Cuando llegamos a la Aldea Azul, no supe hacia dónde mirar. Había enormes rascacielos cubiertos de pantallas haciéndole propaganda política a los brujos, especialmente a Lord Crewe. Había autopistas, en las cuales transitaban vehículos similares a los automóviles terrestres, pero eran flotantes ¡No tenían ruedas! Además, viajaban a una velocidad impresionante sin siquiera emitir un leve sonido.
Las criaturas mágicas utilizaban teléfonos móviles miniaturas, de los cuales se proyectaban diversos hologramas. Había otros seres que tenían partes de su cuerpo robóticas y computarizadas.
Una máquina metálica que tomaba muestras de sangre en la entrada de cada edificación llamó mi atención.
—¿Qué es eso? —señalé uno de dichos artefactos con el dedo.
—Un medidor. Toma una muestra genética del individuo y analiza a qué especie pertenece. Como podrás imaginar, en las calles debe haber algún hechicero infiltrado. De ese modo, los seres mágicos al menos están seguros en sus hogares.
Buena idea... Pero al aire libre, son presas fáciles de sus enemigos o de las criaturas sanguinarias.
—Lord Crewe decidió implementar esta tecnología para ahorrar recursos mágicos. Los brujos, en lugar de teletransportarse, viajan en automóviles, utilizan hologramas para comunicarse, etcétera. Le he sugerido al heredero de Medealis que, cuando se recupere, debería aplicar en su mundo el mismo sistema tecnológico. En Warlock no es necesario ya que la sociedad aún sigue estable allí.
—¿Por qué me teletransportaste al descampado si podías haberme traído a la Aldea directamente? —no pude evitar enarcar una ceja.
—Para que caminaras, ya te lo dije. Y también para que vieras la realidad de los mundos mágicos —se refería a los cadáveres ¿Quería manipularme para que cediera mi vida a mi brujo? Ni en sueños.
Me quedé observando en silencio las pantallas brillantes, las máquinas que reemplazaban a la magia y a las criaturas que habían incorporado la tecnología a su cotidianeidad.
Por alguna razón, estar rodeada de tantos desconocidos me hizo sentir excesivamente sola y angustiada. Ya extrañaba a mi familia y a mi planeta. Apreté las tiras de mi mochila, ahogando unas lágrimas que luchaban por salir.
—¿Ves la edificación vidriada que tiene cinco torres resplandecientes? —Francis señaló hacia adelante.
Se trataba de una construcción que mezclaba lo mejor de todos los mundos: lo antiguo y lo moderno, lo mágico y lo terrestre. Tenía forma de castillo medieval, pero estaba hecho de cristal —cuyo interior no podía verse desde afuera—, y tenía cinco torres con pantallas que mostraban a los brujos en acción. Además, las mismas desprendían luces de distintos colores y destellos mágicos.
Fuera de la gigantesca y lujosa construcción, del lado derecho, había una fuente que soltaba chorros de agua con diferentes formas. A la izquierda, había un enorme campo de césped azul, que se encontraba adornado con objetivos flotantes, espantapájaros robóticos y un muro el cual estaba lleno de armas colgadas. Sin embargo, no había nadie allí.
—Todavía es temprano —Francis percibió hacia dónde había clavado la mirada—. Los entrenamientos suelen ser luego del almuerzo hasta el anochecer.
—¿Permiten que sus enemigos vean sus entrenamientos?
—Claro que no —sacudió la cabeza—. El castillo completo está hechizado. Sólo aquellos que tengan buenas intenciones podrán ver más allá del cristal del campo.
Seguí a Francis a través de un camino lleno de estatuas resplandecientes y destellos mágicos, el cual nos guiaría hasta la vivienda de Lord Crewe.
Me sentía muy nerviosa. Tenía el corazón en la garganta: estaba a punto de conocer al brujo más temido que existía. Era sanguinario y cruel.
A medida que nos acercábamos a la puerta principal de la edificación, tomé el brazo de Francis, clavándole las uñas.
—Tengo miedo —admití finalmente, con la voz quebrada.
Temblaba de pies a cabeza y me sentía descompuesta ¿Y si me torturaban? ¿Y si se divertían conmigo hasta que llegara el heredero de Medealis?
El joven Cuadrado se soltó de mi agarre y frunció el entrecejo.
—Nadie te hará daño aquí, Carla. No seas cobarde.
—¡No seas tan frío, Francis! —protesté, esforzándome para no echarme a llorar delante de él—. ¡Me has teletransportado a un mundo peligroso y me harás conocer al temido Lord Crewe! ¿Cómo esperás que me sienta? ¡Mi familia quedó desprotegida en la Tierra...!
—Ya —me detuvo—, no te pongas sentimental. Si Cassandra está con ellos, nada malo les sucederá. Y en cuando a Lord, no deberías temerle. No te hará daño. Ahora, vamos. En el castillo están por almorzar.
Ni bien nos paramos en la puerta principal, el cristal cedió automáticamente. Una máquina de un metro cincuenta de estatura, metálica y brillante, estiró una manguera con una punta de jeringa, y la inyectó en mi muñeca, justo donde tenía la marca.
—Humana —anunció, con voz robótica.
Protesté por el pinchazo, pero no había sangrado. Noté que a Francis no le tomaron una muestra.
—Se conocen tan bien que no necesitás que te testeen —observé.
—Los brujos leales a nuestros mundos hemos forzado una estrecha amistad. Sígueme.
El interior de la edificación era increíblemente lujoso. Podía verse el exterior claramente a través de los cristales. Había una enorme sala con pantallas que mostraban distintos escenarios del Kingdom —seguramente, para tener más control de su mundo— y excéntricas figuras talladas en los muros. El suelo era de mármol, el techo estaba decorado con labrados sobre las criaturas mágicas, y desde allí podían verse escaleras mecánicas y puertas automáticas que daban a otros lugares.
Esperaba que el sitio tuviera reliquias como la casa de Haider, pero no. Parecía que había viajado al futuro en vez de a un mundo mágico.
Pensar en ella me provocó una punzada de dolor ¿Volvería a verla?
Saludamos a diferentes criaturas: hadas, cupidos y vampiros. Evidentemente trabajaban allí.
Atravesamos la sala principal y subimos por un ascensor de cristal.
—El comedor está en el primer piso.
El elevador ascendió tan rápido, que me tomé del brazo de Francis una vez más. Sentí mucha impresión. Recordé la sensación que había tenido al viajar en unicornio junto con Ángel.
A todo esto ¿Dónde carajos estaban los procesadores?
—Tu cobardía me resulta bastante irritante —Francis no se soltó de mi agarre, y me arrastró hacia el interior de un lujoso comedor.
La mesa era plateada y enorme. Tenía unos botones digitales para que cada persona pudiera servirse manualmente su menú. Las sillas hacían juego y estaban labradas delicadamente. Había una enorme pantalla en la sala, cortinas brillantes y un ventanal con una vista espectacular del Kingdom. Un aroma a vainilla y unos destellos mágicos decoraban la habitación. El sitio era realmente magnificente.
De pronto, un hombre alto se acercó a nosotros. Era alto y elegante —vestía un fino traje de color bordó—. Su cabello era dorado y sus ojos, azules. Pude reconocer ese rostro que había visto en fotografías.
Me estremecí ante su presencia.
—Bienvenida, Carla Krstch. Tu nombre se está haciendo famoso en los mundos mágicos.
Bajé la mirada. Sabía que me estaba comportando como una cobarde, pero ¿Quién en su sano juicio querría conversar con un brujo sanguinario que aniquilaba humanos con frialdad?
Francis le hizo una reverencia con la cabeza, y me pegó un codazo para que hiciera lo mismo. Sin dudar, lo imité.
Mi corazón latía desbocado, y mis piernas temblaban como si fuesen papel. Ese hombre era realmente aterrador.
—Tranquila, muchacha. Aquí nadie te hará daño —Lord esbozó una sonrisa que me produjo escalofríos—. Siéntense donde quieran y elijan lo que gusten para comer. Mientras almorzamos, conversaremos un poco.
—Es un honor compartir un almuerzo con usted en su comedor personal.
—No exageres, Francis. Tomen asiento.
El muchacho rubio se colocó a la derecha de Lord Crewe. Deseé ubicarme en la otra punta de la mesa, pero sabía que eso sería de mala educación. No quería hacer enfadar a los brujos, por lo tanto, me senté frente al joven Cuadrado.
—Presionen la pantalla y elijan qué gustarían comer.
Los menús eran bastante repugnantes:
Alas de dragonoide con salsa mixta.
Colas de sirena salteadas con verduras.
Dedos de cupidos con crema.
Insectos del bosque al escabeche.
Aves silvestres al horno.
Sentí tanto asco que me tuve que tapar la boca para no vomitar. Francis lo notó.
—Carla está muy sensible hoy ¿Podemos pedir sólo verduras para ella?
—Claro. Tenemos las mismas variedades que en la Tierra.
El joven Cuadrado me indicó qué comandos debía presionar para que mi menú vegetariano apareciera a través del interior de la mesa.
Honestamente, luego de todo lo que había ocurrido ese día, no tenía mucho apetito. Sin embargo, era consciente de que debía comer para mantenerme sana y sobrevivir a mi destino. El deseo de volver a ver a mi familia me motivaba más que nada en el mundo.
Vi que Francis estaba comiendo alas de dragonoide y Lord, dedos de cupido. Aparté la mirada, asqueada, y me llevé forzadamente una papa a la boca.
—¿En Warlock también comen criaturas mágicas? —pregunté, una vez que había tragado la comida.
—No —Lord negó con la cabeza—. Abigail cree que todos los seres mágicos son sus hijos, por eso no puede comérselos. En cambio, yo pienso que todos ellos son mi creación y que estoy en todo mi derecho de comerlos si así lo deseo.
—Usted es como un Dios aquí —musité, tratando de ocultar la ironía en mi tono de voz.
—Lo soy. Y todas las criaturas mágicas están a mi disposición... ¿Acaso los hombres no se comportan del mismo modo en la Tierra con las demás criaturas?
—Es verdad —contesté.
No volvería a comer carne, nunca más. No quería ser como los brujos. Eran... repulsivos. Papá tenía razón.
Comimos en silencio, hasta que Lord Crewe decidió romper el hielo.
—Te quedarás en esta edificación hasta que tu brujo decida que ha llegado la hora. Podrás moverte por el castillo a tu voluntad, pero no podrás irte de aquí. Las entradas y las salidas están custodiadas por diferentes criaturas mágicas, y algunas, por hechizos. Entrenarás, tendrás tu propia habitación y vivirás como una reina porque el heredero de Medealis así lo querría, hasta que llegue el momento de cumplir tu destino.
Se me hizo un nudo en la garganta. Esta vez, no fui capaz de contener las lágrimas ¡No volvería a ver a mis seres queridos! ¡No conocería Medealis! No podría escapar por mí misma de ese lugar ¡No podría!
Me cubrí el rostro con ambas manos, tratando de ocultar que estaba llorando. Sentía una opresión tan profunda en el pecho que pensé que pronto iba a ahogarme. Jamás me había invadido semejante desazón en mis dieciséis años y siete meses de vida.
Iba a morir sin amigarme con mamá.
Iba a morir sin haber pasado tanto tiempo de calidad con Albina.
Iba a morir sin volver a oír la voz de papá.
Iba a morir sin besar a Haider una vez más.
Iba a morir sin haber escuchado lo que Lucas tenía para decirme.
Iba a morir sin despedirme de mis amigas.
Iba a morir siendo una prisionera en el Kingdom of Blood.
Estaba temblando y estremeciéndome de la angustia delante de dos brujos.
—Vamos, Carla. Morir no es tan malo como pensás... Debería ser un honor para vos que tu sangre sea capaz de salvar un mundo.
Me sequé las lágrimas y lo miré con odio.
Lord Crewe intervino.
—El comportamiento humano no deja de parecerme divertido. Son demasiado dramáticos.
—Morir desangrado... ¿Es algo menor para usted?
—Si la causa me trasciende, sí.
Ahora entendía por qué él y las criaturas de su mundo eran sanguinarias. También noté que Crewe no era para nada piadoso.
—No me mires así, niña. Tendrás el privilegio de vivir bajo mi techo como si fueras una reina. Ni mis humanos han tenido tal honor.
—¿Tan importante es el brujo de Medealis para que yo reciba este trato? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Imagínate que la guerra entre los hechiceros y los brujos es un tablero de ajedrez. Las piezas blancas seríamos nosotros, y las negras, nuestro enemigo. Yo ocuparía el lugar de la reina, y el heredero de Medealis, el del rey. Si le hacen jaque al rey, el juego se termina.
Asentí. Tenía leves conocimientos de ajedrez.
—Si ocuparan Medealis, el siguiente mundo sería el Kingdom ¿Comprendes? Si debiéramos sacrificar algunos peones para que eso no sucediera, lo haríamos.
La explicación me dejó más que claro mi papel en todo esto: era un peón en un tablero de ajedrez.
En ese momento, sonó una campana similar a la del colegio por todo el edificio. Brinqué del susto ¿Qué estaba ocurriendo?
—Tranquila, muchacha —dijo Lord Crewe—. Es la hora de entrenar. Mis sirvientes te guiarán hasta tu habitación para que te prepares y vayas a practicar el uso de la magia con Francis. Cuando termines de ducharte, verás un armario digital: elegirás de allí las prendas que quieras vestir y aparecerán mágicamente en tus manos... aunque para entrenar, deberás utilizar un traje especial.
Paralizada por todo lo que estaba ocurriéndome, el joven Cuadrado me tironeó del brazo para que me pusiera de pie, y me arrastró hacia el ascensor.
—Ahora verás lo que es un entrenamiento real.
¡Muchas gracias por leer!
Les dejo un gif de Carla llorando para agregar drama al asunto:
¡Nos leemos en unos días!
Sofi :)
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