Capítulo 36: "Mentiras piadosas".
En la Tierra.
Al día siguiente, Lucas fue al colegio sin haber dormido bien. Les contó a sus papás que los Krstch habían tenido un accidente y que Carla estaba internada sin poder recibir visitas. Lo mismo dijo en el colegio. Agostina, Camila y Macarena lo atormentaban con preguntas sobre su mejor amiga que no era capaz de responder.
Se sintió un estúpido por no haber admitido mucho antes que la amaba. Siempre la había amado, desde que eran unos niños. Por temor a perder su valiosa amistad, jamás se había atrevido a probar ser algo más... ¡Estaba tan arrepentido!
—Señor Lee —lo llamó la profesora de matemáticas—, usted que es el más brillante de la clase ¿Puede pasar al pizarrón a resolver el siguiente ejercicio?
No había hecho la tarea. Tampoco podría improvisar una respuesta, porque no dejaba de imaginar a Carla sufriendo en soledad, siendo acechada por una manada de brujos sanguinarios.
—No... puedo... —balbuceó, agachando la mirada.
—¿No hizo los ejercicios?
—No —se encogió de hombros—. Tuve unas cuestiones familiares que resolver.
No era del todo falso: para él, Carla era su familia.
—En realidad, su problema es que descubrió que la chica que le gusta es lesbiana —comentó una de sus compañeras de curso, y se escucharon risitas de fondo en el aula.
Lucas odió a Enzo con toda su alma. La fotografía que le había tomado a Carla con Haider sólo había logrado perjudicarlas.
—¿Por qué no cerrás la boca? —gruñó Agostina.
—Silencio —dijo la profesora, frunciendo el entrecejo—. Señor Lee, si no quiere bajar su promedio, no deje de hacer sus deberes —agregó, y llamó a otro alumno para que pasara al pizarrón.
Era consciente de que no debía descuidar su propia vida. Jamás lo había hecho, a pesar de que sus amigos lo habían llamado "nerd" y habían protestado más de una vez porque él prefería prepararse para los exámenes en lugar de salir de fiesta —tal y como lo había aprendido de su hermano mayor—. Sin embargo ¿Cómo podía concentrarse en estudiar cuando una de las personas que más quería estaba desaparecida?
Él no podía dejar de pensar en la conversación secreta que había tenido con Arturo Krstch cuando éste último lo había acompañado caminando hasta su casa. Ambos se sentían desesperados e inútiles: aunque lloraran, gritaran y patalearan, no dejarían de ser simples humanos. Lucas tenía una pequeña ventaja: poseía la pulsera dorada. Sin embargo ¿De qué le serviría, si no podría ir a rescatar a su mejor amiga?
—¿Hay algo que podamos hacer...? —balbuceó el adolescente, temblando de frío y de angustia.
—Dianora no nos teletransportará.
Eso ya lo sabía, pero...
—¿Nos?
—He sido marcado ¿Te acordás? Debo tener una mínima dosis de magia en mis venas —se pasó la mano por la cara.
Arturo tenía el cabello alborotado, ojeras enormes y los ojos brillantes. Además, tenía cortes y moretones por todos lados. Era evidente que no se desmoronaba allí mismo porque su familia lo necesitaba.
Admiraba que aún fuera capaz de mantenerse en pie.
—Me contactaré con otros hechiceros. Conozco gente —musitó el señor Krstch—. Necesito que estés entero, Lucas. Debes quedarte aquí esperando a mi hija, en caso de que...
—No —el adolescente negó con la cabeza.
No quería perder a nadie más. Él le guardaba un enorme afecto al papá de Carla.
—No irás conmigo a ningún lado, muchachito. No pondría en riesgo tu vida ni loco ¿Estamos?
—Pero...
Las palabras se ahogaron en su garganta. Era consciente de que el señor Krstch no permitiría que él lo acompañara. Además ¿Qué podía decirles a sus padres? Que un día ayudara a los Krstch podían permitírselo, pero no siempre. Ellos eran muy estrictos en cuanto a las responsabilidades.
Pronto, llegaron a la vivienda de los Lee.
Arturo abrazó a Lucas antes de que éste tocara el timbre. El adolescente se esforzó para contener el llanto. Tenía el alma rota.
—Seguí con tu vida normal, hijo —le dio unas palmaditas cariñosas en los hombros—. Y cuídate mucho ¿Sí? —lo saludó con la mano, y se marchó.
Pero él no podía hacer de cuenta que nada había sucedido. Ya pensaría en alguna forma de escabullirse con el señor Krstch.
Tocó timbre, y su mamá le abrió la puerta.
—¡Tenés un aspecto horrible!
—Hola mamá. He tenido un mal día. Ahora te explicaré.
Que les dijera una mentirita piadosa no les haría daño ¿No?
Esa noche, Carmen no pudo dormir. Estaba desbordada de los nervios.
—Necesitamos estar enteros para ayudar a nuestras hijas —le había dicho Arturo—. Descansá.
¿Cómo podía dormir cuando Carla había desaparecido?
Se levantó a las tres de la madrugada a prepararse un té de tilo. Mientras el agua se calentaba, soltó un llanto ruidoso.
La angustia no la dejaba respirar. No había sido capaz de comer en todo el día y se sentía increíblemente culpable por lo que le había ocurrido a Carla.
Si tan sólo no la hubiera rechazado por ser bisexual...
Cayó al suelo de rodillas, y apoyó la cabeza sobre la mesa. El nudo que tenía en la garganta estaba ahogándola, y se sentía como si tuviera una cuchilla clavada en el pecho.
—¡Perdoname, hija mía! —aulló, dejando caer una cascada de lágrimas—. ¡Perdoname! ¡No debería haberte alejado por tu sexualidad! ¡He sido una estúpida y una egoísta! ¡Lo único que logré fue hacerte sufrir!
El agua se hirvió mientras ella estaba de rodillas en el suelo, llorando ruidosamente. Nunca en sus cuarenta años de vida había sufrido tanto como en ese momento. Se sentía una mala madre por no haber cuidado apropiadamente de su hija y por haberla juzgado mal, y la desesperación porque ésta apareciera estaba asfixiándola.
En ese momento, Albina apareció por la cocina. Su rostro estaba decorado por enormes ojeras y su pijama de ositos se encontraba desalineado.
—Mamá... —empezó a hacer pucheritos al ver a Carmen en esas condiciones.
La señora Deluglio se puso de pie y fue corriendo a abrazarla. No podía descuidar a su hija pequeña a pesar de que el dolor estuviera carcomiéndola por dentro.
—Carla aparecerá. Ella... es especial... —musitó la pequeña, con la voz quebrada.
—Lo sé —le dio un beso en la frente y le acarició el cabello.
Los brazos de Albina eran un consuelo para su agonía.
—Mamá... el agua ya hirvió.
—Tenés razón —apagó la pava, y se secó las lágrimas—. Voy a preparar un té de tilo para mí ¿Querés uno?
En una situación normal, le hubiera pedido a su hija que fuera a dormir.
—Prefiero un té negro...
—Muy bien. Un té y luego a la cama... No podés faltar al colegio hoy.
Porque nadie podría cuidarla mientras ella y su esposo fueran a buscar a Carla.
Kingdom of Blood.
Carla Krstch.
Estaba en el colegio, sentada en la cantina con mis amigas y Lucas. Él apoyaba su brazo sobre mis hombros, de manera protectora... Como lo había hecho toda la vida. Reíamos y comíamos galletitas mientras hablábamos de los exámenes y de lo que haríamos el fin de semana.
—Podemos ir al cine con los chicos el viernes ¿Les parece? —sugirió Lucas—. Se estrenará una comedia que ha sido muy recomendada en internet.
—Claro —Macarena asintió—. Siempre y cuando no nos obligues a ver una peli de acción...
—O de terror —intervino Camila—, le tengo miedo a los fantasmas.
En ese instante, Haider apareció entre nosotros. No llevaba el uniforme, sino un vestido ajustado de color salmón y el cabello suelto. Se veía increíblemente hermosa.
Me tendió la mano y yo se la tomé. Me obligó a ponerme de pie, y me envolvió en un abrazo de oso.
Apoyó su boca sobre mi oreja, humedeciéndome la piel.
—Moriremos juntas, Carla —susurró.
Asentí.
Sin embargo... yo todavía quería vivir.
* * *
Me desperté a causa de mi propio llanto. Extrañaba muchísimo a mis seres queridos y me llenaba de angustia pensar que posiblemente, no los volvería a ver.
Fui al baño a lavarme la cara y me volví a colocar mi ropa terrestre. Me dolía cada célula del cuerpo a causa del entrenamiento y me sentía increíblemente angustiada.
Abrí las cortinas, porque ya había amanecido. Necesitaba entretenerme para no sollozar. Busqué en mi mochila el libro de Warlock que había pertenecido a Liese.
El índice era el siguiente:
-Creadora.
-Características.
-Habitantes.
-Otra información.
Recordé que el día que había leído ese libro, Lucas y yo nos habíamos besado, y más tarde, habíamos viajado a Warlock.
Pensar en él me hacía sentir increíblemente desdichada. Si tan sólo lo nuestro hubiese ocurrido antes...
Pero ahora ya era demasiado tarde: mis sentimientos por Cassandra eran irrevertibles.
Estuve hojeando el libro un rato, sin ser capaz de concentrarme. Me sentía tan desdichada y extrañaba tanto a mi familia y a mis amigos...
Deseaba volver a ver a Haider. Acaricié el anillo que había sido forjado por Adelfo, y dejé escapar unas lágrimas. Me pregunté cómo estarían todos en la Tierra...
Luego de estar más de treinta minutos lamentándome por mí misma, decidí obligarme a leer. El conocimiento es poder, debía estar informada en caso de que tuviera una mínima chance de sobrevivir.
Abrí el apartado que rezaba: "Otra información".
"Warlock no necesita de alta tecnología como el Kingdom of Blood debido a su enorme cantidad de criaturas mágicas y el equilibrio en el que ellas conviven [...]".
"Allí, los brujos emplean principalmente los hechizos de creación, de mantenimiento y los simples. Los simples están divididos en subcategorías: los que provocan sonidos y destellos, los silenciosos y los que requieren de combinaciones moleculares específicas [...]".
"Gran parte de la prosperidad de Warlock se debe a lo precisos que han sido sus hechizos para predecir el futuro. La creadora le presta atención únicamente a los encantamientos que son realizados por brujos que llevan al menos un siglo de experiencia en dichas actividades [...]".
Estuve hojeando las páginas, para ver si había más información sobre los hechizos simples —que eran los que yo podía hacer—, o si había algún encantamiento para evocar recuerdos o imágenes de otros mundos, pero no encontré nada detallado. Era evidente que ese libro hablaba de forma muy general sobre el mundo de Warlock.
Pensé en Abigail Weis, la mujer fortachona que había estado custodiando la puerta de mi habitación durante la noche ¿Y si le pedía que me mostrara lo que estaba haciendo mi familia en la Tierra?
Imaginar la posibilidad de que podría volver a verlos, aunque fuera a través de un hechizo, llenó mi corazón de esperanzas.
Con el libro debajo del brazo, me levanté de la cama de un salto y abrí la puerta de mi habitación.
Para mi sorpresa y decepción, quien estaba allí no era la creadora de Warlock, sino una simple habitante de ese mundo, a quien había conocido algunas semanas atrás.
Sus ojos amarillos podrían ser reconocidos a varios metros de distancia.
—Brenda... —balbuceé—. ¿Qué hacés acá?
—Buenos días, Carla. Abigail ha tenido que ocuparse de otros asuntos, y me ha pedido que viniese a cuidar de vos.
—Buenos días...
—Lord Crewe me ordenó que te dejara descansar, pero veo que has madrugado —bajó la vista hacia mi libro.
No dudó en quitármelo rápídamente de las manos.
Frunció el entrecejo.
—¿Qué hacés con esto? —masculló, sin poder ocultar su preocupación.
—Lo encontré de casualidad —mentí—. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial ese libro?
El conocimiento es poder.
Me había hecho la desentendida para obtener información.
—¿No lo sabés? Sos una humana bastante ignorante —acarició su solapa con la yema de los dedos—. Pertenecía al heredero de Medealis.
Me tuve que sostener del marco de la puerta para no caer de rodillas. Tenía que asimilar las palabras de Brenda con cautela.
En ese momento, supe la verdad.
Liese era la dueña del cuaderno...
El cuaderno pertenecía al heredero de Medealis.
Por ende...
Liese era la bruja que deseaba extraerme la sangre.
¡Se ha revelado el gran misterio! ¿Intuían que la misteriosa Liese, amiga del papá de Carla de la adolescencia, era la bruja que había marcado a nuestra protagonista? ¿Qué piensan que pasará de ahora en adelante? ¡Estamos tan cerca del final! Me emociona y a la vez, me entristece. Me gusta mucho actualizar esta historia.
Si a veces me demoro, es porque tengo mucho trabajo (la vida del adulto apesta xD).
Como siempre, muchas gracias por leer. Les dejo mis redes por si gustan seguirme:
¡Nos vemos pronto!
Sofi.
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