Capítulo 23: "El primer entrenamiento".
Francis había ingresado por la ventana cuando yo estaba merendando con mi familia.
—¿Por qué los argentinos tardan tanto para comer? —preguntó.
Me limité a ignorarlo.
—¿Y bien? —enarqué una ceja—. ¿Por dónde empezamos?
—Te daré algunos conocimientos básicos. Hay diferentes formas de emplear la magia, Carla. Uno de los procesos más comunes es denominado como "simbología". Es decir que cada forma, cada color, cada animal y cada cuerpo celeste que aparece en las visiones de ciertas criaturas, posee un significado distinto y diferentes combinaciones semánticas. Antiguamente, los brujos adolescentes solían comenzar sus prácticas de encantamientos tratando de adivinar el futuro según los astros.
Ya comenzaba a dolerme la cabeza y recién acabábamos de iniciar la clase.
—No sabía que podían adivinar el futuro ustedes también.
—Somos capaces de muchas cosas, Carla. Además, el futuro es mutable ¿Sabes? Se puede cambiar. Lo que siempre va a permanecer intacto es el pasado, no hay leyes lógicas que puedan transformarlo. Sin embargo, estar informado sobre lo que puede suceder nos permite hacer cambios a la hora de tomar decisiones.
—Wow... eso sí que debe ser útil.
—Sí —sin darme ejemplos de la "vida real", continuó—: También hay otros tipos de magia: existen los hechizos simples con elementos que están a nuestro alcance, los hechizos de creación (que son los más complejos y no voy a enseñártelos), los hechizos de teletransportación y los de ilusión. Requieren de distintos procesos...
Busqué un cuaderno y empecé a tomar nota de lo que él decía.
—Los hechizos que intentarás dominar son los simples, cuyo proceso se denomina "simplificación". He visto que sos capaz de realizar algunos, pero debés ser cuidadosa con las palabras que escogés a la hora de llevar a cabo el encantamiento.
Anoté en mi cuaderno lo que él decía tan rápido como podía.
—Sé que no debería interrumpirte, pero ¿Cómo obtuvieron sus poderes ustedes? ¿Fue cuando se crearon las galaxias?
Cuanta más información obtuviera, mejor.
—Tus preguntas no molestan, querida. No soy como tu profesora de Historia.
—¿Cómo sabés eso? —inquirí, aunque luego deduje que Cassandra debía de haberle contado muchas cosas sobre mí.
—¿Lo de la creación del universo? —no había entendido mi pregunta. De todas formas, no importaba—. Está en los libros de Historia Mágica: una fuerza sobrenatural movió las partículas que provocaron el famoso Big Bang...
—¿Esa fuerza sobrenatural es la misma que le dio sus poderes a los brujos, hechiceros y procesadores? ¿Puede que haya varias fuerzas sobrenaturales?
Mis dedos me dolían de lo rápido que intentaba anotar. Cuanto más supiera sobre la magia, mejor comprendería a las criaturas que la utilizaban, y de ese modo, mi defensa sería más eficiente.
—No estamos seguro si se trata de la misma fuerza con distintas formas o si son varias. Algunos brujos científicos lo están estudiando aún.
Asentí.
—Volviendo al tema del proceso de simbología, te comento que las brujas jóvenes, luego de ver los astros, aparecían en las calles vestidas completamente de un solo color. Si salían de violeta, significaba que nuevas especies de flores surgirían en el planeta. Si vestían completamente de azul, un ser mágico nacería pronto. Si usaban gris, un hechicero se daría una vuelta por Medealis. Lo que los creadores no advirtieron fue que todas las jóvenes habían lucido túnicas de color ceniza el día de la traición —su expresión se ensombreció.
En ese instante, se agachó y comenzó a dibujar algo en el suelo con las manos desnudas. Me coloqué a su lado, ya que me daba mucha curiosidad.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
—Te voy a mostrar un recuerdo.
De pronto, una imagen líquida y brillante apareció sobre la alfombra. Parecía un reflejo en un lago. No me atreví a tocarlo, pero realmente me sentía tentada a hacerlo. Era bellísimo.
La aldea del recuerdo tenía aspecto renacentista: edificios altos y lujosos, los cuales resplandecían en distintas tonalidades. El cielo era de color azul eléctrico, y en él volaban decenas de criaturas aladas. Los árboles eran de color cobrizo y sus hojas se veían de un color violáceo brillante.
Entre las casas, se veían decenas de mujeres vestidas de gris y con expresiones vacías mientras avanzaban hacia adelante. Caminaban arrastrando los pies, como si en sus corazones albergaran un gran pesar. Tragué saliva. Debe de haber sido escalofriante verlas personalmente.
De repente, hubo un incendio en un castillo. Una muchedumbre quedó atrapada adentro del mismo: las puertas habían sido previamente selladas con magia. Los gritos de las criaturas, especialmente de los niños pequeños que rogaban por su vida, me revolvieron el estómago. Podía oler su recuerdo, escucharlo e incluso, sentirme tan desdichada como Francis.
El brujo hizo un movimiento con la mano, y el recuerdo desapareció. Ahora no había nada en el suelo. Me quedé contemplando los mosaicos, sintiendo un nudo en la garganta.
—Esta causa es más importante que vos, Carla —me susurró al oído—. Todo un planeta depende de tu brujo. Estamos en crisis. Sin embargo, debo enseñarte a utilizar la magia porque Cassandra me lo pidió...
Hizo una breve pausa. Noté que no estaba de acuerdo con que yo aprendiera a realizar encantamientos, pero no lo dijo en voz alta.
—¿Dónde entrenó Haider para ser tan habilidosa? Por algo ustedes le temen.
—No le tenemos miedo, sino respeto. Entrenó en una academia alemana de artes marciales.
Nos quedamos en silencio un momento. Me puse de pie, y volví a tomar mi cuaderno. Sentía una profunda opresión en el pecho. No podía quitarme de la cabeza el sufrimiento de aquellos niños ni el sonido de sus chillidos desgarradores.
Fue él quien rompió el hielo.
—El azul eléctrico y el violeta fuerte eran los colores favoritos del heredero de Medealis. Por eso, sus padres transformaron las moléculas del aire para que el cielo se viera del primer color, y las hojas de los árboles, del segundo. No hay nada más bello que los paisajes de Medealis —continuó. Sus ojos brillaban cuando hablaba de su planeta—. Son incomparables. Su magnificencia es incomprensible para los ojos de las criaturas mortales...
Aproveché la oportunidad para preguntar:
—¿Algún día me llevarás a Medealis?
Hizo una mueca.
—¿Para qué querés ir allí?
—Para conocer tu maravilloso planeta, por supuesto.
Para conseguir más información sobre mi brujo.
Él no contestó mi pregunta. Se limitó a decir:
—Bueno, basta de charla. Es hora de que te enseñe a hacer algunos hechizos simples, pero primero... —con su dedo, me tocó la frente.
Sentí que una energía cálida comenzaba a recorrer mi cuerpo.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy midiendo tu energía mágica —se veía súper concentrado.
Esperé a que terminara.
—Tenés el mismo nivel de energía que un procesador. Es impresionante. Es una pena que no tengas poderes psíquicos.
—Al menos ahora conozco mis límites ¿Habré tenido algún familiar procesador en el pasado?
—No. Se debe a que estás marcada, y tu brujo es poderoso —contestó—. Empecemos a trabajar.
Francis me enseñó a mover objetos con precisión. Me hizo mover tantos objetos, que mi cuarto se desordenó completamente.
—Necesitás más fuerza en los brazos y en el abdomen. Ya mismo vas a hacer este ejercicio.
Tomó dos de mis latas con lápices y empezó a entrenar sus bíceps.
—Cuanta más destreza física tengas, mejor vas a mover la varita —me entregó las latas para que hiciera lo que me había indicado.
Ejercité los bíceps, los tríceps, el abdomen y los gemelos. El sudor caía por mi frente mientras les rogaba a las fuerzas del universo que él me enseñara a hacer algo más importante.
—Quiero que entrenes dos veces por día y que practiques mover objetos —quería protestar y decirle que ya había trasladado un reloj de madera y restos de cristales, pero él no me dejó oportunidad de replicar—. Cuando tengas esas habilidades dominadas, avanzaremos. Ahora me iré.
—¿A dónde?
—A la casa de Haider. Tengo que vigilarte desde allí, porque mi hermano y ella se han ido de viaje.
¿A dónde se habían ido?
Francis leyó mi expresión.
—Tranquila. Me dijo que luego te llamará... —mientras una luz blanca empezaba a brillar en sus manos, comentó—: ella intentará ocuparse de que los seres mágicos no te molesten por un tiempo.
—¿Cómo...?
Quería formular varios interrogantes y darle un feedback de la clase —estaba algo desilusionada y me había parecido desordenada—, pero él no me dio lugar a ello.
Simplemente, desapareció.
Efectivamente, justo luego de ducharme y colocarme el pijama, mi celular comenzó a sonar. Atendí.
Cassandra se mostró en pantalla. Estaba escondida detrás de un árbol, llevaba puesto un abrigo con capucha negra.
—¿Cómo estás? ¿Tu mano se ha recuperado?
Me contemplé la venda que aún cubría mi palma. Las heridas estaban cicatrizando.
Asentí.
—¿Dónde estás? —el fondo era oscuro y no podía ver dónde se encontraba Haider, pero sí podía oír ruidos bastante extraños en su transmisión.
—Tuve que viajar con Amadeo de urgencia... Francis se quedó allí para ayudarte a entrenar y protegerte ¿Qué tal el primer día de clases sobre magia?
—¿Qué es lo que te forzó a irte de repente? —pregunté, frunciendo el entrecejo. Como vi que ella estaba esperando que le respondiera, agregué—: el joven Cuadrado me explicó los diferentes procesos mágicos, me hizo mover objetos y hacer ejercicio. Fue agotador.
—Espero que seas una buena chica y cumplas con tus deberes. No es fácil aprender a controlar la magia.
—Es verdad, pero me esforzaré. Necesito proteger a mi familia... —decidí cambiar de tema—. ¿Vos cómo estás? ¿Es seguro el lugar a donde viajaste?
—Claro que lo es, quédate tranquila. Es tierno que te preocupes por mí.
Me ruboricé, y me limité a esbozar una tímida sonrisa.
Sí, a pesar de todos mis problemas, ella me hacía sonreír.
En ese momento, Amadeo le tocó el hombro a Haider. Pude escuchar que le susurró:
—¡Ya es la hora! ¡Colgá el teléfono!
Mi vecina se volvió hacia mí.
—Debo marcharme, Carli. Quedate tranquila: por unos días, nadie va a molestarte. Cualquier cosa que necesites, llamalo a Francis ¿De acuerdo?
—Cuidate —le dije. Era consciente de que ella se hallaba metida en asuntos mágicos y no terrestres, y me preocupaba que alguien la lastimara.
Sí, sentía cosas por ella a pesar de que la había visto asesinar a alguien. A pesar de que me ocultaba información. A pesar de saber que era peligrosa.
Necesitaba terapia.
—Vos también —sonrió, y cortó la comunicación.
El césped brillaba como un diamante recién pulido y era tan suave como una alfombra de felpa. Había flores en distintas tonalidades cálidas. Las rojas eran las más bellas, tenían forma cilíndrica y los bordes de oro. Los árboles a mi alrededor lucían hojas de color violeta metalizado y los troncos, cobrizos.
Rodeando los bosques, había una amplia variedad de insectos de alas coloridas que, al volar, dejaban un haz de luz suspendido en el aire. No se veían animales salvajes ¿Existían en aquel paraíso? Lo dudé.
Giré la cabeza hacia la derecha, y vi enormes edificaciones. Sus estructuras diferían a las construcciones que había visto en la Tierra... No obstante, sus diseños parecían a aquellos realizados en la época renacentista: eran elegantes, imponentes, majestuosas. No pude evitar quedarme un buen rato observándolas. Me pregunté qué tipo de magia albergarían en su interior.
Empecé a caminar por la aldea. Las calles eran de ¿Cemento negro? Le daban aires de distinción al lugar. Había muchas criaturas que iban y venían, realizando sus tareas cotidianas con normalidad. Me encantó ver cuán diverso era aquel lugar: divisé dragonoides, cupidos, hadas, y brujos. Los últimos lucían cabelleras de distintos colores y eran de razas mixtas: de ascendencia asiática, afroamericana, europea, mestiza, etcétera. Todos emanaban un aura elegante y altiva.
De repente, una criatura me empujó y me hizo caer al suelo, interrumpiendo bruscamente mis observaciones. Me mordí la lengua para no maldecirlo.
—Discúlpame, Carla Krstch —me tendió la mano gentilmente para ayudarme a ponerme de pie. Me sorprendió que ella hablara español, pero no que conociera mi nombre—. ¿Qué está haciendo aquí?
Ladeé la cabeza, confundida ¿Dónde estaba? Miré a la criatura de cabello verde y piel nívea. Sus rasgos eran extremadamente delicados, y de su espalda nacían un par de alas brillantes. Me contemplaba con curiosidad.
Sacudí la cabeza. No sabía qué decirle.
—No es común que los humanos estén solos en este lugar.
¿Este lugar?
—¿Quién sos? —le pregunté, sintiéndome sumamente confundida.
—El hada de las flores —comentó, y chasqueó los dedos. Pronto, apareció en su mano una semilla brillante.
Me quedé impresionada. Ella lo notó.
—Sería una pena que todo este ecosistema desaparezca ¿Verdad, Carla Krstch?
Asentí. No me acostumbraba a que el hada supiera mi nombre, pero tampoco me asombraba. Seguramente ya era famosa en los mundos mágicos.
Abrió mi mano y depositó en mi palma la semilla.
—Sé que vos nos salvarás —musitó, y de repente, su cuerpo se convirtió en cenizas.
¡Muchas gracias por leer! ¡Espero que les haya gustado el capítulo de hoy! ¿Qué creen que pasará después en esta historia?
Les dejo mis redes sociales por si gustan seguirme :)
¡Nos vemos pronto!
Sofía.
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