Capítulo 16: "Mi mejor amigo".
Volví a mi casa. Dialogué un rato con mis padres. Mi mamá quería saber por qué había dormido en la casa de Lucas y no había ido a la escuela con él.
—Se siente enferma —me defendió Arturo.
—No parece estarlo —Carmen me observó con desconfianza—. ¿O acaso quisiste saltarte las clases de filosofía?
—¡Mamá! ¡No pienses mal de mí! —protesté—. Para que me creas, iré a mi cuarto a hacer tarea... a pesar de que no me siento bien.
Subí hasta mi habitación, y me acosté en la cama. Con una mano, apretaba la roca anti-rastreo. Con la otra, me masajeaba la sien derecha.
Aunque intentaba pensar en quién podía ser el maldito brujo que deseaba mi sangre, aún no se me caía una idea...
A su vez, había visto a los procesadores dos veces en menos de veinticuatro horas. Aunque yo tuviera la piedra de Warlock, ellos sabían dónde quedaba mi hogar ¿Acaso podría volver a vivir en paz?
Deseaba regresar a la vida que tenía antes de las vacaciones de invierno. Quería ser otra vez la chica que se creía heterosexual, que desconocía la existencia de la magia y que no había sido marcada por un brujo.
En ese momento, alguien golpeó la puerta de mi cuarto.
—Adelante.
Era papá. Llevaba en su mano un libro que parecía muy antiguo. Me lo entregó rápidamente.
—Es lo único que encontré en mi biblioteca, creo que se lo robé a Liese hace más de veinticinco años...
Lo apreté con entusiasmo. Tendría algo interesante para leer cuando no pudiese dormir.
—¡Muchas gracias, papá!
—Si tu mamá te preguntase qué estás leyendo...
—...le diría que es el material de filosofía —completé la frase por él—. No te preocupes.
—¿Vos estás bien? Cuando Dianora me avisó que esos sujetos se acercaban a casa, temí que pudieran hacerte daño.
Se refería a Idan y sus secuaces.
—Estoy perfecta... me descompuse por el susto, nada más —mentí, para no preocuparlo—. No traté directamente con ellos, y me quedé en la casa de Lucas hasta recién. Sé que hubieras preferido que pasara la noche con Camila o Agostina...
—Fue una situación especial, no te preocupes. Además, ustedes acostumbran a pasar mucho tiempo juntos —sonrió.
Me mordí el labio para no reír: acababa de darme cuenta que mi papá me shippeaba con mi mejor amigo.
—Pa, si no te molesta, prefiero ponerme a leer un rato.
Necesitaba tiempo conmigo misma.
—Claro, te dejaré tranquila.
Sentí un gran alivio cuando él se fue de mi habitación. No quería que me hiciera un interrogatorio, todavía me sentía abrumada por todo lo que había sucedido en menos de doce horas: la muerte de Idan, los procesadores que habían irrumpido en la casa de Haider, mi habilidad para utilizar la varita, y mi encuentro sexual con ella.
Sentí una punzada de culpa de sólo imaginar lo que pensaría mi madre sobre mí si supiera todo aquello.
Ahora que lo notaba, el jefe de los psíquicos aún no se había presentado. Tragué saliva ¿Qué pasaría cuando eso ocurriese?
Traté de apartar de mi mente los recuerdos con aquellos sujetos y observé el libro que me había prestado mi padre. La solapa era de bronce y el título se destacaba por sus letras doradas: "Warlock".
Uno de los mundos mágicos.
El índice era el siguiente:
-Creadora.
-Características.
-Habitantes.
-Otra información.
Comencé por el principio.
"Warlock fue creado por una joven bruja, conocida como Abigail Weis, hace doscientos años. Luego de ello, la mujer que le dio vida a este mundo decidió ocultarse en el planeta Tierra. Poco se sabe de ella. La única certeza que tienen es que aún sigue manteniendo la energía mágica de Warlock".
Aburrido.
Adelanté algunas páginas.
"Características.
Warlock destaca entre los mundos mágicos por sus variados ecosistemas y por un rasgo en particular que lo hace único en el universo: su cielo es de color púrpura".
¿En serio? ¿El cielo era de color púrpura? Continué leyendo.
"Está formado por diferentes partículas que le dan esa tonalidad.
El oxígeno de ese planeta es el más puro de su galaxia, permitiendo la diversidad de flora y fauna en las diferentes zonas geográficas del planeta.
Sus componentes químicos...".
Aburrido.
Me pasé al apartado de "habitantes".
"En Warlock existen criaturas que están compuestas por un alto porcentaje de magia, por lo cual, sólo podrían habitar en mundos mágicos.
Algunas de ellas son dragonoides, vampiros, hombres lobo, hadas, sirenas, cupidos y monstruos, entre otros".
—¡No puede ser! —exclamé, y luego me di cuenta de que tenía que bajar el tono de mi voz.
Me quedé leyendo sobre las diferentes criaturas mágicas hasta que me quedé dormida.
* * *
Había un joven alto y esbelto en el callejón de aquella vez. Sostenía una navaja en la mano derecha, y caminaba cual depredador hacia un hombre encapuchado.
—¡Deténgase! —el muchacho le ordenó al sujeto, quien le hizo caso omiso. Éste último se echó a correr.
Ambos corrieron hasta llegar a un descampado. El adolescente aún le apuntaba a su enemigo con el cuchillo.
—Los humanos son tan ilusos... —se mofó el encapuchado, y sacó de su bolsillo una barra plateada de metal: una varita mágica.
El chico abrió los ojos de par en par, pero no retrocedió. Mantuvo su actitud desafiante, dejando que la daga brillara con la luz de la luna.
—¿Acaso no sentís miedo? —Murmuró el individuo, acariciando suavemente la vara con la yema de sus dedos.
El adolescente no respondió, y saltó sobre su enemigo para clavarle la navaja en la yugular.
El hombre actuó rápidamente. Se quitó de encima al muchacho con un grácil movimiento, y pronunció unas palabras en un idioma extraño. Una luz cegadora emanó desde la punta de su varita mágica.
Segundos después, el jovencito había desaparecido de la faz de la Tierra.
Me despertaron los gritos de Albina.
—¡Carla! ¡Arriba! ¡Ya dormiste muchas horas!
Mi hermanita era un fastidio. La mayoría de las personas normales amaban a sus hermanos menores y querían protegerlos. Por el contrario, yo no la soportaba. Ella era metiche, mandona y excesivamente ruidosa. Lo único que le importaba en la vida era obtener buenas calificaciones e impresionar a nuestros papás.
—Ya voy...
—¡No seas haragana! ¡O le diré a mamá que estuviste durmiendo en lugar de hacer tus tareas!
Albina se hallaba de pie al lado de mi cama. Tomé rápidamente uno de mis almohadones y la golpeé en la cabeza con el mismo.
—¡Salí de mi cuarto ahora mismo si no querés que te asfixie con la almohada! —la amenacé, mostrándole los dientes.
No le haría nada, quizás podría jalarle un poco el cabello para que dejara de molestarme.
Me sacó la lengua y salió de mi habitación dando zancadas. Seguramente me iba a delatar con mi madre.
Me dolía la cabeza y la espalda, y no tenía ánimos de lidiar con mi hermanita. Decidí que me tomaría una ducha para despejar un poco mis pensamientos, y despertarme.
Aunque, reconozco que odiaba bañarme en invierno ¡Hacía tanto frío!
Puse música con mi celular y me metí en la ducha. Me tomé mi tiempo para asearme —no quería alejarme del agua caliente—. Luego de varios minutos, me envolví con una toalla el cuerpo y con otra el cabello, y salí del baño para cambiarme en mi habitación.
Tuve que ahogar un grito cuando vi a Lucas sentado sobre mi cama.
—¿Qué hacés acá? —pregunté, molesta. Abrí la puerta del ropero y me escondí detrás de la misma.
Si bien mi tórax y mis partes íntimas estaban cubiertas, me sentía muy expuesta.
—No sabía que estabas duchándote —se encogió de hombros, y desvió la mirada hacia otro lado—. Quería saber cómo estabas.
—¿Podés esperar afuera mientras me cambio y luego hablamos? —no entendía por qué todavía no había levantado el trasero del colchón.
—¡Perdón! —exclamó, y salió de mi cuarto.
Me sequé el cuerpo tan rápido como pude y me calcé unos jeans y un sweater rojo.
—Pasá.
Él entró con timidez.
—Veo que ahora no te chorrea más agua de las piernas —se burló.
—Muy gracioso —revoleé los ojos—. ¿En Corea no golpean las puertas antes de ingresar a una habitación?
—Tu comentario es xenofóbico. No soy coreano, soy argentino.
Suspiré, y le hice un espacio para que se sentara a mi lado en la cama. Tuve que apoyarme contra el colchón para que no me doliera la espalda.
—¿Cómo estás, Carli? —me tomó la mano. Su contacto era cálido y agradable—. Sé que la has pasado muy mal...
—Estoy bien, algo cansada.
Asintió, y apartó la vista hacia el respaldar de la cama.
—Me parece que lo sucedido te afectó al cerebro —señaló el libro que había dejado sobre mi almohada—. ¿Qué hacés leyendo fantasía tan extraña?
¿Por qué era tan controlador? Sus actitudes invasivas comenzaban a irritarme.
—¿Y vos? ¿Qué hacías en el cuarto de una chica esperando que ella saliera de la ducha? ¿Esperabas verla desnuda?
—No contestaste mi pregunta.
—Vos tampoco.
Me crucé de brazos, esperando que él dijera algo más. Sin embargo, se limitó a apretar los labios.
Me acomodé en la cama, y solté un gemido: me había dado una punzada de dolor en la espalda. Maldije para mis adentros.
—¿Qué ocurre?
—Estoy un poco dolorida aún, pero estoy bien.
Él me contempló con preocupación.
—¿Querés que te haga masajes? Quizás te ayude a calmar la molestia.
Por supuesto que no iba a negarme ni aunque estuviera molesta.
Me puse boca abajo y levanté mi sweater. Lucas deslizó sus tibios dedos por debajo de mi remera, provocándome un hormigueo por todo el cuerpo. No esperaba que él fuera a tocarme directamente la piel.
Él no pareció darse cuenta de lo que sentí.
—La vi a Cassandra hablando con una gitana —comentó, intentando sonar tranquilo.
Su colega, pensé.
—¿Y? —lo incité a que continuara, atenta al movimiento delicado que él estaba haciendo con sus dedos.
—Me pareció sospechoso. Sigo pensando que tendríamos que haberle contado a la policía lo que pasó anoche...
¡Con que eso quería decirme!
—¿Y cómo podríamos explicarlo? —me puse tensa—. No deberías hablar si no comprendés la situación.
Ni siquiera yo entendía exactamente lo que sucedía.
Él dejó de tocarme. Retiró sus manos de mi espalda. Yo me senté y lo miré fijamente. Lucas se veía consternado.
—Confías en ella solamente porque te gusta ¿Acaso te olvidaste de que es peligrosa?
Me sentí realmente enojada ¿Quién era él para vivir juzgándome?
—Al final Haider tiene razón —mascullé con resentimiento—: te comportás como un novio tóxico.
Él se puso de pie. Apretó la mandíbula y miró hacia otro lado.
—Sólo me preocupo por vos, pero a vos sólo te importa ella.
Me paré frente a él.
—Sé cuidarme sola —mi amigo no sabía que contaba con una varita mágica en mi habitación.
Lucas se inclinó y tomó mi rostro con ambas manos.
—Lo de anoche me demostró que no es así. Si te sucediera algo... si...
Sus ojos brillaban intensamente. Sus labios rosados temblaban.
De repente, en lugar de sentirme molesta, empecé a sentir deseo. Quería consolarlo, quería decirle que todo estaría bien y que no debía meterse en donde no lo llamaban. No soportaría que alguien lo lastimara.
Me acarició las mejillas con las yemas de sus dedos. Me estremecí ante el tibio contacto, y decidí dejarme llevar por un impulso. Me puse en puntitas de pie y me atreví a apretar su boca contra la mía.
Lucas parecía haber estado esperando aquel beso. Respondió metiéndome la lengua entre los dientes y enredando sus dedos en mi cabello húmedo. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo. Durante muchísimo tiempo había anhelado este momento.
Sin embargo, había algo que no me dejaba disfrutar plenamente de la situación: la culpa. Hacía pocas horas, había tenido un encuentro sexual con Cassandra.
De pronto, mi mejor amigo me levantó delicadamente y me depositó sobre la cama, apartándome de cualquier pensamiento racional. Se subió sobre mí —sin aplastarme con su cuerpo—, y volvió a besarme.
A pesar del remordimiento que latía en mi interior, decidí dejarme llevar. Metí las manos por debajo de la camisa del joven Lee y permití que mis dedos recorrieran la forma de sus abdominales.
Lucas deslizó su boca por mi cuello, y me pasó la lengua por la piel, provocando que se me erizara el vello corporal.
Decidí desabrocharle la camisa. Deseaba investigar su abdomen con mis labios...
Durante años había deseado a mi mejor amigo. Aunque nuestros besos fueran moralmente inapropiados, debía admitir que estaba disfrutándolos muchísimo.
Mi mamá pensaría que soy promiscua.
Haider se enojaría si supiera esto.
Mi papá no permitiría que estuviera besándome con un chico en mi habitación.
Sin embargo, no podía detenerme. Mis hormonas controlaban mi lado racional.
Una vez que abrí su camisa, pasé la lengua por sus abdominales. Sabía a perfume y a sal. Él se estremeció. Pude notar que su entrepierna se había abultado.
—¿Puedo...? —posé mis dedos salvajes sobre el cierre de su pantalón.
—Hacé lo que quieras, Carli.
En ese instante, oímos que la ventana de mi cuarto se abrió bruscamente. Me aparté de Lucas tan rápido como pude, y volteé, asustada.
Un hombre con una túnica oscura, cabeza calva y ojos saltones de color verde se hallaba de pie en mi habitación. Su tez era blanca como la nieve, casi espectral, y la expresión de su rostro era aterradora.
Un procesador.
—¿Quién es usted? —Lucas se paró protectoramente frente a mí.
El sujeto contempló a mi mejor amigo con curiosidad: miró su pecho desnudo, su camisa desabrochada y su cabello desalineado. Era probable que nos hubiera escuchado.
Pronto, el hombre se volvió hacia mí.
—Nosotros somos buena gente, Carla. Te voy a pedir por favor que me escuches. Soy el líder de los procesadores, mi nombre es Ángel. Me gustaría que vinieras con nosotros, para que podamos conversar tranquilamente. Prometo que no te haremos daño.
El jefe del difunto Idán.
Tragué saliva. No confiaba en ese individuo. Empecé a sentir miedo una vez más.
—¿Quién es usted? —Lucas comenzó a abrocharse la camisa, sin despegar la vista de Ángel—. Lo que tenga que hablar con mi amiga, lo puede hacer aquí mismo.
Ignoró al joven Lee.
—Necesitamos dialogar, Carla.
Había comenzado a temblar. Le temía a aquel sujeto de ojos saltones.
Me limité a negar con la cabeza.
—¿No vendrás conmigo? —inquirió Ángel, evidentemente exasperado.
—No —balbuceé.
Sacó una varita de su bolsillo, y le apuntó a Lucas en la frente. Sentí que el terror invadía mi interior.
—Si no venís conmigo, me veré obligado a tomar medidas drásticas.
—¡No le haga daño, por favor! —sollocé, y me puse de rodillas. Por poco no derramé lágrimas en su túnica ¡No soportaría que lastimaran al joven Lee!
Mi mejor amigo contempló la varita mágica con confusión y horror. Mi peor pesadilla estaba haciéndose realidad: Lucas había sido involucrado en los asuntos mágicos.
—Entonces, vení conmigo.
—Yo también iré con ustedes —intervino Lucas, aún con la barra plateada señalando su cabeza. En ese momento, detesté su valentía irracional.
—Por mí está bien. Comprobarás que mi intención no es herir a tu novia. Espero que mantengas la boca cerrada todo el tiempo.
Mi mejor amigo estiró su brazo para tomarme la mano y obligarme a ponerme de pie. Yo no podía dejar de sollozar. Tenía mucho miedo ¿Y si herían a Lucas por mi culpa?
En ese momento, deseé que mi papá escuchara lo que estaba sucediendo en mi cuarto, pero estaba segura de que, con el volumen tan fuerte de la TV, no oiría absolutamente nada.
—No se preocupen por el tiempo terrestre. Tus padres no notarán tu ausencia —el psíquico no podía leer los pensamientos humanos, pero era bastante intuitivo.
—¿Tiempo terrestre? —murmuró Lucas, consternado.
—Ya lo verán —replicó, y luego sacó una pulsera dorada de su bolsillo—. Ponete esto, muchacho. Te dará la energía mágica suficiente para que puedas ingresar.
—¿Qué? —mi mejor amigo se encontraba estupefacto. No entendía nada. Sin embargo, obedeció.
Y yo tampoco comprendía lo que Ángel decía ¿Hacia dónde íbamos? ¿Por qué estaba tan desesperado por hablar conmigo?
De repente, hubo unos destellos de luz rosada y anaranjada cerca de la ventana. Lucas abrió los ojos con horror. Apretó con fuerza mi mano. Segundos más tarde, detrás de esa humareda colorida, apareció Dianora, la hechicera.
Mi mejor amigo parpadeó, intentando aclararse la visión.
—No estás alucinando —le susurré al oído—. Esto es real.
—¿Qué...? —no podía cerrar la boca por la sorpresa.
—Ángel —la mujer no nos saludó, sino que se dirigió directamente hacia el procesador—. Cuidala y no dejes que le pase nada malo. Ella no está acostumbrada a la magia, y ese viaje puede resultarle traumático.
Viaje traumático. Genial.
—¿Qué...? —Lucas parecía estar a punto de descomponerse.
Y yo también. Temblaba como una hoja y pensé que pronto me desmayaría.
—Soy un hombre de palabra. No lastimaré a la niña de tu amigo Arturo.
Sentí un hormigueo por el cuerpo cuando mencionó a mi padre. Una vez más, deseé que él escuchara lo que estaba ocurriendo dentro de mi habitación.
—Eso espero —utilizando su varita, hizo un círculo en el suelo alrededor de nosotros.
Recordé que Haider me había explicado que los procesadores no podían teletransportarse sin ayuda de un hechicero. Traté de calmarme y de confiar en Dianora.
Miré mi reloj digital, que marcaba las 3.57 p.m.
Cerré los ojos, y me aferré a la mano de mi mejor amigo, quien no dejaba de temblar y de sudar frío. Luego, todo se volvió blanco.
¡Muchas gracias por leer! ¿Qué tal les pareció el capítulo? ¿Qué creen que quieren los procesadores con Carla? ¿Cómo se sentirá Lucas al descubrir que existe la magia?
¡Nos vemos en pocos días! Les dejo mis redes sociales por si quieren seguirme :)
Sofía.
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