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Capítulo 38: "Buscando la verdad".



Medealis.

25 años atrás.


La heredera de Medealis estuvo al menos cinco años escondida junto a Abigail Weis, estudiando día y noche para poder hacerse cargo de su mundo. Eventualmente, fue enviada a la Tierra.

Luego de que Liese utilizó la sangre de su querido compañero Arturo Krstch —el primer amigo sincero y amable que había tenido en toda su vida—, volvió a su planeta para restaurar los hechizos que estaban comenzando a desvanecerse.

Lord Crewe y Abigail Weis la acompañaron.

Estuvo tantos años fuera de su hogar que los niños y algunos ancianos no la reconocían como la heredera de Medealis. Era triste y le dolía, pero quizás era lo mejor. Todo lo que estuviera relacionado con ella, significaba problemas con los hechiceros.

El cielo azul brillaba como nunca, y las plantas de color púrpura adornaban la magnífica aldea en donde se había criado la joven Liese. Muy pocas instalaciones que habían sido construidas antes de la masacre aún se hallaban en pie. Habían creado nuevas edificaciones, pero no eran ni por asomo tan magníficas como las que había diseñado Adelfo.

Se acercó a las ruinas del castillo que alguna vez había pertenecido a sus padres, y con un nudo en la garganta, se paró sobre las cenizas del mismo, que todavía se encontraban intactas en el lugar, a pesar de que habían pasado más de siete años. Para los medealienses, era como una especie de cementerio o de monumento a sus creadores: un lugar sagrado.

Sentía un vacío muy profundo al ver cuántas pérdidas había sufrido su mundo. Extrañaba con locura a Medea y a Adelfo, y durante mucho tiempo, había deseado ser ella quien hubiese muerto...

—Debería haber asesinado a Arturo Krstch, de ese modo, podría habérsele asignado a otro humano.

—No des consejos que ni vos mismo llevaste a cabo. La primera línea de descendencia es la que más poder nos otorga, y lo sabés, Crewe.

Él bufó.

—Asesiné a mis marcados luego de haberles extraído la sangre y de haberme asegurado que se reprodujeran. El caso de Liese es una excepción porque su mundo es el que está en el estado más crítico. Esta aldea que está todavía a medio reconstruir, pero las regiones cercanas están devastadas. Necesitará todo el poder que esté a su alcance para mejorar su tierra...

—Ella ha llevado a cabo un hechizo para ver el futuro, y en base a eso, tomó la decisión de no matar a Krstch —lo interrumpió la mujer de cabellos negros.

—¿Su descendencia le brindará más poder?

—No lo sé, no me dio detalles. Deberíamos confiar en nuestra querida colega. Ya no es una pequeña niña, y es muy inteligente.

Liese escuchó la conversación de los brujos, quienes hablaban de ella como si no estuviera presente.

De pronto, Weis centró su atención en la joven heredera de Medealis.

—No pierdas tu tiempo —Abigail le puso una mano en el hombro—. No repares los objetos materiales, aunque se tratase de tu antiguo hogar. Encargate de la flora y la fauna.

Liese tenía el corazón roto, pero era consciente de que su amiga bruja tenía razón en todo lo que había dicho. Sin embargo... no se arrepentía de haber dejado vivir a Arturo. No sólo porque había visto su futuro, sino porque sentía mucho afecto hacia él. Obviamente, no lo admitiría en voz alta.

Se arrodilló sobre las cenizas, y apoyó las manos en el suelo.

—Realizá los encantamientos que necesites. Si algún hechicero se atreve a acercarse, nos desharemos de él de inmediato.

Asintió, y cerró los ojos. Se concentró en la biología de su mundo para reparar aquellos hechizos que estaban deshaciéndose. Pensó en miles de combinaciones moleculares de manera simultánea, y concentró toda la energía que brotaba de su cuerpo para realizar los encantamientos.

En ese momento, un calor intenso empezó a brotar de cada una de sus extremidades. Dejó que el poder saliera de su cuerpo como si hubiera estado reprimiéndolo por un largo tiempo.

Estuvo diez horas realizando diferentes hechizos. Cuando terminó de darle vida a la última especie que estaba en peligro de extinción, sus extremidades se vencieron. Cayó hacia un lado sobre las cenizas. Se sentía tan cansada que apenas era capaz de respirar.

¿Así se sentirían los humanos cuando les succionaban la sangre? Ya no tenía energía mágica para utilizar, y la sangre de Arturo Krstch ya no circulaba más por sus venas. Era consciente de que su suerte había acabado.

Sin embargo, había reconstruido la flora y la fauna. Su mundo viviría varias décadas más, y eso la llenaba de alivio.

—No pueden verla así —Lord Crewe la envolvió en su saco de terciopelo y la alzó, apoyando la cabeza de la adolescente sobre su hombro—. Le tomará años de recuperación salir de este estado. Ni nosotros nos hemos esforzado tanto...

—Porque hemos creado progresivamente nuestros mundos, y no actuamos de forma desesperada —replicó Weis, frunciendo el entrecejo—. Pobre chiquilla, ha sufrido demasiado. Debería esconderla un tiempo más, para que su propio pueblo y los hechiceros no la vean en estas condiciones.

—Debe descansar de verdad. Si la escondés, ella seguirá practicando y esforzándose cuando no puede hacerlo. Sólo tenemos una alternativa...

—No... —balbuceó Liese.

Sabía a lo que los brujos se referían, pero no quería que ellos volvieran a hacerse cargo de su mundo. Ya no era una niña.

—No hables —la regañó Lord Crewe—. Lamentamos profundamente que a tan corta edad hayas atravesado tantas situaciones límite... pero sabés que ahora tampoco tenés alternativa.

Abigail Weis contempló a Liese con ojos de cachorrito. Parecía a punto de largarse a llorar. Sin embargo, terminó asintiendo.

—Tendremos que pausar tu vida por un tiempo.

En la Tierra.

Agosto de 2012.


Arturo Krstch se negó rotundamente a que Carmen lo acompañara a "buscar a Carla". Él quería contactarse con algunos hechiceros que conoció en su juventud, pero su esposa sólo lo haría perder el tiempo.

Se detuvo a pensar ¿Y si hablaba con alguno de los procesadores en lugar de dialogar con criaturas tan peligrosas como los hechiceros? Tenía entendido que había algunos en su ciudad en esos días, pero ¿Dónde podría localizarlos?

—Si no me dejás ir con vos ¡La encontraré por mí misma! —aulló.

Carmen llamaba cada hora a la estación de policía, preguntando por novedades que no obtendría.

Arturo se sentía increíblemente abrumado y desesperado, y no podía decirle la verdad a su esposa. No en ese momento.

—Bien, podés venir conmigo, pero te pediré que mantengas discreción...

Él tenía los nervios a flor de piel. Cada segundo que pasaba, su hija estaba expuesta a los peligros de los mundos mágicos. Cada segundo que pasaba, ella se acercaba más a la muerte.

Trató de apartar esos sombríos pensamientos de su cabeza. Aunque le dolía el estómago y las sienes y sentía que estaba a punto de volverse loco, era consciente de que necesitaba ser racional para encontrar la forma de salvar a su niña.

Tomaron un colectivo que los dejó frente a la casa de Dianora. Se bajaron del transporte público.

—¿Una capilla abandonada?

—Carla ha estado aquí, la noche que salió de fiesta con sus amigos.

Carmen merecía saber, como mínimo, una pequeña parte de la verdad.

—¿Qué? —abrió los ojos como platos—. ¿QUÉ ESTUVO HACIENDO AQUÍ?

—Vino a visitar a una conocida... —su explicación se vio interrumpida por un chirrido y luego, alguien que salía por la puerta clausurada de la vivienda de Dianora.

Hacía añares que no se encontraba frente a frente con aquel rostro fantasmagórico cuyos eran ojos de color esmeralda y su expresión facial mostraba antipatía.

Recordó aquella noche en la que su amiga hechicera le había advertido sobre los demás procesadores —los más salvajes—, quienes habían intentado secuestrar a Carla. Él no era como los otros, pero seguía siendo un procesador: alguien que debía mantener la paz de los mundos mágicos sin priorizar cuestiones morales.

—Arturo Krstch, vaya sorpresa —musitó el encapuchado con sarcasmo.

El individuo estaba al tanto de su amistad con Dianora, pero ¿Qué hacía él allí?

—¿Se conocen? —la pregunta de Carmen le hizo reaccionar—. Arturo, necesito que me expliques qué está pasando...

El sujeto no le dio tiempo a contestar.

—Sí ¿Acaso usted no sabe nada sobre la marca que tiene su marido en la nuca?

Oh, no. No podía hablarle sobre ello.

—Por favor... —le suplicó Arturo con lágrimas en los ojos.

Temía que su esposa corriera peligro al enterarse de la verdad. Tampoco quería que ella sintiera la misma desesperación que él cuando supiera que Carla se encontraba en otro planeta...

En ese instante, Dianora se asomó por la puerta. El señor Krstch, por alguna razón, se sintió aliviado.

—Hola, muchachos —los saludó con la mano—. Ángel estaba por irse... pero ¿Quieren pasar todos a tomar un té? Creo que nos merecemos un diálogo sincero entre los cuatro. Este hombre y yo nos hemos reunido un par de veces para hablar sobre política y sobre... Carla.

Carmen apretó el brazo de su esposo, y con lágrimas en los ojos, aulló:

—¿Qué mierda está pasando? ¿Qué sabe esta gente sobre mi hija? ¿En qué negocios turbios estás metido? ¡Si se llevaron a Carla por tu culpa, te juro que te...!

—Señora —el procesador le apoyó una mano en el hombro.

Le transmitió a través de su piel alguna especie de energía relajante que logró calmarla. Sin embargo, sus ojos estaban rojos y miraba a su esposo con desprecio.

El corazón del señor Krstch latía con violencia. Sus manos sudaban y estaba temblando por dentro ¿Cómo reaccionaría su esposa al enterarse de la verdad?

—Arturo —Dianora lo miró fijamente—. Quedate tranquilo, es necesario que ella comprenda lo que está sucediendo. Se trata de su hija... Yo misma le mostraré dónde está Carla.

Pronto, les hizo una seña para que ingresaran a su hogar y los tres siguieron a Dianora al interior de la capilla.



Kingdom of Blood.

Agosto de 2012.


Luego de haber tenido relaciones sexuales increíbles, nos bañamos, nos secamos y nos metimos juntas en la cama.

Me sentía increíblemente satisfecha, pero mi cabeza había vuelto a la realidad: teníamos muchas cosas sobre las cuales debíamos dialogar.

Me encontraba acostada sobre su pecho, aferrándome a su calor como si fuera la última vez que la tendría a mi lado.

—Haider... —murmuré—. Necesito que me cuentes cuál es tu relación con Liese.

Soltó un suspiro. Sin embargo, no huyó ni me evadió como solía hacerlo antes de ser mi novia.

—La conocí en Alemania hace un tiempo. Me ayudó con cuestiones burocráticas en aquel entonces, ya que podía hacerse pasar por mi madre.

—Nunca me hablaste al respecto —susurré con desconfianza—, aunque te lo he pedido mil veces ¿Por qué?

—Porque ella quiere mantener el anonimato, y la respeto. Somos amigas ¿Sabés? Me ha ayudado luego de la muerte de mis padres y ha sido un gran apoyo para mí.

Quería decirle que me había enterado de la verdad sobre Liese, pero no me atrevía a hacerlo. Presentía que la muchacha que se hallaba entre mis sábanas, estaba mintiéndome una vez más.

—¿Dónde está ahora ella?

—Nadie conoce su paradero.

Sospechoso. En mi opinión, se encontraba escondida en alguna parte del Kingdom of Blood, ya que Medealis era muy peligroso para ella. Además ¿Qué mejor que estar cerca de mí?

—¿Por qué te quedaste callada? ¿En qué pensás?

—En mi familia —respondí con rapidez—. ¿Cómo están ellos? Los extraño tanto...

—Están muy tristes por tu ausencia. Han denunciado tu desaparición a la policía, pero tu papá sabe la verdad y ha acudido a Dianora. Ella se ha negado a teletransportarlo.

—¿Espiaste a mi papá? —me senté en la cama para mirarla a los ojos.

—Tenía que asegurarme de que estuviera a salvo. Es una gran noticia que la única persona que podía traerlo al Kingdom se haya negado y que los demás hechiceros hayan perdido el interés en tu familia ¿No? Están bien. Y vos también lo estarás.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Mi corazón se llenó de alivio al oír que mis seres queridos se encontraban fuera de peligro. Sin embargo, no quería imaginar lo tristes que debían sentirse por mi ausencia. De sólo imaginarlo, sentí una punzada aguda de dolor en el pecho.

Me tomé unos instantes para secarme las lágrimas y reponerme. Si quería volver a verlos, debía mantenerme entera. Mi novia me acarició la espalda con dulzura.

—Haider... ¿De verdad desafiarías a tus amigos brujos para salvarme?

Besó la piel desnuda de mi hombro, provocándome una oleada de calor en el cuerpo.

—Haría lo que fuera por vos.

¿Será cierto? Acaricié con la yema de los dedos el anillo que el mismísimo Adelfo había forjado.

—Entonces tendrás que acompañarme a una misión esta noche ¿De acuerdo?

En realidad, eran dos: debía robar el brazalete de la invisibilidad y visitar al marcado de Lord Crewe.

—Haré lo que me pidas.

Le dediqué una sonrisa melancólica, y luego le pregunté:

—¿Vos cómo has estado? ¿Has salido lastimada luego de haberte enfrentado con Máximo?

—Estoy en perfectas condiciones ¿Acaso encontraste alguna magulladura en mi cuerpo?

Negué con la cabeza. De sólo recordar lo que habíamos hecho en la tina, mis mejillas se encendieron.

—Y además de vigilar a mi familia ¿Qué has hecho?

—Custodiar a tu mejor amigo. Ha llamado a Dianora con tu celular.

—¿Qué ha hecho qué? —abrí los ojos como platos.

—Tranquila. Dianora le dijo que estabas en el Kingdom, pero que no pensaba teletransportarlo ¿Sabés qué? He descubierto que ella no es tan mala como creía. Ha protegido a tu familia casi tanto como yo...

—¿Estás cambiando tu opinión respecto a los hechiceros?

Negó con la cabeza.

—No... sólo que no la odio más. Creo que tenías razón, y que hay variedad de personalidades en los brujos, hechiceros y en los humanos. Hay personas buenas, malas y otras... que son difíciles de definir.

—Me alegra que ahora pienses así... ¿Volverías a matar a Idan si se cruzara en tu camino?

—Mataría a cualquiera que quisiera hacerte daño, Carla —sus ojos brillaron.

Una persona normal hubiera sentido miedo ante tal afirmación, pero yo, no. Me limité a dedicarle una amplia sonrisa.

—Sos muy linda y valiente —le susurré—. Cuando volvamos a la Tierra te regalaré alguna planta que te guste.

Ella soltó una carcajada, y apretó sus labios contra los míos.



¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos pronto!

Recuerden que pueden seguirme en mis redes: 


Sofi.

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