mientras avanzaba, y no encontraba rastros del ladrón.
La brisa que soplaba era muy fría. Me aferré a mi abrigo, sin dejar de estar alerta. Sólo veía plantas secas. Julio era un mes muy triste en cuanto al paisaje natural de Rosario.
De repente, alguien me empujó desde atrás, y me hizo caer de bruces contra el suelo. Me pisó la mano y me quitó la cartera. Pasó todo tan rápido que lo único que pude hacer fue chillar de dolor y de impotencia.
Una vez en posesión de mi bolso, el sujeto salió corriendo.
Me puse de pie y miré mi mano izquierda: me dolía muchísimo. Me eché a llorar y empecé a maldecir ¡La cartera tenía mi billetera y algunos objetos personales, incluida la llave de la casa!
—¿Por qué en este país uno no puede salir a la calle en paz? —sollozaba, mientras regresaba a mi vivienda, aún temblando por los nervios.
Mientras me acariciaba la palma para tratar de calmar mi molestia, escuché un estallido. Giré la cabeza, y vi un despliegue de luces ¿Qué demonios estaba ocurriendo al final del parque? Decidí ir a echar un vistazo. A medida que me aproximaba, oí un chillido. Algo me decía que debía volver a mi casa y no ir a ese lugar. Sin embargo, no podía detenerme.
Cuando llegué a destino, la oscuridad había vuelto a reinar en el sendero. Por un momento, pensé que había alucinado. Sin embargo, cuando miré hacia el suelo, solté un grito de terror.
El sujeto que me había robado la cartera estaba allí. Tenía los labios azules y el rostro hinchado: había muerto. Al lado de él, se hallaba mi bolso.
A pesar del terror que sentía, me animé a agacharme para tomar mi cartera y salí corriendo de allí a toda velocidad. ¿Qué demonios le había ocurrido al delincuente? ¿Por qué había muerto de repente? ¿Acaso había más gente peligrosa en el parque en ese momento?
Llegué a mi casa y fui directo a mi habitación. No quería hablar con mis padres sobre lo que había ocurrido, porque ellos me pedirían que fuera a declarar a la policía ¿Y qué podría explicarles? ¿Qué había visto un destello de luces brillantes, había oído un grito y luego el tipo había aparecido muerto? Él había hurtado mi bolso ¿Y si me culpaban por su defunción?
Me duché. Mientras lo hacía, descubrí que tenía un rasguño en línea recta en la muñeca. Probablemente me lo había hecho al caer de bruces al suelo. Una vez que terminé de secarme el cuerpo, me coloqué un camisón y me acosté. Me sentía increíblemente nerviosa, y me dolía la mano izquierda, justo arriba del rasguño de forma recta.
En ese momento, mi teléfono comenzó a sonar.
—¿Hola? —atendí.
—¿Cómo estás, Carli? —era Lucas—. Vinimos a la ciudad y aquí tengo señal para llamarte ¡Te he extrañado mucho!
Escuchar su voz me provocaron ganas de llorar. Su existencia era una caricia para mi alma.
Como me quedé unos instantes en silencio, él preguntó:
—¿Estás bien? No es normal que no hables. Mi mejor amiga estaría haciéndome un interrogatorio sobre lo que he hecho durante estos días...
—¿Cuándo volvés? —lo interrumpí, con la voz quebrada.
—El lunes... Carli, ¿Pasó algo?
Me levanté de la cama para asegurarme de que Albina y Carmen no andaban cerca de mi habitación —acostumbraban a escuchar mis conversaciones con otras personas—. Cerré la puerta y susurré:
—Un hombre ha querido robarme, justo una hora antes de que me llamaras.
—¡No puedo creerlo! —exclamó, y soltó una serie de insultos hacia el delincuente. Luego, agregó—: ¿Te ha hecho daño? ¿Te ha lastimado? ¿Estás bien?
A esto me refiero cuando digo que Lucas es ciclotímico: de maldecir bruscamente a un hombre, pasó a ser mi amigo tierno y preocupado. Me gustaba su forma de ser. Aparté esos pensamientos románticos de mi mente, y repliqué:
—No me ha lastimado... —no le conté que me dolía la mano, para que no se alarmara—. Me robó la cartera, pero la recuperé.
—Me alivia saber que estás bien ¿Cómo lo has logrado?
—Ha muerto misteriosamente minutos después —murmuré, en el tono de voz más bajo que pude—. Tengo miedo de que me culpen a mí por ello.
—¿Has dejado rastros de ADN en él? —preguntó.
—Creo que no. No lo he tocado, sólo me he llevado mi bolso.
—¿Había alguien allí?
—No. Sucedió en la arboleda del parque, y después de las seis y media el camino se vuelve muy oscuro. Necesita más iluminación.
—Entonces no te sucederá nada, no hay pruebas suficientes para que sospechen de vos. Tranquila, amiga. Tratá de no pensar más en eso. Sé que fue una situación horrible, pero lo principal es que estás sana y salva, y que ese delincuente recibió su castigo divino. Por otro lado —hizo una pausa—, prométeme que no vas a volver a andar sola por ese sitio.
—Me molesta mucho que el mundo normalice que una mujer no pueda salir a pasear por sí misma —repliqué. Las palabras de mi mejor amigo habían logrado tranquilizarme—. Es injusto que siempre corramos peligro.
—Lo es, querida... Pero así son las cosas en este país.
Cambiamos de tema para que pudiera distraerme, y estuvimos dialogando alrededor de una hora. Cuando pensaba en él, me olvidaba completamente de Haider.
¡Muchas gracias por leer!
¿Qué creen que le pasó al ladrón? ¡Los leo!
Les dejo un gif de Carla:
¡Nos vemos pronto!
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