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Capítulo 22: "Añorando la normalidad".

Luego de que Cassandra y yo hubiéramos tenido un nuevo encuentro sexual, (y nos hubiéramos vestido), me explicó qué hechizos podía hacer con la varita estando en mi vivienda. Me dio ejemplos y trucos de destreza física.

—Deberías entrenar —observó—. Necesitás ser veloz y tener fuerza en casos de emergencia.

—¡Hace mucho frío! —protesté, pero sabía que ella tenía razón. No tendría más remedio que ejercitarme si quería salvar mi vida y la de mi familia.

—Dejá de quejarte ¡Vas a tener que hacer lo que yo te diga si querés ser capaz de defenderte!

Se quedó dándome consejos hasta las nueve y media de la noche, que fue cuando mi mamá golpeó la puerta para decir que la cena estaba lista.

—¿Querés quedarte, Cassandra?

—No puedo, prometí que cenaría en casa.

—Otro día será, entonces.

Se marchó amistosamente. La contemplé mientras bajaba las escaleras a toda velocidad ¿Cómo una chica tan maravillosa podía ser tan peligrosa?

Eliseo corría a toda velocidad. El pequeño se veía asustado, y miraba hacia atrás a cada rato.

Un grupo de personas lo perseguía. Le gritaban que se detuviera, pero el niño no les hacía caso.

—¡Mamá! —chilló, ahogando un sollozo.

De repente, una de las criaturas logró alcanzar al hijo de Dianora.

Lo abrazó desde atrás, impidiéndole que éste pudiera continuar moviéndose. El niño pataleó, pero no pudo liberarse. Lo sostenían con una fuerza descomunal.

Deseé ayudarlo ¡Pero yo sólo era un ente invisible que observaba la situación!

—¡Andá a Medealis! —gritó Eliseo de repente, poniéndome piel de gallina—. ¡Allí encontrarás las respuestas!



Me desperté completamente sudada y sintiéndome sumamente confundida. Había dormido pocas horas y había tenido pesadillas.

Miré el reloj: faltaba poco para que sonara la alarma para ir al colegio. Maldije para mis adentros y me tapé la cabeza con la almohada.

Realmente odiaba mi vida.

Una vez en la escuela, me senté con mis amigas y con Lucas. Me costaba mirarlo a los ojos: había estado besuqueándome con Cassandra el día anterior. No quería que el joven Lee pensara que yo jugaba con él, pero a su vez, tenía asuntos mucho más importantes que los amorosos de los cuales ocuparme: investigar sobre mi brujo y entrenar para poder defenderme del mismo.

Sabía que mi mejor amigo deseaba preguntarme por "nosotros", pero en ese momento, no estaba preparada para darle una respuesta. Hablamos de cómo nos sentíamos y de los asuntos mágicos en un momento que tuvimos de privacidad, pero nada más.

En el recreo, Haider se sentó a mi lado en el patio, justo donde el sol nos calentaba en la fría mañana de agosto. Apenas la vio, Lucas se puso de pie y se alejó en dirección a sus amigos.

—¿Qué le pasa a este chico? —Cassandra lo observó, intentando disimular una sonrisa.

Los celos de mi mejor amigo la divertían. A mí, no.

—¿No es obvio? No confía en vos.

Y tiene sus motivos.

Nos quedamos un rato observando los grupos que se habían formado en el patio. A pesar de que odiaba la escuela, estar allí me hacía sentir una adolescente normal.

—Bien —rompí el silencio—. ¿Sobre qué te gustaría conversar? No acostumbrás a acercarte a mí en lugares públicos.

—Quiero hablar de temas normales... Por ejemplo ¿Qué pensás hacer cuando termines el colegio?

¿No le había contado ya que quería estudiar arte?

—Preferiría que me hablaras de vos —repliqué.

—Si vos me contestás la pregunta que te hice, yo te contaré sobre mí. Vos me habías dicho que estudiarías Artes Visuales, pero quiero que me digas cuáles son tus planes a futuro más allá de la universidad.

—Viajar... Conocer otros países —hice una pequeña pausa—: ¿Creés que siga viva para entonces? —pregunté, con melancolía.

—Claro —me acarició el brazo. Su contacto me provocó una electricidad que recorrió todo mi cuerpo—. No permitiré que exista un mundo sin vos.

Su mirada era muy intensa. Sus labios se veían rosados y suaves a pesar del frío. Era amable y a su vez, peligrosa...

Desvié la vista hacia mis propias manos. No quería que mis compañeros notaran que sentía cosas por Cassandra.

—En fin... a pesar de que la profesora de Historia me cae mal, debo esforzarme y aprobar su materia —comenté de forma casual.

—Claro. La escuela es tu trabajo. Quizás, el año que viene el docente de dicha asignatura sea más divertido.

—¿Te quedarás en Argentina en dos mil trece? —mi pregunta sonó a una súplica.

—Posiblemente. Lo convenceré a mi tutor para quedarme en donde vos estés —me contempló con ojos de cachorrito.

¿Por qué era tan linda?

—No parecés de esas chicas que necesitan consultar con su tutor —observé irónicamente.

—Aunque no lo creas, no soy libre de hacer lo que se me dé la gana, y ya me he ganado algún que otro castigo... apenas tengo diecisiete años. Él sabe que soy una chica especial, pero a veces me tomo demasiadas libertades.

Presentía que su tutor no tenía idea de que ella se relacionaba con brujos y mundos mágicos. Decidí seguir indagando sobre su vida personal:

—¿Y qué hacías en Alemania? ¿Cuánto tiempo estuviste en un orfanato? Me dijiste que me hablarías sobre vos.

—Estuve el tiempo suficiente como para descubrir quién era, y qué tenía que hacer. Los adultos que me han rodeado no han sido figuras importantes en mi vida —se encogió de hombros—. Siempre quise tener una familia de verdad y encontrar a mis padres biológicos. Pero desde que descubrí que habían sido los hechiceros quienes los habían asesinado... —ladeó la cabeza con indignación—. Ya está. Ahora mi deber es protegerte.

—Me gustaría que no existiera esa rivalidad entre criaturas mágicas —susurré—. Deberían estar todos del mismo lado, si su interés es preservar la vida...

—A pesar de que lleven sangre en sus venas, son humanos, Carli. Las diferencias ideológicas les pesan tanto como a los terrícolas corrientes.

En ese momento, sonó el timbre. Nos pusimos de pie.

Mientras nos dirigíamos hacia el aula, me susurró:

—Esta tarde irán los hermanos Cuadrado a visitarte. Te enseñarán un poco más sobre la magia y te darán alguna rutina de entrenamiento.

Asentí, aunque debía reconocer que estaba algo decepcionada: quería que fuera Haider en persona a ayudarme a entrenar, no Francis y Amadeo.

—No temas —murmuró en mi oído—. Intentá vivir con normalidad y sé precavida ¿De acuerdo?

Esa tarde, luego de hacer mis tareas, fui a la cocina. Allí se encontraban mi papá y Albina, tomando mates con facturas. Me senté con ellos. Mamá se había ido a la peluquería.

—Estaba contándole a tu hermana sobre la magia —Arturo me entregó un mate, y yo le di un sorbo a la bombilla—. Le hablé sobre Dianora y le expliqué dónde quedaba su hogar en caso de una emergencia. Ah, por cierto... las cámaras de seguridad han sido instaladas cuando ustedes estaban en la escuela.

Me encogí de hombros. Les rogaba a las fuerzas del universo que mi hermanita no tuviera que volver a vivir otra situación de vida o muerte.

—También le comenté sobre Liese y los momentos ridículos que hemos pasado cuando todavía íbamos a la secundaria.

—A mí nunca me contaste nada sobre ella —protesté.

Sin embargo, yo no le había hecho demasiadas preguntas al respecto porque sabía que ese tema era doloroso para él.

—¿Tu amiga murió? —quiso saber Albina, mientras mordía una medialuna.

—No lo sé... hace veinticinco años que no sé nada sobre ella —suspiró—, pero me mostró la existencia de la magia. Ella podía utilizar una varita y era bastante habilidosa. La encontré de casualidad realizando un hechizo a la salida del colegio, en un callejón... y fue por esa razón que nos hicimos amigos.

—¿Era una bruja? —quise saber, mientras le devolvía el mate a papá para que preparara otro.

—Nunca supe cuál era su especie... pero sé que tenía muchos enemigos.

Mordió una torta negra y luego, continuó:

—Les cuento esto porque yo también fui un adolescente, y cuando uno es joven, no es consciente de ciertos peligros. Nuestra familia está en problemas, chicas —miró a Albina—: hay algunas criaturas mágicas que quieren lastimar a Carla. Hijas, no enfrenten a seres que no conocen: huyan.

Mi pequeña hermana parecía a punto de echarse a llorar.

Recordé cómo Luna la había maltratado, y se me encogió el corazón. Sin embargo, intenté parecer fuerte: al final de cuentas, yo era la mayor de las Krstch y mi deber era proteger a Albina.

—Carmen no puede saber sobre esto, niñas...

—¿No deberíamos advertirle? —pregunté, frunciendo el entrecejo—. Si la pillaran desprevenida...

—No tiene sangre Krstch, por lo tanto, ninguna criatura mágica mostrará interés en ella. Si ustedes le contaran sobre la magia, sólo pensaría que necesitan terapia.

Suspiré. No me parecía justo para mamá, pero sabía que Carmen tampoco nos creería si le contábamos sobre los brujos y hechiceros... y mucho menos, que había sido atacada por una sirena.

—Las criaturas mágicas no se molestan en ocultarse de algunos humanos porque saben que la gente es escéptica. Nadie pensará que las brujas de verdad existen a menos que las vean con sus propios ojos —explicó.

Cuando tenía razón, tenía razón. Papá me cebó un mate en el preciso momento en que Albina le preguntaba:

—¿Han vivido momentos peligrosos con Liese?

—Sí —la expresión de Arturo se ensombreció—. Nos han perseguido algunos hechiceros que no eran buenos como Dianora... y Liese se enfrentó a una terrible batalla contra ellos. Quisiera olvidar esa noche. Sin embargo, no me han perseguido tantos seres como a Carla.

Mi hermanita y yo nos quedamos en silencio.

—Cuando ella desapareció, mis problemas terminaron —repuso el señor Krstch—. A pesar de que su ausencia me dolió mucho, finalmente pude ser libre.

Miré fijamente el mate, sintiéndome muy triste por él y por los peligros que rodeaban a nuestra familia. No tenía que llorar. Debía ser fuerte.

—Desearía volver a ser la misma chica despreocupada de hace un mes atrás... —comenté con desazón.

Durante dieciséis años y medio, jamás había notado cuán afortunada era: tenía una familia normal de clase media, que se preocupaba por mí y por mi futuro. No me faltaba la comida y tampoco el afecto. En la secundaria, sólo les había retribuido siendo holgazana y quejándome de mis deberes escolares.

—No podrás, hija. Esto ha sido obra del destino... —se veía tan apenado que sentí ganas de abrazarlo—. Sin embargo, no permitiré que nadie las lastime. Se los prometo.

—Lo sabemos, papá —dijo Albina, tratando de tranquilizarlo. Tomó otra factura, y con la boca llena, inquirió—: ¿Liese fue tu novia?

Arturo comenzó a toser, y se ruborizó. La pequeña era jodidamente metiche.

—No, fuimos mejores amigos... al igual que Lucas y Carla.

Puse los ojos en blanco. No supe cómo responder ante aquel comentario, por lo cual, me limité a apretar los labios.

—Me dijiste que tu amiga hechicera tiene un hijo —comentó Albina—. ¿Cómo se llama él?

—Eliseo.

La mención del niño me hizo dar un respingo.

—¿Puede hacer magia? —mi hermana era demasiado curiosa.

—Claro que sí.

—¿Creés que ellos estén bien? —le pregunté, tratando de no sonar muy preocupada—. Deberías llamarlos por teléfono.

—Supongo que sí... luego me comunicaré con ellos.

Nuestra conversación culminó en el momento en que oímos que mamá había regresado a casa.



¡Muchas gracias por leer! ¡Espero que les haya gustado el capítulo de hoy! Sé que no hubo acción como en los anteriores, pero es importante mostrar cómo se siente Carla y sus vínculos.

Aclaración para aquellos lectores que no son de Argentina/Uruguay/Paraguay: cuando en el capítulo Carla menciona los "mates" y las "facturas", aclaro que el mate es una bebida que se comparte con familia y amigos, hecha de yerba y agua caliente (sí, todos tomamos del mismo sorbete entonces por el COVID quedó "prohibido" compartirlo). Las "facturas" son masas dulces, una especie de "tortas" pequeñas. Para los argentinos es una costumbre desayunar los domingos con mates y facturas, aquí les adjunto una imagen:

También les dejo mis redes sociales, por si gustan seguirme:



¡Nos vemos en poquitos días!

Sofía.

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